A la mañana siguiente, el cielo otoñal era un espectáculo glorioso. Cuando el Libertas zarpó del puerto de Lowestoft, Maisie inspiró profundamente, disfrutando del momento. Se sentía saciada, muy femenina y rica en magia carnal, y parecía que los elementos reflejaban su vitalidad.
Sobre sus cabezas, una bandada de gaviotas daba vueltas a su alrededor mientras se adentraban en aguas profundas. Volvían a estar de camino hacia Dundee. A medida que se alejaban de Londres y pasaba más tiempo con su capitán escocés, la joven disfrutaba más del viaje y tenía más esperanzas de que al final del trayecto se produjera la reunión que tanto había esperado. Fascinada, observaba pasar la línea de la costa a toda velocidad gracias a la brisa de la mañana, que hinchaba las velas. Guardaría buenos recuerdos de Lowestoft.
Volviéndose, levantó la vista hacia la cubierta superior, donde Roderick dirigía el rumbo de la nave a través de las olas sujetando el timón con sus manos grandes y fuertes, mientras gritaba instrucciones y no perdía detalle de lo que sucedía a su alrededor. Cuando habían subido a bordo esa mañana, él había tratado de convencerla para que bajara al camarote y se quedara allí, pero ella había insistido en que quería permanecer en cubierta para ayudar a Adam. Roderick no había discutido mucho, básicamente porque los hombres ya la habían visto mientras subían a bordo y era absurdo tratar de ocultarla.
Instantes después de volverse hacia él, el capitán se percató de ello y le sonrió. Su atención reavivó las pasiones que había despertado en su interior. Ahora que empezaba a conocerlo y a entenderlo un poco, Maisie disfrutaba incluso cuando discutían. No dejaba de repetirse que tenía que ser desconfiada y cauta. No podía arriesgarse a que Roderick descubriera su naturaleza secreta, ni la auténtica razón que la había llevado a huir de Londres. Mientras no se olvidara de eso, no había motivo para no seguir disfrutando de su compañía. Ni siquiera cuando se mostraba arrogante o autoritario. De hecho, ella casi disfrutaba más cuando se mostraba así.
La idea hizo que le hirviera la sangre. ¿A qué se debía esa extraña reacción? Se había jurado no dejarse acobardar ni controlar por ningún hombre, pero con Roderick las cosas eran muy distintas. Sus exigencias se debían a la pasión que sentía por ella.
Era un detalle importante.
Al ver que Maisie no apartaba la mirada, él entornó los ojos como si estuviera pensando en la noche de pasión que habían compartido…, igual que ella. Había sido una noche muy larga en la que apenas habían dormido. Y, sin embargo, al levantarse de madrugada, Roderick se había mostrado amable y contento. Al parecer, las largas horas haciendo el amor le habían quitado el mal humor. Era como si, tras yacer con una mujer, su fuerza vital estuviera mucho más arraigada.
Antes de abandonar la privacidad de la habitación de la posada, la había besado —en la boca, en la frente, en las mejillas y en los párpados—, y había suspirado hondo. Maisie había estado a punto de preguntarle por qué había hecho eso, pero él la había interrumpido poniéndole el dedo en los labios y diciéndole que debían regresar a bordo.
La muchacha se puso en movimiento y empezó a realizar las tareas que le indicaba Adam. Siempre que podía, buscaba a Roderick con la mirada y lo observaba moverse de un lado a otro con confianza y seguridad, comprobando que cada hombre hiciera bien su trabajo y gritando órdenes de vez en cuando. Se había ganado la confianza de todos los marineros, lo que no era tarea fácil. Aunque tal vez esos hombres no tenían tantos motivos como ella para desconfiar de los demás. Ella tenía buenas razones. Sin embargo, reconocía que Roderick contaba con algo muy distinto del único otro hombre que conocía bien: una sinceridad que no sólo le resultaba admirable, sino también muy atractiva.
A lo largo de la mañana, Maisie aprendió a ordeñar las cabras. Mientras Adam se lo iba enseñando, recordó haber visto a su madre haciéndolo en su pueblo natal de las Highlands. Ella era aún muy pequeña y esperaba junto a su hermana gemela a que su madre les llevara la leche caliente. El recuerdo, inesperado pero bienvenido, la emocionó. Una vez más, dio las gracias por haber reunido el valor necesario para romper los lazos con su acomodada vida anterior y ponerse en camino.
Siguiendo las instrucciones de Adam, fue capaz de llenar una octava parte del cubo de la leche. La tarea no era tan fácil como parecía, pero Maisie estaba decidida a conseguirlo sin tener que recurrir a la ayuda de nadie. Ni siquiera de la magia. El muchacho se había reído al ver su poca habilidad, pero la había animado a intentarlo de nuevo. Finalmente, el maravilloso sonido de la leche golpeando la pared del cubo la había hecho gritar de alegría.
—Lo has hecho muy bien. Yo tardé mucho más en aprender. La leche se la echaremos a las gachas. Así el desayuno está mucho más rico.
—Es que he tenido un buen maestro —repuso Maisie, devolviéndole el cumplido con una sonrisa mientras seguía ordeñando.
—Si te quedaras con nosotros, yo podría ocuparme de las velas.
Protegiéndose los ojos con una mano para no cegarse con la brillante luz de la mañana, Adam miró hacia los mástiles y Maisie se dio cuenta de que el muchacho desearía estar allí arriba.
Más de una vez había oído a los hombres reírse de él por tener que realizar labores femeninas. Y así debería continuar hasta que alguien nuevo se enrolara. Adam no podría dejar de hacer esas tareas poco agradecidas hasta que llegara otro chico para ocupar su lugar. Maisie se preguntó cómo sería la vida en el mar para una mujer. Sin duda sería muy extraña, concluyó. Al volverse hacia Adam, vio que seguía perdido en sus pensamientos, contemplando con envidia al joven que estaba de guardia en la cofa, muchos metros por encima de sus cabezas.
Por la tarde, Adam y ella se sentaron en unos taburetes al lado de una gran olla, en la que fueron echando verduras peladas y troceadas.
—Le añadiremos buey en salazón y luego la llevaré a la cocina —dijo Adam.
—¿Hay una cocina de verdad, con fuego y todo? —Hasta ese momento, Maisie no se había preguntado cómo se las apañaban para cocinar.
—Hay una chimenea, pero sólo la encendemos cuando las condiciones son favorables. —Sacudió la cabeza, frunciendo el cejo—. Si el mar está movido, es demasiado peligroso encender el fuego.
Ella asintió. Nunca se le había ocurrido pensar en lo vulnerable que sería la embarcación en caso de incendio.
—Con un poco de suerte, la calma se mantendrá hasta que acabemos de preparar una cena caliente para esta noche.
—¿Y si cambia el tiempo?
—Cenaremos carne salada y tortas de avena… otra vez. Pero si el capitán prevé que el viaje será tranquilo, los estómagos de los marineros protestan, y entonces tengo que quedarme al lado del fuego todo el rato. Si una chispa cayera en las tablas del suelo, podría incendiarse la nave. —Adam lo dijo con pena, pues no era ningún secreto que prefería las actividades al aire libre.
—En ese caso —dijo Maisie—, yo acabaré de pelar las verduras. Así puedes ir a hacer otra cosa hasta que tengas que bajar con la olla.
El muchacho se levantó con una sonrisa agradecida. Un momento después se unió a un grupo de hombres que estaban discutiendo cuál de ellos remojaría el suelo. Adam se ofreció voluntario para la tarea.
En cuanto se hubo marchado, Maisie volvió al trabajo y aguzó el oído para oír las instrucciones que Roderick daba a los hombres. Aunque no entendía muchos de los términos que usaba, el sonido de su voz le calentaba las entrañas. Se fijó en cómo su tono cambiaba cuando estaba haciéndole el amor. En esos momentos su voz parecía atravesarla vibrando, como si fuera una llamada íntima que sólo ella podía oír. Volvió a pensar en la suerte que había tenido al elegir a su amante al azar. Roderick había logrado despertar su afecto, además de su pasión. Era inútil seguir negándolo. Maisie se preocupaba por él, le importaban tanto su bienestar como su seguridad. ¿Sería posible dejar de sentir esas cosas? Probablemente no. En cualquier caso, pronto llegarían a Dundee y se separarían. No quería ponerlo en peligro por asociación con ella.
A lo largo de ese día, la tripulación se comportó con más amabilidad con Maisie. Clyde, el marinero que al principio había desconfiado y le había pedido que cantara, se detuvo a charlar con ella.
—No muchas se atreverían a enfrentarse a la tripulación al completo. Eres una mujer poco común.
¿Sería eso que percibía una nota de admiración en su voz?
—Sólo trato de ser útil. Dime, ¿has decidido ya si soy una mujer buena o mala?
—Aún estoy en ello. —Clyde se mesó la barba con la mano, como si de repente se preocupara por su aspecto.
—El capitán me contó que ya habíais llevado a otra mujer a bordo antes que a mí.
—Sí, aunque no se parecía en nada a ti. Nunca se habría ensuciado las manos ordeñando las cabras o preparando la comida. Y trataba de darle órdenes al capitán. A él y al señor Ramsay, que también iba a bordo. Los trataba como si fueran sus criados. O, al menos, lo intentaba.
—No me extraña que me costara tanto convencer al capitán cuando le pedí que me llevara.
Clyde alzó las cejas. Al parecer, le había resultado interesante enterarse de que el capitán no había accedido inmediatamente a su petición.
—Tuve que persuadirlo —insistió ella—. Estaba ansiosa por llegar al norte y reunirme con mi familia.
Clyde asintió pensativo.
—El capitán es un buen hombre. Tiene un alma generosa, y supiste apelar a su buen fondo. Lleva poco tiempo tomando decisiones él solo, sin discutirlas antes con el señor Ramsay. Es importante para él que los hombres no cuestionen su autoridad.
¿Sería eso una advertencia? Roderick le había ordenado que se mantuviera alejada de la vista de la tripulación. Al no seguir sus instrucciones, ¿lo estaría haciendo quedar mal ante sus hombres? Ya era tarde para remediarlo, pero al menos podía tratar de confirmar sus sospechas.
—¿Crees que la tripulación le echará en cara al capitán que me haya permitido subir a bordo? —Maisie esperaba que no fuera así, pero en cualquier caso le interesaba conocer la opinión de Clyde.
—Algunos creen que trae mala suerte tener a una Jezabel pavoneándose por cubierta. Otros sólo piensan que un barco no es lugar para una mujer.
—¿Y tú? ¿Qué opinas tú?
—A veces veo al capitán mirándote cuando debería estar pendiente de los hombres.
Maisie tragó saliva. Definitivamente eso había sonado a advertencia. Ese hombre sospechaba de ella, había reconocido el picto y la llamaba Jezabel. Pero antes de poder abrir la boca para replicar, Clyde sonrió y añadió:
—Aunque no puedo culparlo. Eres mucho más guapa que los hombres.
Y, con esas palabras, se alejó dejando a Maisie pensativa. Estaba claro que al viejo no le hacía mucha gracia que estuviera a bordo, pero por lo demás ese hombre era un auténtico enigma. Sabía que estaba tratando de averiguar qué escondía, pero no descubría sus cartas. ¿Habría entendido las palabras en picto que había pronunciado el otro día? No estaba segura. Lo único seguro era que la vigilaba de cerca. De pronto recordó las amenazas y advertencias de Cyrus, y un escalofrío le recorrió la espalda. No obstante, la joven se obligó a ser fuerte y a no pensar en ello, concentrándose en la tarea que estaba realizando.
Un rato más tarde, cuando ya sólo le quedaban dos nabos por pelar y trocear, oyó voces en la cubierta superior. Algo pasaba. Al levantar la mirada vio que una de las sogas se había enredado con una vela. Un muchacho estaba subiendo por el mástil para deshacer el nudo, y Maisie oyó murmullos y gritos. Al fijarse mejor, vio que el joven era Adam. Al parecer, estaba subiendo sin que nadie se lo hubiera pedido, porque los gritos le ordenaban que bajara.
Uno de los marineros, un compatriota del chico, le gritaba en holandés.
Adam le respondió y, al hacerlo, resbaló y quedó colgando de la soga que estaba tratando de liberar. Al dejar de apoyarse en las piernas, el nudo se deshizo rápidamente y el muchacho cayó dando tumbos, colgando de una sola mano.
A Maisie se le disparó el corazón. Temiendo por su vida, murmuró un hechizo de protección, pero no tuvo tiempo de evitar el accidente. Adam colgaba precariamente de un montón de sogas enredadas como si fuera un gran pez acabado de capturar en una red.
La joven se puso en pie de un brinco, cubriéndose la boca con la mano. Los hombres acudieron a socorrerlo desde todos los rincones del barco. Dos de ellos se subieron a la jarcia para ayudar desde arriba, mientras otros esperaban para recibirlo en cubierta. De vez en cuando, Adam soltaba un grito. Al fijarse en su mano, Maisie vio que la tenía torcida y ensangrentada.
—¡Encárgate del timón! —le gritó Roderick a Brady antes de salir disparado hacia el lugar donde habían tumbado al chico—. Llevadlo abajo y ocupaos de él —les ordenó a algunos hombres tras examinarlo.
Los marineros se movieron rápidamente. Dos de ellos levantaron al muchacho y otro le sostuvo el brazo en alto y se lo cruzó sobre el pecho para que no le quedara colgando mientras lo trasladaban. Al pasar cerca de ella, Maisie vio que tenía unos profundos arañazos en los nudillos y que la sangre le caía por el antebrazo. Pero eso no era todo: al menos dos de los dedos estaban deformados; probablemente dislocados.
Maisie se dirigió rápidamente hacia el camarote del capitán, donde recuperó el hatillo que había guardado bajo la cama. Lo abrió y revolvió su contenido hasta encontrar hojas secas de agrimonia, una planta medicinal que podría colocar alrededor de los dedos del chico para que sanaran antes.
Cuando volvió a cubierta, los hombres que se habían llevado a Adam aún no habían regresado. La trampilla por la que subían los hombres cuando empezaban su turno, al otro extremo de la cubierta, permanecía abierta. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia allí a toda prisa y bajó la escalera sin soltar el paquete.
La escalera era más larga que la que usaba para bajar al camarote del capitán, y la llevó hasta las entrañas de la nave. Al llegar abajo se encontró en un lugar oscuro y abarrotado en el que el aire era sofocante, y en cuyas paredes se abrían numerosos huecos alargados. Le llevó unos momentos acostumbrarse a la falta de luz, y cuando lo hizo se percató de que los huecos eran literas empotradas donde dormían los hombres.
Un poco más lejos vio hamacas que ocupaban la zona más estrecha. De vez en cuando, una linterna iluminaba débilmente la estancia. Con cuidado, se abrió camino sorteando pilas de ropa, botas y otras cosas que casi cubrían el suelo.
Al pasar, un hombre asomó la cabeza e hizo que la joven se sobre saltara.
Sonriendo, el hombre apoyó la cabeza en una mano y la contempló, como si le divirtiera sobremanera ver a una mujer en ese lugar. Maisie estaba a punto de preguntarle dónde podía encontrar a Adam cuando un grito espantoso le llegó desde el fondo de la estancia. No sabía qué le estaban haciendo al muchacho, pero no podía ser bueno. Se apresuró.
Media docena de hombres rodeaban el lugar donde habían tumbado a Adam sobre el suelo. El chico tenía la cabeza apoyada sobre las rodillas de un marinero, mientras otro le daba a beber ron a chorro. El líquido se derramaba por el rostro y la camisa del joven, que estaba a punto de atragantarse.
Maisie refunfuñó al ver que la mano tenía peor aspecto que la última vez que la había visto. Acercándose un poco más, ordenó a los hombres que lo dejaran en paz.
—Yo me ocuparé de él. Dejadme a mí.
Dos de los hombres no parecían convencidos, pero a un tercero le pareció buena idea y tomó el control de la situación.
—Hay que vendarle la mano con fuerza —le dijo, señalando un montón de vendas hechas con trozos de ropa que habían dejado al lado del muchacho—. Y hay que enderezarle los dedos ahora o no volverá a tenerlos rectos jamás.
Maisie asintió.
—¿Hay alguna tablilla que pueda usar?
Los hombres murmuraron entre sí. Uno se alejó y volvió poco después con varios trozos pequeños de leña para que eligiera.
—Gracias —les dijo, y se los quedó mirando a la espera de que se marcharan.
—Si le causa algún problema —añadió el cabecilla—, avísenos y le daremos más ron.
Al parecer, el ron era la solución a todos los problemas. Sin embargo, Maisie Taskill tenía algo mucho más efectivo, pero era importante que nadie la viera mientras curaba al muchacho. Con un gesto de la cabeza, animó a los hombres a marcharse.
Cuando se hubieron alejado, miró a su alrededor y vio que en la estancia había algunos marineros descansando. Otros la observaban sin disimulo. Maisie suspiró hondo al darse cuenta de que se había metido de cabeza en ese lugar sin pensar en nada, ni siquiera en su propia seguridad. Pero ya era tarde. Lo único que podía hacer era seguir adelante con la cura. De todos modos, aunque se le hubiera ocurrido pensar en su seguridad, habría bajado a ayudar a Adam, pero tal vez de una forma más discreta y cautelosa.
Se arrodilló al lado del muchacho y lo tranquilizó acariciándole la frente. Él pestañeó y la miró sin darse cuenta de dónde estaba hasta que la reconoció.
—Maisie de Escocia —susurró el chico con una débil sonrisa.
—Sí, soy yo. He venido a curarte. —Le sujetó el codo del brazo herido con la mano para que se acostumbrara a su contacto antes de empezar a sanarlo—. Es la primera vez que me llamas por mi nombre.
—Es lo que dijo el capitán cuando me pidió que cuidara de ti.
«Maisie de Escocia». La emocionó pensar que Roderick la llamaba así ante sus hombres, a pesar de haber dudado de sus orígenes la primera vez que oyó su voz.
—Me has cuidado muy bien, Adam. Ahora yo cuidaré de ti.
El chico le dirigió una mirada suplicante y preocupada.
—Me va a doler mucho, ¿no?
—Iré con sumo cuidado, te lo prometo.
Era inevitable que Adam oyera el hechizo, y probablemente alguno de los hombres también la oiría, así que debía buscarse una excusa.
—Te cantaré una vieja canción escocesa para calmarte mientras trabajo, ¿de acuerdo? Ahora descansa.
Maisie entonces empezó a tararear una melodía sobre los lagos y las montañas en primavera mientras le examinaba la mano. Poco después, mezclado con la canción, susurró un hechizo tranquilizador que tuvo un efecto inmediato y más potente del esperado, y el muchacho se relajó por completo. De hecho, parecía profundamente dormido.
Sorprendida, la joven comprobó lo mucho que se habían potenciado sus habilidades. Por un lado, se alegró, pero por otro se dijo que debería ser más cuidadosa que nunca, sobre todo si usaba la magia estando furiosa o asustada, ya que los resultados serían muy superiores a los que había conocido hasta ese momento. No era fácil saber el auténtico alcance de sus recién adquiridos poderes sin tener la oportunidad de explorarlos a solas.
—Vaya. Este ron es realmente fuerte —dijo sacudiendo la cabeza como si hablara sola, aunque en realidad era un comentario para los oídos indiscretos.
Alguien había colocado una chaqueta doblada bajo la cabeza de Adam. La ahuecó para que estuviera más cómodo antes de seguir cantando.
La carne alrededor de las articulaciones dislocadas estaba hinchada, y los dedos, francamente deformados. Por suerte, el muchacho estaba prácticamente inconsciente, así que casi no notaría el dolor. Maisie nunca había recolocado los huesos de ninguna persona, pero no le daba miedo hacerlo. Siguiendo las instrucciones de Cyrus había curado pájaros y otros animales enfermos y heridos para poner a prueba su magia. En su familia había una larga tradición de sanadores. Su madre había sido una de las más poderosas, y Maisie siempre había deseado dedicarse a la sanación. Curar a aquellos animales le había hecho sentir una gran satisfacción.
Respirando hondo, tocó un dedo y buscó la dislocación. Cuando la localizó, recolocó el dedo rápidamente y lo ató a una de las tablillas que los hombres le habían facilitado. Luego hizo lo mismo con el segundo dedo, que también sujetó a la tabla. Cuando éste se puso en su lugar con un crujido, Adam movió la cabeza de un lado a otro y murmuró algo. Maisie se alegró; no por ella, sino por el público, que no perdía detalle. Rápidamente, se inclinó hacia el muchacho para impedir que ninguno de los hombres viera cómo sacaba la agrimonia seca del paquete, y colocó varias hojas dentro del vendaje antes de cubrir con él los nudillos pelados y las articulaciones hinchadas. La planta tenía propiedades curativas, protegería la piel desgarrada para que no se infectara.
A continuación se echó hacia atrás y murmuró:
—Pobre muchacho. Creo que se ha desmayado a causa del dolor.
Le acarició la cabeza y volvió a colocar bien la almohada improvisada. Luego le depositó el brazo cuidadosamente sobre el pecho, para que descansara en esa postura.
Mientras se levantaba oyó varios murmullos que la preocuparon. Aguzando el oído, distinguió los crujidos del barco y también otras voces más lejanas. Dos de los hombres la habían visto sacar algo del hatillo y se estaban preguntando qué sería. Uno de ellos dijo que aquello era obra del diablo, que no era normal que Adam hubiera estado tan callado cuando antes no paraba de gritar.
Maisie sintió un gran peso en el estómago. La tripulación empezaba a sospechar de sus métodos y sus motivaciones.
Su primera reacción fue contraatacar con más magia, pero era demasiado peligroso. No sabía cuántos de los hombres la habían visto, ni cuáles.
Tras empaquetar su hatillo con fuerza, lo cogió con una mano y con la otra se levantó un poco la falda para ver por dónde pisaba. Bajando la cabeza para no atraer la atención de ninguno de los hombres, se dirigió hacia la escalera.
Sabía que lo que había hecho era arriesgado, pero había tomado precauciones para no despertar sospechas. Si la descubrían ahora, no lograría llegar a Escocia. No obstante, no se arrepentía de lo que había hecho. Tampoco se alegraba, pero no podía dejar a Adam abandonado a su suerte.
Si tomaban represalias contra ella, podría soportarlo. Le hicieran lo que le hiciesen, nada sería peor que convertirse en el instrumento de poder de Cyrus Lafayette. En cuanto había comprendido qué clase de hombre se ocultaba tras su fachada pública y de lo que era capaz, había sabido también que nada sería peor que el destino que su tutor había planeado para ella.