16

La frustración de Cyrus Lafayette había alcanzado su punto de ebullición. El viaje estaba resultando insoportablemente largo, y el aburrimiento que sentía al estar en alta mar no ayudaba en nada. Mientras los marineros parecían felices ocupándose de sus tareas, él se moría de asco en su estrecho camarote, donde el vaivén de las olas lo obligaba a usar el orinal a menudo para vomitar. La única alternativa era pasear por cubierta, agarrarse a la barandilla y mirar hacia el horizonte lleno de nubes de tormenta, como si al mirarlo pudiera hacer que se acercara más deprisa por arte de magia. ¡Ojalá pudiera! Sin embargo, por desgracia, su preciada fuente de magia había desaparecido.

Cyrus se atormentaba constantemente haciéndose preguntas sobre el paradero o la seguridad de Margaret. Mareado por el constante movimiento del barco, no lograba comer ni dormir. Lo que más le preocupaba eran las intenciones de su pupila. Esperaba que no pretendiera abandonarlo para siempre. Era imposible. La bilis le subió a la boca mientras lo pensaba. No. Alguien debía de haberla convencido. La habrían engañado, o tal vez había subido a esa embarcación por error. Sin duda debía de tener una buena razón. Se torturaba en silencio y su enfado iba en aumento cada hora que pasaba. Margaret no debería haberse dejado convencer por cualquier a. Era una jovencita inteligente, había invertido mucho en su educación. Aunque, pensándolo bien, tal vez ése fuera el problema: quizá había invertido demasiado. Debería haberla dejado tal como la conoció: ignorante y agradecida. No había nada que justificara lo que había hecho. Cyrus estaba gastando su valioso tiempo y sus energías yendo a buscarla. Cuando la alcanzara y volviera a estar bajo su mando, iba a tener que aprender a aceptar quién tenía el poder en su relación.

Asimismo, Cyrus estaba muy frustrado por culpa del capitán Giles Plimpton. La actitud de ese hombre no le merecía ninguna confianza. Tenía la sensación de que la misión que le habían encomendado no lo motivaba en absoluto, y que sólo la estaba llevando a cabo para impresionar a sus superiores. Empezó a sospecharlo cuando el capitán descubrió que Cyrus era un notable orador. Plimpton le contó entonces su historia personal y sus logros profesionales con todo detalle, y le dejó claro que esperaba que hiciera un informe favorable de sus servicios ante las autoridades de la marina de su majestad, después de haberlos disfrutado en persona.

Lafayette se obligó a mostrarse bien dispuesto, aunque la verdad era que le costaría mucho menos hablarles bien del capitán a sus superiores si éste no actuara con tanta parsimonia. Plimpton tenía a su cargo a los numerosos hombres que viajaban a bordo de tres naves: una más grande, donde iba Cyrus, y dos más pequeñas, que los seguían. A pesar del despliegue de medios, parecía que nunca iban a poder alcanzar aquel barco llamado Libertas. Y ahora, por segunda vez en los dos días que llevaban en el mar, habían echado el ancla y esperaban a un bote que se había acercado a tierra por alguna razón que Cyrus desconocía.

Observó cómo el bote se acercaba a la costa y, más tarde, lo vio regresar. El día anterior, cuando preguntó a qué se debía el retraso, el capitán le dijo que se habían detenido a recoger unos papeles de la marina en Harwich, donde había una gran base naval. Esta vez, sin embargo, los dos hombres que habían bajado a tierra volvieron sin papeles ni provisiones, lo que irritó profundamente a Cyrus. Otra pérdida de tiempo.

Estaba a punto de abandonar la cubierta para regresar al patético camarote que le habían asignado cuando oyó que el capitán lo llamaba.

—Señor Lafayette, parece que el Libertas hizo escala en Lowestoft para pasar la noche. Varios de nuestros informadores lo han confirmado —le contó Plimpton con una sonrisa.

Por fin algo interesante.

—¿Cuánto hace de eso?

—Zarparon hace un día. Los estamos alcanzando —dijo el capitán satisfecho—. Se dirigen a Dundee. Les echaremos el guante antes de que lleguen al estuario del Tay. Tal vez incluso antes de Berwick.

—Estoy impresionado, capitán.

—Y más que lo estará. Encontraremos a su pupila aunque tengamos que desmontar el Libertas tabla a tabla.

—Pero Margaret no debe resultar herida —recalcó Cyrus.

—Déjeme eso a mí. Nos aseguraremos de que su pupila está a salvo antes de tomar represalias.

—Excelente. Haré un informe muy favorable de sus múltiples habilidades.

Plimpton le dirigió una sonrisa radiante.

—No se preocupe. No hay naves más veloces que las de la marina británica.

«No, no las hay —pensó Cyrus—. A menos que se trate de una con una poderosa brujita a bordo».

Sin embargo, les estaban ganando terreno. Pronto volvería a tener su preciado tesoro en las manos. Cyrus se imaginó el momento en que la viera de nuevo. Margaret volvería a ser la jovencita sumisa y agradecida, dispuesta a iniciar una nueva vida a su lado, como su esposa. Era el papel más adecuado para ella. De ese modo, podría controlarla y utilizar sus poderes mucho mejor. Ya faltaba poco. Pronto podría acostarse con ella. Tal vez no esperara ni siquiera a después de la boda. Ya llevaba demasiado tiempo imaginándose cómo sería hacerlo. Había sido testigo de su transformación en mujer. Su pálida piel lo hechizaba, sus pechos eran un tormento continuo mientras veía su cuerpo virginal bajo el suyo al tomar posesión de él. Sí, sería un placer indescriptible.

En ese momento, recogería la cosecha de magia que llevaba tantos años abonando, y Maisie reconocería que él era el único hombre en el mundo que podía protegerla. El único que sabía cómo hacerla sentir lo bastante segura para florecer.

Roderick inspiró hondo y a continuación soltó el aire con rabia, furioso por los acontecimientos.

Tras pasar la noche con Maisie, al despertar había notado la violencia del oleaje. Subió a cubierta y comprobó que el día era francamente gris y desapacible. No se veía ni un claro entre las nubes. El barco iba de un lado a otro, sacudiéndose como si fuera una cáscara de nuez atrapada entre el viento del este y el del oeste.

En cuanto apareció en cubierta, uno de los marineros fue a buscar a los demás. Pronto una multitud se acercó y lo rodeó, sin dejar de murmurar en ningún momento. Los hombres seguían preocupados por la lesión y la curación de Adam. Roderick comprobó que, en vez de calmarse, las opiniones de la tripulación se habían radicalizado a lo largo de la noche. Parecían más decididos que nunca. Y sabía perfectamente a qué se debía. Las largas veladas pasadas bebiendo ron solían acabar así. Cuando tenían un buen tema de discusión, podían pasarse la noche en blanco. Le daba igual. No pensaba consentirlo. Maisie no era la Jezabel de corazón negro que estaban describiendo.

—No tenéis de qué preocuparos. Como capitán de esta nave, he interrogado a la pasajera —trató de calmarlos—. Es una dama muy caritativa, acostumbrada a aliviar el sufrimiento de los afligidos. No tiene ninguna intención maligna. —Si con esas palabras no lograba tranquilizarlos, tenía otro plan.

No se dieron por satisfechos. Brady repitió sus argumentos una vez más, mientras otros hombres aportaban sus propios detalles.

—Aquello no fue una cura corriente, capitán. Está recuperado del todo. ¡Tiene los dedos completamente rectos!

—Es como si no se hubiera hecho nada —añadió otro marinero.

—Pues la herida no debió de ser tan grave como parecía —rebatió Roderick con firmeza.

—Lo fue —replicó Brady—. Tú mismo lo viste. Tenía la mano deformada y la piel profundamente arañada. ¡Pero si tenía los nudillos en carne viva!

—Yo también lo vi. Y Adam aullaba de dolor —añadió otro.

—Y ahora está como nuevo. Eso no es normal. —Brady negó con la cabeza—. Esa mujer le envolvió la mano en sus pociones extrañas y le canturreó entre susurros. Pronunció palabras que los buenos cristianos no conocen. ¿A qué te suena todo eso?

—No me suena absolutamente a nada porque ningún hombre ha resultado dañado. Nadie ha dejado de cumplir con sus obligaciones y el barco está a salvo. —Roderick se esforzó en mantener un tono de voz sereno pero autoritario. Quería tranquilizar a sus hombres y no darles motivo alguno para que se amotinaran, porque notaba que su lealtad estaba dividida.

Brady se había convertido en su cabecilla, y eso no era bueno.

—Yo mismo le deshice los vendajes para ver qué había hecho esa mujer —dijo el primer oficial.

Debería haber estado al lado de Roderick, siendo como era su mano derecha; en cambio, se había colocado frente a él, junto al resto de los hombres. El ambiente general olía a motín. El capitán tuvo la sensación de que la situación era terriblemente irónica, ya que Brady tenía mujer. Él mejor que nadie debería saber que hombres y mujeres hacían las cosas de un modo distinto. Pero, al parecer, no era así.

—Lo que encontré dentro fue una poción realmente extraña —siguió diciendo Brady—. Eran hojas secas que olían a podrido. Y eso es lo de menos. Lo más grave son las consecuencias de esa poción. El muchacho no tiene ni una marca, ni un rasguño. La mano está perfecta, no está hinchada, no le ha quedado ninguna cicatriz. Es como si no le hubiera pasado nada. Esa mujer es una esclava del demonio. Trabaja para él, le suministra nuevas almas.

Roderick los miró frunciendo mucho el cejo.

—He visto a más de uno de vosotros suplicando a gritos que fuéramos a buscar a un sanador cuando estabais enfermos o heridos —replicó—. Y ahora acusáis a esa mujer de ser malvada sin ningún motivo.

—Pero nunca se nos habría ocurrido subir a esos sanadores a bordo, donde pudieran volverse contra nosotros y destruir la embarcación, que es nuestra única manera de ganarnos el pan.

—Esa muchacha te está sorbiendo el seso con su magia y sus armas de mujer, capitán —lo acusó Brady—. Te tiene tan cegado que no ves cómo es en realidad.

Roderick se sintió tentado de ir a buscar su sable. Hasta ese momento, los hombres habían hecho varias acusaciones, pero aquello era más grave. Brady estaba culpando a Maisie de haberlo embrujado para que le permitiera subir a bordo.

—¿Piensas lo mismo de tu Yvonne?

Cuando Brady le dirigió una sonrisa lenta y segura, Roderick se dio cuenta de que había caído en una trampa.

—No —respondió el primer oficial—, pero es que mi Yvonne no es ninguna bruja.

—¡Una bruja! —repitió otro marinero.

—No me extrañaría nada que alguien la hubiera acusado en Londres y que por eso tuviera tanta prisa por marcharse de allí —añadió Brady.

«¿Será eso cierto?»

—Échela del Libertas y líbrenos de la compañía de la esposa del demonio, por favor, capitán —le pidió otro de sus hombres.

Varios de los marineros le estaban dirigiendo miradas asesinas, lo que le dijo con más claridad que las palabras que la situación no tenía fácil arreglo. Ya había tratado de calmarlos con argumentos la noche anterior y no había servido de nada. Si no tomaba cartas en el asunto de inmediato, habría un motín. Varios de ellos lo estaban mirando con desconfianza, como si temieran que hubiera perdido la cabeza y el alma porque la Jezabel le daba placer en la cama.

Lo que más lo enfurecía era que sus hombres estaban logrando que se hiciera las mismas preguntas que ellos. Algunas de las cosas que decían tenían sentido. Roderick se esforzó en recordar qué le había dicho exactamente Maisie cuando la encontró en los muelles y le rogó que la llevara consigo. «Mi libertad está en juego». Exacto, eso era lo que había dicho. Pero ¿por qué? ¿La habrían estado persiguiendo cazadores de brujas? El capitán se frotó la mandíbula con la mano como para librarse de esos pensamientos traicioneros.

Sólo podía hacer una cosa: tomar el mando de la situación y encerrarla por su propio bien. No sería fácil. Iba a tener que ser muy hábil tanto para convencer a Maisie como para que sus hombres se quedaran tranquilos.

Por primera vez desde que había embarcado, a Maisie no le apetecía subir a cubierta esa mañana. En vez de eso, se sentó en la litera y pensó en lo que la esperaba una vez que llegaran a Dundee. Le quedaría aún un largo camino hasta su pueblo en las Highlands. ¿Cómo viajaría hasta allí? Pero, aunque trató de concentrarse, no lo logró, puesto que notaba el ambiente enrarecido en cubierta. Los hombres estaban inquietos. Podía oler los problemas. La oscuridad se colaba entre los viejos tablones y vigas de la nave y llegaba al camarote del capitán, inundándolo todo y sumiéndola en la tristeza.

Estaban hablando mal de ella, y Roderick empezaba a tener dudas. ¿Qué le habrían dicho? Había cometido un error al ayudar a Adam. Había sido impulsiva y había despertado las sospechas de la tripulación. La inseguridad le retorció las entrañas, unida a esa vieja y conocida sensación: el miedo. Volvió a sentir miedo por su vida, por su familia, por sus seres queridos. Aunque llevaba muchos años viviendo a salvo de las amenazas de la sociedad, Cyrus se había encargado de mantener el miedo muy vivo en su mente y su corazón, recordándole lo bien que cuidaba de ella y lo segura que estaba a su lado. Al notar la energía de la tripulación, que se había reunido contra ella, y oír en sus mentes las dudas y las sospechas, la joven rememoró el día en que se habían llevado a su madre, dejando solos a sus hermanos y a ella y obligándolos a observar cómo la torturaban y acababan con su vida.

Maisie sintió que los hombres se acercaban al camarote del capitán antes de oír sus pasos. Y supo que iban a por ella. Su reacción fue de enfado y rebeldía. Se sentó en el borde de la litera que compartía con Roderick, abrazándose la cintura y balanceándose mientras trataba de expulsar las malas emociones. Si se dejaba arrastrar por ellas, se tornaría impulsiva e imprudente, y no podía permitirse cometer otro error.

Alguien aporreó la puerta, que se abrió antes de que tuviera tiempo de responder.

Maisie se levantó.

Brady, el primer oficial, y otros dos marineros entraron en el camarote del capitán, abarrotando la estancia con sus cuerpos y su agresividad hacia ella.

—Tiene que venir con nosotros. —No era un ruego. Era una orden.

Todos bajaron la vista en su presencia, puesto que no querían mirarla a los ojos.

A Maisie le hirvió la sangre.

—¿Qué pasa? ¿Por qué venís a buscarme?

—Señora, por favor. El capitán y la tripulación están reunidos. Necesitamos que suba a cubierta con nosotros.

No le gustaba nada que la sacaran del camarote de esa manera. No podía tratarse de nada bueno. Pero no tenía otra opción. O iba por su propio pie o la llevarían a rastras, así que, cuando los hombres se echaron atrás para dejarle paso, salió del camarote y se dirigió a la escotilla.

Una vez en cubierta, vio que se había reunido la tripulación al completo. La conversación era tensa. Roderick estaba en el centro del grupo. Cuando la vio acercarse, guardó silencio.

Lo que vio en sus ojos la afectó más de lo que se había imaginado. El capitán había estado escuchando los argumentos de los hombres y, sin embargo, cuando la miró, lo que le transmitió su mirada fueron ánimos y confianza. Estaba preocupado, pero básicamente por ella. Lo preocupaba lo que pensara de él. «Oh, Roderick…» A la joven se le rompió el corazón. Habría dado cualquier cosa por evitarle las complicaciones que le estaba causando desde que había subido a bordo.

—¡Póngala bajo arresto, capitán! —gritó un marinero. Maisie sintió que su voz le retumbaba por dentro.

—¡Sí, enciérrela! —gritó otro.

El brillo de sus miradas le resultaba horriblemente familiar. Era el mismo brillo que tenían los ojos de los que habían matado a su madre.

Agarrándose a la barandilla, Maisie se obligó a respirar hondo. Apenas era consciente del fuerte oleaje. Sus sentidos notaban el viento que le abofeteaba el rostro y la sal del agua, ambas señales de mal tiempo, pero no podía hacer nada para calmar las aguas como había hecho en días anteriores. Le pareció que alguien le había clavado los pies al suelo. Era incapaz de moverse. Sólo podía mirar a Roderick.

Los ojos de él se volvieron brevemente hacia sus hombres antes de centrarse otra vez en Maisie.

—Señora, ha llegado a mis oídos la información de que puede haber estado practicando usted alguna clase de… —el capitán hizo una pausa, frunciendo aún más el cejo— brujería durante su estancia a bordo del Libertas.

—¡No es que pueda, es que lo ha hecho! —exclamó otro marinero, haciéndose oír sobre el aullido del viento—. La vi con mis propios ojos. Curó al muchacho usando un poder extraño y palabras de bruja. Cuando Clyde la descubrió, trató de camelarnos con canciones, pero yo sé lo que vi. Tiene poderes. No puede fiarse de ella, capitán. Nos traerá mala suerte. Será nuestra perdición, hágame caso.

Roderick escuchaba a sus hombres sin perderla de vista en ningún momento. Cada uno de ellos fue añadiendo sus comentarios. Maisie estaba cada vez más alterada, pero el capitán parecía calmado, controlando la situación.

—¿Es cierto? —le preguntó finalmente—. ¿Utilizó la magia para salvar al muchacho?

¿Por qué le hacía esa pregunta? Necesitaba desesperadamente que él la comprendiera. Frustrada por las miradas hostiles y los gritos de los hombres que la rodeaban, la joven apretó los puños y trató de zafarse de las manos de los marineros que la sujetaban.

—Defiéndase, señora. Responda —dijo Roderick, aproximándose, hasta que quedó entre ella y la tripulación.

—No he ocultado nada —fue lo único que logró decir, ya que el miedo y el enfado la paralizaban.

El pánico empezó a crecer en el interior de Maisie. El capitán le había dicho que le importaba y, sin embargo, era como todos los demás, dispuesto a darle la espalda cuando la verdad salía a la luz. ¿Cómo había sido tan estúpida de confiar en él? Y, lo que era peor, de enamorarse de él.

Roderick negó con la cabeza.

Maisie apartó la mirada, notando que el corazón se le encogía.

Sí, le había ocultado cosas y ambos lo sabían, pero lo había hecho por él, para protegerlo. Cuanto menos supiera de su conflictiva historia, más seguro estaría. Y no sólo él, sino también sus hombres. Aunque, por lo que parecía, ellos no compartían la preocupación por su seguridad. ¡Qué idiota había sido ayudando en las tareas del barco y curando a Adam!

—¡Échela del barco! ¡Átela y arrójela por la borda! —gritó un hombre al tiempo que le lanzaba un cabo, que cayó muy cerca de los pies de Maisie.

La muchacha se quedó paralizada de terror.

El rostro de Roderick se transformó en una máscara de furia. Por un momento, Maisie creyó que iba a hacer lo que el marinero le había pedido, pero en vez de eso se volvió hacia él.

—No somos cazadores de brujas, ni tengo la menor intención de convertirme en uno.

Los ojos del capitán llameaban de indignación y rabia. Sus rasgos angulosos, ya de por sí muy masculinos, resultaba aún más amenazadores por su estado de ánimo. El corazón de Maisie se le retorció un poco más al darse cuenta del tormento de Roderick.

Justo en ese instante, un grito captó la atención de todos. Era un marinero que acababa de salir de la trampilla que conducía al camarote del capitán. En la mano llevaba su hatillo lila. Maisie observó horrorizada cómo lo abría y esparcía su contenido sobre la cubierta.

—Encontré esto escondido bajo la litera del capitán —explicó.

La muchacha se quedó mirando sus preciosas piedras magnéticas, que salían despedidas en todas direcciones. Las hierbas medicinales y los polvos, tan cuidadosamente envueltos, se desparramaron y fueron barridos rápidamente por el viento otoñal. También había otros objetos personales de gran valor sentimental; cosas que le había regalado mamá Beth. Pero lo que más le dolía era ver por los suelos sus queridas piedras. Llevaban muchos años junto a ella y, del mismo modo que ella las había enriquecido cargándolas de energía, las piedras la habían fortalecido a ella, anclando su magia mientras copulaba con Roderick.

El hombre que había subido el hatillo a cubierta pateó las piedras.

—Son herramientas de sus prácticas diabólicas —la acusó.

Roderick permanecía entre Maisie y la alborotada tripulación, que intentaba acercarse a ella, preparándose para atacar.

—Soy el capitán de este barco —declaró— y, como tal, yo me ocuparé de este asunto.

Maldiciendo a gritos, agarró la cuerda que le habían lanzado a los pies.

—¡Me comporté como un estúpido al aceptar subir a una mujer a bordo! —gritó por encima del hombro para que lo oyeran sus hombres—. Sobre todo una mujer con poderes oscuros. —La agarró por los brazos, pero no la miró a los ojos—. No permitiré que ponga en peligro a mi tripulación —dijo.

Furiosa, Maisie se resistió.

Roderick no mostró ni rastro de compasión y le ató las muñecas con fuerza a pesar de los esfuerzos de la muchacha por liberarse.

—No he puesto a tu tripulación en peligro —le susurró ella, furiosa—. Sólo atraje el viento hacia tus velas y curé a Adam.

Roderick la hizo callar.

—Confía en mí —le susurró.

«¿Que confíe en él?» Confundida, pero aún muy enfadada, siguió resistiéndose.

Roderick le levantó las manos unidas por encima de la cabeza y la sostuvo así mientras la miraba fijamente a los ojos.

—Entonces ¿admite usted que ha influenciado en este viaje de alguna manera?

Maisie se retorció, sintiéndose como un pez colgando del anzuelo. Debía convencerlo urgentemente de que no tenía ninguna intención de dañarlo, ni a él ni a la embarcación, pero parecía que cada vez que abría la boca se enmarañaba más y más en aquella red de enredos. La furia le llegó hasta lo más hondo de los huesos. Nunca había sentido nada parecido. Era una rabia nacida de un sentimiento de traición, ya que la noche anterior habían estado tan unidos que había sentido que eran una única persona. Y ahora Roderick le daba la espalda y ella notó que el alma se le ensombrecía hasta volverse negra. El poder luchó por abrirse camino en su interior, rebelde, inquieto y cada vez más cercano a la superficie.

—Te he pagado. Te he pagado muy bien —susurró ella, mirándolo fijamente para transmitirle toda su indignación—. ¿Ya lo has olvidado, Roderick Cameron?

—Te aconsejo que tengas cuidado con lo que dices —replicó él en un susurro para que sólo ella lo oyera. Parpadeó. Tenía que pensar en sus hombres. No podía ignorar su petición. Si lo hacía, se arriesgaba a que se amotinaran.

Por un momento, a Maisie le pareció que la estaba advirtiendo con complicidad, pero inmediatamente la apartó tanto como le permitieron los brazos, como si no quisiera tener nada que ver con ella.

A la muchacha se le formó un nudo de rabia y frustración en el estómago al sentirse traicionada. La eterna lucha que libraba para mantener a raya su poder corría peligro de desbocarse. Estaba harta de tener miedo. Tenía unas enormes ganas de que fueran esos hombres los que sintieran miedo de ella. Pero ceder a la tentación de darles una lección no serviría de nada. Al contrario, estaría dándoles la razón. Si les mostraba su auténtico poder, les ofrecería la excusa perfecta para echarla del barco.

Roderick le propinó un golpe en el hombro para que se moviera, señalando una trampilla en el extremo opuesto de la cubierta. Era la trampilla por la que bajaban las provisiones o la gran olla donde cocinaban el rancho. Maisie tuvo un mal presentimiento.

—No, no pienso dejarme encerrar en la bodega como una criminal. No he hecho nada malo.

—Le prohíbo que vuelva a abrir la boca —le ordenó él con firmeza.

Ese hombre, que hasta hacía unas horas se había mostrado leal, apasionado y jovial, se comportaba ahora de manera distante, como un extraño. ¿Se había ganado su enemistad por ser lo que era? A su espalda, la tripulación animaba a su capitán. Qué estúpida se sentía por haberlos ayudado en sus tareas. Ahora se volvían en su contra, como tantas veces hacía la gente con los de su clase. Cyrus le había advertido de que eso sería lo que ocurriría si se alejaba de su lado. Sus objetivos habían sido perversos, pero al menos esa parte de su letanía había resultado ser cierta.

Al ver que se negaba a caminar, Roderick la obligó tirando de la cuerda y murmurando por lo bajo mientras la arrastraba.

Los hombres retrocedían a medida que la joven pasaba por delante de ellos, manteniendo las distancias. Al pasar junto a Clyde, lo miró a los ojos y vio que el viejo marinero dudaba. Tenía el cejo muy fruncido. Maisie pensaba que se había ganado su confianza, pero a la hora de la verdad estaba en medio de todos los que la atacaban, sin abrir la boca para defenderla. Se acordó de los libros que Cyrus le había hecho estudiar, de todos los relatos de juicios y ejecuciones de brujas que aparecían en ellos. Lo había hecho para que se asustara, para que fuera cauta y desconfiada. Pero ahora le había llegado el turno a ella de enfrentarse al odio y la intolerancia, igual que a su madre años antes.

Roderick no mostró ningún signo de debilidad mientras tiraba de la cuerda para obligarla a bajar la escalerilla y ordenaba a dos hombres que fueran tras ellos. Brady la siguió de cerca. Maisie notó su bota en el escalón de encima de su cabeza, como una amenaza que le encantaría ejecutar si no obedecía las órdenes del capitán. La escalera era larga y estaba algo destartalada por el uso. Con las muñecas atadas, no tenía libertad de movimientos, y estuvo a punto de resbalar varias veces. Cuando llegó abajo, se dio cuenta de que la poca luz que había se filtraba por la trampilla. Levantó la mirada y vio que uno de los hombres que los seguían llevaba un quinqué. Cuando llegó abajo, se lo pasó a Brady, quien a su vez se lo entregó a Roderick para que abriera camino.

Maisie apenas si se percató de lo que había a ambos lados mientras caminaba siguiendo la ancha espalda de Roderick por el estrecho y tenebroso pasillo. Sin embargo, olió el aire viciado, la humedad de la madera y algo más que hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.

El tintineo de unas llaves la hizo alzar la cabeza. Roderick estaba abriendo una pesada puerta de madera con remaches de hierro. Cuando ésta acabó de abrirse, el capitán la cogió por el cuello y la obligó a entrar.

Maisie tropezó en el umbral.

Cuando Roderick colgó la lámpara de un gancho de la pared, Maisie vio que se hallaba en un almacén frío y húmedo. El sonido del chapoteo del agua le llegaba de algún lugar cercano. Los gruñidos y los crujidos del barco se oían mucho más fuertes y amenazadores desde allí. Se agarró a una barandilla que recorría las paredes, de la que colgaban algunos alimentos.

—¡Yo me ocupo de ella! —gritó el capitán por encima del hombro a Brady y a los demás—. Vosotros encargaos de las tareas en cubierta.

—Átela bien fuerte, capitán —le dijo el hombre que había bajado la lámpara.

¿Cómo? ¿Que la atara? Maisie se echó a temblar. Si se negaba a rendirse, haciendo uso de la magia para resistirse, las sospechas de los marineros se verían confirmadas. La tripulación bajaría en bloque, como una masa asustada y furiosa. Lo había visto antes y no quería volver a verlo nunca más. La habían educado para evitarlo a toda costa. Maisie se forzó a recordarlo.

—Sí, eso haré —gruñó Roderick.

La muchacha reprimió las ganas de llorar. El capitán Cameron iba a hacerles caso.

—¿Estás seguro de que puedes ocuparte de ella solo? —preguntó Brady, como si no lograra decidir si debía marcharse o no.

—He estado ocupándome de ella hasta ahora, ¿no? Encárgate del timón. Sin duda nos hemos apartado ya del rumbo. Quiero llegar a tierra y entregarla al juez cuanto antes. La ataré y la vigilaré personalmente, para que no se atreva a practicar la brujería y causar el caos en el barco.

Maisie maldijo en voz alta.

Y eso pareció convencer a Brady, que los dejó solos al fin, aunque a regañadientes.

Cuando se hubo marchado, la puerta se entornó, crujiendo con estrépito. Roderick se acercó hasta allí a grandes zancadas y la cerró de golpe. Luego permaneció inmóvil con la mano en el pestillo, como si no quisiera volverse para no tener que enfrentarse a ella.

Era evidente que no se sentía cómodo con la situación. Maisie volvió a sentir esperanza.

—¿Roderick?

Él regresó a su lado.

—No me pongas a prueba, Maisie —le dijo con expresión decidida—. Yo no he buscado nada de esto. Y si te he traído aquí abajo ha sido para protegerte.

Le dirigió una mirada frenética y furiosa. A continuación negó con la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba pasando.

—¿Para protegerme? —preguntó ella, incrédula, señalando a su alrededor.

Roderick apretó los dientes y los labios con fuerza.

—Te he pedido que confiaras en mí. Si no te hubiera encerrado aquí, podrían haberte arrojado por la borda.

El miedo hizo que el enfado de Maisie fuera en aumento.

—¿Quieres que confíe en ti? ¡Me has sacado del camarote a la fuerza y me has hecho llevar a cubierta para que tus hombres me juzgaran! ¿Por qué debería fiarme de ti? Ni siquiera me escuchas. —No pudo contenerse más. La magia hervía en su interior, avivada por el sentimiento de injusticia. Dejó escapar un poco e hizo un llamamiento al caos, permitiendo que él viera el fuego en su mirada.

Roderick retrocedió, y ella supo que había visto la magia.

—Maisie, no. —Él tragó saliva, pero no dejó de mirarla.

—Nunca te haría daño. ¿Por qué crees que soy un peligro para ti? No le he hecho daño a nadie, ni a ti ni a ninguno de tus hombres, y tampoco tengo intención de hacerlo.

No podía dejar que se marchara sin haber aclarado las cosas antes. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Al perder el control y pensar en el conjuro del caos, el desorden había quedado libre a su alrededor. El barco empezó a moverse de lado a lado y arriba y abajo con tanta violencia que incluso Roderick, que estaba perfectamente acostumbrado al vaivén de las olas, salió disparado contra la pared. Las provisiones se sacudieron de un lado a otro y algo cayó de un estante. Un saco de patatas se volcó y los tubérculos salieron rodando por el suelo. En algún lugar por encima de ellos crujió una viga, y el sonido de la madera al partirse los alcanzó. El capitán se la quedó mirando, horrorizado.

Maisie movió las muñecas y desplazó ligeramente hacia un lado la soga que la retenía, maldiciendo mientras la pesada atadura serpenteaba por el suelo. No había podido librarse del todo. Necesitaría un cuchillo para cortarla.

—Juro por el poder de la naturaleza que no voy a quedarme aquí encerrada esperando a la muerte. La herencia de mi familia es una maldición y siempre lo será, pero no voy a consentir que un hombre al que me he entregado por completo me trate de este modo.

—Tienes que calmarte para poder ver con claridad lo que intento hacer.

Roderick la agarró entonces por los hombros y la llevó hasta una esquina de la habitación. Allí, lanzó la soga al aire y la pasó por encima de una viga. Al tirar de la gruesa cuerda, Maisie quedó colgando de ésta con los brazos estirados por encima de la cabeza. Apenas rozaba el suelo con los pies.

—No lo hagas —le rogó, muerta de miedo.

Estar atada de esa forma la volvía loca de furia y de miedo, porque la situación era demasiado parecida a la que había vivido su madre.

—Sólo lo hago por tu seguridad. Si te quedas quieta y callada, buscaré la manera de liberarte.

Maisie se resistió, luchando contra el impulso de lanzarse a sus brazos y buscar protección en el calor de su pecho, tan sólido y real.

—Tus ojos —añadió él, retrocediendo y negando con la cabeza—. No puedo verte así, porque tus ojos son la prueba de que lo que dicen mis hombres es verdad. Me he negado a creer que ése fuera tu secreto. He luchado por ti y te he defendido delante de todos. Esos hombres son mi tripulación y soy responsable de sus vidas y del Libertas. Y, sin embargo, he impedido que acabasen contigo. Me siento como un estúpido porque preferiría morir antes que ver que alguno de ellos te pone la mano encima.

Maisie lo miró y vio que era sincero. Los ojos del capitán brillaban de emoción contenida.

La muchacha quería seguir hablando con él, preguntarle más cosas, pero él se volvió y se dirigió hacia la puerta.

—¡Roderick! —lo llamó mientras forcejeaba por soltarse de la cuerda. Aunque seguía asustada, el corazón se le había hinchado en el pecho. Lo odiaba por apartarse de ella, pero lo amaba al mismo tiempo. ¿Cómo podía dejarla allí sola?

Antes de llegar a la puerta, Roderick descolgó el quinqué, como si fuera a llevárselo consigo.

El pánico la asaltó.

El aire olía a muerte y a podredumbre. Notaba las ratas acechando en los rincones oscuros y no podía protegerse con un anillo de fuego como si estuviera en tierra porque el barco podría incendiarse.

—¡Por favor, Roderick! —gritó—. No me dejes aquí sola a oscuras, te lo ruego.