12

¿La señora necesitará una doncella que la ayude a desvestirse? —les preguntó el posadero sin poder disimular una mirada traviesa.

—No será necesario —respondió Roderick antes de que Maisie pudiera abrir la boca—. Estaré encantado de ayudar a la señora personalmente.

Maisie quiso reñirlo de inmediato, pero decidió que sería mejor contenerse hasta que se quedaran a solas.

—Estoy seguro, señor —repuso el posadero con ironía antes de retirarse.

En cuanto hubo cerrado la puerta al salir, Maisie cruzó los brazos ante el pecho.

—Ya veo cuánto te preocupa el poco orgullo que me pueda quedar.

—Ah, entonces ¿te has deshecho de la vergüenza pero no del orgullo?

Maisie se quedó con la boca abierta sin saber qué decir. Tenía razón. Era algo normal para su gente. Los que respetaban las leyes de la naturaleza no veían nada vergonzoso en el acto sexual. Era algo poderoso, mágico. Especialmente cuando iba unido al afecto.

—Ese posadero no sabe nada de ti; sabe incluso menos que yo —siguió diciendo Roderick, que parecía estar disfrutando mucho metiéndose con ella—. ¿Qué le importa tu honor a él o a cualquier otra persona con la que nos encontremos?

Maisie sabía que tenía razón, pero no pensaba reconocerlo, pues era evidente que las palabras de Roderick nacían de su enfado con ella por no confiar en él.

—Eres un canalla.

—No lo niego.

Y, con esas palabras, inició su ataque. La levantó en brazos y cruzó la habitación hasta llegar a la cama, donde la dejó caer.

Sin aliento por la brusca acción, Maisie se incorporó y se apoyó en las manos, fulminándolo con la mirada.

—Ya lo veo. Lo que quieres es demostrármelo una vez más.

Él la observó de arriba abajo, con una mirada cargada de lujuria.

Maisie sabía que debería sentirse ofendida por sus actos, pero había algo en su modo de tratarla que la excitaba. Los ojos de él le decían que llevaba toda la cena conteniendo la necesidad de desnudarla y hacerla suya. Y aunque seguía decidida a mantener su pasado en secreto —era más seguro para todos así—, le gustaba verlo tan salvaje y posesivo.

—Cuando te lo propones, eres una tozuda y una descarada.

—¿Por qué? ¿Porque tengo mis propias ideas y no me rindo por mucho que me interrogues?

Roderick se echó a reír y empezó a quitarse la chaqueta, seguida del chaleco y del pañuelo que llevaba al cuello.

Ella se lo quedó mirando embobada, incapaz de hacer otra cosa mientras él se deshacía de cada prenda con rapidez, sin dejar ninguna duda de su intención de acostarse con ella. Cuando se quitó la camisa por encima de la cabeza y la lanzó al suelo, Maisie se olvidó de respirar mientras admiraba su pecho desnudo a la luz de las velas. El capitán se movía con una gracia y una agilidad que hacían que sus músculos destacaran aún más. No era de extrañar que pudiera levantarla con tanta facilidad. Cuando acabó de desnudarse, Maisie todavía no se había movido de la cama.

Él alzó entonces la cabeza y la miró con una mezcla de descaro y determinación. Los ojos se le iluminaron y Maisie supo que estaba a punto de abalanzarse sobre ella. Trató de levantarse, pero no fue lo suficientemente rápida. El corsé y el corpiño le dificultaban los movimientos, y Roderick estuvo sobre ella en un momento.

—Pienso darte placer hasta que me ruegues piedad, pero ni siquiera entonces creo que vaya a darte un respiro. Esta noche me has vuelto loco de deseo y pienso resarcirme. Voy a librarme de esta lujuria que me atormenta, aunque me lleve hasta el amanecer. —Y se alzó sobre ella con una sonrisa victoriosa, apoyándose en las manos y en las rodillas como si fuera un perro de caza que hubiera capturado a su presa.

Instintivamente, Maisie apartó la cara, pero al mismo tiempo apretó los muslos, cada vez más excitada. ¿Cómo podía ser que se excitara al oírlo amenazarla con no tener piedad? Quería enfrentarse a él sólo por lo arrogante que era. Estaba demasiado seguro de sí mismo.

—La idea te tienta, no lo niegues —añadió él—. Lo veo en el rubor de tus mejillas. —Y con los nudillos le acarició la mandíbula.

La caricia, suave pero persuasiva, la encendió.

—Estás tan seguro de ti mismo… —lo provocó ella en tono burlón, tratando de escabullirse y de saltar de la cama sólo para demostrarle que podía hacerlo esperar un poco más si quería.

Pero Roderick la atrapó antes de que pudiera alejarse. Con uno de sus fuertes brazos le rodeó la cintura y la atrajo hacia sí. Ella alargó las manos, pero no encontró nada a lo que agarrarse.

—No te resistas, Maisie. Sé lo que necesitas —dijo sentándose en la cama con ella sobre el regazo—. Sé que disfrutas con esto tanto como yo. —Sin darle tiempo a defenderse, le levantó la falda.

Maisie seguía teniendo muchas ganas de lucha.

—No te hagas ilusiones, capitán.

La joven se revolvió con todas sus fuerzas, pero no sirvió de nada. Roderick la tenía bien sujeta, y le bastaba una mano para aprisionarla, lo que le dejaba la otra mano libre para levantarle la falda y sujetársela sobre la cintura.

Cuando las manos de él trataron de abrirse paso entre sus muslos, ella se resistió revolviéndose una vez más. Pero al mirar hacia abajo vio que, al estar sentada en esa postura tan poco delicada sobre su regazo, sus partes más íntimas quedaban al descubierto.

—¡Suéltame!

—Oh, no —le susurró él al oído—. Esta semana eres mía. Es el precio del trayecto, ¿lo has olvidado? Si no recuerdo mal, fuiste tú quien me propuso el trato.

Las palabras del capitán sólo sirvieron para excitarla más. El rígido miembro que se le clavaba en el trasero no ayudaba en nada. Maisie continuó resistiéndose, agitada al comprobar el control que aquel hombre ejercía sobre ella, en todos los aspectos.

Entonces él le plantó una de sus enormes manos sobre el monte de Venus y lo sujetó con fuerza. Durante un instante, la muchacha se quedó inmóvil, abrumada por la marea de sensaciones que la inundó cuando él empezó a acariciarla y a presionarla sin piedad. La otra mano la tenía sobre el corpiño, a la altura del esternón de Maisie, sosteniéndola con fuerza mientras ella se retorcía en su regazo.

—Así, frótate contra mi mano. Disfrútalo —susurró, con la voz teñida a partes iguales de lujuria y diversión.

—¡No! —protestó ella, aunque ya se estaba frotando sin poder resistirse. Las caderas se le movían frenéticamente hacia adelante y hacia atrás, como si tuvieran vida propia.

—¿Qué necesitas?

Maisie se estremeció y gimió sin control cuando él le separó los labios inferiores con los dedos y siguió acariciándola.

—¿Esto?

Muerta de vergüenza, pero, al mismo tiempo, desesperada por aliviarse, asintió.

—Buena chica.

Entre sus palabras y sus actos, Roderick la había excitado tanto que casi no podía soportar las enormes ganas que tenía de que la tomara bruscamente y la montara hasta que ambos alcanzaran el clímax a la vez. Pero no iba a admitirlo.

—Oh, sí, te tomaré —dijo él, como si pudiera leerle la mente—, pero sólo cuando sienta en mi mano que estás lista para mí. —La voz de Roderick era muy ronca, señal de que estaba tan excitado como ella.

El vientre de Maisie estaba cada vez más tenso.

Él aceleró el ritmo, tocándola cada vez más deprisa hasta que la muchacha empezó a jadear entrecortadamente. Su delicado botón estaba hinchado y dolorido, pero ella siguió respondiendo a sus rudas caricias, moviéndose por instinto, buscando librarse de esa tensión.

Roderick levantó la mano, se lamió el pulgar y volvió a atacarla sin darle tregua. Y Maisie se sintió desfallecer entre sus brazos. Enfebrecida, gimió en voz alta. Tal como le había advertido, él no tuvo piedad y siguió acariciándola hasta que ella arqueó la espalda y dejó escapar un grito. El brusco orgasmo la abrasó de los pies a la cabeza.

—Eres una mujer muy ardiente.

«Y cada vez más poderosa», pensó ella sintiendo las reservas de magia crecer en su interior gracias a las constantes atenciones del capitán. Todo cuanto había leído durante sus años de formación había resultado ser cierto. El sexo reforzaba la magia. Del mismo modo que se podía crear fuego frotando dos palitos, la pasión de los amantes vigorizaba su poder.

Sin darle tiempo a recuperar el aliento, Roderick la tumbó de lado, le agarró la rodilla izquierda y se la llevó hacia el pecho. El corsé y el corpiño le dificultaban la respiración, pero, en esa postura, la base del corsé le rozaba el sexo. La zona, ya muy sensible, empezó a latirle con fiereza.

Al principio, Maisie pensó que no podría tomarla en esa postura, pero Roderick se arrodilló tras ella, con una pierna a cada lado de su rodilla doblada. Estaba totalmente indefensa, totalmente a su merced, así que se preparó para el inminente abordaje.

No tardó en notar la punta de su miembro en la entrada de su sexo.

La penetró desde un ángulo distinto, que hizo que la experiencia fuera más intensa que las veces anteriores, ya que su erección frotaba una parte especialmente sensible cada vez que se hundía en ella.

—Oh, Roderick, creo que me voy a desmayar.

—Yo me encargo de que no te desmayes. Me aseguraré de que no te distraigas —dijo él, con la voz ronca pero sin perder el tono burlón que le aseguraba que iba a llevarla hasta el límite.

Mirándolo por encima del hombro, Maisie observó su rostro mientras la penetraba con la mandíbula apretada, la mirada decidida y el pecho subiendo y bajando aceleradamente. Los fluidos se deslizaban copiosos por sus muslos, lo que era una suerte, ya que sólo la visión de su enorme miembro le causaba flojera en las piernas, como si estuviera enferma. Jadeó con esfuerzo, notando que el cuerpo se le cubría de sudor. A medida que las paredes de su estrecho canal se iban extendiendo por su invasión, Maisie dejó caer la cabeza hacia atrás, sin fuerzas.

Él siguió avanzando inexorablemente.

La muchacha gimió como un gato cuando la punta de su miembro se clavó en lo más profundo de su vientre. La presión hacía que se sintiera mareada, desorientada. Cuando él empezó a embestirla rítmicamente, no pudo contener los gritos de placer.

—¿Lo ves? Estás demasiado ocupada disfrutando. No puedes desmayarte —se burló él entre estocada y estocada—. Admítelo: estás disfrutando del revolcón.

—Admito que eres un amante muy hábil —logró decir ella con la voz temblorosa por sus rápidas embestidas.

—Me sirve —replicó él, agarrándola con fuerza como si estuviera en plena batalla y ella fuera el adversario.

Totalmente inmovilizada, Maisie estaba indefensa. La zona del vientre le ardía mientras él la cabalgaba inexorablemente, clavándose en su interior una y otra vez hasta que ella volvió a alcanzar el orgasmo, gritando.

—Ah, me gusta tanto cómo me aprietas por dentro… —Roderick se detuvo un instante y le apartó el pelo de la cara con una mano. Enseguida volvió a embestirla, pero esta vez con movimientos más rápidos y superficiales.

Maisie se aferró a él con fuerza, lo que prolongó su propio éxtasis. Alargó la mano hacia atrás y él entrelazó los dedos de ella con los suyos.

El gesto cariñoso, en un momento en el que él estaba tan concentrado en obtener su propio placer, la emocionó. Cuando Roderick salió de ella para no derramarse en su interior, se sorprendió deseando que no lo hubiera hecho.

«Ten cuidado», se dijo.

Si el afecto que le despertaba aumentaba, cada vez le costaría más negarse a responder a sus preguntas y mantener en secreto su identidad. Pero cuando él la tumbó de espaldas para mirarla a la cara y llenársela de besos, Maisie se derritió una vez más y fue incapaz de guardar las distancias.