Los vientos de principios de otoño en el mar del Norte eran fieros, pero mágicamente generosos con ellos, acelerando su viaje a lo largo de la costa escocesa. Roderick no tuvo que preguntarle nada a Maisie, pues sabía de sobra que era cosa suya.
Desde que se sentía aceptada por alguien que no era su tutor, ya no ocultaba su naturaleza mágica tanto como antes. La luz de la luna adquiría un brillo extraño en sus ojos y la magia la envolvía de mil maneras. Como si se tratara de una misteriosa bruma marina, su magia lo rodeaba y lo atraía hacia ella, envolviéndolo en su hechizo voluptuoso. Roderick ya no se resistía ni trataba de comprenderlo, porque ella era todo lo que quería. Y si Maisie lo aceptaba, la protegería y lucharía por ella hasta su último aliento.
El que sin duda había utilizado sus poderes era Clyde porque, cuando Roderick y ella subieron a bordo, los marineros los saludaron y les dieron la bienvenida. Los más viejos se limitaron a aceptarla a regañadientes, pero los más jóvenes, como Adam, se mostraban francamente curiosos. La miraban con los ojos brillantes y susurraban, intercambiando confidencias. De vez en cuando, el capitán los oía por algún rincón, manifestando teorías sobre todo lo que había pasado desde que Maisie subió a bordo en Londres y atribuyendo determinadas cosas a la magia. Roderick pasaba de largo, conteniendo la risa. Ninguno de sus hombres se arriesgaba a hacer enfadar a la joven, y pocos se atrevían a sacar el tema delante de su capitán. Brady era el más reacio a aceptar la situación. De vez en cuando fulminaba a Roderick con la mirada mientras realizaba sus tareas.
Cuando fue a hablar con él, Brady defendió su postura:
—¿Cómo puedes estar seguro de que no se volverá contra nosotros cuando hayamos llegado a destino?
—No se volverá contra nosotros. Créeme, si quisiera causarnos algún daño, ya lo habría hecho hace mucho. No nos ha hecho mal a ninguno de nosotros, a pesar del modo en que la hemos tratado.
Brady frunció los labios, reacio a cambiar de idea, pero Roderick vio un rastro de arrepentimiento en sus ojos.
—Maisie usa sus poderes naturales con prudencia y no tiene intención de herir a nadie.
—Es posible, pero no me fío de ella, lo siento.
—Lo sé, y no hay nada que pueda hacer para cambiar eso. Pero te fías de mí, y yo te prometo que te devolveré a tu familia sano y salvo y con los bolsillos llenos.
El primer oficial gruñó y refunfuñó en voz baja.
Roderick aprovechó la oportunidad para preguntarle algo que llevaba unos días rondándole por la cabeza.
—Brady, quiero hacerte una pregunta. Si dejara el barco una temporada, ¿estarías dispuesto a asumir el cargo de capitán?
El piloto lo miró sorprendido. Tras unos instantes, respondió:
—Sí, lo estaría. Pero ¿por qué me preguntas esa tontería? No estarás pensando en abandonar el Libertas por una mujer, ¿verdad?
—Sólo lo pregunto por si acaso, pero necesito saberlo.
Brady sacudió la cabeza y le dirigió una sonrisa desconfiada.
—Si me lo pidieras, aceptaría el nombramiento, pero te diré una cosa: lidiar con una mujer en tierra ya es bastante complicado. ¡No quiero ni imaginar lo que debe de ser enfrentarse a una como ésa!
Roderick se echó a reír.
—Aún no tengo claro lo que voy a hacer, pero me tranquiliza saber que ocuparías mi lugar si fuera necesario.
Tras apretarle el hombro, el capitán saludó a su amigo y primer oficial asintiendo con la cabeza y siguió con su ronda. Sabía que Brady estaría distraído dándole vueltas a la idea, con lo que dejaría de pensar tanto en Maisie. Sin embargo, no lo había hecho sólo por eso. La verdad era que cada vez le apetecía más acompañar a la muchacha tierra adentro, hasta que encontrara a su familia. Esperaba que ella aceptara su oferta de protección. Y la idea funcionó a la perfección. Brady dejó de pensar únicamente en la poderosa bruja que viajaba a bordo y comenzó a pasar más tiempo al timón, controlándolo todo, como si ya se estuviera preparando para su nueva etapa. Y su capitán estaba encantado.
Mientras tanto, Roderick se encargó de que el Libertas no perdiera de vista la costa en ningún momento. Sabía que ese contacto era muy importante para Maisie, que se pasaba horas y horas apoyada en la barandilla observando su patria. A medida que se acercaba el instante de reunirse con su familia, la joven se mostraba cada vez más pensativa. Era un momento clave en su vida, y Roderick se alegraba de estar a su lado para ayudarla en lo que pudiera.
No le preguntó nada sobre el hombre que lo había atacado en Dundee, el hombre al que ella llamaba su tutor. Lo que había oído en aquella sala le había dado la información que necesitaba para actuar. Sabía que lo que había pasado había sido justo. Maisie ya le contaría más cosas cuando se sintiera preparada. Era lo bastante sensato como para entender que ella tuviera la necesidad de guardar luto por esa persona, por mucho que hubiera demostrado ser un patán, un hombre sin escrúpulos que sólo pretendía usarla en beneficio propio. No obstante, Maisie no le había ofrecido su virginidad a ese idiota. Se la había ofrecido a él, y con eso le bastaba de momento.
Por las noches, cuando Roderick la abrazaba, ella le devolvía el abrazo con entusiasmo y le reclamaba que le hiciera el amor de un modo mucho más directo y decidido que antes. Como si todo lo que había pasado la hubiera liberado, su pequeña salvaje se comportaba con mucha desenvoltura.
Era como si ambos fueran estrellas alineadas. Incluso cuando el mar estaba agitado, cada vez que el barco se alzaba o se escoraba, el movimiento sólo lograba acercarlos más. Era como si se movieran al unísono, tanto el uno con el otro como con el viento y las olas. Roderick sabía que todo se debía a Maisie y a su profunda unión con la naturaleza. La muchacha era como un canal a través del cual él estaba en conexión con los océanos que llevaba tantos años tratando de dominar. Sin embargo, ahora ya no deseaba dominar el mar, sino sólo a ella.
Los poderes mágicos de Maisie eran mucho más evidentes cuando estaban juntos en la cama. Los ojos se le encendían de pasión y su cuerpo se retorcía contra el de él como si fuera una criatura salvaje que no conociera las reglas de la moderación y el decoro.
Y Roderick estaba encantado con su naturaleza lujuriosa. Se encendían mutuamente, movidos por la profunda pasión que los unía. Ninguno de los dos se cansaba nunca del otro.
Después de que Maisie hubo alcanzado el clímax, Roderick seguía duro como una piedra, por lo que ella se colocó sobre él y lo montó con entusiasmo. Sus cuerpos desnudos se cubrieron con una capa de sudor mientras compartían cada segundo de placer. Qué radiante se la veía, qué segura estaba haciendo algo que había sido desconocido para ella hasta que se encontraron. Roderick se sentía muy orgulloso de verla tan liberada.
Se sentó y le acarició los pechos, deslizando las manos sobre la caliente y húmeda piel de la parte inferior mientras ella se movía sobre su erección.
Las rítmicas contracciones del sexo de la muchacha alrededor de su miembro eran más de lo que podía soportar.
—¿Maisie?
Ella asintió.
—Yo tampoco había sentido nada igual. Me haces arder de pasión.
Mirándolo fijamente, Maisie le rodeó el cuello con los brazos y se contrajo alrededor de su erección una vez más, lo que le provocó un nuevo orgasmo. Roderick hundió la cara en el cuello de ella, abrazándola con fuerza mientras ambos llegaban juntos al éxtasis una vez más.
Más tarde, mientras descansaban, ella se apoyó en un codo para mirarlo a los ojos.
—Nunca quise a Cyrus —declaró—. No del modo que te imaginas.
—No tienes que darme explicaciones.
—Pero tú querías saberlo, y resulta que ahora me apetece contártelo.
—¿Ahora que ya no es necesario?
Maisie se echó a reír.
—Sí, sólo te ocultaba información para protegerte, aunque la verdad es que no sirvió de nada.
—Ahora me doy cuenta.
—Cuando mataron a mi madre, Cyrus y su esposa vinieron a buscarme y me llevaron consigo para darme una vida mejor. Su esposa quería tener una hija, y Cyrus dijo que él también, pero en realidad lo que él deseaba era mucho más que eso. Buscaba específicamente a una joven bruja a la que pudiera educar y controlar. Yo no me enteré de eso hasta hace muy poco. Para mí Cyrus siempre fue mi tutor, mi maestro, alguien que me protegía y que respetaba mi talento.
—¿Viviste mucho tiempo con ellos?
—Unos diez años. Cuando vinieron a Escocia a buscar una huérfana, yo era una niña.
—Y ¿te fiaste de ellos?
—Al principio, no. Estaba destrozada y no me fiaba de nadie, pero mamá Beth fue muy amable conmigo. Y Cyrus me enseñó a apreciar mi naturaleza secreta. Sin embargo, luego las cosas empezaron a cambiar y descubrí que Cyrus me había estado moldeando a su gusto porque en realidad quería ser mi dueño, mi marido.
—¿Y su esposa?
Maisie le apoyó la cabeza en el hombro. Roderick supo la respuesta antes de que ella hablara, porque notó lágrimas sobre su piel.
—La mató con sus propias manos porque quería que yo ocupara su lugar.
Roderick la abrazó con fuerza y le acarició el pelo, enredándoselo entre los dedos antes de sujetarla por la nuca y besarla. La suerte de su madre adoptiva era una pesada carga para ella, lo que era comprensible.
—¿Y tú? ¿Cómo fue tu infancia? —le preguntó Maisie pasado un rato—. No sé nada de tu vida de antes de que te embarcaras.
—Porque no hay gran cosa que contar. Nací en Dundee. Fui hijo único. Mi familia era pobre. Mi padre cazaba conejos en las colinas y los vendía en el mercado. Yo solía jugar en el puerto y veía entrar y salir los barcos. Me atraía mucho la vida en alta mar.
—¿Y tus padres?
—Murieron hace tiempo. La tripulación del Libertas es mi única familia.
—No. Ahora también me tienes a mí.
«¿Es cierto eso?» Roderick no sabía responder a su propia pregunta, así que meció a Maisie en sus brazos hasta que se quedó dormida, y siguió abrazándola hasta mucho más tarde.
Durante el segundo día de su viaje al norte desde el estuario del Tay, Roderick bajó a su camarote para ver cómo estaba Maisie. Al parecer era incapaz de pasar mucho rato sin verla. Suponía que se debía a la amenaza de la inminente separación. Sólo pensar en ello lo hacía sentir impotente y frustrado. En lo más hondo de su corazón se estaba librando una dura batalla. El amor que sentía por una mujer lo estaba obligando a cambiar de rumbo en la vida. Pero ¿y Maisie? ¿Lo aceptaría a su lado si acababa decidiéndose por ella?
Al entrar en el camarote, la muchacha apenas si se dio cuenta, tan enfrascada estaba en la carta de Gregor, que leía una y otra vez. Nunca dejaba de maravillarse.
—Podrías recitarla de memoria —comentó Roderick, básicamente para avisarla de su presencia.
Ella levantó la cabeza y lo miró. Había estado frunciendo el cejo mientras leía, pero al verlo le cambió la cara y los ojos se le iluminaron.
A Roderick le dio un vuelco el corazón. ¿Cómo iba a soportar separarse de esa mujer? Era el dilema más grande al que se había enfrentado en toda su vida. Si lo único que se le permitía era acompañarla hasta que se reuniera con su familia, lo aceptaría y luego seguiría adelante con su vida y sus responsabilidades. Sin embargo, sólo de imaginárselo se ponía de mal humor. Cruzó la habitación rápidamente para llegar a su lado.
—Por eso sentí la conexión cuando entré en el camarote por primera vez —dijo Maisie—. Gregor había estado aquí antes de conocer a mi hermana. Era una conexión muy débil, pero igualmente la noté. —Bajó la vista hacia la carta y volvió a mirar a su alrededor—. Ahora la noto con mucha más intensidad.
—Siempre serás un misterio para mí, Maisie de Escocia, pero ya no me hago preguntas. Te acepto tal como eres.
Las palabras de Roderick hicieron que la expresión de la joven se dulcificara. Lo miró con gran afecto.
—Si no fuera por ti, tal vez nunca habría encontrado a mi hermana. Te estaré eternamente agradecida.
Pero Roderick no quería su gratitud, la quería a ella. Podría disfrazarlo de muchas maneras, pero la verdad era que se sentía terriblemente posesivo, como si Maisie debiera ser suya por derecho, cuando era evidente que nadie podía poseer a una mujer como ella.
—No, la habrías encontrado igualmente. Lo único que he hecho ha sido darte un empujón en la dirección correcta.
Ella lo miró fijamente, como si tratara de leer en su alma, y Roderick se puso tan nervioso que se levantó y fue a examinar los mapas. El que estaba abierto sobre la mesa en esos momentos describía con bastante precisión la escarpada costa y las traicioneras corrientes de la franja de Wick. Varios marineros conocían la zona como la palma de su mano, así que, a pesar del peligro, no estaba especialmente preocupado.
Maisie se levantó y se acercó a él. Rodeándole la cintura con un brazo, contempló el mapa y le dijo:
—Yo sola habría tardado semanas en hacer el viaje por tierra. Tengo vagos recuerdos de nuestro viaje al sur. Fue durísimo. Me has hecho un gran favor. Nunca olvidaré lo amable que has sido conmigo.
La amabilidad no tenía nada que ver. Lo que lo movía era el miedo a no volver a verla una vez que pusiera un pie en tierra. Ya había experimentado lo que se sentía al perderla, y no le gustaba en absoluto.
Maisie había doblado la carta y la había dejado sobre la mesa.
—Tengo que seguir leyéndola, para asegurarme.
—¿Para asegurarte de qué? —preguntó él con prudencia. Todo lo que se refería a ella despertaba su curiosidad, pero no quería atosigarla. Quería que se abriera a él de manera espontánea, como ya había empezado a hacer.
—Durante todos estos años, ni siquiera sabía si mis hermanos seguían con vida. A veces me parecía sentir a mi hermana, pero no estaba segura de si se trataba sólo de sueños o deseos, ¿sabes? —Se volvió hacia él mirándolo de reojo con una media sonrisa.
Roderick asintió. Él había sentido algo semejante al separarse de Maisie. Le había parecido que seguían unidos de alguna manera en la distancia, pero ella no había sacado el tema. Había tantas cosas en juego y sus modos de vida eran tan distintos que no se atrevía a sacarlo él. Prefería que fuera ella quien tomara la iniciativa.
—Pero ahora sé que está viva. Y que está a salvo porque tu amigo Gregor la protege.
—Gregor es un hombre muy leal, sobre todo en lo que a su familia se refiere. Se marchó de Fife y se hizo marinero cuando una gran tragedia se cebó con su familia.
—En ese caso, Jessie y él tienen mucho en común. —Maisie sacudió la cabeza—. La carta habla de familia pero no menciona a Lennox. Me pregunto qué habrá sido de él. —Bajó la vista hacia la carta y le dio la vuelta, pero no parecía estar viendo nada. Tenía la mente muy lejos de allí.
—Tal vez tu hermano esté allí, esperándoos.
—Es posible. Él siempre se quejaba de que mi madre nos hubiera llevado a las Lowlands. Le costó mucho más adaptarse que a Jessie y a mí. Era un chico muy impulsivo. De los tres hermanos, era el menos dócil, el más violento. Eso siempre me ha preocupado.
—Muchos jóvenes agresivos se convierten en hombres de bien cuando encuentran un objetivo en la vida. —Roderick estaba pensando en Gregor, cuya alma era muy oscura de joven, cuando se conocieron. Sin embargo, ahora, tras haber hecho lo que consideraba necesario para enterrar el pasado, parecía feliz al lado de una mujer, e incluso se planteaba echar raíces y levantar una granja para su familia.
—Ojalá tengas razón. Espero encontrarlos a los dos en Fingal, sanos y salvos, y que no hayan sufrido mucho durante estos años. —Bajó la cabeza y siguió observando la carta en silencio.
Roderick no soportaba verla preocupada. Las dudas sobre el destino de su hermano y sobre lo que la vida podría haberles hecho pasar tanto a él como a Jessie la atormentaban.
—Estarás allí antes de que Gregor y tu hermana intercambien los votos —le dijo con una sonrisa irónica, puesto que aún le costaba imaginarse a Gregor Ramsay echando raíces en tierra. Si Gregor podía, ¿sería capaz de hacerlo él? Miró a Maisie. Ella nunca se ataría a alguien como él, no del modo en que Roderick deseaba—. Por desgracia, mis mapas no sirven para hacernos una idea de la distancia que separa tu aldea de la costa. Se llama Fingal, ¿verdad?
Ella asintió.
—Mi madre solía decir que podías oler el mar en el aire, pero sólo cuando el viento soplaba en una determinada dirección y estabas en lo alto de los peñascos. De vez en cuando alguno de los hombres iba a la costa a buscar arenques frescos, así que no puede estar muy lejos.
—Varios miembros de la tripulación son de las Highlands. Seguro que Clyde sabe a qué distancia está.
Más tarde, cuando Roderick mandó llamar a Clyde y el marinero bajó a estudiar los mapas, los ánimos del capitán se hundieron más aún. Había pensado que la presencia del viejo lobo de mar aligeraría la tensión, pero se equivocó de lleno. El ambiente se tornó todavía más tenso y opresivo.
Clyde se quedó observando el mapa y asintió.
—Sí, recuerdo el nombre. Creo que podrías llegar a Fingal en dos días. Necesitarás llevar provisiones por si acaso está más lejos, pero no tardarás más de una semana. Eso seguro.
Roderick frunció el cejo.
—¿En qué quedamos? ¿Llegará en dos días o en una semana? ¿Cuánto tiempo hace que no pisas las Highlands?
—¿Y cómo demonios voy a saberlo? —protestó Clyde echándose a reír—. No sé contar, no sé cuántos años tengo y no sé cuándo me fui.
—Visto así… —Roderick miró a Maisie y sonrió.
Ella le devolvió la sonrisa antes de volverse hacia Clyde.
—¿Por qué te marchaste de tu tierra?
—Para ganarme la vida. Mi madre tuvo ocho hijos y yo era el pequeño.
—Buena razón —admitió Maisie—. Pero ¿por qué no has vuelto nunca?
—Por miedo —reconoció Clyde sin despegar la vista del mapa.
Roderick lo miró sorprendido.
—¿Miedo de qué? —insistió la muchacha.
—De que las cosas no sean como las recuerdo. A veces los recuerdos son mejores que la realidad. —Y, levantando la cabeza hacia Maisie, le dijo—: Tú eres más valiente que yo, porque estás decidida a volver. Dime, ¿por qué te fuiste tú de tu pueblo?
—Mi padre nos abandonó y al cabo de un tiempo mi madre fue tras él y nos llevó consigo. La búsqueda fue muy dura. Acabó con nuestra familia. Y a los que quedamos con vida nos partió el corazón.
Roderick escuchó en silencio su historia de sufrimiento y tristeza. Sabía cómo había acabado el viaje para su madre, y entendía el dolor que asomaba a veces a los ojos de Maisie.
—Creo que mi padre abandonó a mi madre y al clan porque nunca se acostumbró a sus extrañas prácticas. —Apretándose las manos con fuerza, la joven miró a ambos hombres rápidamente antes de volver a bajar la vista—. Y ¿quién puede culparlo?
Era una pregunta cargada de intención. Roderick no se atrevió a contestar por miedo a equivocarse en la respuesta. Clyde hizo lo mismo.
—Se dirigió al sur en busca de fortuna —prosiguió ella—. La última vez que supimos algo de él fue cuando escribió para decir que pensaba embarcarse. Hizo lo mismo que vosotros. Se embarcó en busca de un buen sueldo y de una vida mejor.
Clyde levantó la cabeza.
—¿Cómo se llamaba? Una vez conocí a un tipo de Fingal, hace mucho tiempo.
—Roy. Se llamaba Roy.
Clyde permaneció un momento en silencio, recordando.
—Sí, el hombre que conocí se llamaba Roy. Venía de Fingal y, ahora que pienso en lo que me has contado, creo que era tu padre.
—¿Lo conociste? —Los ojos de Maisie se iluminaron curiosos.
—Mucho me temo que tu padre no tuvo suerte. El mar se lo llevó. Uno o dos años después de salir de Escocia, una tormenta lo barrió de la cubierta. Siento mucho tener que darte malas noticias.
Maisie se lo quedó mirando apenada unos instantes, pero luego negó con la cabeza.
—Me alegro de que me lo hayas contado. Has resuelto una preocupación que torturó durante muchos años a los que quedamos en tierra.
Clyde asintió.
—Es mejor saber la verdad que pasarse la vida preguntándose qué pudo pasar.
—Gracias —añadió ella—. Me alegro de que lo conocieras y de que me hayas contado lo que le sucedió. —Y, volviéndose, fue a sentarse en la litera.
El viejo miró entonces a su capitán, esperando instrucciones. Cuando éste asintió, Clyde se retiró.
Roderick fue a sentarse junto a Maisie en la litera, la rodeó con los brazos y la estrechó con fuerza.
Ella lloró en silencio, aferrándose a él con la cabeza enterrada en su cuello. Roderick sintió una punzada de dolor en el corazón al pensar en quién la consolaría cuando estuviera triste y él no se encontrara a su lado.
Sin embargo, de repente, Maisie rompió a reír.
Él se apartó para verle la cara y vio que tenía los ojos y las mejillas llenos de lágrimas, pero al mismo tiempo sonreía.
—Estaba llorando por mi madre. Recuerdo que durante muchos años quisimos saber qué había sido de mi padre porque aún lo queríamos, a pesar de que nos hubiera abandonado. Siento pena por mi madre, pues siempre pensó que él estaba en el mar, pasándoselo bien con una mujer en cada puerto. Sin embargo, quizá fuera mejor así.
Maisie echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír con ganas. Contagiándose de su buen humor, Roderick sonrió. No acababa de entender lo que sentía, pero se alegraba de verla más tranquila. Era obvio que se había quitado otro peso de encima.
—Me has ayudado a resolver un montón de problemas que llevan atormentándome toda la vida, Roderick Cameron —le dijo con los ojos brillantes, secándose las lágrimas.
No era suficiente. Roderick quería hacer mucho más.
—Te acompañaré. Iré contigo hasta Fingal.
Maisie se lo quedó mirando, sorprendida.
—Pero ¿y tu barco? ¿Y tus hombres?
—Brady es perfectamente capaz de ocuparse de ellos en mi ausencia.
Ella entrelazó los dedos con los de su capitán y le acarició la callosa mano. Él bajó la vista, fijándose en lo distintas que eran. La de ella era la mano de una dama, una bruja, una mujer a la que no acababa de entender. Él, en cambio, era un sencillo hombre de mar con unos modales tan ásperos como sus manos.
—Guardo en mi corazón cada momento que hemos pasado juntos como si de tesoros se tratara, pero no quiero que te sientas obligado a cuidar de mí.
—No me siento obligado. Quiero acompañarte hasta tu aldea y asegurarme de que te reúnes con tu gente. Te prometí que te llevaría hasta tu destino.
—Y yo te dije que mi destino era Dundee, no Fingal.
—Pienso cumplir mi palabra. Dije que te dejaría en tu destino sana y salva. No puedo arriesgarme a que viajes sola hasta allí. No soportaría que te sucediera algo malo ahora que nos conocemos mejor.
Maisie sonrió, pero la emoción que brillaba en sus ojos no era alegría.
Él quiso abrazarla y no soltarla en mucho tiempo, pero, en vez de eso, se encogió de hombros.
—Además, tengo que hablar con Gregor —añadió, aferrándose a esa excusa—. Y no voy a dejar que se case sin que ninguno de sus amigos esté allí como testigo.
Era una excusa perfecta, se dijo Roderick. Sin embargo, luego se volvió para mirarla y se preguntó por qué demonios necesitaba buscar excusas para estar a su lado.