—Es verdad. Esa Jezabel ha hecho algo impío ahí abajo. —Brady negó con la cabeza y clavó en Roderick una mirada de advertencia.
El hecho de que Brady hubiera adoptado el apodo que Clyde empleaba para referirse a Maisie lo molestó tanto como que la estuviera acusando de brujería.
—¿Crees que cuidar de un herido es impío?
—Hizo más cosas aparte de cuidar de él. Le cantó una canción, pero había algunas estrofas que los hombres no entendieron. Y Adam… se quedó traspuesto. No gritó mientras le colocaba los dedos en su lugar. Los hombres creen que ni siquiera respiraba.
El capitán suspiró con fuerza. Los hombres estaban preocupados. Un buen grupo se había reunido en cubierta para hablar con él, ya que se había corrido la voz de lo que Maisie había hecho. Como si no tuvieran ya bastantes problemas. El chico podría haber muerto. Los cordajes habían quedado dañados y habían tardado un buen rato en volver a colocar bien las velas. Y ahora le venían con esa tontería.
Mientras estaba reparando el aparejo, Roderick había visto a Maisie saliendo de la escotilla que llevaba a los dormitorios de los hombres. Se había imaginado —correctamente, al parecer— que habría ido a ayudar a Adam, pero ahora los hombres estaban cuestionando lo que la muchacha había hecho, así como sus intenciones. Al pensar en ello, recordó haberla visto salir corriendo hacia su camarote inmediatamente después del accidente sin consultarlo con él, lo que le había parecido raro.
Pero tampoco tanto como para ponerse así. No entendía la reacción de su tripulación.
—Adam se llevó un buen susto. Supongo que, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se sintió como un estúpido —dijo Roderick para tranquilizar a la multitud—. Tenía tantas ganas de subir a los mástiles que metió la pata. Y luego se avergonzó. Deberíais estar dando las gracias porque la herida no fuera tan grave como pensábamos en un principio.
Al capitán no le gustaba nada el tono que sus hombres empleaban para hablar de Maisie. Le había parecido que alguno de ellos incluso susurraba algo sobre librarse de ella. Roderick se preocupó, porque cuando se les metía algo en la cabeza, era muy difícil hacerlos cambiar de opinión.
—Se trata de brujería —insistió Brady, negando con la cabeza—. No es trigo limpio, os lo digo yo. Gilhooly dijo que la vio envolver la mano de Adam con una cosa oscura mientras canturreaba palabras que ningún hombre temeroso de Dios entendió. ¿Qué me dices de eso?
—Cuando ella se marchó, despertamos al muchacho —añadió otro de los hombres—. Nos costó mucho. No era un sueño normal. Cuando se espabiló, dijo que recordaba que ella había estado allí, pero pensó que lo había soñado. Cuando le pedimos que nos contara lo que había ocurrido, no recordaba nada de cuando le curó la mano. Dijo que había estado soñando que estaba en un lugar muy hermoso. Había notado el sol en la cara y hierba cálida bajo la espalda, y había sentido muchas ganas de quedarse dormido.
—¿Un sueño? —preguntó otro de los hombres—. Si es lo que dices que es, tendríamos que hablar de una pesadilla, ¿no?
Roderick volvió a suspirar. Los murmullos eran muy peligrosos. Cada vez que pasaban de boca en boca iban creciendo y haciéndose más graves.
Brady frunció el cejo.
—Tuvimos que convencer a Adam de que no había sido un sueño. Y luego tuvimos que darle un montón de ron para que volviera a dormirse.
A Roderick se le estaba acabando la paciencia.
—Si no hubiera tomado tanto ron la noche anterior, no habría actuado como un loco y no habría tenido el accidente —dijo fulminando a los reunidos con la mirada.
Mientras los miraba uno a uno, se dio cuenta de que Clyde estaba allí, pero no decía nada. Él había sido el que había iniciado las habladurías sobre Maisie y, sin embargo, no estaba aprovechando ese momento de inquietud para remachar el clavo. Roderick se preguntó qué le estaría pasando por la cabeza.
Pero eso podía esperar. Lo más importante era cerciorarse de la seguridad del barco, y para eso necesitaba que los hombres estuvieran satisfechos.
El capitán se tomaba sus responsabilidades muy en serio, y en esos momentos tenía varias preocupaciones. Se sentía mal por no haberle dado más responsabilidades al joven holandés. Sabía que la culpa de que hubiera actuado de un modo tan impulsivo era el aburrimiento. El chico estaba harto de lavar la ropa y pelar patatas. También se arrepentía de no haber estado presente durante la cura. Si hubiera estado allí, toda esa tontería no tendría razón de ser. Y lo peor de todo era el impulso de partirles la cara a puñetazos a todos los que dudaban de las buenas intenciones de Maisie. Y un capitán no podía permitirse el lujo de actuar así. Pero no podía evitarlo, porque sentía que Maisie era otra de sus responsabilidades. Como capitán, era responsable de todos los que iban a bordo. En todo eso pensaba mientras recorría la cubierta arriba y abajo.
—Que todo el mundo vuelva a su puesto. Interrogaré a la pasajera sobre este asunto. Mientras tanto, no quiero volver a oír más tonterías. La herida no fue grave. El chico es joven y sano y se recuperará enseguida. Dejad de darle vueltas a la cabeza. Cuando salga el sol, lo veréis todo más claro. Estoy seguro de que comprenderéis que no hay nada de lo que preocuparse. Si me equivoco, nos volveremos a reunir y tomaremos otra decisión. Mientras tanto, los que no estén de guardia que bajen a descansar y se preparen para el próximo turno.
Con unos cuantos gruñidos de protesta, los hombres se dispersaron.
Clyde se quedó.
—¿Clyde?
—Capitán.
—Antes no has abierto la boca. ¿Qué quieres decir ahora?
El hombre lo miró atentamente.
—La muchacha te importa.
Roderick no estaba seguro de si esas palabras eran una crítica o no. El tono del marinero no dejaba entrever nada. Sin embargo, el comentario hizo que pensara en ello, lo que era probablemente la intención del viejo lobo de mar. En ese momento no podía responder con convicción, así que eligió responder con lógica.
—Es una pasajera y, por tanto, es mi responsabilidad, igual que todos vosotros.
—Si está practicando brujería a bordo, llevamos mucho más que una pasajera.
A Roderick se le hizo un nudo en el estómago.
—Es obvio que crees que las acusaciones son fundadas.
Clyde pensó bien antes de responder.
—Si está practicando brujería, no creo que lo haga con malas intenciones. Si lo creyera, sería el primero en pedir que caminara por la tabla.
—Nadie va a caminar por la tabla mientras yo sea capitán de este barco —dijo apretando los dientes. El nudo que sentía en el estómago se retorció hasta que le costó respirar.
Clyde se encogió de hombros. Una sonrisa huidiza le apareció en el rostro, como si Roderick acabara de confirmarle sus sospechas.
—Lo único que digo es que muchas sanadoras provienen de las Highlands. Sólo eso.
Roderick se tranquilizó un poco.
—¿Es eso lo que crees, que es una sanadora?
El viejo asintió.
—Y muchos de los hombres han pedido a gritos que fuéramos a buscar a un sanador cuando estábamos en tierras lejanas. Les daba igual que usaran magia o pociones extrañas.
—Tienes razón. Muy bien visto, gracias.
—Pase lo que pase, no dejes que el afecto interfiera en tus decisiones, capitán.
Roderick estaba a punto de replicar, pero Clyde dio media vuelta y se alejó cojeando.
Con un par de comentarios bien elegidos, el viejo marinero lo había sumido en un mar de dudas. Sin embargo, el argumento de los sanadores era bueno. Sanar era un don, y casi todo el mundo lo valoraba. Clyde era muy observador y no tenía mala fe.
Roderick permaneció unos minutos inmóvil, preguntándose si lo que sentía por Maisie era realmente afecto, y si ese afecto estaba perjudicando su toma de decisiones.
Fue incapaz de negarlo.
Era cierto que aquella mujer lo atraía mucho, pero era normal, puesto que no había conocido a nadie como ella en toda su vida. Maisie lo hacía sentir lleno de energía. A su lado, su camino en la vida parecía más claro. ¿Sería eso lo que sus hombres llamaban la tentación de las mujeres? Era un tema que le preocupaba mucho. Él mismo había advertido a Gregor Ramsay del peligro de ser cazado por una mujer cuando éste había desembarcado en Dundee seis meses antes. Y ahora era él quien no seguía sus propios consejos.
«Soy el capitán de este barco. No puedo fallar». No iba a permitir que ninguna mujer le hiciera perder el juicio ni el respeto de sus hombres. Tenía el cerebro un poco confuso por los agradables revolcones que habían compartido, pero eso era todo. Tenía que mantener la cabeza fría. Sí, eso era lo que Clyde había querido decirle.
Roderick permaneció en cubierta supervisando el turno de noche durante una hora antes de retirarse a descansar. Durante ese rato se obligó a pensar sólo en tareas del barco. Pero en cuanto empezó a andar camino del camarote, la precaución dejó paso a la curiosidad que le corría por las venas. ¿Qué le diría a la muchacha? ¿Sacaría el tema de la curación de Adam? Y ¿cómo se sacaba a colación algo así?
Se detuvo a recoger víveres de la despensa, que se cerraba con llave, al darse cuenta de que Maisie no debía de haber comido nada desde que salieron de Lowestoft. Incluso algo tan sencillo le resultó inquietante. Nunca antes se había preocupado por el bienestar de una mujer. Cuanto antes la dejara en su destino, mejor.
Maisie se levantó de la cama donde había estado sentada, esperando su llegada. Cuando el capitán le ofreció la manzana y el trozo de queso que le había llevado, ella se lo agradeció con una inclinación de cabeza, pero no tocó la comida.
Estaba muy tensa, y Roderick sintió ganas de abrazarla con fuerza para tranquilizarla. Otra vez… La atracción era imposible de negar. A pesar de todos los problemas que lo acuciaban, sólo quería estar a su lado.
—Siento no haber bajado antes. He tenido que ocuparme de unas cuantas cosas en cubierta.
—Me temo que lo que le pasó a Adam fue culpa mía.
Roderick frunció el cejo. Eso era lo último que esperaba oír y, en caso de que fuera verdad, era muy grave. Dejó la comida sobre la mesa, esperando que se animara a comérsela más tarde.
—¿Por qué dices eso?
—Le dije que yo me ocuparía de cortar las verduras. Por eso fue a buscar otras tareas que le apetecía más hacer.
Aliviado porque no se refiriera a nada siniestro, Roderick se acercó a ella y la agarró por los hombros para poder mirarla a la cara mientras hablaban.
—No digas eso, no fue culpa tuya. Adam es demasiado impetuoso. Debería haber empezado a formarlo personalmente hace semanas. Ese chico ya necesita tareas de hombre. Está desmotivado.
Al mirarla fijamente a los ojos, vio que el accidente de Adam no era lo único que la preocupaba. Parecía inquieta y le dirigía una mirada suplicante que le recordó a la primera vez que la vio en el muelle. Desde aquella noche, había mejorado mucho. Estaba mucho más fuerte. Odiaba verla de nuevo tan vulnerable. ¿Se habría dado cuenta de que la tripulación desconfiaba de ella?
Un escalofrío recorrió la espalda de Roderick. Era miedo por ella. Aunque los rumores fueran ciertos, no se podía creer que Maisie pudiera hacerle daño a nadie.
—¿Qué te preocupa?
—¿Qué te han contado? —preguntó ella sin más preámbulos, retorciéndose las manos.
—No tengas miedo. Los hombres están nerviosos por tener a una mujer a bordo. Ya te advertí que pasaría.
La expresión de la joven no cambió.
Roderick sonrió para animarla.
—Eres una mujer, y has hecho que se sientan como unos patanes al cuidar tan bien de Adam. Ellos no saben hacerlo. Tener una mujer a bordo es problemático. Algunos de los hombres se sienten traicionados. Muchos desconfían de las mujeres. Y muchos otros querrían acostarse contigo.
El capitán la miró de arriba abajo, tratando de imaginarse lo que sería mirarla y desearla, pero no poder poseerla. De todos los hombres que la deseaban, sólo uno podía tenerla en su cama. No era de extrañar que el ambiente en el barco fuera tenso.
—Roderick, por favor, no pienses mal de mí. Tu opinión es muy importante.
—Chis, calla, no pienso mal de ti.
Para Maisie era vital saber que los hombres no habían conseguido ponerlo en su contra. Era lógico. Roderick era su protector a bordo del Libertas; no podía hacerse ilusiones de que se tratara de nada más que de eso. La muchacha estaba desesperada por llegar a Escocia cuando se ofreció a él en Londres. Era imposible que sintiera por él nada que no fuera agradecimiento. Su encuentro había sido cuestión de suerte. Al menos para él. Roderick había disfrutado enormemente de su compañía. Pero para ella sólo había sido un trato nacido de la necesidad. Probablemente nunca averiguaría el misterio que rodeaba sus actos y las razones que la habían llevado a abandonar Londres de esa manera. Casi todo lo que tenía que ver con ella estaba envuelto en una capa de misterio. A no ser que su secreto fuera precisamente la brujería… A pesar de las advertencias de la tripulación, Roderick no sentía ningún miedo cuando estaba en su compañía.
—¿Qué te han contado los hombres? —insistió Maisie.
No descansaría hasta que lo supiera.
Él le besó la frente.
—Deberías cantar más a menudo.
—Roderick…
—Lo digo en serio. Cuando les cantaste a todos en cubierta, te ganaste sus corazones.
—¿Y cuando no canto para todos ellos? —preguntó, tozuda, negándose a olvidarse del tema.
—Es una tontería, pero a algunos de ellos se les ha metido en la cabeza que usas palabras en picto y que eso es mala señal.
Maisie bajó la vista y se liberó de su abrazo para poner distancia entre ambos.
—Sólo son palabras que mi madre solía decirme.
Roderick se preguntó cuántos años debía de tener. Era la primera vez que se lo preguntaba. Sospechaba que era más joven de lo que se había imaginado al principio. Sus ojos eran tan solemnes, su actitud tan seria, y la propuesta que había salido de sus labios había sido tan astuta y atrevida, que la habían hecho parecer mayor.
—¿Vas a reunirte con tu madre en Escocia?
Ella negó con la cabeza.
—Mi madre murió cuando yo era una niña. Su muerte fue muy cruel, y mis hermanos y yo tuvimos que presenciarla. —Maisie respiró hondo y volvió a mirarlo a los ojos—. Esas viejas palabras y canciones me hacen sentir más cerca de ella y de mis orígenes, eso es todo.
La joven parpadeó y por un momento Roderick tuvo la curiosa sensación de que no se lo estaba contando todo. Deseaba conocer la verdad. Y también la deseaba a ella. Ambas cosas se combinaban creando en su interior una necesidad implacable de poseerla, como si pudiera sacarle la información a revolcones, de haber tenido el tiempo suficiente.
Avergonzado por sus impulsos primarios, se volvió y cogió una botella de ron que guardaba entre los libros de náutica en uno de los estantes más bajos. Tras darle un buen trago, se la ofreció a Maisie. Cuando ella declinó su oferta, se bebió también su parte.
Maisie se apartó el pelo de la cara.
—Tus hombres… ¿creen que soy mala por saber viejas canciones en picto?
Tal vez si viera que era más honesto se sinceraría con él.
—Bueno, la verdad es que eso despierta las sospechas de algunos.
Su propio grado de confianza variaba mucho en lo que a esa mujer se refería. Lo que no variaba era cuán profundamente la deseaba: de una forma apasionada. Al verla apartarse el pelo de la cara con los dedos, deseó hacer lo mismo. Sintió un gran impulso de sentarla sobre su regazo para contemplar su precioso rostro.
—¿Y tú? ¿Sospechas de mí? —Maisie lo estaba mirando con intensidad, casi desafiándolo a que dijera que sí.
—No sé nada de ti, Maisie. Ni siquiera conozco tu apellido. Y, cuando trato de entenderte, te rebelas y me lo discutes todo. Eso es lo que hace que la situación sea difícil para mí, no las sospechas.
A ella empezó a temblarle el labio inferior.
—Perdóname. Mi apellido es Taskill, Maisie Taskill. Y si no te lo he dicho antes es porque pensaba que sería más seguro para ti si no lo conocías. Un hombre poderoso quiere que sea suya. Si descubre que alguien me ha ayudado a escapar de Londres, no tendrá piedad. No te he contado nada de mí para no poneros en peligro ni a ti ni a tus hombres.
Sus miradas se encontraron y a Roderick le pareció que no existía nada más. Sólo Maisie y su modo de mirarlo, como si su opinión fuera lo más importante del mundo para ella. Él sentía lo mismo. Las circunstancias que los habían unido habían sido difíciles, pero se las habían arreglado bien hasta ese momento. Sin embargo, tenía la sensación de que todo estaba a punto de romperse en mil pedazos. No sabía qué les depararía el nuevo día. Incluso si lograba mantener a raya a la tripulación hasta que desembarcaran en Escocia, saber que sus hombres no confiaban en Maisie y que querían librarse de ella cuanto antes le partía el alma.
—No podría soportar que te ocurriera algo malo por haberme ayudado —dijo ella con los ojos llenos de lágrimas—. Sé que ha pasado poco tiempo, pero me importas.
Roderick no pudo contenerse más. Tenía que abrazarla, tenía que apoderarse de su cuerpo al completo. Un instante más tarde estaba a su lado, rodeándola con los brazos mientras le devoraba la boca. Ella se aferró a él con fuerza, tan frenética y ávida de él como él lo estaba de ella. No le importaba lo que nadie dijera. Le daba igual si era cierto o no. Los problemas podían esperar, pero él no.
—Hazme tuya —susurró Maisie.
—Eso voy a hacer. —Roderick respiró hondo y se apartó de ella.
Esta vez no la tomaría con prisas. Sentía un irrefrenable deseo de desnudarla por completo para conocer todos los rincones de su cuerpo.
En la penumbra del camarote, la desvistió, ocupándose personalmente de cada botón y cada corchete, de cada cinta y cada lazo, hasta que lo único que le quedó puesto fueron las medias de lana —atadas con lazos por encima de las rodillas— y las botas. Roderick estuvo tentado de dejárselas puestas porque le quedaban muy bien. Estaba preciosa con el cabello cayéndole suelto por la espalda, mientras lo miraba fijamente. Durante el rato que pasó desnudándola, ella siguió cada uno de sus movimientos. Cuando le sonrió, Maisie levantó la cabeza y lo miró de tal modo que parecía que pudiera adivinar lo que estaba pensando. ¿Podría? Si era capaz de hacerlo, lo único que encontraría en su mente era lo mucho que la deseaba.
La llevó a la cama y la sentó para quitarle las botas. Luego le deshizo los lazos de las medias y se las quitó, haciéndolas rodar, antes de echarlas a un lado. Roderick se desvistió a toda prisa. Sabía que si esperaba un poco, tal vez ya no podría detenerse a hacerlo, y quería sentir la piel desnuda de la joven bajo la suya.
Cuando estuvo completamente desnudo, ella se tumbó de espaldas y extendió los brazos para darle la bienvenida. Roderick le tomó las manos y las besó, primero una palma y luego la otra. No quería apresurarse. Cada instante le parecía precioso. Maisie retiró los brazos y lo miró, inquieta.
—Pronto me tendrás, no estés ansiosa. Pero antes pienso besar cada centímetro de tu cuerpo.
Ella abrió mucho los ojos.
—Lo dices como si fuera una amenaza.
Él asintió lentamente.
Tras sentarse en el borde de la cama, Roderick la exploró, recorriéndole todo el cuerpo con los dedos. Sus labios siguieron el ejemplo de sus manos. La besó por todas partes, desde la suave piel detrás de las orejas, bajando por todas las curvas de su figura hasta llegar a la planta de los pies, desde donde volvió a subir. Cuando le acarició un seno con la mejilla, ella gimió.
—¿Te rasco con la barba? ¿Está demasiado áspera?
—No. Me… me gusta. Me excita muchísimo.
A él le encantó oírlo. Animado por sus palabras, le rodeó el pecho con la barbilla, incluso el delicado pliegue debajo del mismo.
—Oh, Roderick… Haces conmigo lo que quieres. Eres el capitán de mi cuerpo.
Él nunca se había sentido más feliz. Le acarició los pezones erectos con la lengua, uno después del otro, y Maisie no pudo más. Le sujetó la cabeza, pegándola a su cuerpo. Roderick aprovechó su distracción y le deslizó dos dedos entre los pliegues de su sexo, que encontró calientes y resbaladizos.
Le resultó tan apetecible que cambió de postura. Tras separarle las piernas, se colocó una de ellas sobre el hombro para acceder a su sexo con más facilidad. Los suaves pliegues rosados brillaban cubiertos por sus jugos. Roderick se abalanzó sobre ellos y los devoró, recorriéndolos con la lengua de arriba abajo. Su esencia era el néctar más delicioso para él. Su aroma y su gusto lo excitaron más todavía, volviéndolo loco de deseo.
Maisie arqueó la espalda y le enterró los dedos en el pelo.
Al levantar la mirada, él vio que estaba a punto de alcanzar el clímax y centró la atención en el botón de la entrada de su sexo. Lamiéndolo de abajo arriba, pronto se vio recompensado por un ahogado grito de sumisión acompañado por los temblores del cuerpo de Maisie.
Roderick se incorporó ligeramente para observarla. Le encantaba ver cómo movía la cabeza de un lado a otro mientras el rubor se extendía por su pecho, su cuello y sus mejillas. Era como si el calor naciera en su vientre estimulado y, con la fuerza de su orgasmo, se extendiera por todo su cuerpo.
Momentos más tarde, Maisie abrió los ojos y lo miró.
Al capitán le pareció que la luz de la vela se reflejaba en sus ojos de un modo extraño, como si la llama brillara dentro de ellos. Se echó hacia atrás, sorprendido, pero luego la muchacha parpadeó y sus ojos volvieron a la normalidad.
Se sentó y le llevó los brazos al cuello para abrazarlo con fuerza.
—Roderick, ¿es siempre así? —le preguntó, echándose hacia atrás para mirarlo a la cara. La expresión de Maisie era sincera y solemne.
—Para mí nunca había sido así. Eres tú la que haces que sea… como es.
Maisie lo examinó unos momentos antes de asentir. Le apoyó una mano en el pecho y le acarició la mejilla con la otra.
—Quiero explorar tu cuerpo igual que tú lo has hecho con el mío, con las manos y con la boca.
Roderick inspiró hondo, puesto que sólo de pensar en ella haciéndole esas cosas, su verga empezó a latir. Estaba dura como una piedra. Llevaba ya un tiempo así, inflamada por el deseo de estar en su interior.
Maisie bajó la vista hasta su erección mientras entrelazaba los dedos con los de él.
—Y quiero que me lo enseñes todo.
—¿Cómo? —preguntó él con la voz ronca. Maisie lo observaba con tanta pasión en los ojos que empezó a sudar.
—Quiero que me enseñes todas las maneras en que podemos…
—Ah. —El miembro de Roderick creció un poco más. Tenía la piel tan tirante que empezaba a resultarle doloroso—. Ten cuidado. No es muy prudente hacer una invitación como ésa a un hombre que está encendido de deseo por ti.
Ella se echó a reír en voz baja. El sonido de su voz era música para los oídos del capitán. Maisie le acarició la mejilla con una mano y suspiró.
—Quiero aprenderlo todo. Y quiero que seas tú quien me enseñe.
Sin apartar los ojos de los de ella, Roderick vio el intenso deseo que ardía en sus pupilas, junto a una sincera invitación.
—Ah, dulce Maisie, deberías estar aprendiendo estas cosas con un caballero educado, alguien digno de ti.
—Ése no es el camino que la vida ha elegido para mí. Mi existencia está marcada por la tragedia y el dolor. Lo mejor que puedo hacer es volver a Escocia y buscar a mi familia: mi hermana gemela Jessie y mi hermano Lennox. Con su ayuda podré recuperar la vida que perdí. Estar contigo me ha hecho conocer una felicidad que no sabía que pudiera ser posible.
A él le dolió enterarse de que la muchacha hubiera tenido una vida tan infeliz.
—Maisie… —empezó a decir.
Pero ella lo interrumpió besándolo con ardor. La lengua de Maisie llamó a la suya a perderse en la cálida cueva de su boca, silenciándolo. Roderick saboreó su dulzura mientras su cuerpo y su mente se alzaban, dispuestos a responder a su invitación.
Había estado a punto de pedirle que le contara más cosas. Sobre todo, había querido ofrecerse a ayudarla a encontrar a su familia. Deseaba protegerla mientras durara la búsqueda. Pero entonces ella le rodeó el miembro con la mano y Roderick dejó de pensar. No podía hacer nada más que sentir. Y cuando rompió el beso, contempló sorprendido cómo ella bajaba la cabeza para besarle la punta.
Roderick ahogó la exclamación de incredulidad que estuvo a punto de soltar al notar que su deliciosa boca se cerraba sobre él y lo acariciaba con la lengua. Cuando lo tomó más profundamente, sus movimientos amenazaron con hacer que alcanzara el orgasmo demasiado pronto, y él quería que durara mucho más.
Siguió contemplándola, maravillado al comprobar lo mucho que parecía estar disfrutando. Qué sensual y entregada era. Esa mujer había nacido para la pasión. Su recién estrenada confianza se revelaba en su modo de tratarlo, tomando el control de la situación. Maisie se estaba transformando ante sus ojos; se estaba convirtiendo en una mujer que sabía lo que quería y que actuaba para conseguirlo.
Como si hubiera notado que él la miraba, ella alzó la cabeza y le sonrió. Luego le sujetó el miembro por la base y lo besó de arriba abajo antes de volver a metérselo en la boca.
—Ya basta, por favor —suplicó Roderick con un gemido entrecortado mientras le acariciaba el pelo, incapaz de resistirse a tocarla. Tenía que mostrarle de alguna manera lo mucho que su gesto significaba para él, lo agradable que le resultaba.
—Ahora me toca a mí disfrutar de tu cuerpo —replicó ella, riendo con suavidad.
Al reír, su aliento le hizo cosquillas. Un segundo después, volvió a devorarlo con más entusiasmo. Le acarició la parte inferior con la lengua mientras le sujetaba los testículos con la mano que le quedaba libre.
—Maisie… —Roderick tuvo que hacer un enorme esfuerzo para alargar la situación, pero quería llenar la noche de recuerdos que quedaran marcados a fuego para siempre en sus memorias.
Ella se incorporó, secándose la boca con el dorso de la mano y, de algún modo, ese gesto la hizo parecer aún más lasciva. Se puso de pie y, sin dar tiempo a que él reaccionara, volvió a atacar.
Sujetándolo por los hombros, montó a horcajadas sobre él para que quedaran frente a frente, con las piernas rodeándole las caderas. Aunque sorprendido por su actitud tan directa, Roderick gruñó de placer al sentirla moverse sobre su regazo.
—En esta postura también encajamos perfectamente —susurró ella con los ojos brillantes. Maisie se pasó la lengua por el labio inferior y bajó la vista hacia su miembro erecto. Su mirada era salvaje y posesiva, y Roderick supo que estaba perdido.
—Así es —logró decir con la voz muy ronca y mucho esfuerzo, puesto que tenía un nudo en el pecho.
El aroma embriagador que desprendía la excitación de Maisie lo hizo sentir aturdido, como si estuviera ebrio. Sus pechos, perfectos y coronados con sendos pezones erectos, estaban muy cerca de su cara. Moldeándolos con las manos, él bajó la cabeza y le succionó primero un pezón y luego el otro.
—Oh, Roderick…
Maisie arqueó la espalda, alzando los pechos para ir al encuentro de su boca. Él le lamió, besó y succionó los senos generosamente, mientras su verga daba tirones, recordándole su deseo de estar dentro de ella. Oh, esa mujer era una sirena, y su canto lo atraía sin remedio. ¿Sería una bruja? ¿Sería ése su secreto? No obstante, en aquel momento, a Roderick le daba igual. Con un dedo le acarició el sexo. Estaba húmeda y pegajosa. Sus jugos se deslizaban lentamente por los muslos como melaza. Él apoyó entonces su miembro tieso contra su caliente entrada. Bajando la mirada, vio que estaba firme ante su monte de Venus, como un acólito adorando en su altar.
Maisie gimió y se removió. Su cuerpo se movía rítmicamente, pero tampoco perdía detalle del lugar donde la erección de Roderick se alzaba orgullosa contra su carne expuesta. Se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, y se frotaba contra la dura superficie de su sexo, acariciando la sensible piel.
—Tengo que tenerte dentro de mí. Lo necesito —susurró, aferrándose con fuerza a los hombros de él.
Roderick soltó el aire con contundencia. Cada nueva sensación era más placentera que la anterior. Se agarró la base de su erección con la mano para dirigirla hacia ella.
Mordiéndose el labio inferior, Maisie se alzó un poco y se clavó en él, sentándose en sus caderas. Sentir cómo su cuerpo absorbía la dura vara de Roderick en su interior fue exquisito. Él cerró los ojos disfrutando de la intensa presión cuando estuvo totalmente hundido en su prieta vaina.
—Maisie. Oh, Maisie…
Le murmuró palabras de ánimo cuando ella empezó a mover las caderas adelante y atrás. El rostro de la muchacha se fue ruborizando mientras cabalgaba sobre él con decisión, aferrada a sus hombros.
—Eres preciosa —le dijo, adorándola.
Parecía una diosa del mar, una sirena, con el pelo colgándole sobre la espalda mientras lo montaba con desenfreno. Tal vez no fuera una mujer como las demás, pero ¿y qué? Esa noche era suya.
Le agarró las nalgas y hundió la cara entre sus pechos. Cada vez estaba más próximo al abismo. Nunca se había sentido tan cerca del cielo. Mientras ella lo ordeñaba entre sus muslos, el mundo de Roderick se hizo cada vez más estrecho. Ella. Sólo existía ella.
Maisie gimió débilmente. Al mirarla, vio que sus mejillas estaban llenas de lágrimas.
Roderick tenía el miembro imposiblemente tieso, los testículos prietos y altos, doloridos por la necesidad de descargar su semilla. Los movimientos de ambos se descontrolaron, volviéndose febriles. La vela chisporroteó y se apagó, pero Maisie no dejó que él se detuviera para encender otra.
En la ardiente oscuridad se fundieron en un solo ser.
Los ojos de la muchacha brillaban en la penumbra, luminosos como las llamas de dos velas gemelas. A Roderick le pareció extraño, pero lo justificó pensando que la vela no debía de haberse apagado del todo.
Negándose a derramar su semilla todavía, la levantó y la dejó boca abajo en la cama. Las ganas de encerrarla en su camarote para siempre y no permitir que saliera nunca más estaban creciendo con la misma fuerza que sus ganas de alcanzar el orgasmo.
Sin pausa, su miembro hambriento volvió a encontrar el camino a casa. Roderick se hundió en ella por detrás. El cuerpo de Maisie se arqueó y de su boca brotó un grito de placer, seguido de su nombre. A él le encantaba oírlo en sus labios, y se lo demostró tomándola bruscamente, reclamando su cuerpo sin delicadeza. Una y otra vez la embistió, gracias a que el cambio de postura le permitía aguantar un poco más.
—¡Oh, sí! —gritó ella, sosteniéndose con las manos en el zócalo de madera que rodeaba la cama—. Lléname. ¡Satisfáceme!
Roderick maldijo en voz alta.
—Quiero aprenderlo todo, sentirlo todo, Roderick. Hazme sentirlo todo. Sé que puedes hacerlo.
Sus palabras y la sensación del flexible cuerpo de Maisie arqueándose debajo del suyo para responder a sus acometidas le inundaron la mente con todas las imágenes de fornicación que había visto o imaginado.
—No sabes lo que estás diciendo.
—Muéstramelo. Lo quiero todo.
Agarrándole las nalgas, Roderick le acarició la raja que las separaba, moviendo los dedos arriba y abajo hasta encontrar el prieto anillo de su ano.
Maisie tenía la piel cubierta de sudor, pero no dejó de moverse ni un momento para demostrarle que le gustaba lo que le estaba haciendo.
—Oh, oh, ahí… ¿Por qué me excita tanto que me toques ahí?
Roderick salió de su interior, pero sólo para poder agacharse y besarla entre las nalgas. Cuando le recorrió el trasero con la lengua, ella gimió de placer y arqueó la espalda como un gato. Le gustaba.
La verga de Roderick dio un brinco.
—Eres una mujer caliente y apasionada.
—Por ti. Me has liberado de todas las maneras posibles.
Las palabras de ella parecieron marcársele a fuego en el pecho. Quería conocerlo todo de ella. Cuando siguió acariciándola entre las nalgas, Maisie gimió y no protestó en absoluto, por lo que Roderick se humedeció un dedo con saliva y presionó con él su abertura, deslizándolo ligeramente en su interior. Aunque la habitación estaba a oscuras, notó que ella se aferraba a la cama y levantaba un poco la espalda.
—¿Te duele?
—Un poco, pero… —Maisie se interrumpió y jadeó— al mismo tiempo es extrañamente agradable. Quiero más. ¿Está mal pensar así sobre algo tan lascivo?
A Roderick le hizo gracia que le preguntara eso cuando acababa de ordenarle que la satisficiera. Compartir lecho con su cándida novicia estaba resultando ser una experiencia única.
—En la cama nada está mal, siempre y cuando los dos cuerpos que se encuentran lo hagan voluntariamente.
Roderick hundió el dedo un poco más mientras se agarraba la base del miembro con la otra mano para mantenerlo a raya. La acarició penetrándola con el dedo delicadamente, para que tuviera tiempo de acostumbrarse a la sensación. Poco después, el cuerpo de Maisie empezó a ondularse, dándole la bienvenida del mismo modo que lo hacía cuando estaba dentro de su dulce canal.
—¿Puedes con algo más grande?
—Oh, Roderick…
—¿Puedes con esto? —Tras retirar el dedo, Roderick le presionó la entrada con la punta del miembro. Sólo con ese ligero contacto estuvo a punto de perder el control por la presión de su prieto anillo contra su abultada erección. Se mantuvo inmóvil, sin atreverse siquiera a respirar.
Maisie gimió y se retorció.
—¿Es posible?
—Lo es, pero si no quieres hacerlo, dímelo.
—Quiero saber —insistió ella—. Quiero saberlo todo y que seas tú quien me enseñe. —Y, diciendo esto, se echó hacia atrás.
Roderick se arqueó sobre ella cambiando de posición. Cuando ella volvió a empujar el trasero hacia arriba, su verga la estaba esperando. Tras bañarla en sus copiosos jugos, los extendió bien para que entrara mejor. Maisie separó un poco más las piernas y alzó un poco más las nalgas. Sin esperar más permisos, él hundió la punta en su prieta abertura.
—¡Oh, sí! —gritó ella—. Hazme tuya, Roderick. Por ahí también.
A ciegas, él le rodeó las caderas con un brazo y le agarró el monte de Venus con la mano para ayudarla a alcanzar el clímax.
—Eres mía —logró decir antes de hundirse más profundamente, lanzándolos a ambos a una espiral de éxtasis intenso y visceral.
Más tarde, mientras Maisie dormitaba con la espalda pegada al pecho de Roderick, que la rodeaba con el brazo, el capitán soñaba despierto. Se imaginó cómo sería quedarse con ella, instalarla en una casa como había hecho Brady con su mujer, para poder mantenerla y visitarla. Incluso llegó a pensar en echar raíces y asentarse en tierra firme para poder estar con ella todo el tiempo. Sin embargo, al mirarla vio a una dama educada, cuyos secretos probablemente permanecerían siempre ocultos. ¿Sería posible ganarse a una mujer como aquélla?
—Me alegro tanto de que hayas sido mi primer amante, capitán Roderick Cameron —dijo ella mientras él la lavaba con un paño, preparándola para dormir.
Él no pudo responder, porque lo que habría querido decir era que quería ser el primero y el último, para siempre. No obstante, en vez de eso, la secó y, tras lavarse él, se metió en la cama y la abrazó con fuerza.
A medida que la noche avanzaba, su preocupación fue en aumento. No podía dejar de pensar en los comentarios de la tripulación. Sobre todo se preguntaba si estarían en lo cierto. Tal vez estaba tan cegado por ella que no veía lo que tenía delante de las narices. Y era innegable que estaba cegado. Esa mujer era una auténtica distracción. Sabía que no debería haberle permitido subir a bordo. Los hombres se lo habían dejado claro desde el primer momento. Pero luego le había parecido que sus ánimos se aplacaban. Algunos incluso parecían disfrutar de su presencia. Sobre todo cuando había cantado para ellos. Si Brady y compañía no estaban contentos, qué se le iba a hacer. Sin embargo, le parecía intolerable que enturbiaran su buen nombre acusándola de brujería.
Roderick frunció el cejo y trató de apartar esos pensamientos de su mente abrazando con más fuerza el cuerpo cálido de Maisie y pegándolo al suyo. Pero las imágenes turbulentas no desaparecieron. A bordo del Libertas imperaba un principio: nada de mujeres. ¿Por qué, entonces, se había dejado convencer aquella noche en los muelles de Billingsgate, cuando ella había aparecido de la nada y le había rogado que la llevara a Escocia? ¿Había sido brujería o simple lujuria? La había deseado entonces y seguía deseándola ahora. La pasión entre ambos no había disminuido a pesar de las dudas, las preguntas sin respuesta, las discusiones y las malas caras de la tripulación.
Era imposible. No podía separarse de ella. Aquella noche lo había comprobado una vez más. La deseaba mucho más que a cualquier otra mujer que hubiera conocido. Y eso, más que otra cosa, debería haberle servido de advertencia. Él era un hombre de mar y no debería estar pensando en asentarse en tierra firme. Tenía obligaciones. Tanto su tripulación como Gregor Ramsay confiaban en él. No podía permitir que una mujer lo hechizara, apartándolo de su rumbo.
En ese momento, Maisie se movió. Entornó los ojos un segundo y se aferró a él con fuerza antes de volver a dormirse. Y Roderick dio gracias por esos instantes de felicidad.