Maisie jamás olvidaría el día en que había cambiado su virginidad por un pasaje a bordo del Libertas, puesto que había quedado grabado para siempre en su memoria. Había empezado mal, y había ido volviéndose más aterrador y doloroso a cada momento que pasaba.
Aquella mañana, Cyrus había entrado en su dormitorio mientras la doncella todavía la estaba peinando. No era la primera vez que lo hacía. Desde que la enfermedad había postrado a mamá Beth en cama, lo hacía a menudo con más frecuencia y, últimamente, ni siquiera se molestaba en llamar a la puerta.
—Buenos días, Margaret, mi preciosidad.
La sospecha y el miedo rugieron en el corazón de Maisie, alertándola. Su tutor caminaba en círculos a su alrededor, como un ave de presa que se preparara para atacar.
—Cyrus —lo saludó ella inclinando la cabeza. Había empezado a pensar en sí misma como Maisie Taskill y no Margaret Lafayette; eso la ayudaba porque la distanciaba de él.
Él se detuvo entonces a su espalda y admiró su imagen en el espejo.
—Ponte tu mejor vestido esta noche. El que tiene joyas en el corpiño y te sienta tan bien. Vamos a ir a la ópera. Quiero presumir de ti.
Cyrus le cogió un mechón de pelo y se lo llevó a la nariz para aspirar su aroma.
Maisie levantó la vista hacia la doncella para ver su reacción. Parecía sorprendida, incluso ella se había dado cuenta. Cyrus ya no la trataba como a una hija. Aunque mamá Beth todavía estaba en cama debatiéndose entre la vida y la muerte, él estaba dispuesto a empezar una nueva vida con Margaret.
Maisie se obligó a permanecer quieta, cuando lo que en realidad quería era volverse y propinarle un buen empujón. Era muy importante no despertar sus sospechas hasta que decidiera qué iba a hacer.
—¿No debería quedarme a hacerle compañía a mamá Beth? El médico ha dicho que está muy enferma.
Cyrus frunció los labios varias veces, como si tuviera un tic.
—Ella no querría que te perdieras esta oportunidad. Lord Armitage nos ha invitado a su palco privado.
Maisie agachó la cabeza, abrumada por una premonición tan fuerte y negativa que hizo que supiera que no podía seguir huyendo de la rea li dad. Tenía que llegar hasta el fondo de ese asunto y descubrir la verdad.
—Cyrus —dijo entonces mirándolo a los ojos—. ¿Qué será de mí si mamá Beth muere?
Era una pregunta cargada de intención, ya que le había rogado varias veces que le permitiera usar la magia para curarla y él se había negado.
Su mentor le dirigió una sonrisa torcida. Tras ordenarle a la doncella que se retirara, se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
—Serás todo lo que has soñado y mucho más. Tus poderes se multiplicarán y los usaremos juntos, para nuestro placer y mutuo beneficio.
El corazón de Maisie le dio un brinco en el pecho. Era cierto. Las sospechas que se habían ido abriendo camino durante los últimos meses no habían sido imaginaciones suyas. Cyrus le había expuesto sus intenciones con claridad. No podía seguir engañándose.
—Te haré mía —siguió diciendo él—. Para siempre. Serás mi reina y mi esposa.
La joven sintió que el corazón se le convertía en piedra. ¿Esposa? Había pensado que lo que pretendía era aprovecharse de su cuerpo y de su poder, pero ¿casarse con ella? Él ya tenía una esposa. ¿Qué pasaba con Beth?
Cyrus se inclinó sobre ella y la besó en la nuca, como si no pudiera seguir resistiéndose ahora que ya habían hablado del tema abiertamente. La sensación de la boca de aquel hombre sobre su piel le causó un profundo rechazo, y Maisie sintió que estaba traicionando a mamá Beth.
¿Se atrevería a usar la magia contra él? ¿Funcionaría, teniendo en cuenta el papel que había desempeñado él en su vida? No estaba segura. No se sentía lo suficientemente poderosa para intentarlo, ya que él sabía mucho de brujería. Maisie podía sentir la lujuria de su tutor, largo tiempo reprimida y terriblemente oscura, carnal, aunque mezclada con una gran ansia de poder, y su necesidad de escapar se tornó desesperada. Pronto. Pero tenía que esperar un poco más. Si Cyrus sospechara de sus intenciones, haría que la vigilaran más de cerca. La joven sabía que la seguían y que no podía hacer nada sin que él se enterara. Precisamente por eso era tan importante evitar sus sospechas. En vez de encogerse ante su contacto, se agarró con fuerza al tocador y se forzó a sonreír.
—Voy a reunirme con lord Armitage —señaló él a continuación—. Estaré con él hasta que empiece la ópera. Enviaré el carruaje para que te recoja y te lleve directamente al King’s Theatre. Da tu nombre a la entrada y te guiarán hasta el palco.
—Gracias, Cyrus.
Y, aparentemente satisfecho, su tutor se marchó.
Maisie permaneció inmóvil hasta que lo oyó salir de la casa. El familiar grito del cochero espoleando a los caballos le indicó que el coche se había puesto en marcha. Cyrus se había marchado. Sólo entonces fue a ver a mamá Beth.
Al llegar a sus aposentos, les pidió a las dos criadas y a la enfermera que la acompañaban que las dejaran a solas unos momentos, prometiéndoles que las avisaría enseguida si la señora necesitaba algo. En cuanto las mujeres hubieron salido, Maisie se acercó rápidamente a la cama. Durante las últimas semanas había pasado muchas horas allí, tratando de mostrarse alegre y esperanzada. Le había contado a mamá Beth cosas de la casa o cualquier otro detalle que se le ocurría para levantarle la moral y ayudarla así a luchar contra la enfermedad. Pero esta vez era distinto. Debía ser decidida y hacerle preguntas. Si seguía esperando, era muy posible que se quedara sin respuestas para siempre. Le sabía mal molestarla en un momento así; se sentía despiadada y egoísta, pero tenía que hacerlo. Si mamá Beth se disgustaba en exceso, le borraría el recuerdo con la ayuda de la magia.
Estaba tan pálida, demacrada y débil que a Maisie le costaba mirarla. Quería a esa mujer que había sido tan buena y generosa con ella. El inoportuno interés de Cyrus por ella la hacía sentirse culpable, aunque sabía que no había hecho nada para animarlo.
—¿Margaret? ¿Eres tú? —preguntó mamá Beth, pestañeando.
—Sí, soy yo. —Se inclinó para besarle la frente y se obligó a sonreírle—. ¿Te encuentras mejor?
La mujer le devolvió una débil sonrisa, pero no respondió directamente.
—¿Cómo van las cosas en la casa? ¿Todo en orden?
—Sí, en la casa todo está en orden.
Beth entornó los ojos y la miró.
—Pareces pensativa. ¿Hay alguna otra cuestión que te preocupe, pequeña?
¿Cómo sacar un tema como ése? No lo sabía, pero tenía que hacerlo.
Maisie asintió.
—Sí, me temo que sí. No quiero cargarte con mis problemas personales, pero me gustaría hacerte algunas preguntas que pueden ser incómodas para las dos.
Beth la observó en silencio unos instantes antes de dirigirle una mirada llena de amor y compasión.
—Sabía que vendrías a hablar conmigo cuando estuvieras preparada.
Su respuesta, tan simple y sincera, hizo que a Maisie le temblaran las piernas. Notó que le rodaban lágrimas por las mejillas.
—Siento mucho lo que voy a decir. Me temo que he estado ciega y que he sido muy estúpida…
—Chis, calla, pequeña. No eres estúpida. Cyrus es muy listo. Sabe ocultar muy bien sus planes y sus auténticas motivaciones.
Maisie se secó las lágrimas. ¿Cuánto sabría Beth de los propósitos de su marido?
—¿Hace mucho que conoces sus planes?
—No creo que lo hubiera planeado todo desde el principio. Su obsesión por ti empezó más tarde, cuando ya llevabas años aquí.
Ella asintió aliviada.
—Tienes que creerme. Yo nunca he pensado en él… de esa manera.
—Lo sé. —Beth levantó la mano de la colcha, buscando la de la muchacha.
—Oh, mamá Beth, agradezco tanto tu comprensión… —Maisie le cogió la mano y se la llevó a los labios para darle un beso. Las últimas semanas, en las que había visto cómo iba deteriorándose su salud, habían sido un martirio sin necesidad de tocar temas tan dolorosos y delicados.
—Sabía que admiraba tu inteligencia y tus… habilidades especiales —añadió la mujer.
Maisie levantó la cabeza. Cyrus se había pasado la vida repitiéndole que no hablara de sus poderes mágicos con nadie que no fuera él, y había insistido en que ni siquiera su esposa lo sabía.
Beth sonrió débilmente.
—¿Pensabas que no lo sabía?
—Eso me dijo Cyrus.
—Cyrus le dice a todo el mundo lo que le conviene. Siempre lo he sabido. Cuando le dije que quería un hijo, me habló de los pobres huérfanos que nadie quería, los hijos de los condenados a muerte. Dijo que sería más fácil adoptar a un niño en esas circunstancias —recordó Beth con la mirada pérdida—. Más tarde me enteré de que podríamos haber adoptado a un niño en Londres sin ningún problema. Entonces me di cuenta de que lo que le interesaba era tu relación con la magia. Tal vez debería haber intervenido en aquel momento, pero me pareció que disfrutabas con las clases especiales. Se te veía feliz.
—Sí, es verdad, y estoy muy agradecida por cómo me habéis cuidado todos estos años, pero no puedo ser lo que él espera de mí.
—Sí, ahora me doy cuenta.
Maisie se sorprendió. ¿Cómo podía haberlo dudado? Si ella no hubiera sacado el tema, ¿Beth habría callado para siempre? La joven sintió entonces que el cuchillo que Cyrus le había clavado en el corazón se retorcía un poco más.
—No estoy segura del todo —continuó diciendo mamá Beth—, pero tengo la sensación de que Cyrus tiene miedo de perderte. Creo que su plan de convertirte en su esposa es su manera de evitarlo.
La mente de Maisie funcionaba a toda velocidad. Recordó el día en que había cumplido quince años. Ese día Cyrus le había hablado de cómo sus poderes se multiplicarían cuando se convirtiera en mujer a manos de un hombre. Apretó los ojos con fuerza, pero ni siquiera de ese modo pudo librarse de la expresión en el rostro de su tutor al pronunciar esas palabras. Asimismo, acudieron a su memoria recuerdos de cómo había ahuyentado siempre a admiradores y a pretendientes con la excusa de protegerla, al igual que siempre había impedido que pasara tiempo con gente de su edad para asegurarse de que era él quien le descubría su nuevo potencial. Cyrus quería ser su único amante.
Los ojos de Beth se habían humedecido a causa de las lágrimas. Era obvio que aquella mujer debía de sentirse tan traicionada como ella, si no más.
—Noto que estás preocupada, mamá Beth. Cuéntame en qué piensas.
—No pensaba que las cosas acabarían así —susurró la enferma—. Hay algo más que tienes que saber. No sería justo que te ocultara la maldad que mi marido esconde en su corazón.
La oscuridad pareció cernerse sobre ellas.
Maisie tragó saliva para tranquilizarse. Beth estaba temblando, y ella no estaba segura de si era por culpa de la enfermedad o a causa del miedo. No era una mujer asustadiza. Nunca la había visto así.
—Hace tiempo que no me encuentro bien —empezó a decir—. Poco después de que comenzara a encontrarme mal vi claro que Cyrus ya no quería ser tu tutor, sino que quería ser tu esposo. Al principio me costó entenderlo, pero luego me di cuenta de que tenía mucho sentido. A medida que voy debilitándome, tengo más tiempo para reflexionar y para ver las cosas desde lejos, tomando distancia. —Beth le oprimió la mano. Apenas tenía fuerzas, pero Maisie notó el apretón—. Creo que Cyrus se ha ocupado personalmente de que mi hora llegue antes de tiempo. Te desea hasta ese extremo.
Maisie se echó hacia atrás, horrorizada.
Mamá Beth tenía razón. El médico les había dicho que se estaba debilitando, pero que seguiría con ellos meses, tal vez años, si la cuidaban bien. Sin embargo, en cuestión de días, su salud se había deteriorado rápidamente. Lánguida e incapaz de levantarse de la cama, la vida de Beth se apagaba ante sus ojos. El médico tenía pocas esperanzas. Y fue entonces cuando Cyrus empezó a mostrar abiertamente sus intenciones. Comenzó a ir de compras por la ciudad, encargando vestidos lujosos y volviendo a casa con joyas y otros complementos. Y finalmente, cuando esa mañana le había contado sus planes de convertirla en su esposa, todo había encajado.
Maisie le apretó la mano a su vez y la miró a los ojos.
—Beth, has sido una verdadera madre para mí y confío en ti completamente, pero ¿estás segura de lo que dices?
—Sí. Al principio a mí también me costó creerlo. He estado observando sus movimientos atentamente. Cyrus ha estado acompañándome a la hora de la cena. Una noche vi que añadía algo al caldo cuando los criados se hubieron retirado. Le pregunté qué era y me dijo que se trataba de un tónico. No se ofendió cuando comenté que tal vez me estaba sentando mal. En cambio, me dio una respuesta rápida, como si la hubiera tenido preparada. Devolví la bandeja entera a la cocina, pero me temo que entonces ya era demasiado tarde. Creo que el daño ya está hecho.
Maisie se secó las lágrimas de los ojos.
—Deberías habérmelo contado antes.
Beth movió la cabeza para acomodarse sobre la almohada.
—Estoy pagando mi equivocación con Cyrus, que viene de hace mucho tiempo, mucho antes de que tú llegaras a esta casa. Acepté permanecer a su lado pasara lo que pasase a cambio de que mantuviera a mi familia, que no tiene ninguna otra fuente de ingresos.
—¿Tu hermana y sus hijos?
Beth asintió. El último domingo de cada mes, iba a visitar a su hermana viuda y a los hijos de ésta.
—Siempre me he preguntado por qué no me dejabas acompañarte a esas visitas. Pensaba que te avergonzabas de mí.
—Santo Dios, claro que no. Cyrus lo prohibió. Dijo que esas visitas no eran convenientes para una joven dama como tú. Aunque supongo que no quería que descubrieras que yo estaba en deuda con él.
Los secretos de tantos años fueron saliendo a la luz. Cada traición había dado lugar a otras nuevas. Maisie apoyó la cabeza en la colcha un instante, abrumada por el dolor. ¿Sería posible que Cyrus hubiera envenenado a su esposa para poder estar con ella? Sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos.
—Siempre he querido verte feliz, querida hija —prosiguió Beth—. Al verte entrar en la habitación con los ojos llenos de miedo y arrepentimiento, he sabido que tenía que contártelo todo.
Las palabras de la mujer la hicieron sentir aún más confusa. Si Maisie hubiera estado conforme con las intenciones de Cyrus, su madre adoptiva se habría ido de este mundo sin quejarse ni protestar. O eso era lo que había entendido ella.
—Estoy hecha un lío. Esta mañana había decidido que tenía que escapar de aquí, pero no quería dejarte sola. Y ahora todavía menos.
Con los labios temblorosos, Beth le apretó la mano con las pocas energías que le quedaban. La fuerza vital se escapaba de su cuerpo a ojos vistas.
—No me puedo creer que Cyrus te haya hecho esto. —Maisie negó con la cabeza—. Voy a intentar curarte. Creo que podré hacer algo.
—No. Tienes que irte cuanto antes. Escapa de esta trampa que te ha preparado.
«Escapa de esta trampa…» Las palabras permanecieron resonando en su cabeza.
—Ve a casa. Vuelve a tu pueblo natal, Margaret. Cubre tus huellas y vive una vida libre, segura y feliz en Escocia.
—Lo he pensado muchas veces, pero no sé si seré lo bastante fuerte para hacer el viaje yo sola.
Beth la animó con una sonrisa.
—Lo eres. Ve a buscar a tu auténtica familia.
La muchacha alzó la cabeza, asustada, cuando se acordó de otra cosa.
—Cyrus me dijo que Lennox y Jessie estaban a salvo.
Su madre adoptiva negó con la cabeza.
—No sabemos nada de ellos. Cyrus también te mintió sobre eso.
Era la confirmación final que necesitaba. Esa traición era más dolorosa que las demás, ya que sus hermanos eran lo que más le importaba en el mundo. Durante años la habían engañado y traicionado, haciéndole creer que sus hermanos estaban a salvo igual que ella. Cada vez que se había sentido inquieta por ellos, Cyrus la había tranquilizado. Pero todo habían sido mentiras. La realidad de su situación se le apareció por fin sin velos.
—Ese día, Cyrus te seleccionó desde la ventanilla del carruaje. Pagó una gran suma de dinero para que te llevaran hasta el coche sana y salva. Aquel día vi a tu hermana y me rompió el corazón separarte de ella. Le rogué a Cyrus que nos quedáramos con las dos, pero él se negó.
Jessie… Maisie se cubrió la cara y se echó a llorar.
Mamá Beth le apoyó la mano en el brazo para darle ánimos.
—Vamos, vete, no tardes. Encontrarás algo de dinero en mi joyero. Está en una bolsa de terciopelo rojo. Llévatelo. Y llévate también todo lo que creas que puedes necesitar.
—No puedo dejarte así. —La frustración que le provocaba la enfermedad de Beth había aumentado durante los últimos minutos. Estaba segura de que podría salvarla con magia si se lo proponía. Nunca lo había hecho antes, pero podía intentarlo—. Iré a buscar hierbas medicinales y te pondrás bien. Ahora que sé lo que ha hecho Cyrus, me ocuparé de vigilar tu comida.
Beth negó con la cabeza.
—No, no podemos arriesgarnos a que nos descubra. Ninguna de las dos estaría a salvo. Estoy muy cansada de vivir y estoy lista para irme de este mundo. Lo único que quería en esta vida era verte crecer, y lo he conseguido. Te has convertido en una mujer fantástica y estoy muy orgullosa de ti. Estoy preparada para despedirme de este mundo.
El dolor que atenazaba el pecho de Maisie se acrecentó y la joven volvió a sentir que le caían lágrimas por las mejillas.
—Tienes que irte. Por favor. Moriré tranquila sabiendo que estás a salvo.
Maisie era incapaz de levantarse.
—Por favor, hija. Huye de aquí.
—No puedo.
—Tienes que hacerlo. Lo sabes. Vamos, no llores. Sé fuerte. Ve a buscar a tu familia. Con ellos estarás a salvo.
«¿Mi familia? ¿Seguirán con vida?» Beth había dicho las palabras que necesitaba oír. Tenía que saber qué había pasado con su familia. La muchacha se obligó a levantarse y luego se inclinó para besar a su madre adoptiva en la frente.
—Te quiero, mamá Beth.
—Yo también te quiero. Date prisa, mi niña. Y perdóname. Te quiero tanto que yo también soy culpable de lo que ha pasado. Yo también tenía miedo de perderte.
Apartarse de la cama de mamá Beth fue una de las cosas más duras que Maisie había tenido que hacer en toda su vida, pero con la ayuda de las palabras de su madre resonándole en la cabeza logró dar los primeros pasos.
«Yo también tenía miedo de perderte». Cyrus tenía miedo de perderla, y no se detendría ante nada para conseguir lo que deseaba. Siempre actuaba así. La había preparado hasta modelarla a su gusto, y ahora parecía dispuesto a darle el último empujón a su esposa para acelerar las cosas.
No podía ir a la ópera. Debía marcharse esa misma noche. No tenía ninguna intención de dejar que la sociedad londinense la viera del brazo de Cyrus como si fuera una joya que él hubiera tallado y pulido para que brillara como él quería. No pensaba dejar que la exhibiera ante la ciudad mientras su esposa moría sola en la cama.
Maisie se puso uno de sus vestidos más sencillos y se cubrió con una capa austera y oscura. Había decidido que sería demasiado arriesgado alquilar un coche que la llevara al norte, ya que el viaje sería largo y lento, y Cyrus tendría muchas posibilidades de alcanzarla. Si optaba por la carretera, probablemente nunca lograra reunirse con su familia ni volver a ver su patria escocesa. Sin duda, lo más rápido sería viajar por mar. Esa tarde, había salido de casa andando y luego había parado a un coche de alquiler para que la llevara al puerto. Al llegar allí, había pedido información sobre barcos que se dirigieran a Escocia.
Alguien le habló del Libertas. Tomó nota mental del nombre del capitán. Le dijeron que la nave zarparía con la marea, pero nadie supo decirle si la embarcación admitía pasaje. No podía arriesgarse a esperar a que zarpara un barco de pasajeros. Y, desde luego, no podía ir a la ópera con Cyrus. Sabía que su tutor se enfurecería al enterarse de su partida. Había invertido mucho en ella. No sólo dinero, sino también buena parte de su tiempo. Maisie sabía que formaba parte del futuro que Cyrus había planeado, pero ella no quería.
Tenía que actuar rápidamente. Volvió a la casa antes de que nadie sospechara. Esperaría a que la marea estuviera a punto de cambiar por seguridad.
Dejó que la doncella la vistiera como si fuera a ir a la ópera. Luego hizo un hatillo con sus posesiones más preciadas. Unas cuantas joyas y monedas de Beth y los objetos sagrados que harían que su magia fuera rica y segura. A continuación se puso la capa y salió de la casa por la puerta de servicio sin que el cochero que debía llevarla al teatro se diera cuenta.
Si el Libertas había zarpado antes de tiempo o si el capitán se negaba a llevarla, tendría que dar media vuelta, asistir a la ópera y esperar otra oportunidad para fugarse.
La idea le resultaba intolerable, así que centró todas sus esperanzas y su voluntad en escapar. Maisie Taskill no había vuelto a sentir tanto miedo desde el día de la muerte de su madre, el día en que la habían sacado de Escocia.
Por primera vez iba a tener que desenvolverse sin la protección de su tutor. Estaría sola y sería vulnerable a que la gente descubriera su habilidad secreta. El camino desconocido que se abría ante ella le parecía oscuro y amenazador. Había peligros acechando en cada esquina. Pero, en cualquier caso, era muy preferible a quedarse junto a Cyrus Lafayette.