24

El Libertas soltó el ancla en la bahía de Kinlochbervie, el punto más septentrional accesible por mar de la costa oeste de Escocia. Una playa arenosa permitía que los botes se acercaran a tierra sin dificultad. El resto de la costa era rocosa y muy accidentada, por lo que la playa de Kinlochbervie le pareció a Maisie un regalo de la naturaleza.

Se quedó mirando el pequeño grupo de casitas y, más allá, la tierra que se alzaba imponente y majestuosa.

«Por fin. Las Highlands. Estoy en casa». La joven se sentía profundamente conmovida por la inmensidad del momento que estaba viviendo. Temblaba de emoción y, sí, también de nervios. Menos mal que Roderick se encontraba a su lado.

Clyde se ofreció voluntario para llevarlos a tierra. Cuando Roderick saltó al agua poco profunda de la bahía, le preguntó al viejo lobo de mar si le gustaría acompañarlos en su viaje, para volver a pisar su tierra natal. Clyde rechazó su ofrecimiento, e insistió en que sería poco prudente correr aquel riesgo a esas alturas de su vida.

A pesar de que se sintió algo decepcionada, Maisie lo entendió. Si Clyde regresara a su aldea, lo más probable sería que se encontrara con que sus hermanos y sus hermanas mayores habían fallecido. Además, sus parientes más jóvenes no sabrían quién era. Estaba segura de que su clan le daría la bienvenida igualmente, pero Clyde amaba demasiado el mar, igual que amaba profundamente el recuerdo de las Highlands que llevaba en su corazón. Ésa era su patria y siempre lo acompañaría, sin importar en qué lugar del mundo se encontrara.

El viejo se la quedó mirando unos momentos antes de despedirse de ella.

—Me alegro de haberte conocido.

—¿Aunque sea una Jezabel?

—Eres mejor que las demás Jezabeles que he conocido en mi vida —respondió él antes de echarse a reír a carcajadas. El viejo reía poco, pero, cuando lo hacía, su risa era contagiosa.

—Yo también me alegro de haberte conocido, Clyde —replicó Maisie con una sonrisa.

Luego el marinero se despidió con una inclinación de cabeza antes de que Maisie saltara al agua y acabara de recorrer los metros que faltaban hasta la playa junto a Roderick.

En el momento en que se sentaron en la arena para calzarse, Maisie se dio cuenta de que Roderick no se había despedido de Clyde, lo que le hizo pensar que ya se habían despedido antes y que habían fijado una fecha para que él volviera a reunirse con su tripulación.

Minutos después, la muchacha se encontró hablando con los aldeanos que habían salido de sus casas para comprobar quién había llegado a su bahía. Al oír su acento y hablar con ellos en gaélico, Maisie se dio cuenta de lo cerca que estaba de casa. Roderick la contemplaba, sonriendo orgulloso mientras ella les contaba a tres mujeres el motivo de su viaje.

—Me han dicho que mañana por la mañana podemos estar en Fingal —lo informó ella después.

Roderick se hizo con un montón de víveres. Compraron queso, pescado fresco, pan recién horneado, un odre de agua y otro de hidromiel. Con instrucciones para encontrar la aldea siguiendo varios accidentes del terreno, se pusieron en marcha.

Mientras caminaban por el estrecho sendero que serpenteaba entre picos y peñascos, siempre en dirección hacia el interior, Maisie apenas si podía creer que realmente estuviera allí. La belleza del paisaje era sobrecogedora, pero lo que más la emocionaba era que recordaba esos lugares. Era como si, al ir recorriéndolos, fuera recuperando los recuerdos.

Mientras caminaban, la muchacha señalaba lugares que reconocía de cuando iba de paseo con su madre, sus hermanos y sus primos, siempre recogiendo hierbas y bayas a su paso. Roderick la escuchaba encantado. Él se sentía igual de fascinado por el paisaje, si no más.

—Esto es muy distinto de las Lowlands —comentó—. Mucho más de lo que imaginaba. Sin embargo, en Kinlochbervie nos han recibido muy bien.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Acaso no esperabas que nos recibieran bien?

—No sabía qué esperar. Había oído historias sobre las salvajes tierras del norte. Además, hasta que te encontré a ti, el highlander al que mejor conocía era Clyde, así que como comprenderás…

Maisie se echó a reír. No le pasó por alto que Roderick había dicho que la conocía mejor que a Clyde, con quien había pasado muchos años. Le pareció una buena señal, pero seguía inquieta. No sabía cómo irían las cosas entre ellos cuando llegaran a Fingal. ¿Se limitaría a hablar con su colega Gregor y regresaría a Kinlochbervie inmediatamente? Esperaba que no. Pero al mismo tiempo estaba nerviosa por lo que iba a encontrarse en su aldea. Se sentía tan inquieta que, de no ser por la presencia de un hombre seguro de sí mismo y sensato como Roderick a su lado, lo más probable sería que se hubiera perdido varias veces.

Cuando el sol empezó a caer, Roderick buscó un sitio resguardado donde pasar la noche. Eligió un lugar plano entre dos árboles, cubierto por una gruesa capa de hierba que les serviría de colchón. Los árboles se inclinaban el uno hacia el otro como viejos camaradas. Todavía conservaban las hojas, lo que les proporcionaba un manto de protección natural. Roderick recogió unos helechos para que el colchón fuera aún más confortable.

Luego fue a buscar ramitas secas para encender un fuego.

Maisie permanecía observándolo, absorta.

—¿Cómo es que sabes montar un campamento en tierra?

—No nací en el mar. Y mi padre siempre decía que a hacerse una cama cómoda para pasar la noche es una de las primeras cosas que todo hombre debe aprender.

Se sentó en el suelo y dio unos golpecitos a su lado para que ella lo imitara.

—Ven. Voy a preparar el pescado. En cuanto el fuego empiece a arder, lo asaremos.

Maisie se sentó a su lado y contempló feliz y en silencio cómo él ensartaba los pescados en una rama fina que luego colgaba de un par de ramas en forma de horca. Cuando la luz del sol desapareció por completo, siguió contemplándolo a la luz de las llamas. Era como si fueran las dos únicas personas en el mundo. Aunque sólo fuera durante esa noche, iba a disfrutar de esa sensación de intimidad.

Después de haber cenado, Roderick se unió a ella, que se había recostado en el refugio bajo los árboles. Juntos observaron las brillantes brasas mientras reposaban.

—¿Volverás al barco después de que hayas hablado con tu amigo Gregor? —quiso saber Maisie.

Él no respondió. Se volvió hacia ella y la miró a los ojos.

—¿Cuándo te esperan Brady y los demás? Quiero decir, ¿cuánto tiempo van a esperarte?

—¿Ya quieres librarte de mí?

—No, sabes que no es verdad. De hecho, lo que quiero es justo lo contrario.

A la luz del fuego, Maisie vio que la expresión de Roderick cambiaba. La miró con deseo y algo más. Algo parecido a la añoranza.

A la muchacha se le hinchó el corazón en el pecho.

—Les dije que si veían el menor rastro de la marina se marcharan inmediatamente, sin esperarme.

Era obvio que Roderick se andaba con el mismo tiento que ella, eligiendo las palabras con precaución, pensando bien cada frase antes de pronunciarla. Parecía que estuvieran dando vueltas uno alrededor de la otra, temerosos de decir algo inapropiado.

—Pero, si volvieras a la bahía y ya no estuvieran allí, ¿qué harías?

—Cambiaría de vida —respondió él señalando a su alrededor—. Como puedes ver, sé construir un refugio para pasar la noche. Es un buen comienzo, ¿no crees?

Maisie suspiró.

—Roderick, no te burles de mí.

—¿Burlarme de ti?

—Siempre estás bromeando… y me encanta. Nunca me había divertido tanto como cuando estoy contigo. Pero de vez en cuando necesito saber si tus bromas tienen una base seria.

—Lo entiendo —asintió él—. La verdad es que no me importaría pasar una temporada en tierra, pero no quiero que pienses que tienes que cargar conmigo si no te apetece.

—Oh, Roderick, nunca voy a pensar eso. —Ella sintió que se le retorcía el corazón.

Él se acercó a ella bruscamente.

Maisie se echó hacia atrás de manera instintiva, queriendo sentir su calor, su peso, su dominio.

Roderick se abalanzó sobre ella como un cazador, pero también como un escudo protector.

—¿Nunca, nunca?

Ella le rodeó la fuerte columna de su cuello con una mano.

—Nunca, nunca, nunca.

—Ya volveremos a hablarlo cuando te hayas reunido con tu familia. Puedes pedirme que me marche en cualquier momento. O no, si prefieres que me quede.

Maisie lo besó para hacerlo callar y luego lo tumbó de espaldas y montó sobre él pegándolo al suelo, pegándolo a las Highlands.

La bruma de la mañana cubría el valle que se extendía ante ellos. Maisie se lo quedó mirando, recordando el añorado paisaje de su infancia. Inspiró el familiar aroma del brezo y del resto de las plantas mezcladas. La hierba húmeda, el musgo y el mantillo de vegetación medio descompuesta que pisaban despedían un olor intenso y embriagador. Recordó cómo solía correr con sus hermanos colina arriba para dejar atrás la niebla. Jugaban a perseguirse, y la humedad del rocío sobre la hierba hacía que las carreras fueran aún más divertidas.

—Ya estamos llegando a Fingal.

—Eso parece.

Cuando se volvió hacia Roderick, Maisie vio que tenía los ojos entornados y que estaba estudiando el horizonte con atención. ¿Aún pensaría que dejaría de necesitarlo en cuanto llegaran a la aldea?

—¿Qué te preocupa?

Él la miró y le dirigió una amplia sonrisa.

—Nada. Sólo trataba de ver con claridad. Mira, allí, en ese peñasco.

Maisie miró hacia el lugar que él apuntaba con el dedo. Sobre la aún lejana cresta, alguien se había sentado en una roca y miraba en su dirección, como si estuviera vigilando.

Cuando Roderick la señaló, la figura se puso en pie. Era una mujer, cubierta por un grueso chal. Sin necesidad de pensar en ello, Maisie supo inmediatamente de quién se trataba.

Sintió que su corazón se aceleraba y latía con doble fuerza al estar unido al de su hermana gemela.

—Jessie.

—Si tuviera que apostar, diría que tienes razón.

Alargando el brazo, Maisie se aferró a la mano de Roderick. Luego levantó la mano libre y saludó.

Cuando la otra mujer le devolvió el saludo, ella asintió.

—Sabía que venía. Me presentía.

En silencio observaron cómo la mujer se volvía hacia el valle que quedaba tras la cresta y gritaba algo, agitando las manos para avisar a los demás.

A lo lejos, una campana empezó a sonar.

Luego la mujer se agarró la falda con las manos y se la levantó para echar a correr colina abajo en su dirección. Pronto desapareció bajo la niebla que cubría el valle.

—Saldrá de entre la niebla como si fuera un pájaro abriéndose paso entre las nubes —dijo Maisie, señalando con la cabeza hacia el lugar por donde aparecería su hermana.

Instantes más tarde, Jessie hizo su aparición y, tras coger a Maisie de las manos, empezó a bailar.

—Estás aquí. Has vuelto a casa.

Ella se echó a reír, recordando muchas otras veces en que había hecho lo mismo: reír y bailar dando vueltas con su hermana.

—Por supuesto que he vuelto a casa. No quería perderme tu enlace con ese Gregor Ramsay del que no paro de oír hablar.

Jessie se detuvo en seco y la miró boquiabierta.

—¿Lo sabías?

Maisie se echó a reír por lo familiar que le resultaba todo. Era como si no se hubieran separado nunca.

—Sí, lo sabía y te lo contaré todo con detalle cuando nos hayamos instalado. —Apretando la mano de su hermana con fuerza, le preguntó—: ¿Y Lennox? ¿Está aquí?

Jessie se echó a reír.

—Oh, sí. Y no ha venido solo; se ha traído su propio grupo de brujos y brujas. Montan unos buenos aquelarres.

Como si quisiera responder a su pregunta, un hombre alto se dirigió hacia ellos a toda velocidad. Llevaba una larga melena alborotada y la camisa suelta, por fuera de los pantalones.

—Deja que te vea bien —dijo agarrando a Maisie por los hombros—. Eres tú de verdad —añadió sacudiendo la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas de alivio.

Se había convertido en un hombre muy guapo. Maisie se sintió orgullosa de él.

—Te busqué durante muchos años. Os busqué a las dos. ¿Dónde estabas?

—Me llevaron a Inglaterra. He estado en Londres hasta hace muy poco.

—Eso explica tu acento. Hablas muy raro —comentó Jessie—. Pareces una dama.

Maisie negó con la cabeza.

—No, soy Maisie Taskill de Fingal, y por fin estoy en casa.

En cuanto acabó de decirlo, se encontró envuelta en el abrazo de sus dos hermanos. Apoyó la frente en sus cabezas y se echó a llorar, de alivio y de felicidad. Pero cuando Lennox se separó y la animó a llegar hasta la aldea, Maisie se volvió hacia Roderick y le ofreció la mano, incluyéndolo así en el grupo.

La mañana anterior a la fiesta del Samhain de 1715, Gregor Ramsay y Jessica Taskill unieron sus manos y sus vidas. Gregor se había negado a permitir que el otoño acabara sin que Jessie fuera su mujer. Decía que era imposible controlarla y que no quería arriesgarse a que se descarriara para celebrar la llegada de la nueva estación.

Jessie se reía al oírlo, pero Gregor insistió.

Maisie se sentía muy feliz por su hermana. Y también disfrutaba mucho al ver el vínculo que existía entre Gregor y Roderick. Gracias a esa buena relación, Roderick se asentó con mucha más facilidad en el lugar. Los amigos y socios trabajaban juntos, construyendo sus granjas, que eran colindantes. Lennox también trabajaba en la construcción de su propia granja en una colina cercana.

Lennox y su mujer, Chloris, planeaban pronunciar los votos matrimoniales después de Navidad. Chloris decía que necesitaba dejar atrás el año viejo cristiano para poder romper con el pasado coincidiendo con el cambio de año. Lennox accedió a su petición porque eso significaría que estarían casados antes de que su hijo llegara al mundo.

La encargada de llevar a cabo la ceremonia de unión de manos fue Glenna, una de las integrantes del grupo de brujos y brujas que habían llegado a Fingal siguiendo a Lennox, su maestro y líder. Junto a ella se situó el miembro más viejo de la familia Taskill, Seonag, la tía de su madre.

Seonag era una mujer sabia. Tras permanecer un buen rato en silencio observando a Jessie y a Gregor, asintió y declaró que estaban destinados a estar juntos.

Mientras su hermana gemela intercambiaba promesas con Gregor, Maisie le dio la mano a Roderick.

Él asintió. Lo sabía.

Sabía que Maisie quería que se quedara a su lado.

Se casarían justo antes de la festividad de Beltane.

Y así fue como los hermanos Taskill volvieron a formar parte del paisaje mágico de las Highlands, como era su destino, y vivieron en armonía con las estaciones, los elementos y las mareas.

Lennox, que debía ocuparse de un numeroso grupo de brujos y brujas, nunca se relajaba del todo. En sus momentos de desánimo les recordaba que los cazadores de brujas, amantes despechados y otras almas frustradas que los culpaban de todos sus males aún podían ir a buscarlos algún día. Pero siempre añadía que juntos se enfrentarían a cualquier obstáculo que la vida quisiera ponerles por delante, porque la familia y el clan eran lo bastante fuertes para vencer a sus enemigos.

Los valles vecinos estaban llenos de otras familias Taskill que les habían dado la bienvenida, tanto a los tres hermanos como a los seres queridos que éstos habían traído consigo, sus amantes, que los habían ayudado a reencontrarse y les habían facilitado el viaje de vuelta a casa.