Roderick sabía que no debería volverse. Dios sabía que estaba intentando resistirse. Sus hombres tenían razón. Maisie era una bruja, una Jezabel, y lo había manejado a su antojo. Pero ni siquiera darse cuenta de eso disminuía sus ganas de rescatarla, de liberarla y soltarla en tierra firme, con las instrucciones de que echara a correr tan aprisa como pudiera y sin mirar atrás.
—Roderick, por favor.
Su voz lo alcanzó como unos dedos etéreos que barrieran el espacio hasta encontrarlo, igual que había hecho la primera noche en Billingsgate.
—Por favor, al menos…, déjame la lámpara.
Apoyó el puño en el marco de la puerta, forzándose a subir por la escalera y a alejarse de allí, a alejarse de ella. Frustrado, permaneció inmóvil, con los pies clavados en el suelo. No debería fiarse de ella. Lo que había hecho hacía un momento podía considerarse una amenaza. Le había demostrado lo que podía hacerle al barco con sólo murmurar unas palabras mágicas y un movimiento de la cabeza.
—¿Para qué? ¿Para controlar las llamas y amenazarme con quemar la nave?
—¡No! Nunca haría algo así. Si te pido que la dejes es porque tengo miedo. Hay ratas, las oigo. Y este lugar… apesta a muerte.
A Roderick se le revolvió el estómago. ¿Cómo podía saber Maisie que alguien había muerto allí? Había sido uno de sus hombres. Había caído víctima de una fiebre fatal, que por desgracia no tenía tratamiento. El marinero había pedido que lo bajaran allí y lo dejaran morir solo y en paz antes de lanzarlo al agua. A nadie le había gustado la idea, pero había sido su último deseo. Para él significaba poder morir con dignidad.
Lo cierto era que Roderick no quería dejarla allí. Su mente protestaba ante la idea de que estuviera sola y asustada. Y, sin embargo, el hecho de que fuera capaz de notar la muerte en la bodega no hacía más que confirmar lo que era: una bruja.
—No me lo creo. Tú no tienes miedo de nada. ¿Por qué ibas a tener miedo con tus poderes? —le preguntó mirando por encima del hombro. Al hacerlo, la imagen de Maisie colgando de la viga, tan vulnerable e indefensa, despertó su lujuria. Se obligó a controlarse—. Ni siquiera me atrevo a mirarte a la cara por miedo a tu magia. Tus ojos brillantes… Nunca debería haberte dejado subir a bordo.
—Jamás he usado la magia para influenciarte.
Él apretó mucho los ojos. Ojalá fuera cierto. Ojalá pudiera creerla. Lo único que deseaba hacer era abrazarla y consolarla.
La voz de Maisie se dulcificó.
—Roderick, escúchame bien. Te prometo que no usaré la magia, pero hay cosas que tengo que contarte.
Qué seductora era. Y ni siquiera la estaba mirando a la cara. Incluso su voz era capaz de hechizarlo.
—Te daré un momento, pero tienes que prometerme que no me mirarás con esos ojos.
Maisie permaneció en silencio unos momentos antes de decir:
—En ese caso, tendrás que tapármelos, porque mis ojos no pueden apartarse mucho rato de ti. Te lo pido por favor. Por lo que hemos compartido. Deja que te explique mi versión de los hechos.
Las palabras de Maisie lo afectaron como ella sabía que lo harían, ya que le estaba recordando que no había tenido ocasión de explicarse ni de defenderse. Cuando sus hombres habían ido a buscarla encolerizados, Roderick había tenido que actuar con rapidez y contundencia.
Volvió sobre sus pasos, acercando el quinqué a la cautiva. La llama parpadeó descontroladamente, arrojando luces y sombras sobre las tablas de la bodega situada en las entrañas del barco.
La belleza y la vulnerabilidad de la joven se veían potenciadas por las circunstancias. Roderick bajó la lámpara y la dejó en el suelo.
—Vuelve la cara a un lado.
—Tengo los ojos cerrados —replicó ella, pero igualmente hizo lo que le pedía.
Roderick miró a su alrededor buscando algo con lo que vendarle los ojos, por si cambiaba de idea y lo apresaba con la mirada. Al no encontrar nada adecuado, se sacó la camisa de los pantalones para romper un pedazo.
—Puedes usar mis enaguas —susurró ella.
Apretando los labios, Roderick se agachó y le levantó la falda.
Pero se arrepintió de inmediato. La luz de la lámpara que había dejado en el suelo iluminó sus esbeltos tobillos mientras sostenía la falda en alto. Inmediatamente, un torrente de recuerdos lo asaltó. Recordó la sensación de tener aquellas piernas rodeándole la cintura mientras se clavaba profundamente entre sus muslos. Recordó cómo Maisie había montado a horcajadas sobre él y se había aferrado con fuerza, aceptándolo en su interior y gritando que era su dueño y señor. Todos esos recuerdos conspiraron para hacerle desear mucho más. Estaba hecho un mar de dudas. Nunca antes había sentido nada parecido por una mujer. ¿Sería verdad lo que decía Brady? ¿Estaría bajo el influjo de los hechizos de la muchacha?
—Espero no tener que arrepentirme de esto —murmuró, cortando un trozo de tela del ruedo de sus enaguas. Tras dejar caer la falda a regañadientes, se levantó y rápidamente se dispuso a cubrirle los ojos con la venda que acababa de improvisar.
Maisie bajó un poco la cabeza para ayudarlo, sin abrir los párpados en ningún momento. A él lo sorprendió mucho verla de ese modo. El hecho de que se mostrara tan sumisa sabiendo el fuego que albergaba en su interior avivó su lujuria una vez más.
¿Qué explicación tenía la reacción de su cuerpo?
«Porque la deseas constantemente. Verla así te hace desear que se someta a ti para poder disfrutar de ella», se dijo.
—¿Roderick? —El susurro inseguro de Maisie le indicó que estaba muy asustada.
—¿Qué querías contarme?
—Nunca te he engañado ni he influido en tus decisiones. Te lo prometo. Curé a Adam y, cuando no había viento para ponernos en camino, influencié en el tiempo para poder huir de Londres, pero eso es todo. Lo que ha pasado entre nosotros ha sido fruto de la pasión que sentimos el uno por el otro.
Él apretó los dientes y se forzó a recordar.
—No te creo —dijo finalmente, negando con la cabeza—. ¿Cómo explicas las cosas extrañas que hacías cuando estábamos a solas? Y ¿cómo explicas tu aspecto cuando alcanzabas el éxtasis? Iluminabas el camarote cuando las velas estaban apagadas.
Maisie dejó caer la cabeza a un lado, apoyándola en un brazo. Sus labios carnosos se curvaron en una mueca de tristeza.
—Es difícil de explicar en pocas palabras. Cuando te ofrecí mi cuerpo y compartimos la pasión, mi magia se tornó más poderosa. Eso es lo que viste.
Él se echó hacia atrás bruscamente.
—Entonces, estabas…
—¡No! —exclamó ella con firmeza, para impedir que siguiera dudando de sus intenciones—. Sencillamente sucedió. Acostarme contigo me volvió más poderosa, pero nunca utilicé ese poder en tu contra. Nunca.
Oh, cómo deseaba creerla. ¿Sería posible que fuera tan fría y calculadora como Brady había sugerido? ¿Se habría acostado con él sólo como parte de un plan para manejarlo a su antojo? Una vez más recordó cada cosa fuera de lo común que ella había hecho desde su llegada; cada invitación atrevida, cada susurro…
—¿Por qué eres así? ¿De dónde te viene la magia si no es del mismo demonio?
—Proviene de mi familia. Venimos de las Highlands, donde mi gente lleva siglos viviendo una vida más cercana a la naturaleza que a cualquier dios. Respetamos y amamos el curso de las estaciones y la fuerza de los elementos. Vivimos respetando las leyes de la naturaleza, no las de la Iglesia o los jueces. La magia ancestral que vive en los valles escondidos se transmite de generación en generación. Al igual que mis antepasados, tengo la habilidad de conectar con los elementos y utilizar sus poderes… siempre para hacer el bien.
Roderick frunció el cejo. Parecía algo salido de un sueño o una leyenda. Como hombre de mar sentía un saludable respeto por los elementos. El resto de lo que le había contado se le escapaba. Pero Maisie lo decía con tanta convicción que era difícil no creerla.
—¿Sólo usáis vuestros poderes para hacer el bien?
—A menos que nos sintamos amenazados o… que alguien nos engañe. —Maisie hizo una pausa y él se dio cuenta de lo mucho que le había costado hacer esa confesión. ¿Quién la habría engañado?—. Podría usar la magia para defenderme, pero he elegido no hacerlo. Quiero que confíes en mí por lo que soy como persona, por lo que digo y por cómo somos cuando estamos juntos.
Roderick estaba seguro de que le estaba diciendo la verdad. Si era capaz de curar la mano de Adam y de controlar el viento, podría haber evitado aquella situación fácilmente usando sus extrañas habilidades.
—¿Nunca has usado la magia para enriquecerte, ni para hacer daño a nadie?
Maisie suspiró y dejó caer la cabeza hacia adelante. Roderick se encogió, temiendo lo que iba a oír.
—No conscientemente. En Londres llevaba una vida muy apartada. Estaba protegida del mundo por un hombre que entendía mis poderes. Lo que yo no sabía era que él pretendía usarme como una herramienta para sus propios intereses. Cuando lo descubrí, me escapé de casa. —Levantando la cabeza, añadió—: Y tú me ayudaste.
Al fin. Ésa era la razón. No era porque la estuvieran persiguiendo los cazadores de brujas. Había huido de un hombre que quería utilizarla. Toda esa charla sobre las leyes de la naturaleza y el poder de los elementos lo abrumaba. Él era un hombre de mar, un hombre sencillo. Pero Maisie parecía creer en esas cosas. De todos modos, no podía confiar en ella. Le había ocultado demasiadas cosas, y todavía no era capaz de reconocer la emoción que sentía como respuesta: ¿era enfado, frustración o dolor? Todas esas emociones lo embargaban en mayor o menor medida. Se sentía dividido entre las ganas de expulsarla del barco y las ganas de castigarla por no habérselo contado todo antes. Al menos así podría haberse preparado.
De momento, no iba a hacer nada. Maisie aún no había acabado de hablar.
—Ese hombre… me pidió que hiciera magia, pero yo no sabía para qué iba a usarla. Era inocente y desconocía su auténtica naturaleza. Pero ahora temo que la haya usado mal y que alguien haya salido perjudicado. Se me rompe el corazón sólo de pensarlo.
Roderick necesitaría verle los ojos para asegurarse de que estaba siendo sincera. Le desató la venda, aun a sabiendas de que podría estar cayendo en una trampa.
—Ese hombre al que te refieres ¿es el que te hizo desconfiar de todos los hombres?
Ella asintió, observándolo con su característica mirada solemne.
Ese hombre, quienquiera que fuera, la había puesto en sus ojos.
—¿Es el que quería que fueras suya?
—Sí, el mismo. Pero yo no lo quería a él, y gracias a eso te encontré a ti, que has sido lo mejor que me ha pasado en la vida.
—Y tú lo mejor de la mía —reconoció Roderick, acariciándole la mejilla con el dorso de los dedos.
—Me has malacostumbrado. Sé que no volveré a encontrar un amante como tú.
El capitán habría querido responder a eso de muchas maneras, pero sabía que no sería honesto hacerle demasiadas promesas. Alargó las manos hacia ella y abrazó sus suaves formas. Si era un error, no le importaba.
Maisie gimió débilmente. Volvió la cara y le besó el brazo.
Ese sencillo roce hizo que Roderick perdiera el entendimiento y la voluntad.
—Soy tuyo, mi señora. Que Dios me ayude. Eres como una sirena, cuyos cantos me atraen hacia las rocas para hacerme embarrancar.
—¡No! ¡Eso nunca!
Daba igual cómo lo dijera. El caso era que era suyo. Le pertenecía. La abrazó con más fuerza, la levantó del suelo y la besó, descargando el peso que aguantaban los brazos atados a la cuerda.
Roderick se preguntó si alguna vez se cansaría de ella; de cómo temblaba entre sus brazos, de cómo su cuerpo se arqueaba contra el suyo propio. El beso de Maisie fue tan franco y apasionado como el de él. No obstante, el capitán se dijo que sus motivos podrían ser interesados. Tal vez sólo trataba de sobrevivir, nada más. Se sintió ridículo al recordar que había pensado en quedarse con ella cuando acabara el viaje. No sabía qué pensaba ella de su relación, ni estaba seguro de las auténticas motivaciones que la habían llevado a ofrecerse a él, pero una cosa la tenía clara: la adoraba. Maisie le había entregado su virginidad a cambio del pasaje a Escocia, en eso no había mentido. Pero, por lo poco que la conocía, sabía que no habría hecho algo así sin pensarlo antes detenidamente.
¿Formaría él parte de algún plan retorcido y maligno? ¿Tenía Maisie el alma negra?
Sin embargo, aunque todas las acusaciones fueran ciertas, Roderick seguiría adorándola.
La ayudaría a escapar. Pronto sus vidas se separarían y ella seguiría su misterioso camino. No se arrepentiría, por mucho que sus hombres lo miraran mal y amenazaran con amotinarse. No podía arrepentirse, porque su corazón le decía que ésa era la mujer que quería para sí.
—Lo entiendo. Ahora ya entiendo tu dilema.
—Y ¿todavía me quieres a tu lado?
—Sí, soy así de estúpido.
Ella echó la cabeza hacia atrás y rio en voz baja.
—No eres estúpido. Y yo también te quiero a mi lado, Roderick Cameron. Aunque me hayas atado como a una criminal y pensaras dejarme a oscuras en una bodega llena de ratas. No puedo evitarlo. Deseo que me abraces. Por favor, abrázame otra vez.
¿Sería un truco? Ella quería que la abrazara y, aunque sabía que no debería correr el riesgo, bajó las manos por su espalda y le agarró las nalgas para acercarla más a él, hasta que ella le rodeó la cintura con las piernas. Los suaves montículos de sus pechos temblaron cerca de la cara de Roderick, que bajó la cabeza para besarle la piel que le asomaba por encima del corpiño.
Se obligó a respirar hondo, luchando por no dejarse llevar por sus impulsos, pero fue inútil.
«Mía». Cubriéndole la boca abierta con la suya, volvió a besarla apasionadamente.
Maisie movió las caderas hacia adelante, atrayéndolo hacia sí, tan libidinosa y decidida como la noche anterior. Roderick estaba duro como una piedra. Cuando la rozó con su erección, notó su calor.
Le levantó la falda con desesperación. Ella cambió de postura, agarrándose un poco más arriba de la cuerda y abriéndose más a él. Roderick separó las piernas, preparándose para saborear el momento en que se clavara en su interior y se perdiera en ella.
Las mejillas de Maisie estaban encendidas, y el pelo revuelto le caía sobre la cara.
El miembro le dolía de ganas de poseerla. «Imposible resistirse a un deseo así».
Sosteniéndola con una mano, se liberó la verga con la otra.
Maisie volvió a cambiar de postura para acogerlo.
El pene de Roderick dio un brinco como respuesta. Guio la punta hacia su entrada y penetró en ella. La sangre le latía con fuerza a lo largo del miembro. Las caderas de Maisie estaban en la posición perfecta para recibirlo. Su carne se derretía al contacto con su ardiente erección.
—Tienes el coño más caliente que el infierno y más dulce que el mismo cielo —susurró él, hincándose más profundamente. Volvió a agarrarle el trasero con las manos y juntó los dedos de ambas para sujetarla con más estabilidad mientras se clavaba en ella.
Gritando, Maisie dejó caer la cabeza hacia atrás. Sujetándola con fuerza en todo momento, Roderick le hundió la cara en el hueco que formaban su cuello y su hombro e inspiró hondo. Todo en ella era tan agradable: su aroma, sentirla entre las manos…
Y sin duda Maisie también estaba disfrutando. Se agarraba con fuerza a la cuerda que le ataba las muñecas mientras hacía girar las caderas. Con la cabeza echada hacia atrás, los labios entreabiertos y el cabello alborotado, tenía un aspecto salvaje y lascivo. Era la Jezabel que sus hombres habían descrito. Una mujer excitada, deseosa de sexo, de que la cabalgaran bien. Clavándole los dedos en la falda remangada, la embistió sin parar. Maisie lo apretaba por dentro con su canal prieto y resbaladizo, abrazándole el miembro cada vez que se hincaba en ella.
Verla atada, sumisa y ansiosa por ser poseída por él hizo que Roderick volviera a plantearse el porvenir. Se imaginó una vida en la que pudiera tomarla así tantas veces como quisiera, y su verga reaccionó creciendo un poco más y clavándose más profundamente. Sabía que nunca olvidaría esos encuentros, y que los añoraría el resto de su vida.
Maisie se quejó cuando la punta del miembro de Roderick no pudo seguir avanzando. Haciendo un gran esfuerzo, él se detuvo un instante para preguntarle:
—¿Te hago daño?
—Sí. No. Un poco… Pero es el dolor más dulce que he sentido nunca, y me encanta que me tomes así.
Sus palabras eran una tortura.
—Calla o no podré aguantar. —Roderick estaba a punto de perder el control.
En ese momento, el sexo de Maisie se contrajo. Él estaba clavado tan profundamente que sintió las contracciones de su amante desde el principio cuando ella alcanzó el clímax. Agarrándole las caderas con fuerza, la embistió repetidamente. Ella gritó de placer. Él la seguía de cerca. La embistió una vez más.
Maisie dejó caer la cabeza, desmadejada, mientras por dentro lo abrazaba íntimamente una y otra vez. Se mordió el labio inferior tratando de no hacer tanto ruido, pero fue inútil. Siguió gritando y gimiendo. Roderick sintió que la espalda se le volvía rígida, al igual que los testículos. La necesidad de descargar en su interior era cada vez más imparable.
—No te salgas —le suplicó ella—. Quiero sentirte dentro de mí.
Tras esas palabras, Roderick fue incapaz de seguir resistiéndose. Dejándose llevar, derramó su semilla en ella y se entregó a disfrutar del orgasmo que lo barrió como una ola. Apenas podía mantenerse en pie, pero cuando vio el brillo mágico y rico que manaba de sus ojos y la manera en que su cuerpo se arqueaba aceptando su semilla, se quedó clavado en el suelo, maravillado. Era una auténtica hechicera.
Le había hecho el amor a una bruja y había sobrevivido.
Permaneció en su interior tanto tiempo como pudo. Tenía el pene tan sensible que notaba cada temblor y cada sacudida del cuerpo de ella. Cuando la besó, sus labios se abrieron, olvidándose de su cautividad para disfrutar del placer compartido unos instantes más. Cuando los últimos coletazos del éxtasis se calmaron, Roderick la mantuvo abrazada. No quería que ese momento acabara jamás. No quería tener que enfrentarse a los problemas que los amenazaban.
La deseaba como nunca había deseado nada ni a nadie, y le rompía el corazón tener que dejarla allí. Besándole la cara, la mantuvo pegada a él, consolándola de la única manera que sabía.
Luego, lentamente, le bajó las piernas hasta que tocó el suelo.
—Estás más segura aquí.
Cuando ella trató de protestar, Roderick le cubrió la boca con los dedos.
—Mis hombres están inquietos, y cuando algo los altera es muy difícil controlarlos. Daría gustoso mi vida para protegerte, Maisie. —Se detuvo al ver que ella negaba con la cabeza—. Es la verdad. Por favor, créeme.
—Te creo. Cuando estás a solas conmigo siempre eres honesto. Lo noto. Es cuando estás con tus hombres que te vuelves muy ambiguo. Ha sido así desde que subí a bordo.
Roderick sintió una punzada en el pecho al darse cuenta de lo lista y astuta que era. Era imposible ocultarle nada. Sus hombres dirían que era taimada. Pero él la amaba. Sí, era amor, ¿para qué negarlo? Se había enamorado de una mujer difícil y problemática.
—En ese caso, me creerás cuando te diga que pienso dejarte en suelo escocés sana y salva, como te prometí. —Separándose de ella con cuidado, siguió diciendo en un susurro—: Bajaré a menudo a comprobar que estás bien. Y cuando nos acerquemos al estuario del Tay, te llevaré a tierra personalmente en un bote de remos.
—Dijiste que me entregarías a las autoridades.
Negando con la cabeza, él se recolocó los pantalones y se los abrochó.
—No lo dije en serio, sino sólo para que los hombres se calmaran. Te sacaré de aquí antes de llegar a Dundee.
Durante unos momentos, le apoyó la mano en la mejilla, hasta que ella volvió la cara y le besó la callosa mano. A continuación, Roderick se armó de valor y le preguntó:
—Respóndeme una vez más porque esto me preocupa mucho, y dime la verdad, por favor. ¿Hiciste algún hechizo mientras estábamos en la cama?
—No, ninguno, pero reconozco que acostarme contigo me hizo más fuerte. Es lo normal para nosotros. Estamos muy unidos al mundo natural y a sus poderes. Y los poderes de la naturaleza se despliegan con más fuerza durante el acto sexual.
Roderick recordó lo caliente que se había vuelto el camarote durante la primera vez. No había sido sólo una virgen convirtiéndose en una mujer. Había sido una bruja elevándose, montada sobre el poder que le proporcionaba la magia.
—Fue muy intenso —añadió— porque… nos entendemos bien en la cama. —Agachó la cabeza y se quedó en silencio.
Al principio, Roderick pensó que se sentía avergonzada al recordar lo desinhibida que se había mostrado, pero luego se dio cuenta de que estaba dándole vueltas a algo, sin atreverse a hablar.
—Te conté que me habían separado de mi familia después de que mi madre sufriera una muerte cruel y horrible.
—Sí.
—La denunciaron y la acusaron de brujería. —A Maisie se le quebró la voz al recordar, y empezó a temblarle el labio inferior—. Fue algo parecido a lo que ha sucedido antes ahí arriba —dijo señalando con la barbilla hacia la cubierta.
Roderick no podía soportar verla llorar. Cuando vio que le caían lágrimas por las mejillas, sintió su dolor. No sabía cómo era posible que percibiera las emociones de Maisie con tanta intensidad, pero era así. Para consolarla, le tomó la cara entre las manos y, alzándola hacia él, le besó cada una de sus lágrimas, saladas como el mar.
—No llores. Estás a salvo. No permitiré que mis hombres te hagan daño.
—Lo sé —asintió ella—. Y entiendo que me hayas traído aquí.
Cuando ella lo miró, Roderick se apartó. No acababa de fiarse de que no tratara de escaparse usando la magia.
Arrastró un saco de tubérculos y lo colocó detrás de ella para que pudiera sentarse sobre él y estar más cómoda. Luego se dispuso a recolocarle la venda.
Se detuvo cuando la oyó murmurar:
—Roderick… —Ella se interrumpió y negó con la cabeza, como si hubiera cambiado de opinión.
—No puedo desatarte ni quitarte la venda de los ojos. Sabes que lo hago contra mi voluntad, pero si no los hombres sospecharán y se volverán contra nosotros. Ten paciencia. Vendré a buscarte y te llevaré a tierra. Yo mismo llevaré el bote y me aseguraré de que pises tierra escocesa, tal como te prometí la noche que nos conocimos. Nada ha cambiado.
—Oh, Roderick —dijo Maisie bajando la cabeza—, perdóname por haberte gritado.
—Estabas asustada.
Ella asintió.
Tras una última mirada a sus preciosos ojos, el capitán volvió a cubrirlos con la venda. Luego dejó el quinqué donde estaba y se dirigió a la puerta.
Antes de salir de la bodega le dirigió una última mirada. Vio a una joven atormentada, tan frágil, tan femenina… Sin embargo, había sido testigo de su poder y, aunque no creía que fuera a hacerle daño, había muchas cosas sobre ella que aún desconocía. En pocos días, Maisie había llenado su mente, su cuerpo y su corazón. No era muy normal y no podía librarse de la sospecha de que lo había cegado de alguna manera. Al fin y al cabo, eso era lo que hacían las mujeres: anclar a los hombres a su lado, apartándolos así de su destino.
Mientras la miraba tuvo la extraña sensación de que tal vez no volvería a verla nunca más. Le cruzó por la mente la posibilidad de que pudiera desaparecer por arte de magia. Aunque eso fuera lo mejor para todos. Tal vez, pero se negaba a aceptarlo.
Como si supiera lo que estaba pensando, Maisie levantó la cabeza hacia él.
—Nunca te olvidaré, Roderick Cameron.
—Y yo nunca te olvidaré a ti, Maisie de Escocia.