Controlar a Cyrus resultó ser mucho más fácil de lo que Maisie se había imaginado. Respondía siempre a sus hechizos susurrados. Al tener la mente abierta a la brujería, le resultaba más sencillo influenciarlo y guiar sus pensamientos. Fue un gran alivio poder moderar su maldad natural. Cyrus la había mantenido durante muchos años a su lado haciendo que se sintiera agradecida y en deuda con él. La había hecho sentir incómoda tantas veces que le parecía justo mantenerlo ahora bajo su control. Sería por poco tiempo, hasta que escapara del patíbulo que era su compañía.
Sin embargo, si no se concentraba en él totalmente, su tutor se volvía irascible. Era como si notara que no controlaba la situación pero no entendiera por qué, y entonces se ponía de muy mal humor. Así estaban las cosas en ese momento, mientras desayunaban, ya que los pensamientos de Maisie habían vuelto a desviarse hacia Roderick Cameron.
Les habían dado alojamiento en una fortaleza de la marina en Dundee para pasar la noche. Por suerte, la habitación de Maisie tenía pestillo, y la muchacha pudo encerrarse por dentro. Había dormido mal, dando cabezadas de puro agotamiento. De madrugada se despertó con la mente llena de preocupaciones y el corazón roto.
Esa mañana, un criado le llevó un vestido limpio, de parte de la esposa de uno de los oficiales. Era una prenda sencilla, pero le sentaba bien. En el paquete también encontró ropa interior y unas medias. Le llevaron agua templada para que se bañara. Cuando acabó de lavarse y vestirse, Maisie se miró al espejo y llegó a la conclusión de que su aspecto no era demasiado desastroso teniendo en cuenta las circunstancias. Las ojeras eran las únicas pruebas visibles de que acababan de separarla del hombre que se había apoderado de su corazón en tan pocos días. Ahora que se había entregado a Roderick —al que quizá no volvería a ver—, cada vez le costaba más estar junto a Cyrus. Mirarlo a la cara era una verdadera tortura.
Como si lo supiera, cuando fue a desayunar, Cyrus le pidió que se sentara enfrente de él, donde ya le habían servido pan y queso, además de una jarra con hidromiel templado. Maisie miró a su alrededor. Debía de ser el comedor de las grandes ocasiones, porque había una mesa de banquetes. En un extremo de la estancia, un gran ventanal captaba la luz y la vertía sobre la mesa. Las paredes estaban adornadas con armas y escudos. A ellos les habían servido el desayuno en una mesa lateral, menos ostentosa. La joven trató de comer un poco mientras comprobaba el estado de ánimo de Cyrus. Era evidente que no estaba de muy buen humor. Como cada vez que se distraía pensando en otras cosas y se olvidaba de controlarle la mente, se volvía muy inquieto y agresivo.
—Aún no me puedo creer que fueras tan imprudente —la reprendió.
Su tono de voz era amargo y arrogante. A pesar de sus insinuaciones románticas, seguía viéndola como a una niña, como a la hija de la bruja a la que tenía que atar en corto. Una niña sin ideas propias a la que había que controlar y que debía sentirse agradecida por su protección.
En el pasado, Maisie habría estado de acuerdo con él, pero había cambiado mucho durante los últimos días. Había comprobado que incluso un hombre importante y carismático como el capitán del Libertas podía hablarle con respeto… y adorarla como mujer. ¡Cómo añoraba a su amante marinero! Y cuantas más veces Cyrus le preguntaba si la habían profanado, más ganas tenía de responderle que sí, que la habían profanado de todas las maneras posibles y que había disfrutado con cada una de ellas.
Las ganas de hablar sin morderse la lengua crecían de un modo peligroso.
—Deberías haberme contado que tenías tantas ganas de volver a Escocia —insistió su tutor—. Es un viaje muy peligroso. Tu pasado podría llevarte ante un tribunal tan fácilmente si no estoy cerca para protegerte… —Hizo una pausa estudiada, para dar tiempo a que el miedo se apoderara de ella—. Pero si hubiera sabido que eso era lo que iba a hacerte feliz, habría accedido a acompañarte.
La muchacha era muy valiosa para él, de eso no cabía duda. Los hilos que había movido para recuperarla eran buena prueba de ello. Desde que había regresado al lado de él, Maisie no había dejado de repetirse que su tutor estaba dando muestras de buena voluntad, que le estaba permitiendo pasar tiempo en Escocia antes de regresar a Londres. Pero ni siquiera eso la ayudaba. La idea de pasar días enteros con Cyrus hablando sobre su familia le resultaba intolerable, sabiendo que Cyrus llevaba toda la vida mintiendo al hablarle de su familia. Hasta ese instante había actuado como si estuviera asustada y arrepentida, pero sólo lo había hecho para garantizar la huida de Roderick y de sus hombres. Sin embargo, sabía que no podría mantener la farsa por mucho tiempo. Lo que en realidad le apetecía era desaparecer justo delante de sus ojos. Algún día lo haría. Pronto. Desaparecería y huiría al norte.
Lo más prudente sería seguirle la corriente a su tutor. Disculparse y mostrarse arrepentida y cariñosa. Pero no le apetecía nada. Apartó el plato de delante con brusquedad.
—Lo he mencionado un montón de veces —replicó.
—Puede, pero nunca habías dicho que pensaras emprender el viaje sola y ponerte en peligro a manos de forajidos.
En eso tenía razón. ¿Qué podía decir para convencerlo? Probablemente Cyrus nunca volvería a fiarse de ella por completo y, sin embargo, parecía decidido a que la muchacha regresara a casa. Cuando lo miró fijamente a los ojos, vio que todavía la deseaba y que fingía amarla. No obstante, la amargura que presenció en su interior le heló el alma. Pretendía hacerla sufrir para vengarse de su acto de rebeldía. Y no un día ni dos, sino que tenía previsto castigarla durante mucho tiempo.
No le quedaba otra opción más que mantenerlo calmado usando la magia. Y lo haría pronto, pero todavía no. En ese momento deseaba fervientemente ser sincera. No podía resistirse a la necesidad de dejarle claros sus sentimientos.
—Cyrus, eres mi tutor y siempre te estaré agradecida, pero no puedo ser tu amante —dijo.
La tensión en la sala aumentó hasta hacerse palpable, empapando el aire a su alrededor.
La furia de Cyrus creció. Se veía en sus ojos, cada vez más oscuros.
—Ya te acostumbrarás a la idea. Con el tiempo —replicó él, tratando de sonreír. No obstante, estaba tan rabioso que en vez de una sonrisa le salió una mueca siniestra.
Maisie entrelazó los dedos con fuerza bajo la mesa. No iba a rendirse ahora.
—Cyrus —insistió, negando con la cabeza—, no podrá ser. Nunca me acostumbraré. Aunque lo que siento por ti cambiara, nunca podré olvidar las cosas que has hecho durante estos años. Me has moldeado a tu antojo y me has utilizado para conseguir tus objetivos. Cada año que pasa me doy más cuenta. —No se atrevió a sacar a colación la muerte de mamá Beth.
—¡Te he protegido y te he enseñado todo lo que sabes! —exclamó él con los ojos brillando de furia.
Al sentir la intensidad de sus emociones, Maisie se preguntó si Cyrus se habría cegado a la maldad de sus actos y se habría convencido de que todo lo que había hecho estaba justificado. No podía permitirlo. Tenía que demostrarle que aquello estaba mal. De lo contrario, nunca cambiaría.
—Y ¿qué me dices de Gilbert Ridley y de la cortesana que le destrozó la vida? Yo misma me encargué de que se enamorara de esa mujer. Me pediste que lo hiciera cuando era una niña. ¿Lo has olvidado?
Cyrus la miró asombrado. ¿Realmente pensaba que ella no había atado cabos?
—No te sorprendas tanto. Te ocupaste personalmente de mi educación. Gracias a ti dejé de ser una niña salvaje y me convertí en una mujer educada y observadora. ¿Cómo no iba a fijarme en las cosas que me pedía mi tutor y maestro, el hombre que siempre estaba a mi lado? ¿Realmente pensabas que no iba a preguntarme qué motivos tenías para ordenarme esas cosas?
Él palideció. Seguía furioso, pero la sorpresa lo había desinflado un poco.
—Gilbert Ridley se había portado mal conmigo en el pasado. Se lo merecía.
—Pero no puedes jugar con las vidas de la gente de esa manera. Sólo porque alguien se porte mal con nosotros, eso no nos da derecho a destruirlo.
Cyrus frunció mucho el cejo. Sus movimientos eran erráticos. Movía los ojos de un lado a otro mientras trataba de encontrar una buena justificación para sus actos.
—No sabes lo que me hizo. Me humilló delante de amigos y conocidos.
—Sin embargo, tú sabías que la magia que me transmitió mi madre sólo debía usarse para ayudar a las personas. Hiciste que me convirtiera en algo que no quiero ser. Nunca habría accedido a hacer ninguna de las cosas que me pediste si no me hubieras engañado ante s.
—Estabas ansiosa por explorar tus poderes, por comprobar hasta adónde podías llegar —murmuró él en un tono desesperado que demostraba que se estaba quedando sin argumentos.
—Y tú te aprovechaste de mi curiosidad. Nunca podría quedarme junto a un hombre capaz de hacer esas cosas.
Él se echó hacia adelante, apoyando la cabeza en las manos.
—Margaret, por favor. Podemos discutir todo esto más adelante, cuando seas mi esposa.
Ella lo miró incrédula. No podía seguir reprimiéndose. Tenía que hacerle la pregunta que la quemaba por dentro. Si no lo hacía, siempre se arrepentiría.
—Cyrus, ¿envenenaste a Beth?
Él levantó la cabeza bruscamente y la miró sin dar crédito a lo que estaba oyendo. De nuevo miró a un lado y a otro. Maisie se preguntó si sería capaz de distinguir si mentía o le decía la verdad. No descansaría hasta descubrirlo.
—¿Quién te ha dicho eso?
—¿La envenenaste o no?
—Por favor, dime qué te ha hecho pensar algo así.
Nada. No respondía a su pregunta.
—Alguien te vio echándole algo en el caldo.
Con los labios firmemente apretados, Cyrus la miró con odio. Cuando finalmente le respondió, lo hizo con la boca pequeña.
—Era una tintura de raíz de mandrágora para ayudarla a descansar sin sentir dolor.
—¿Mandrágora? —repitió Maisie horrorizada.
La mandrágora era tremendamente peligrosa si se consumía en grandes dosis. Además, Cyrus no provenía de una familia de sanadores como ella. No debería suministrar hierbas medicinales alegremente.
Lafayette dio un puñetazo tan fuerte en la mesa que hizo bailar los platos.
—No eres la única que aprendió las propiedades de las hierbas medicinales y de las pociones mientras estudiábamos juntos. El médico me dijo que tenía los órganos débiles y que hacia el final podría tener dolores muy fuertes.
Era muy listo. Sabía que podía disimular una dosis fatal tras la apariencia de la voluntad de calmarle el dolor.
—Ya veo que la rápida muerte de tu esposa te pone muy nervioso —lo acusó Maisie, esperando una reacción incriminatoria.
—No tuvo nada de rápida. Beth vivió demasiado tiempo —replicó él, tratando de justificar el asesinato de su mujer con voz zalamera—. Ya no hacía nada en este mundo. Morirse era lo mejor que le podía pasar —añadió con una sonrisa torcida. Por mucho que lo intentara, no podía ocultar su naturaleza pérfida y sus malvadas intenciones.
Maisie ya tenía la confirmación que estaba buscando.
—Si lo que querías era que sus últimas horas fueran más llevaderas, podrías habérmelo pedido a mí. Te rogué que me dejaras aliviarle el dolor y no me lo permitiste.
—No seas boba. ¡Qué sentido tenía pasarnos meses junto a los pies de su cama! Tú eres el futuro, mi futuro. Ella es el pasado y me alegro de que ya no esté aquí.
Por fin había admitido sus auténticos motivos. Cyrus estaba cegado por la lujuria que sentía por Maisie y por lo que podrían conseguir juntos. Incluso ahora, después de que su pupila se hubo apartado de su lado, seguía insistiendo para mantener el poder sobre ella, hablándole de un futuro en común.
Era una pena que Beth se hubiera marchado a la tumba tras haber tenido que contemplar el lado más oscuro de su marido. Había sido plenamente consciente de que él deseaba a su hija adoptiva. No se fiaba de su esposo, y con razón. Maisie sintió verdadera lástima por ella, pero también se sintió culpable, sabiendo que su llegada a aquella casa había provocado todo lo que vendría después.
Antes de poder decir nada más, la puerta se abrió bruscamente.
Una sirvienta apareció en la puerta, pero no se atrevió a entrar. Tenía la mirada asustada y las mejillas encendidas como si tuviera fiebre, señales de que algo iba mal.
Entonces, alguien le dio una orden a su espalda en voz baja y la sirvienta acabó de entrar en el comedor. Temblaba de pies a cabeza, lo que no era de extrañar, ya que un hombre había entrado tras ella y la estaba amenazando con un sable apoyado en su espalda.
«Roderick».
Maisie se puso en pie de un salto y se cubrió la boca con la mano para acallar el grito de incredulidad que estuvo a punto de soltar. Era él, no cabía duda. Tenía el pelo alborotado y la mancha de sangre seguía oscureciéndole la casaca, pero se alegró al ver que parecía totalmente recuperado. Se movía ágilmente como si no hubiera resultado herido. El pecho de Maisie se hinchó de deseo, alegría y orgullo.
Cyrus se volvió en su asiento, pero no lo suficientemente deprisa para asimilar la situación.
Roderick apartó a la sirvienta a un lado de un empujón y le indicó que debía quedarse quieta y callada con una mirada de advertencia. Un instante después, estaba junto a Cyrus.
Éste se estaba levantando de la silla, pero Roderick se lo impidió, obligándolo a sentarse de nuevo de un empujón. Con una mano lo agarró del pelo, le echó la cabeza hacia atrás y lo amenazó apoyándole el sable en el cuello.
La pálida luz que se filtraba por la ventana se reflejó en la afilada hoja.
La llegada del asaltante pareció devolver la cordura a Cyrus. Agarrándose con fuerza a los brazos de la silla, entornó los ojos y ladeó la cabeza para mirar al hombre que amenazaba con cortarle el gaznate.
—No se mueva y tal vez lo deje vivir —le ordenó Roderick.
Lafayette alzó la vista hacia su atacante y le dirigió una sonrisa torcida.
—Si supieras el poder que podría desatarse en esta habitación, darías media vuelta y saldrías de aquí corriendo.
—Oh, conozco perfectamente el poder del que habla. Lo he visto con mis propios ojos —replicó Roderick al tiempo que le dirigía una mirada cómplice a Maisie.
Los ojos de ambos quedaron presos. Ella se preguntó si habría ido allí buscando venganza, pero el profundo afecto que vio en la mirada del capitán le aseguró que no era así. El pecho se le hinchó de emoción. La estaba observando con la misma adoración y el mismo sentimiento de posesión que siempre. Teniendo en cuenta los problemas que les había acarreado, tanto a él como a sus hombres, al ver esas emociones en sus ojos se le doblaron las rodillas. Había pensado que lo había perdido para siempre. Había temido que nunca volvería a verlo y, sin embargo, allí estaba. Cuando él le sonrió, sintió que se iluminaba por dentro.
—Pues entonces deberías ser más prudente —añadió Cyrus, enfadado, pero sin entender qué estaba pasando.
—Silencio —ordenó Roderick, inclinándose sobre Cyrus para reforzar su posición—. He venido porque tengo que decirle algo a la dama. Le aconsejo que me deje darle el mensaje y no me irrite más. No estoy precisamente de buen humor. —Volvió a levantar la mirada hacia Maisie, sin soltar el pelo de Cyrus.
Ella contuvo el aliento. ¿Qué querría decirle?
—Sé dónde está tu hermana Jessie. Y estaré encantado de acompañarte hasta su paradero.
No era lo que Maisie había esperado oír, pero igualmente sus palabras la llenaron de alegría.
—¿Sabes dónde está mi hermana? ¿Cómo puede ser?
—Está con Gregor Ramsay, el hombre del que te hablé. —Señaló a Cyrus con la barbilla para indicarle que no quería contarle más detalles de su paradero delante de él—. He recibido noticias de Gregor esta misma mañana.
La mente de Maisie buscó toda la información que tenía sobre el socio de Roderick. De repente, sintió que algunas piezas encajaban.
—Claro, por eso sentí una conexión con mi hermana al subir a bordo del barco. Ahora lo entiendo.
—¡Margaret! —exclamó Cyrus al tiempo que le dirigía una mirada severa—. Muévete ahora mismo y líbranos de este hereje. Está tratando de engañarte. Puede que tu hermana ni siquiera esté viva. Está tratando de atraerte con promesas que no puede cumplir.
—La dama sabe que no hago promesas vanas. Siempre hago todo lo que puedo para cumplirlas.
Era la pura verdad. A pesar de que sus hombres se habían puesto en su contra, Roderick había pensado en un plan para dejarla sana y salva en suelo escocés. A Maisie le dio vueltas la cabeza al oír su comentario, tanto por sus palabras como por su manera de mirarla mientras las pronunciaba con su voz ronca pero firme. Roderick no la odiaba por todos los problemas que le había causado. Nunca se había sentido tan agradecida en toda su vida, y ese agradecimiento le daba fuerzas.
Moviéndose lentamente, Maisie se apartó de la mesa y se dirigió hacia la salida.
La sirvienta había ido acercándose lentamente a la puerta y permanecía junto a la salida, muerta de miedo. ¿Cuánto tiempo tendrían hasta que alguno de los guardias se diera cuenta de la presencia del intruso? ¿Sería capaz de contenerlos con su magia en caso de que se presentaran para llevarse a Roderick?
—Cyrus, te he dejado bien claro cómo estaban las cosas entre nosotros —dijo Maisie—. Tienes que aceptar que no pienso quedarme contigo.
—¡Nunca!
La muchacha se lo quedó mirando, pensando en el dolor que mamá Beth había sufrido por su traición.
—Has llamado hereje a este hombre. Muchos me llamarían hereje a mí. Me dijiste que no importaba, pero sí que importa. Y siempre importará.
—A mí no me importa.
—No es verdad. Te importa porque es precisamente mi poder como hereje lo que has querido desde el principio. El poder que tenía y el que esperabas desvelar cuando me convirtieras en tu amante.
—Margaret…
—Has manipulado la verdad y me has utilizado para ganar poder y prestigio.
Roderick maldijo entre dientes y apretó más la mano que sujetaba a Cyrus. Maisie se dio cuenta de que debería haber tenido más cuidado. Ahora que Roderick estaba seguro de la identidad de su tutor, lo estaba mirando con odio y repugnancia.
—Si quieres que acabe con él, sólo tienes que decirlo —gruñó.
—¡No!
Sin soltarle el pelo, Roderick sonrió.
—¿Puedo pegarle un poco al menos?
Maisie suspiró. Al parecer, los hombres disfrutaban haciéndoles daño a sus rivales incluso después de haber reclamado a la mujer que querían.
Cyrus se revolvió nervioso en su silla. Trataba de mantener el contacto visual con Maisie, pero no le resultaba fácil con un arma letal apoyada en el cuello.
—Líbrate de él y te aseguro que te demostraré lo mucho que significas para mí —le prometió.
Cyrus era el que sufría en ese momento. Él era el que parecía apenado, traicionado y con el corazón roto. Ese hombre, por muy retorcido que fuera, la amaba a su manera.
—No puedo —dijo ella tras respirar hondo, preparándose para el momento de la verdad—. No puedo porque este hombre es mi amante y lo quiero con toda mi alma.
Roderick sonrió y la miró con orgullo.
—Por eso me he despertado curado.
Ella asintió.
El momento de intimidad se rompió cuando Cyrus empezó a dar patadas contra la mesa, momento que la sirvienta aprovechó para abrir la puerta y huir.
Por un instante Maisie pensó que su tutor se cortaría el cuello él solo porque no dejaba de retorcerse tratando de librarse de Roderick, como si no le importara el sable.
Al oír el sonido de los pasos de la criada en el pasillo, el capitán se volvió hacia la puerta abierta maldiciendo.
Era el momento que Cyrus había estado esperando. Se liberó y fue corriendo hasta la pared de enfrente, donde se hizo con una de las espadas que decoraban el comedor.
—¿Te has entregado a este patán? —le preguntó a Maisie mientras se acercaba a Roderick amenazándolo con la espada.
—Me entregué a un hombre honrado.
—Pues fue un error. Un error que yo me encargaré de borrar de nuestras vidas ahora mismo y para siempre —declaró Cyrus, y acto seguido arremetió contra el capitán con la espada en alto.
—Roderick, ten cuidado. Es un buen espadachín.
Él miró de arriba abajo con escepticismo a Lafayette antes de responder a su ataque y apartarse a un lado ágilmente.
Maisie observaba la escena, horrorizada. Los movimientos de los dos hombres eran rápidos y enérgicos. A ambos los movía su particular visión de lo que era justo, aunque eran visiones muy distintas. Los filos de las espadas brillaban a la luz de la mañana que entraba por el ventanal. El sonido del acero al chocar contra el acero asaltaba los sentidos de la muchacha, magnificando el terror que sentía. Si Roderick muriera, su vida habría acabado, puesto que lo era todo para ella.
—Si su intención es retarme a un duelo, señor, debería aceptar sus limitaciones, ¿no le parece? —lo provocó Roderick, rechazando fácilmente los ataques que Lafayette hacía con su arma más refinada.
Aunque el miedo no la dejaba razonar con claridad, Maisie se dio cuenta de que Roderick no se estaba esforzando en absoluto, mientras que Cyrus —cuyos ojos mostraban la ansiedad y el miedo que sentía— parecía decidido a acabar con su adversario a toda costa.
Durante unos minutos intercambiaron estocadas y bloqueos con gran estruendo. El corazón de Maisie daba un brinco a cada nuevo golpe.
Entonces, Roderick se volvió, dándole a la espalda a Cyrus, y Maisie gritó temiendo por su vida. Pero con una ágil maniobra, acabó de dar la vuelta completa y apuntó al frente con el sable. Cyrus, que se había abalanzado a toda velocidad sobre su rival para atacarlo por la espalda, se ensartó a sí mismo en el filo del sable de Roderick.
Maisie se quedó sin respiración. Miró a un hombre y al otro tratando de entender qué había pasado. Todo había sucedido tan deprisa que le costó unos instantes atar cabos. No obstante, pronto se dio cuenta de que Roderick le había tendido una trampa. Se había vuelto para animar a Cyrus a atacar y, con la precipitación, éste se había empalado él solo en el arma del rival.
Cuando Roderick tiró del sable para liberarlo, Lafayette se tambaleó y cayó al suelo, donde quedó tumbado sobre la alfombra que había delante de la chimenea en una posición por completo antinatural. Temblaba y se sacudía, mientras gemía y pronunciaba palabras ininteligibles.
Maisie se acercó a él.
Cyrus intentaba respirar, pero la sangre que le encharcaba los pulmones y le asomaba por la comisura de los labios se lo impedía. Al inclinarse sobre él, la muchacha vio que ya había perdido el brillo en los ojos. Pronunciaba el nombre de Maisie una y otra vez en silencio. Incluso a las puertas de la muerte, no la soltaba. Nunca lo habría hecho. Aunque hubiera vuelto a escaparse una y otra vez, él siempre la habría perseguido.
No obstante, ahora ya no podría hacerlo. La joven se alegraba de que la pesadilla con su tutor hubiera acabado, pero no podía ver sufrir a un ser humano de esa manera sin hacer nada. Llevándose los dedos a los labios, invocó las palabras mágicas en su interior y las lanzó en su dirección. Cuando éstas alcanzaron a Cyrus, su cuerpo se desplomó como si fuera un muñeco de trapo. El estertor que salía de sus labios se detuvo. Cyrus Lafayette por fin estaba en paz.
Roderick se quedó mirando con curiosidad el cuerpo desmadejado de su rival.
—Vamos, será mejor que salgamos de aquí corriendo. La sirvienta no tardará en dar la alarma.
Maisie asintió.
Sin soltar el sable con una mano, Roderick abrió el otro brazo hacia ella, que se abalanzó en su dirección.
Tras un rápido abrazo, el capitán se dirigió hacia la puerta, con Maisie pegada a su costado. Qué agradable era estar cerca de él una vez más y sentir su fuerte brazo rodeándola. Su cuerpo, que en pocos días se había vuelto tan familiar, era como un puerto seguro tras una tormenta.
—Has venido a buscarme —susurró ella, mirándolo maravillada sin dejar de correr a su lado. Aún no acababa de creerse que fuera real.
—Tenía una buena excusa. Debía darte un recado.
—¿Es ésa la única razón?
—No.
Cómo amaba la sinceridad de las emociones que veía en sus ojos, y cómo la habría echado de menos si no hubiera vuelto a ver a su capitán. Roderick no sólo la había transformado en una mujer fuerte y apasionada, le había calentado el alma y la había liberado de su tutor.
—Usa bien tu magia, querida. Tenemos que salir de aquí a toda prisa y llegar hasta la cala escondida donde nos espera el Libertas, más allá del castillo de Broughty. Debemos tener cuidado de no dejar rastro para que no puedan seguirnos hasta allí.
—¿Habéis recuperado el Libertas? —preguntó Maisie.
—Por supuesto, gracias a que el tiempo nos fue favorable como por arte de magia —repuso él con una sonrisa agradecida y afectuosa—. Remamos hasta Dundee, entramos en el puerto durante la noche y recuperamos la nave, donde sólo había seis guardias que la vigilaban. Todo resultó tan sencillo que me pregunto si no será que tengo un talismán mágico para mí solo.
—¿Crees en el poder de mi magia y no me tienes miedo? —Maisie le agarró la solapa de la casaca.
—Desde la primera vez que alguien lo mencionó, no he podido descartarlo del todo. Sin embargo, preferiría que estuviéramos en el mismo bando.
—Siempre hemos estado en el mismo bando, mi amor, mi amante. Después de que nos acostáramos, nuestros destinos quedaron entrelazados porque lo nuestro se convirtió en un asunto del corazón.
Roderick le rozó los labios con un dedo sin dejar de sonreír.
—Me alegro de que por fin estemos de acuerdo en algo.
Maisie no pudo discutírselo.
—¿Y tus hombres? ¿No están enfadados conmigo?
—Clyde se ha adelantado para que estén preparados para tu llegada. Él los convencerá. El más problemático será Brady, pero me aseguraré de que estés a salvo, te lo prometo. Venga, salgamos de aquí —añadió—. Tenemos que reunirnos con tu familia.
Maisie asintió y avanzó a su lado, preparada para crear el caos usando sus poderes si era necesario para ayudar en la huida. Sin embargo, mientras corrían por los largos pasillos de la fortaleza, la muchacha pensaba en las últimas palabras de su amante. ¿Era eso todo cuanto Roderick quería? ¿Ayudarla a reunirse con su familia? Y, si así era, ¿cuáles serían sus motivaciones? ¿El sentido del deber, el amor?
Maisie quería saberlo todo, pero de momento se conformaba con estar a su lado y darle la mano. Siguió a su amante sintiéndose feliz y dando gracias por el tiempo que iban a pasar juntos, fuera el que fuese.