19

Maisie se levantó, agarrándose con fuerza a sus ataduras. No había podido relajarse lo suficiente para poder descansar, ni siquiera con ayuda del saco que Roderick le había dejado para que se sentara. Había pasado la noche preocupada, pero la inquietud de la noche no era nada comparada con la sensación de fatalidad que acababa de invadirla.

Era una sensación ominosa y trascendente, que se iba apoderando de su cuerpo y no dejaba de crecer.

El Libertas viró bruscamente, como si quisiera cambiar de dirección.

Algo terrible iba a pasar. El pánico se apoderó de ella. Buscó en su mente un hechizo para liberarse de las cuerdas, pero en ese instante el barco se detuvo.

Habían arriado las velas y oyó caer el ancla al mar. ¿Sería para que Roderick pudiera llevarla a tierra? Si ése fuera el caso, los hombres estarían inquietos, y eso podría explicar la sensación de fatalidad que sentía. Si los hombres descubrían que se había liberado usando la magia, podría ser peligroso, así que permaneció inmóvil.

Entonces oyó una explosión, seguida de un silencio amenazador. Oyó voces que le llegaban apagadas hasta las entrañas del barco. Alguien gritó, pero Maisie no entendió lo que decía. Pasaron varios minutos. Luego, el sonido de pasos que se acercaban hizo que centrara la atención en la puerta. Ladeando la cabeza en esa dirección, aguzó el oído, tratando de averiguar si se trataba de Roderick. Si era así, tendría que despedirse de él. Sería duro porque durante esos días se había encariñado mucho de él, pero sabía que lo máximo que podía hacer por ella era llevarla a tierra y dejarla libre.

¿Por qué esa perspectiva no la alegraba como debería?

El sonido de la llave en la cerradura precedió al de la puerta al abrirse.

Varios hombres entraron en la bodega. Maisie notó tres presencias, aunque tal vez fueran cuatro.

—¿Lo ves? Hasta el capitán tenía miedo de mirarla a los ojos.

—Qué raro. Pensaba que estaba colado por ella.

La segunda voz le resultó familiar. ¿Sería Brady? Los hombres la rodearon. Sí, definitivamente eran tres.

Y ninguno de ellos era Roderick.

Al notar que empezaban a desatar la cuerda que le sujetaba las manos, Maisie reaccionó.

—¿Adónde me lleváis?

—No te asustes, Jezabel. No es el tablón lo que te espera.

Esa voz era la del viejo Clyde. Maisie no sólo reconoció su voz, sino también el apodo que le había puesto el primer día. Se volvió hacia él.

—¿Qué está pasando?

—La marina británica ha venido a rescatarte. Al parecer, piensan que el capitán te secuestró.

—Menudo cuento —dijo uno de los marineros—. Hasta un idiota se percataría de que subió por voluntad propia. Seguro que engatusó al capitán con uno de sus hechizos.

—La verdad, no creo que necesitara utilizar ningún hechizo —replicó Clyde—. Apuesto a que nada más verla se le nubló la mente sólo de imaginársela en su cama.

—Apuesto, apuesto… —se burló el tercer hombre—. ¿Haces algo en todo el día aparte de apostar contigo mismo?

—¿Algún problema? Me mantiene la mente ágil.

Maisie apenas les prestaba atención. Estaba demasiado preocupada por lo que le habían contado. ¿Qué demonios querían decir con eso de que la marina británica había ido a buscarla?

—No lo entiendo. ¿Quién ha venido a buscarme?

En cuanto pronunció las palabras, un escalofrío de terror le recorrió la espalda. ¿Quién iba a ser sino Cyrus?

«No, por favor… Él no».

Notó que unas manos le tocaban la cabeza.

—¿Qué haces? ¿Estás loco?

—No puede subir la escalera con los ojos vendados. No la mires si tienes miedo. Yo no lo tengo. No me ha dado ningún motivo para tenerle miedo.

La venda le cayó entonces de los ojos. Maisie parpadeó y entornó los párpados. Era Clyde quien se la había quitado. Un rápido vistazo le mostró que los dos hombres que lo acompañaban habían apartado la vista. Sintió la tentación de decirles que, si decidiera usar la magia, el hecho de evitar mirarla no les serviría de nada, pero se contuvo.

—Date prisa, Clyde —dijo Brady impaciente.

—La marina británica ha enviado naves a buscarte —la informó Clyde, mirándola fijamente a los ojos—. ¿Los envía tu tutor?

—Mi verdugo. —Aunque lo había dicho en voz muy baja, apenas un susurro, Clyde la oyó.

Apoyándole la mano en el hombro, se lo apretó con delicadeza.

La emocionó recibir compasión de un hombre que había notado que era distinta desde el primer momento. Nunca se lo habría imaginado. Los ojos se le llenaron de lágrimas y el labio inferior le empezó a temblar. Habían estado tan cerca de alcanzar su objetivo. Maisie había empezado a creer que Roderick sería capaz de cumplir su promesa de dejarla en tierra escocesa sana y salva. Y ahora, eso. Cyrus se había puesto en acción y había enviado a la marina a que le diera caza.

—Pretendían acusar al capitán de secuestro —añadió Clyde, apretándole el hombro con más fuerza. Supo que trataba de transmitirle un mensaje importante, así que le prestó toda su atención—. Pero han dicho que no presentarán cargos contra él ni harán daño a nadie si les entregamos a la secuestrada, es decir, a ti.

Habían cerrado un trato. Maisie tuvo la sensación de que habían negociado directamente con ella. Si regresaba con la marina voluntariamente, Roderick estaría a salvo. Si se lo hubieran propuesto a ella, habría tomado la misma decisión.

Brady estaba descolgando la cuerda de la viga.

La muchacha sintió un gran dolor en los hombros cuando por fin pudo cambiar de posición y bajó los brazos. El dolor sirvió para sacarla de sus pensamientos. Uno de los hombres la empujó con algo para que se pusiera en movimiento. Al parecer, ni siquiera se atrevían a tocarla.

Clyde, sin embargo, la guio manteniéndole la mano en el hombro.

—Siempre supe que había algo raro en ti —comentó Brady a su espalda—. Pero con que te largues de este barco y te lleves contigo tu brujería me daré por satisfecho.

—Les deseo suerte —añadió el tercer hombre—. Cuando se den cuenta de lo que eres en realidad, te entregarán al juez.

Qué felices estaban de perderla de vista. ¿Sabría Roderick lo que eso significaba? ¿Cómo iba a saberlo? No podía saber que Cyrus era capaz de convencer a gente con cargos influyentes para que la persiguieran.

Se frotó un poco las muñecas antes de subir por la escalera de madera con dificultad. Por fin le llegó una bocanada de aire fresco. Al salir al exterior pestañeó para protegerse de la brillante luz del día. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, Maisie vio que la tripulación al completo estaba reunida. Sin embargo, un silencio sepulcral barría la cubierta. Mirando a su alrededor, pronto distinguió a Roderick entre la multitud. Su rostro traslucía una gran preocupación.

Cuando vio lo que había a la espalda del capitán, contuvo un grito.

Aunque los hombres que habían ido a buscarla ya la habían advertido, no estaba preparada para la espectacular visión de las naves militares. A escasa distancia del Libertas se alzaba un gran bosque de mástiles. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que las tres grandes embarcaciones los tenían rodeados. El único flanco donde no había un barco quedaba cerrado por la costa. Al fijarse en la nave más cercana, vio que estaba llena de hombres uniformados con armas preparadas para disparar, los cañones también listos, apuntando hacia ellos.

Roderick fue a su encuentro.

—Lo siento mucho —dijo Maisie.

—No han hablado de magia en ningún momento —le susurró él—. Dicen que quieren llevarte junto a tu tutor. —Agarrándola del brazo con delicadeza, añadió—: En mi opinión, estarás más segura con ellos que entre mis hombres. Pero si crees que no podrás escapar antes de llegar a Londres, dímelo y me enfrentaré a ellos. No dejaré que se te lleven si tú no quieres.

Era obvio que él lo sabía. Sin necesidad de contárselo, había sacado sus propias conclusiones. Al mirarlo a los ojos, la muchacha vio la determinación que brillaba en ellos y casi se le rompió el corazón.

—Roderick, no soy ninguna experta en la materia, pero incluso yo me doy cuenta de que no tendrías ninguna posibilidad de vencer a tres naves militares más grandes que el Libertas con los cañones apuntándote. Agradezco muchísimo tu oferta, pero no te preocupes. Iré con ellos. Lograré llegar a las Highlands de un modo u otro. Ya sabes que no voy a cambiar de idea.

La tensión iba aumentando a su alrededor. Una voz impaciente gritó, pidiendo información.

Roderick la agarró del brazo con más fuerza.

—Prométeme que lo harás. Y que usarás la magia para defenderte si es necesario.

Ella asintió.

—Si me necesitas… creo que lo notaré.

Maisie sonrió.

—Yo también lo creo. Ahora suéltame para que la calma vuelva a esta embarcación.

Roderick se la quedó mirando con los ojos brillantes. El viento le alborotaba el pelo. Maisie lo observó un instante más, absorbiendo el precioso recuerdo antes de volverse rápidamente para marcharse.

Clyde la llamó entonces con un gesto de la mano. Habían desenrollado una escala de cuerda para que pudiera abandonar el barco. Asintiendo con la cabeza, Maisie aceptó la mano del viejo, que la condujo hasta la misma.

A los pies de la escala la esperaban dos botes. En uno de ellos iban dos hombres, uno para cada remo. En el otro iban siete, y cuatro de ellos la apuntaban con sus armas. Uno de ellos, presumiblemente el oficial al mando, estaba de pie.

Maisie alzó una mano a modo de saludo.

—Gracias —le dijo a Clyde.

—Agárrate fuerte a la cuerda —replicó el anciano—, y a la canción que suena en tu corazón.

La muchacha asintió. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero luchó por mantenerlas a raya.

Agarrándose a una soga, respiró hondo y saltó la barandilla. Se aferró a la escala y esperó a que dejara de balancearse para comenzar a bajar. El descenso era traicionero, pero Maisie apenas si pensó en el peligro que corría y actuó por instinto, ya que tenía la mente muy lejos de allí.

Los hombres que esperaban la ayudaron a bajar los últimos metros y a sentarse en la proa de la barca.

—Escoltad a la dama hasta la nave —ordenó el oficial al mando desde el otro bote.

Los dos marineros empezaron a remar con decisión.

La otra barca se quedó donde estaba.

Maisie permaneció todo el trayecto con la vista clavada en el mar hasta que se le ocurrió: «Cyrus…».

Alzó la cabeza y miró hacia el navío al que se acercaban rápidamente. En efecto, allí estaba su tutor, observándola desde la cubierta.

Había ido. Había ido personalmente a recuperarla.

De pronto la embargó una sensación de terror tan grande que sintió el impulso de lanzarse al mar y nadar hasta llegar a tierra. Pero sabía que no llegaría muy lejos con los dos botes persiguiéndola.

«Tengo que encontrar a mi familia. No puedo dejarme llevar por la desesperación».

¿Qué podía hacer? Sólo tenía una opción. Manipular a Cyrus mediante sus poderes. Convencerlo de que se alegraba de volver a estar con él. Nunca se había atrevido a intentarlo. Siempre había pensado que él se daría cuenta, ya que su conocimiento de la magia era enorme. Pero Maisie había cambiado mucho durante los días que habían pasado separados. Ya no era la joven Margaret, en deuda con su salvador. Era una mujer, y no sólo eso: era una bruja cargada de poder, gracias a las horas que había pasado con Roderick. El capitán le había dado fuerzas para enfrentarse a lo que hiciera falta. Se encargaría de Cyrus hasta que estuvieran lo suficientemente lejos de allí como para que Roderick y sus hombres pudieran ponerse a salvo. Sólo entonces buscaría la manera de volver a escapar.

Se encontraban ya muy cerca del navío militar, donde la esperaba una nueva escala de cuerda.

Maisie oyó entonces una voz a su espalda y se dio cuenta de que el otro bote no iba tras ellos. El oficial que se había quedado junto al Libertas estaba gritando instrucciones a la tripulación de Roderick.

—Ya que han entregado a la dama sin oponer resistencia, no presentaremos denuncia por secuestro. Sin embargo, deberán cedernos la nave como pago por las infracciones previas y por impago de impuestos y aranceles. La Real Marina Británica requisa el Libertas, que pasará a estar al servicio de su majestad el rey Jorge.

Maisie volvió la cabeza bruscamente y se llevó la mano al pecho. ¿Cómo podían quitarle el barco?

—Todo hombre que desee permanecer a bordo pasará a formar parte de la Real Marina Británica, que se encargará de pagarles un sueldo. Los que prefieran seguir con su capitán, deberán arriar los botes y abandonar la embarcación de inmediato.

—¿Y si no estamos de acuerdo? —Maisie oyó la voz de Roderick con el corazón en un puño.

—En este momento hay dieciocho cañones cargados apuntando en su dirección, capitán Cameron. Daré la orden de que disparen si no abandona el barco inmediatamente.

Maisie estaba horrorizada.

—Si se niega, el Libertas y su tripulación desaparecerán.