El camarote del capitán resultó ser sorprendentemente cómodo. Tenía el aspecto de un salón, con la diferencia de que en él también había una cama, una litera de madera sujeta a la pared y al suelo por medio de unos zócalos tallados. La pared estaba cubierta por estantes y pequeños armarios llenos de cosas. También había una gran mesa que ocupaba una cuarta parte de la estancia, con mapas e instrumentos sobre ella. Maisie se dio cuenta de que los mapas tenían pesos en los extremos para mantenerlos abiertos. ¿O sería para que no se cayeran al suelo con el oleaje cuando salieran a mar abierto? Esperaba que el movimiento del barco no empeorara mucho. Tal como estaba en ese momento, hacía que se le revolviera el estómago. Respiró profundamente para tranquilizarse. Pronto lo comprobaría.
—Póngase cómoda —dijo el capitán, deshaciéndose del sombrero—. Éstos serán sus aposentos durante el viaje.
Por primera vez, Maisie pudo verle bien la cara, a la luz de un quinqué fijado a uno de los estantes.
El cabello, de color castaño con reflejos cobrizos, le caía sobre la frente. Era un hombre de mar grande, robusto. Tenía una boca atractiva, la mandíbula cubierta por una barba de pocos días y los ojos castaños. Las jóvenes casaderas de Londres no lo considerarían guapo, pero sus rasgos tenían una dureza que a ella le resultaba atractiva. Le recordó al lugar donde había nacido, las Highlands. Tal vez se debía a que era escocés y no había vuelto a ver a ningún escocés desde que era niña. Estar tan cerca de uno la conmovió de un modo inesperado.
Cuando ella asintió, Cameron la observó con descaro de arriba abajo. A juzgar por su expresión, le gustaba lo que estaba viendo.
—¿Cómo se llama?
—Margaret —respondió con cautela. Cuanto menos conociera de ella, mejor.
—Así que Margaret… Y ¿cómo te llaman, Margaret? ¿Meg? ¿Maggie? ¿Puedo tutearte, Margaret?
La voz profunda del capitán y su acento escocés la devolvieron a la infancia y le despertaron los sentidos. Tal vez esa fuera la causa de que le dijera el nombre con que la conocía su familia.
—Maisie. Y sí, puede tutearme.
—Maisie —repitió el capitán con una sonrisa—. ¿Así que eres escocesa de verdad? Tutéame tú también, por favor.
—Sí, soy escocesa —repuso.
A pesar de que no acababa de fiarse de él, se sintió un poco más tranquila. Ahora que su huida era un hecho, podía dedicarse a pensar en su destino: Escocia. Era un viaje que debería haber emprendido hacía muchos años, pero su tutor le había prometido llevarla personalmente, diciéndole que la ayudaría a reunirse con sus hermanos. Y ella lo había creído. Cuando se enteró de la cantidad de mentiras que le había contado, Maisie se dio cuenta de que esa reunión sólo tendría lugar si se ocupaba ella personalmente.
—Vamos, quítate la capa —le indicó el capitán antes de volverse hacia su mesa de trabajo.
Era tan alto y tan grande que parecía llenar el camarote con su presencia y, sin embargo, se movía ágilmente. Supuso que debía de estar acostumbrado al movimiento del barco. Cameron guardó el mapa que había sobre la mesa y, tras rebuscar en un montón de pergaminos guardados en un hueco encima de la litera, extendió otro en lugar del anterior.
Maisie dejó su hatillo y se desabrochó el cierre de la capa. Mientras la doblaba cuidadosamente, tuvo una extraña sensación, como un eco de familiaridad. Sin embargo, era imposible, pues era la primera vez que estaba allí. Miró a su alrededor con el cejo fruncido. Pasó los dedos por la pared y algo le acudió a la mente, como si la madera guardara un recuerdo. Tocó varios objetos y la conexión se hizo cada vez más fuerte. Era como si conociera a alguien que hubiera viajado en ese camarote antes que ella.
Por un instante se acordó de Jessie, su hermana gemela, y la sintió con más fuerza de lo que lo había hecho durante todos esos años. Era una sensación parecida a la de aquellas veces, cuando eran pequeñas y se volvían a la vez para decir lo mismo y luego se echaban a reír. Desde que se habían separado, la conexión era poco frecuente, pero, cuando la notaba, sabía que su hermana también estaba pensando en ella. ¿Podría ser que Jessie hubiera viajado en ese mismo barco?
—¿Has llevado a alguna otra mujer a bordo recientemente?
El capitán estaba ocupado desnudándose. Se había quitado la capa y había empezado a desabrocharse los botones del chaleco. Maisie se lo quedó mirando fijamente mientras lo hacía. Al extender los brazos, la gran envergadura de su pecho se hizo más evidente. ¿Qué pretendía? ¿Acabar de desnudarse y cobrarse el viaje inmediatamente?
Cameron la miró y, antes de responderle, se hizo con una especie de gabardina que estaba colgada en un rincón del camarote y se la puso. Maisie sintió un alivio momentáneo al darse cuenta de que no tenía intención de seguir desnudándose, sino sólo de cambiarse de ropa. Se había quitado la casaca que usaba para bajar a tierra firme y la había cambiado por esa extraña gabardina oscura que parecía recubierta de una sustancia gruesa, similar a la pintura al óleo. La ropa despedía un fuerte olor a aceite de linaza, mezclado con alguna otra cosa como brea o resina. Maisie se lo quedó mirando con curiosidad.
—Una vez llevamos a una pasajera. Los hombres juraron que se amotinarían si volvía a subir alguna —respondió finalmente mientras la examinaba de arriba abajo, dejándole claro lo que eso implicaba. Se había arriesgado a sufrir la ira de sus hombres al permitirle viajar en su nave y pensaba cobrarse la recompensa.
La hambrienta mirada del capitán le provocó un escalofrío. Era una auténtica declaración de intenciones. Pensaba poseerla. No era ninguna sorpresa, sino tan sólo el acuerdo que habían alcanzado, pero la estaba mirando de una manera… con los ojos entornados y la boca fruncida, como si estuviera imaginándose las cosas más sugerentes. Su mirada era tan íntima que Maisie se preguntó cómo sería acostarse con un canalla como él, un hombre que le daba una palmada en el culo si le apetecía, como si fuera lo más normal del mundo. El corazón se le aceleró y sintió un cosquilleo de excitación entre las piernas. Iba a conocer la pasión de ese hombre y, a juzgar por su mirada, no tardaría mucho en hacerlo. El pálpito entre los muslos se hizo más fuerte y las mejillas empezaron a arderle.
A pesar de todo, Maisie se obligó a hablar. Necesitaba entender el extraño eco que había notado en las paredes.
—¿Esa pasajera se parecía a mí?
Él negó con la cabeza.
—En absoluto. Era una viuda gruñona que daba órdenes a mis hombres como si fuera la capitana del barco… o la reina en persona.
La expresión de Cameron traslucía la cantidad de problemas que la mujer había ocasionado.
—Ahora entiendo por qué te mostrabas tan reacio a dejarme venir —comentó ella divertida.
—Espero que no me causes tantos problemas como esa mujer.
Maisie levantó la barbilla.
—Haré lo que esté en mi mano.
La muchacha pensaba que el capitán se marcharía entonces, pero en vez de eso se le acercó mirándola con avidez.
Maisie tenía los nervios a flor de piel. La excitación se apoderó de sus entrañas, ya que llevaba mucho tiempo esperando el momento en que su magia más poderosa se despertara gracias al sexo. Ese hombre estaba a punto de convertirse en su amante. Y, gracias a él, ella se convertiría en una mujer realizada y en una bruja poderosa.
—De hecho, lo mejor será que te quedes aquí y que no te vean mis hombres —repuso él—. Así nos ahorraremos muchos problemas.
A Maisie no le hizo ninguna gracia la idea de pasar mucho tiempo sin ver el cielo. Lo necesitaba para sobrevivir.
—¿Cuántos días tardaremos en llegar?
—Llegaremos a Dundee dentro de una semana. Pararemos en Lowestoft para que el piloto pase la noche con su familia, pero con la marea zarparemos de nuevo. La parada no nos retrasará mucho —explicó Cameron y, señalando la litera con la cabeza, añadió—: Descansa un rato.
—¿Tienes que volver con la tripulación? —preguntó Maisie.
Curiosamente, le apetecía seguir escuchando la voz grave del capitán. Quería conocer mejor a su anfitrión. Sus palabras le traían recuerdos de la infancia, pero también le despertaban sensaciones desconocidas.
—Por desgracia, sí, aunque preferiría quedarme y meterme en la cama contigo.
Maisie contuvo el aliento. Le iba a costar un poco acostumbrarse a su modo de hablar, tan franco y llano. Él se echó a reír al ver su reacción, y la joven sintió que su risa le retumbaba en el pecho.
—Deja que te vea bien, para poder disfrutar de la idea de volver a tu lado —añadió el capitán y, tras ponerle una mano en la cintura, la atrajo hacia sí.
A continuación se inclinó hacia ella, acercándose tanto que Maisie sintió su aliento en la frente. Su figura imponente se alzó sobre ella, dejándola casi en penumbra y haciendo que fuera consciente de la fuerza y el poder del capitán. Apenas podía controlar su respiración, que era alterada, errática. La cercanía y el atrevimiento de ese hombre la abrumaban y hacían que le diera vueltas la cabeza.
Al aproximarse un poco más, la barba corta de Cameron le rascó la mejilla en un gesto brusco pero extrañamente tierno.
—Hueles bien —susurró él aspirando el aroma de su pelo y recorriendo su contorno con las manos por encima de la ropa como si estuviera tomándole las medidas.
Luego descendió por los brazos hasta llegar a la cintura y volvió a subir por la parte delantera del torso. Los pulgares se dirigieron hacia el esternón al tiempo que le tocaba los pechos con las palmas de las manos a través de la barrera del corpiño, el corsé y la camisola. Mientras le apretaba la carne a través de la molesta ropa, murmuró algo con admiración.
Luego llevó las manos a su espalda y empezó a descender, le agarró el culo y la acercó a él. A continuación la levantó sin apenas esfuerzo. Maisie rozó el suelo con las puntas de los dedos mientras él le toqueteaba el trasero por encima de la falda. La sobaba con tanto entusiasmo que la muchacha contuvo el aliento, sorprendida.
—Oh, sí, voy a disfrutar montándote…, señora —le dijo él con los ojos entornados y una sonrisa traviesa.
A Maisie le pareció la encarnación de la masculinidad, de la fuerza, del valor. Mientras exponía sus intenciones con arrogancia, desprendía una lujuria casi animal. Sus palabras la excitaban como si la tocara con ellas. Era muy consciente de cada centímetro de su cuerpo. Y notó que estaba humedeciéndose entre las piernas. Sin embargo, su actitud primitiva y arrogante la asustaba un poco, y mientras su cuerpo respondía a sus juegos de seducción, se estremeció con aprensión.
Los ojos del capitán se iluminaron y Maisie supo que había notado su estremecimiento.
Tragó saliva. No quería molestarlo. ¿Y si verla tan inocente le resultaba poco atractivo?
No obstante, la expresión de su rostro decía todo lo contrario. Una sonrisa irónica le iluminó la cara. Le rodeó el cuello con una mano, le enredó los dedos en el pelo y le echó la cabeza hacia atrás. Mientras, con la otra mano en la cintura, la mantuvo pegada a su cuerpo.
Cameron parecía decidido a seducirla, y eso era justamente lo que ella deseaba. El nerviosismo que sentía disminuyó un poco, pero no desapareció por completo.
—No tengas miedo, Maisie de Escocia —dijo él entre risas—. Voy a disfrutar de ti, pero no te haré daño. Tienes mi palabra. —Y selló su promesa con un beso largo, intenso, implacable.
Instintivamente, Maisie le apoyó las manos en el pecho para apartarlo. Pero en ese momento la boca del capitán se movió, y el roce sensual de sus labios la dejó sin fuerzas, derritiéndola. Poco después descubrió sorprendida que sus manos habían cambiado de idea. En vez de apartarlo, se estaban aferrando a aquella extraña gabardina aceitosa mientras sus labios se abrían. Era un beso tan sensual, tan excitante… Maisie nunca había experimentado nada parecido. Cuando la lengua del capitán tocó la suya y se hundió en el calor de su boca, el vientre se le llenó de sensaciones desconocidas, inundándola.
La joven gimió sin poder contenerse, y su gemido aumentó de volumen cuando el beso se rompió. En ese momento fue realmente consciente de lo que la pérdida de la virginidad supondría para su magia. Su espíritu ya estaba empezando a intensificarse.
Tras liberarle la boca, el capitán siguió agarrándola del pelo. No le hacía daño, pero la sujetaba con la fuerza suficiente para demostrarle que pretendía dominarla. ¿Por qué le flaqueaban las piernas ante esa idea? A Maisie le costaba respirar. Las capas de ropa que los separaban no podían ocultar las intenciones de Cameron. Su cadera presionaba con fuerza contra la de ella, y era imposible no notar su erección.
—Descansa ahora —repitió él con voz ronca—, porque luego, cuando venga a cobrarme mi recompensa, no podrás dormir. —Alzó las cejas y la miró con los ojos brillantes—. Pienso montarte hasta el amanecer, Maisie de Escocia. Cuando salga el sol estarás tan saciada que me rogarás que te deje descansar.
Y, con esas escandalosas palabras, la soltó.
Maisie fue tambaleándose hacia atrás mientras trataba de mantener el equilibrio, hasta que una silla se cruzó en su camino. Se aferró a ella con las dos manos y enderezó la espalda. Estaba ardiendo y temblaba. Sus palabras habían despertado en ella una fiebre de nervios y de deseo.
Cuando él se hubo marchado, permaneció quieta durante un buen rato con la vista clavada en la puerta que él había cerrado al salir. El capitán Cameron era una auténtica fuerza de la naturaleza, no cabía duda de ello. Estaba segura de que el tránsito de niña a mujer a manos de un hombre así sería memorable. Su beso le había exaltado los sentidos, pero no sabía qué pasaría después.
Se dirigió a la cama y dejó el hatillo de terciopelo lila en el suelo, no muy lejos. Contenía sus posesiones más preciadas y cosas que necesitaba para prepararse para lo que iba a suceder. Mientras estudiaba para aumentar sus conocimientos de brujería, también se había ido preparando para cuando llegara el momento de iniciarse en las relaciones carnales. Era algo que debía hacerse bien. Era muy importante que el hombre que la había mantenido escondida y apartada del mundo no la reclamara como su pareja. Maisie aún no estaba convencida de que entregarse a otro hombre fuera a librarla de él, pero al menos haría todo lo que estuviera en su mano para intentarlo.
Sentándose en el borde de la litera, agradeció poder disfrutar de esos momentos para ella sola.
Todo había sucedido muy deprisa. En menos de un día se había enterado de la realidad de su situación y había salido huyendo. Y ahora ya estaba de camino hacia su auténtico hogar en Escocia. Había soñado con volver en múltiples ocasiones, pero no era fácil romper con la rutina a la que se había acostumbrado. En muchos aspectos había sido una buena vida, y se había sentido protegida y valorada durante varios años.
Por desgracia, las cosas habían cambiado.
Pero había escapado y, ahora —al recordar la imagen del capitán a la luz de la lámpara su cuerpo se estremeció—, la excitación por su primer encuentro sexual acalló cualquier duda. El capitán Roderick Cameron le había prometido que no le haría daño. Maisie sabía que había tenido mucha suerte. Había corrido un gran riesgo al elegir a su amante al azar. ¿Quién sabía con qué clase de hombre podría haberse encontrado? Le pareció que el capitán Cameron sería considerado y no le exigiría nada cuando hubieran acabado. Las cosas entre ellos serían fáciles, y eso le facilitaría el momento en que tuviera que continuar su camino.
Por un instante pensó que había sido muy hábil al obtener pasaje a cambio de su virginidad. Había sido vital poder escapar de Londres a toda prisa, pero también librarse de ese tesoro tan valorado por su antiguo tutor y maestro. Su maestro, que había querido poseerla.
De pronto volvió a sentir el extraño eco dando vueltas en el camarote como un recuerdo olvidado o un cuento aún no narrado. Y ese eco le despertó una pregunta: ¿seguirían sus hermanos con vida? Maisie enterró la cara entre las manos y se enfrentó a su miedo más profundo. Mientras la nave la acercaba a la tierra donde su madre había perdido la vida, se obligó a reflexionar sobre los temas que la preocupaban. La excitación de la huida se apagó momentáneamente al recordar la realidad que había amenazado durante tanto tiempo a los que eran como ella: la persecución y la muerte.
Al tumbarse en la litera, sus emociones se revolvieron y se arremolinaron como las olas del mar bajo el casco del barco. No obstante, se obligó a superar la incertidumbre del viaje pensando en el inminente despertar de sus poderes mágicos, y la esperanza aleteó en su interior.
«Encontraré el camino para volver a casa, aunque tenga que crearlo».
Durante muchos años, tras haber presenciado el horror de la muerte de su madre, no había querido acercarse a Dundee. Sin embargo, Escocia la llamaba. Apelaba a la parte más pura de su alma, recordándole que podía ser libre y feliz en las lejanas Highlands del norte.
El viaje había empezado. Soltó el aire y sintió que la tensión en sus músculos comenzaba a disminuir.
Buscaría a sus hermanos: a Jessie, su gemela, y a su querido Lennox. Por fin iba de camino a casa. Mientras se quedaba dormida pensó en sus hermanos tal como habían sido muchos años antes, corriendo descalzos por el bosque y recogiendo flores y plantas para su madre, quien les enseñaba sus propiedades al tiempo que plantaba en ellos la semilla de la sabiduría ancestral. Recordó a Lennox como un muchacho rebelde y astuto que siempre se preocupaba por sus hermanas. Y a Jessie, tan llena de magia y aún más salvaje que ella. ¿Se acordarían de ella como ella se acordaba de ellos?
«Que estén libres y a salvo en nuestro pueblo natal», deseó mientras se rendía al sueño. Esperaba reunirse con ellos allí. Habían pasado tantos años desde que los habían separado… Demasiados. El dolor le retorció las entrañas al recordar aquel fatídico día una vez más.
El día que mataron a su madre tras acusarla de brujería, Cyrus Lafayette y su esposa Beth se quedaron con Maisie Taskill.
Tanto ella como su hermana habían sido obligadas a observar mientras lapidaban a su madre. Cuando ya estaba a punto de morir, la habían arrastrado hasta el patíbulo, donde había visto su propia pira mortuoria antes de que le pusieran el lazo al cuello. La multitud decidió que el chico, Lennox, ya estaba demasiado influenciado por el demonio y no podía salvarse. Dijeron que debían acabar también con él.
Maisie lo había oído todo, y una parte de su alma se había encerrado en una cárcel de horror y de miedo.
Los lugareños decidieron que las dos niñas eran lo suficientemente pequeñas para poder ser redimidas, siempre y cuando les mostraran lo equivocada que había estado su madre. Con esa intención la habían obligado a subir a un pilar de la verja que rodeaba la iglesia. Su hermana Jessie había subido al otro. Con la iglesia a sus espaldas y la ejecución de su madre ante sus ojos, se suponía que les quedaría claro qué era el bien y qué era el mal. Y sin duda las niñas aprendieron entonces lo que era el mal, negándose a aceptar que lo que les decían fuera cierto.
Maisie había tenido que hacer un gran esfuerzo para mantener el equilibrio sobre el pilar y había guardado silencio, tal como le habían ordenado las personas que la sujetaban. Ya se habían llevado a su hermano, pataleando y gritando maldiciones. Jessie gemía y se agitaba, y Maisie deseaba ir a ayudar a su hermana, pero no podía.
Ambas fueron obligadas a observar la agonía de su madre y a compartir su sufrimiento: cada herida, cada insulto. Cuando Maisie trataba de volver la cabeza, uno de los hombres la obligaba a seguir mirando. Su misión era asegurarse de que no se perdiera detalle de la ejecución.
Cuando estaba a punto de desmayarse por el horror que tenía lugar ante sus ojos, un hombre vestido con librea se abrió camino entre la multitud y la levantó del pilar. Los habitantes del pueblo no lo detuvieron.
Maisie ni siquiera trató de defenderse. No podía. Estaba petrificada por lo que había presenciado. El cochero tenía el cejo fruncido y un látigo en la mano, y Maisie pensó que estaba a punto de sufrir el mismo destino que su madre. Sin embargo, el hombre atravesó la multitud protegiéndola con los brazos. No dijo ni una palabra y Maisie, aterrorizada, no entendía nada de lo que sucedía a su alrededor.
La llevó hasta un coche de caballos, no uno cualquiera, sino un carruaje impresionante. Cuando la puerta se abrió, el cochero la dejó en manos de otro hombre. Éste la depositó en el suelo del vehículo y la examinó de arriba abajo antes de ordenarle al cochero que cerrara la portezuela.
Los gritos de la multitud perdieron fuerza en cuanto la puerta del carruaje se cerró. Maisie temblaba tanto que las rodillas se le doblaron.
El hombre la sujetó por los codos mientras sostenía su pequeño cuerpo con facilidad. Luego la obligó a mirarlo a los ojos levantándole la barbilla con un dedo.
La primera impresión que Maisie obtuvo de Cyrus Lafayette no fue muy tranquilizadora. Era un hombre imponente, con el pelo oscuro y unos ojos verdes que la miraban fijamente.
—¿Te llamas Margaret?
Ella asintió.
Los ojos de Cyrus Lafayette brillaron interesados; al parecer, le gustaba lo que veía. Y el instinto le dijo a Maisie que ese hombre sabía que ella era como su madre. Lo leyó en sus ojos y trató de retroceder, pero él se lo impidió, sonriendo, aparentemente muy satisfecho.
—Pobre criatura —dijo entonces la voz de una mujer a su espalda, justo antes de que Maisie notara que alguien la atraía hacia sí y le daba un abrazo reconfortante. Temblando de miedo y de la impresión, apenas notó el contacto de la mujer y no se resistió. Ésta la subió a su regazo y la acunó—. Te hemos salvado, niña. Vendrás a vivir con nosotros y nadie podrá hacerte daño.
A continuación, el carruaje se puso en marcha. Maisie recordó los gritos del cochero, ordenando a la gente que se apartara de su camino y gritando a los caballos para que fueran más deprisa. ¿Sería verdad? ¿Estaría realmente a salvo? Se volvió para mirar a la mujer que la abrazaba.
Beth Lafayette sonrió. Tenía el pelo rubio, muy claro, y una sonrisa amable. Le pareció buena persona.
Varias horas más tarde, pudo volver a hablar.
—Mis hermanos, Lennox y Jessie, ¿vendrán a vivir con nosotros?
—Ellos también tendrán tutores, no te preocupes —respondió el hombre de aspecto austero sentado en el banco de enfrente—, pero tu vida ahora está a nuestro lado.
—Siempre he querido tener una niña bonita como tú, una hija mía —le dijo la mujer con lágrimas en los ojos—. Aunque no eres sangre de mi sangre, me haría muy feliz que me llamaras mamá Beth.
Notando las profundas emociones y el agradecimiento de la mujer por haber hecho realidad su sueño, Maisie cerró los ojos para intentar borrar las imágenes que había visto y aceptar lentamente el consuelo que Beth Lafayette le ofrecía.
Al principio todo fue bonito y seguro.
Pero Cyrus no había ido a buscarla para cumplir el deseo de su esposa de tener una hija.
Cyrus Lafayette tenía sus propios planes respecto a Maisie Taskill.