21

Roderick y sus hombres entraron remando en el puerto de Dundee bien pasada la medianoche, aprovechando el favor de unas nubes que los protegían de la luz de la luna llena. Sin la ayuda de esas nubes, los guardias que vigilaban las embarcaciones por la noche los habrían descubierto. Contaban con la ventaja añadida de que el de Dundee era el puerto que Roderick conocía mejor en el mundo entero, ya que había jugado en él muchas veces de pequeño, cuando veía zarpar los navíos y soñaba con embarcarse en alguno de ellos. Ese conocimiento les estaba resultando valiosísimo para la misión de acercarse al Libertas sin que nadie los viera.

Aseguraron los botes atándolos unos a otros bajo un embarcadero de madera. Habían acabado de perfilar el plan mientras cruzaban el estuario del río Tay. En cuanto pusieron pie en tierra, Roderick empezó a dar órdenes usando suaves silbidos o haciendo signos con las manos.

Brady se adelantó para calcular el número de hombres que habían dejado de guardia vigilando el Libertas. Uno de ellos se quedó vigilando los botes por si los necesitaban para huir a toda prisa. Si todo iba bien, irían a recoger tanto los botes como al marinero a bordo de su nave recuperada. El resto de la tripulación siguió a Roderick. Se dividieron en grupos poco numerosos y recorrieron los muelles hasta localizar el Libertas.

Cuando lo vio, los pensamientos de Roderick volaron inmediatamente hacia Maisie. Debería haberse sentido aliviado por haber encontrado su nave, pero, en vez de eso, pensó en ella y la sangre se le aceleró en las venas. Con ironía, se percató de que estaba en una situación patética. Al parecer, no iba a poder librarse de desear y soñar con Maisie de Escocia.

Permanecieron inmóviles y ocultos unos minutos hasta que Brady se reunió con ellos.

—Hay seis hombres en cubierta. Y sólo uno de ellos en el lado del embarcadero.

Roderick miró a Gilhooly y asintió con la cabeza. Le había encomendado la misión más importante: la de provocar una distracción. Era su especialidad. Solía adelantarse a los demás cuando tenían que atracar en Londres para distraer a los agentes de aduanas.

Gilhooly le devolvió el gesto y se sacó una botella de ron del bolsillo. La destapó y dio un buen trago antes de echarse un poco sobre la ropa y empezar a andar dando tumbos en dirección a la popa de la nave.

Poco después, Roderick oyó lo que parecían gritos de borracho.

—Eh, tú, ve a buscar al capitán del Libertas. ¡Me debe dinero! Me han dado el soplo de que el barco ha regresado a puerto… ¡He venido a cobrar lo que es mío!

Al parecer, Gilhooly estaba montando un buen espectáculo, porque hasta ellos llegaba el ruido de lo que parecía un hombre tropezando y un barril rodando por el muelle.

Roderick hizo una señal a sus hombres con la cabeza para indicarles que lo siguieran. Mientras se acercaban al barco vieron varias linternas que se movían en dirección a la popa, donde Gilhooly tenía instrucciones de retenerlos.

Roderick guio a sus hombres hasta la proa del Libertas, donde treparon por la red que de allí colgaba hasta la cubierta. Por un instante se preguntó si su hombro aguantaría, pero al ver que no le daba problemas, se olvidó de él. Oían a los miembros de la marina gritándole a Gilhooly que se marchara, que el capitán no estaba allí, ni tampoco lo esperaban.

«Ahí es donde te equivocas, amigo», pensó Roderick mientras saltaba a cubierta silenciosamente.

Moviéndose tan deprisa como pudo, hizo una señal a sus hombres para que lo siguieran. Cuando todos estuvieron a bordo, cruzaron la cubierta agachados. Usando las sombras que proyectaban los mástiles, lograron ocultar su presencia hasta que estuvieron detrás de los marineros de guardia. Roderick vio que cinco de ellos estaban apoyados en la barandilla, mirando a tierra gracias a la luz de las linternas que sostenían en alto. El oficial de la marina que había bajado a tierra estaba discutiendo acaloradamente con Gilhooly, mientras los demás los observaban desde la cubierta, comentando y riéndose del pobre borracho.

Roderick miró por encima del hombro. Tenía a dos docenas de hombres en posición. Estaban divididos en grupos, cada uno de los cuales tenía que ocuparse de uno de los guardias. Sin embargo, les había ordenado que les causasen daños poco duraderos. No quería que la marina añadiera la muerte de ninguno de sus hombres a su lista de delitos. Tal como estaban las cosas ya iba a tener que cambiarle el nombre al Libertas y volver a registrarlo bajo bandera holandesa antes de perderse en los mares lejanos. Sabía que podía contar con sus hombres. No le fallarían cuando más los necesitaba. Levantó la mano, asintió, y todos se pusieron en movimiento.

La confrontación fue rápida. Contando con la ventaja del factor sorpresa, Roderick y sus hombres no tardaron en tener la situación bajo control. Cuando uno de los marineros soltó la linterna, ésta cayó al agua, lo que provocó la alarma del oficial que había bajado a tierra. Antes de que éste pudiera dar alguna orden, Gilhooly se abalanzó sobre él. Con sólo unos cuantos gritos ahogados, Roderick y sus hombres neutralizaron a sus oponentes en segundos.

A Clyde le costó un poco más dominar a su presa, pero cuando sus compañeros acudieron en su ayuda, el viejo insistió en que podía hacerlo solo.

Adam se acercó con unas cuerdas que había ido a buscar al almacén. Ataron a los marineros de pies y manos y los amordazaron con sus propios pañuelos. Al acabar, los arrastraron por la cubierta en dirección a la escotilla.

—¿Los encerramos en la bodega, capitán?

—Sí. Y no los perdáis de vista. Los soltaremos cuando hayamos llegado al punto de encuentro con Gregor, pasado el castillo de Broughty. Preferiría soltarlos en Dundee, pero no quiero arriesgarme a que den la voz de alarma antes de que nos hayamos reunido con Gregor.

Mientras sus hombres se afanaban en dejar a los marineros bien atados en la bodega, Roderick examinó el barco de punta a punta. No había nadie más a bordo. Además, comprobó divertido que no habían descubierto su cargamento secreto de vino francés.

Cuando los hombres volvieron a cubierta, les dio las instrucciones finales.

—Levad el ancla en cuanto yo haya bajado a tierra.

—Yo me quedo contigo, capitán —dijo Clyde.

Roderick se lo quedó mirando, sorprendido, ya que el viejo odiaba estar en tierra más tiempo del necesario. Sin embargo, eligió no discutir con él. Cuanto antes levara anclas el Libertas, antes se marcharía de allí. No podían perder tiempo. Además, faltaban varias horas para que amaneciera. Hasta entonces no podría ponerse en contacto con Gregor Ramsay, y siempre era agradable tener compañía. A Roderick le pareció que los ojos del viejo lobo de mar brillaban traviesos, pero fue un momento. Seguro que había sido la luz de la luna.

Cuando estuvieron en tierra, Clyde se acercó a los botes para decirle a su compañero que podía subir al Libertas. Luego, Roderick y Clyde desaparecieron en las callejuelas de Dundee en busca de una jarra de cerveza y un asiento cómodo donde esperar a que amaneciera y a que el notario abriera su oficina.

Por la mañana temprano, el capitán y el viejo lobo de mar se encaminaron a la oficina del notario. Las calles ya no estaban desiertas. Varias carretas se dirigían a la plaza del mercado. Roderick y Clyde se desplazaron junto a los carros todo el tiempo que pudieron tratando de no llamar la atención. Esperaban que nadie los reconociera ni los identificara con la tripulación de la nave que había tenido problemas con la marina.

A pesar de que a Roderick no le resultaba agradable tener que andar a escondidas como un ladrón por haber recuperado su propio barco, la verdad era que le gustaba sentir suelo escocés bajo los pies. Le trajo recuerdos de tiempos olvidados. Se acordó de sus padres —ambos muertos hacía años—, y del olor de los helechos mientras correteaba por las colinas cuando era un niño, cazando con su padre. Roderick tuvo que reconocer que no había ningún sitio en el mundo en el que sus pies se sintieran tan cómodos como allí, en tierra escocesa.

Los dos marineros siguieron andando hacia la oficina del notario y subastador de tierras con el sombrero cubriéndoles la mitad del rostro. Había quedado con Gregor en que allí les dejaría el recado de dónde podrían encontrarlo. Por un lado, Roderick esperaba que Gregor estuviera listo para zarpar inmediatamente, pero, por otro, confiaba en que su socio no hubiera tenido que contemplar el triste espectáculo del Libertas entrando en el puerto de Dundee remolcado con una cuerda y una bandera de la marina en lo alto del palo mayor.

Cuando el escribiente llegó y abrió la oficina, Roderick le hizo un gesto a Clyde con la cabeza.

—¿Me esperas fuera?

—Sí, montaré guardia.

Cameron pensaba que el empleado le daría el nombre de la posada donde se alojaba su amigo, pero, en vez de eso, le entregó una carta escrita por Gregor.

La abrió con curiosidad. Tal vez Gregor necesitaba unos días más para completar su misión. Eso supondría un problema, ya que la marina no tardaría en salir a perseguirlos. Frunciendo el cejo, empezó a leer:

Roderick:

Espero que tanto tú como la tripulación del Libertas estéis bien. Si estás leyendo esto, significa que no recibiste la carta que envié a Francia para avisarte de que no voy a regresar al barco esta vez. Como recordarás, me temía que mi misión en Fife me llevara más tiempo de los seis meses que acordamos. En realidad, las cosas no salieron en absoluto como esperaba. Tardé muy poco en resolver la misión en sí. No obstante, poco después de separarnos mi vida dio un giro inesperado.

Tal como me habías dicho tantas veces, necesitaba ser honesto conmigo mismo y buscar la verdad, no la venganza. No suelo tener las ideas tan claras como tú, pero, en mi búsqueda de justicia, encontré mi auténtico camino. Cuánta razón tenías cuando te burlabas de mí diciendo que sería una muchacha la que me haría cambiar de opinión sobre los asuntos de mi familia.

Nos dirigimos a las Highlands. Si mis cálculos son correctos y has vuelto a Dundee en septiembre tal como quedamos, pronto estaré intercambiando votos con mi prometida. Lo habría hecho hace semanas, pero ella insistió en que pasáramos juntos cuatro estaciones para asegurarnos de que nos llevamos bien. Es una tradición de algunos de los clanes norteños. Aunque es muy tozuda, la convencí para dejarlo en dos estaciones. Nos casaremos la víspera de la festividad del Samhain, así que ya ves lo convencido que estoy de que es la mujer de mi vida.

Nos hemos detenido en Inverness para descansar un poco antes de proseguir el viaje y he aprovechado la oportunidad para escribirte esta segunda carta. Pronto nos pondremos de nuevo en camino. Nos dirigimos a una pequeña aldea remota llamada Fingal, lugar de procedencia de la familia de mi mujer. Tiene parientes allí, y podremos construirnos una granja propia. Por fin podré honrar la memoria de mi padre, Hugh Ramsay, de un modo que él habría entendido y admirado, estableciendo una pequeña granja para mi familia, igual que él trató de hacer conmigo. Si todo va bien, estaré casado y asentado antes de que llegue el invierno. Levanta tu copa a nuestra salud, viejo amigo. Bebe por mí y por mi novia, Jessie Taskill.

GREGOR

La primera vez que leyó la carta, a Roderick le hizo mucha gracia enterarse de que Gregor Ramsay había perdido el corazón y la cabeza por una mujer y que… ¡planeaba instalarse en tierra firme! Al igual que él, Gregor siempre había dicho que la vida en tierra no era para él, pero al parecer había cambiado de opinión rápidamente tras pasar unos días en Escocia.

¿Les sucedería lo mismo a todos los hombres al volver a su patria?, se preguntó.

Pero tras la diversión inicial, quedó muy sorprendido al asimilar las noticias de que su compañero y socio se encontraba muy lejos de allí. Volvió a leer la carta sólo para asegurarse de que no lo había entendido mal.

Al acabar la segunda lectura, la sonrisa se le borró de los labios al fijarse en el nombre de la mujer de su amigo: Taskill. Jessie Taskill. Agarró la carta con fuerza mientras leía el nombre una y otra vez.

Maisie le había dicho que ése era el apellido de su familia. Tenía que ser su hermana. Ella había mencionado que tenía una hermana gemela y le había dicho que se dirigía a las Highlands para reunirse con ella. Sin duda tenía que ser ella.

De repente lo asaltó un recuerdo del primer día. Maisie había hecho un comentario extraño. Le había preguntado si habían llevado otra mujer a bordo del Libertas, y había señalado que sentía una extraña conexión con el nombre de Gregor Ramsay. ¿Sería posible que su magia le hubiera permitido notar el vínculo que lo unía a Gregor y el vínculo que unía a Gregor con su hermana? Si era cierto, resultaba asombroso.

No sabía las causas que había detrás de todo aquello, pero sospechaba que el destino tenía algo que ver. Maisie tenía que encontrar a su familia. Dejando de lado sus propias necesidades, el sentido de la justicia y de la honestidad lo empujaban a buscar a la muchacha para darle la información que llevaba toda la vida buscando.

Un cúmulo de emociones desconocidas le inundaron el co razón. Tenía que encontrarla; tenía que contarle lo que había descubierto. Tenía que verla. Pero ¿cómo demonios iba a hacerlo? Sus esperanzas, tan frágiles, acabadas de nacer, se rompieron en mil pedazos mientras le daba vueltas al problema.

Tras darle las gracias al escribiente, salió de la oficina del notario.

—¿Tenemos que esperar a Ramsay? —preguntó Clyde al verlo salir.

Roderick aflojó el paso cuando vio que al viejo lobo de mar le costaba seguir su ritmo. Su cojera no le suponía ningún problema en el mar, pero sí en tierra firme. Clyde había nacido para vivir navegando. Algunos hombres juraban fidelidad al mar, y nunca se les pasaría por la cabeza dejarlo por una mujer. Pero otros cambiaban de opinión. Gregor lo había hecho. ¿Podría hacerlo él?

Roderick negó con la cabeza. En ese momento, lo más urgente era encontrar a Maisie y contarle que había descubierto el paradero de su hermana. Y no porque necesitara saber si ella seguía queriéndolo en su vida o no. Al menos eso fue lo que se dijo, frustrado, tratando de convencerse a sí mismo.

—Gregor Ramsay no vuelve con nosotros. Ha decidido casarse y quedarse en tierra firme.

Clyde estuvo a punto de perder el equilibrio de la impresión.

—Y tú tienes que volver al barco inmediatamente. Debo ocuparme de un asunto que me retendrá al menos un día más.

El viejo se detuvo en seco.

Roderick siguió caminando, pero enseguida se detuvo. Notaba la exigencia de una explicación por parte de Clyde como si el anciano marinero le estuviera dando golpes en la espalda. Se volvió hacia él.

—Mujeres. No traen más que problemas —declaró.

Tras unos instantes en silencio, Clyde le dirigió una sonrisa amplia y desdentada.

—Sabía que rectificarías e irías a buscarla. No puedes dejar a una mujer así suelta mucho tiempo. Ha nacido para estar contigo.

—Has cambiado de opinión. Antes no hablabas tan bien de ella.

—Que sea desconfiado no quiere decir que no sepa reconocer la verdad. Esa Jezabel es una mujer valiente, y muy lista. —Entornó los ojos—. Y, si no me equivoco, te ha cuidado bien.

—Deja de hablar con acertijos.

Roderick no quería seguir con el tema. Lo único que deseaba era hablar con Maisie. Sentía que tenía la obligación de avisarla del paradero de su hermana. Por lealtad. No obstante, no iba a permitirse sentir nada más.

Clyde se echó a reír.

—Por lo que veo, el hombro no te molesta tanto esta mañana, ¿no? —comentó al tiempo que señalaba con la cabeza la mancha de sangre seca y oscura.

Roderick estaba a punto de responder cuando se dio cuenta de que Clyde tenía razón. Giró el hombro varias veces y comprobó que estaba totalmente curado.

El viejo le abrió la casaca y le apartó la camisa para examinar el vendaje.

—¿Lo ves? Ni una gota de sangre. La mujer te curó mientras estabas tirado en el bote. Estabas tan preocupado por el Libertas que ni siquiera te diste cuenta —añadió Clyde con los ojos brillantes.

Roderick acabó de abrirse la camisa y se arrancó el vendaje que le habían puesto en el bote. No tenía ninguna marca. Ni rastro de la herida, ni siquiera una cicatriz. Y, ahora que se daba cuenta, el hombro ni siquiera le había molestado al subir al Libertas trepando por la red la noche anterior. Maisie lo había curado, igual que a Adam. Pero esa vez aún era más asombroso, porque lo había curado a distancia. Se quedó helado. Había sido testigo de su magia en la bodega del barco, pero eso era mucho más impactante.

—Brujería —susurró.

—Sí, pero no da tanto miedo cuando la bruja está de tu lado.

Roderick se volvió hacia el viejo. Clyde solía hablar usando acertijos, pero habitualmente tenía razón en las cosas que decía. ¿Sería verdad que Maisie le había disparado para salvarle la vida, a sabiendas de que luego podría curarle la herida?

Notó que le cambiaba el humor. Era como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Aunque no estaba seguro del todo de que hubiera sido así, iría a buscarla. Le daría la información sobre su hermana y aprovecharía para descubrir la verdad. Así era como le gustaba hacer las cosas. Con sinceridad. De cara.

—Ve a buscarla. Ella no quería marcharse —añadió Clyde—. Quería quedarse contigo. No te quitó el ojo de encima mientras estaba en la cubierta del buque de la marina. Igual que tú. Parecíais dos adolescentes enamorados.

Roderick se lo quedó mirando consternado. Sabía que el viejo lobo de mar era un tipo astuto y observador. Lo que no sabía era que aquel día había estado observándolo a él.

—Capitán, la mujer se fue sin resistirse porque le dije que, si no lo hacía, la marina te ejecutaría.

Roderick dio un brinco, sobresaltado. Si eso era cierto, y no tenía ningún motivo para dudar de la sinceridad de Clyde, lo cambiaba todo.

—Pero ¿cómo voy a encontrarla si no sé dónde está? —murmuró, cada vez más frustrado.

—Los han llevado a la base de la marina. A ella y a su tutor.

Su tutor estaba con ella. Eso volvió a ponerlo de mal humor. Lo sorprendió que Clyde tuviera tanta información.

—¿Cómo lo sabes?

—Le saqué la información al guardia anoche, antes de darle un golpe en la cabeza —respondió con una sonrisa satisfecha—. Le quité el sombrero y la peluca, le puse el puñal detrás de la oreja y le dije que no se la cortaría si me decía lo que quería saber.

—¿Por qué hiciste eso? Fue arriesgado.

—Porque sabía que no podrías quitarte a esa mujer de la cabeza. Era mi obligación enterarme de dónde estaba.

—Te lo agradezco.

—Ya no tienes excusa.

—Iré a buscarla y me aseguraré de que está bien, pero ya puedes ir quitándote de la cabeza esas tonterías de adolescentes enamorados. Si ella quiere, es capaz de defenderse sola, lo sabemos de sobra —dijo Roderick andando arriba y abajo, sin poder contener la frustración que le causaban las dudas—. Te olvidas de que ella se dirige a las Highlands y yo soy un hombre de mar.

Clyde se encogió de hombros y lo miró con los ojos brillantes.

Tras un momento, Roderick dejó de resistirse y asintió.

—Vuelve al barco y ordena a los hombres que se preparen para zarpar. Yo iré a buscarla.

—Y ¿la traerás al barco?

Roderick volvió a sentirse abrumado por las dudas.

—Si la llevo allí, los hombres querrán tirarla por la borda.

—Déjame eso a mí; yo me ocuparé de ellos. Fui yo quien les metió esas ideas en la cabeza, así que debo ser yo quien se las quite. —Y, agarrando a su capitán del brazo, añadió—: Tráela contigo. Su lugar está a tu lado, a bordo del Libertas.

Roderick negó con la cabeza.

—No, ella busca a su familia en las Highlands, pero si me necesita y los hombres lo aceptan, la llevaremos hasta allí antes de dirigirnos a Holanda.

Clyde asintió.

—Me voy. Me ocuparé de los hombres, no te inquietes por eso. Ya están medio convencidos. Brady es el único que no cambiará de opinión. Ve a buscar a tu Jezabel, date prisa.

«Debo de estar loco», se dijo Roderick mientras le estrechaba la mano a Clyde antes de salir corriendo hacia la base naval.

Cuando llegó allí se convenció de que, efectivamente, estaba loco. Era una fortaleza, protegida por soldados por todas partes. Roderick agachó la cabeza y siguió andando con decisión. Si querían darle el alto, que lo hicieran. No obstante, no fue así. Los guardias charlaban animadamente en voz baja. Sin duda acababan de enterarse de que había habido un asalto a un barco durante la noche. La noticia del asalto y la desaparición de una embarcación durante la noche debía de resultarles inquietante.

Fue rodeando el edificio, sin encontrar ninguna entrada que no estuviera protegida. Sin embargo, poco después la suerte se puso de su lado. Vio un carro de reparto donde tres hombres estaban descargando barriles. Los observó unos momentos desde lejos. Luego, cuando el tercero de ellos se cargó un barril al hombro y se dirigió hacia la puerta de la fortificación, Roderick se acercó al carro y lo imitó. Protegiéndose la cara con el brazo, alcanzó a los tres hombres que caminaban en fila y entró con ellos en la fortaleza.