Maisie se despertó entre sus brazos. Era una helada noche otoñal en el mar del Norte, pero con la mejilla apoyada en su pecho había mantenido el calor.
Roderick se estaba moviendo, y eso acabó de despertarla. Al parecer estaba tratando de romper su abrazo sin despertarla, pero esta vez no lo había logrado. Maisie se aferró a él con fuerza.
—¿Tienes que levantarte?
Roderick se detuvo y, cuando ella apoyó la cabeza en la almohada y lo miró a los ojos, pensó que había cambiado de idea y que se quedaría. Su expresión se suavizó al mirarla. Bajó la cabeza y la besó, explorando su boca con delicadeza.
Maisie respondió suspirando de placer y enredándole los dedos en su espeso pelo.
—Por desgracia, tengo que volver a cubierta —dijo él finalmente.
Maisie lo observó mientras se vestía, pensando que nunca se cansaría de admirar las formas del cuerpo masculino. Sobre todo del de Roderick, que era un auténtico semental comparado con los hombres delgados y etéreos de las ilustraciones. A pesar de sus músculos, era ágil. Cuando se agachó para recoger las botas que había lanzado bajo la litera de una patada la noche anterior, la abordó por sorpresa.
La tumbó de espaldas sobre la cama y le besó los pechos con adoración.
—Pensaba que tenías que irte.
—Tengo que irme. —Él levantó la cabeza, pero al mismo tiempo le atrapó un seno con la palma de la mano y le acarició el pezón con el pulgar—. Pero no podía marcharme sin darte un beso de despedida, y menos al verte ahí, tan provocadora, con los pechos al aire y esa mirada descarada.
¿De verdad era ése su aspecto? Sorprendida, Maisie quiso saber más. Las palabras del capitán le habían despertado la curiosidad.
—¿Qué mirada?
—Esa mirada que me dice que estás pensando en el placer que puedes obtener de esto. —Roderick le tomó la mano y se la llevó hasta la parte delantera de los pantalones, donde la dejó reposando sobre el bulto que se alzaba tras la tela.
Ella se echó a reír.
—No estaba pensando sólo en eso. Te estaba admirando en tu totalidad. Eres un hombre muy bien hecho.
Él se incorporó riéndose.
A Maisie la hacía muy feliz verlo así de relajado.
Roderick siguió vistiéndose sin perderla de vista.
Ella se cubrió con la sábana.
—¿Ves?, te lo pongo más fácil. Ya no hay pechos desnudos que te distraigan.
—Y te lo agradezco, pero es inútil. Sigo teniendo la imagen clavada en la mente —replicó él, dándose golpecitos en la frente con un dedo. Y, antes de marcharse, le dio un último consejo desde la puerta—: Te sugiero que te quedes aquí esta mañana.
Maisie abrió la boca para protestar, pero Roderick la interrumpió:
—Sólo será un rato. Atracaremos en Lowestoft más tarde. Te prometo que te llevaré a tierra. ¿Te apetece?
Ella asintió.
—Sí, me encantaría bajar un rato a estirar las piernas, gracias.
Sin duda el capitán era un hombre muy considerado, lo que contrastaba con su aspecto rudo.
—¿Te entretendrás preparándote para la visita? —preguntó, y esperó a que ella le confirmara sus intenciones.
—Sí, Roderick, me entretendré por aquí hasta que vengas a buscarme para bajar a puerto. —Maisie sabía que la estaba comprando para que no subiera a cubierta, pero estaba dispuesta a aceptar sus condiciones a cambio de un paseo por tierra firme.
—Bien. Te invitaré a comer en una posada que conozco y charlaremos un rato. Puedes contarme cosas sobre tu vida.
Eso era lo último que Maisie deseaba hacer. Con esfuerzo, se mordió la lengua para no negarse en redondo; prefirió guardar silencio.
Cuando él se hubo marchado se quedó mirando la puerta preocupada.
¿Por qué querría saber más cosas sobre ella? No podía contarle nada. No sería seguro para ninguno de los dos. Le acudieron a la mente pensamientos de su tutor. ¿Por qué? Roderick no pensaba en ella como Cyrus. Para su tutor ella sólo era una herramienta, una preciada posesión. Por lo menos, no creía que Roderick la viera así, aunque reconocía que tenía poca experiencia con los hombres. No podía poner su libertad en peligro una vez más. Su acuerdo con el capitán tenía que ser temporal.
Y, sin embargo, las dudas la asaltaron una vez más. Roderick no conocía su secreto. Maisie sabía que quería protegerla y evitar problemas con su tripulación, pero no podía evitar acordarse de lo que había vivido bajo el techo de Cyrus Lafayette. Con la excusa de la protección, aquel hombre había querido controlar su vida y sus poderes. Ahora, estar encerrada en ese pequeño camarote por orden de otro hombre la ponía nerviosa. Mientras se tumbaba en la cama una vez más, supo que tardaría algún tiempo en librarse de ese miedo, el miedo a vivir como una prisionera a causa de sus habilidades.
Cyrus Lafayette se había encargado de cultivar sus poderes mágicos, dándole mucho tiempo para formarse y practicar en su casa. Al cabo de un año llegó a la conclusión de que Margaret estaba particularmente capacitada para todos los conjuros que implicaran el uso de los elementos o de las emociones. Pero era un hombre paciente y, como la muchacha descubriría más tarde, sus planes eran ambiciosos y a largo plazo.
Cyrus tenía rentas personales, por lo que no necesitaba trabajar para ganarse la vida y podía dedicar su tiempo a obtener poder. Su ambición era lograr influir tanto en el gobierno como en el Parlamento. Se movía siempre en las altas esferas, un ámbito que a Margaret le era ajeno por completo. No obstante, cuando cumplió los doce años, su tutor recibió instrucciones de darle clases de historia, de familias reales y de gobierno contemporáneo de Inglaterra. A mamá Beth no le interesaban las actividades de su marido. Ella era una mujer amable, centrada en su hogar y su familia, y nunca comentaba nada sobre los asuntos públicos de Cyrus.
La joven Margaret sintió una gran curiosidad al enterarse de que su tutor era un hombre poderoso e influyente. Al principio le extrañó, ya que su papel en la vida de su pupila era muy distinto. O eso pensaba ella. Pasaban muchas horas juntos encerrados en la biblioteca, hablando de los orígenes de la familia de Maisie en conversaciones privadas que no compartían con nadie más. A la pequeña Margaret le encantaba charlar de sus ancestros, pero al mismo tiempo temía esos momentos, porque no acababa de fiarse de su mentor.
Cyrus exploraba el mundo con ella, aunque lo hacía de un modo que despertaba la desconfianza de la niña. A medida que iba creciendo, iba ganando conocimientos, pero también aprendía a ser cauta, aunque no era fácil. Maisie siempre tenía miedo de que su tutor se enfadara por decir algo incorrecto. Durante sus clases, la atención de Cyrus estaba clavada en ella constantemente. Se mostraba siempre serio, intenso, y a Maisie le resultaba difícil e incómodo permanecer tantas horas con él. Y lo que menos le gustaba era la sensación de estar en deuda con él. Siempre que él le pedía algo, ella obedecía inmediatamente.
Una vez a la semana, Cyrus la animaba a practicar la magia de un modo discreto, sin salir del despacho. Entonces, ella movía objetos o apagaba velas susurrando palabras que le había enseñado su madre o que había aprendido en las clases de su mentor. Un día la animó a probarla al aire libre mientras daban un paseo por el parque un sábado por la tarde.
Era una soleada tarde otoñal, y faltaba poco para que Maisie cumpliera trece años. Cyrus caminaba a su lado y le iba señalando las distintas clases de árbol, al tiempo que saludaba de vez en cuando con una inclinación de cabeza a las personas que se cruzaban en su camino. Cuando llegaron a un lugar donde nadie podía verlos ni oírlos, la tomó de las manos y la animó a probar la magia. Le dijo que levantara las hojas del suelo y que las hiciera volar por el aire.
Para Maisie fue un juego divertido. Fue el comienzo de una etapa en la que pudo explorar sus habilidades de un modo seguro, siempre protegida por su tutor. Compartían el entusiasmo por las habilidades que iba adquiriendo la chica, lo que la hacía sentirse orgullosa, por mucho que Cyrus le recordara constantemente que los demás no compartirían su entusiasmo si la vieran haciendo eso. Se asustarían, igual que se habían asustado de su madre. Su tutor nunca permitía que se olvidara del triste episodio.
—Yo siempre te protegeré y te cuidaré —solía añadir.
La semana siguiente, Cyrus la llevó de nuevo al mismo parque y volvió a pedirle que pusiera a prueba sus habilidades, pero esta vez lo hizo con un objetivo distinto.
—Hoy quiero que hagas algo especial para mí, algo parecido a los juegos que practicamos cuando nadie nos ve.
Margaret se sintió satisfecha.
—¿Recuerdas lo que hemos leído sobre los hechizos de amor y sobre cómo puedes influir en los corazones solitarios?
Ella asintió. Era un tema que le resultaba fascinante.
—Hay un hombre con el que suelo mantener vehementes debates políticos —prosiguió su tutor—. Su nombre es Gilbert Ridley. Es viudo y muy tímido, por lo que nunca busca compañía. Sin embargo, conozco a una joven que estaría encantada de ser su amiga. He arreglado las cosas para que se encuentren mientras él da su paseo matutino a lo largo del río. Cuando nos detengamos a saludarlo, la joven estará cerca.
—Y usted quiere que haga que se fije en ella —replicó Margaret, encantada con el juego.
Y realizó el encantamiento, que fue un éxito rotundo. Margaret se sentía feliz pensando que había ayudado a unir dos corazones solitarios. Aunque había pasado mucho tiempo, recordaba aquel episodio perfectamente, porque la había marcado.
Sin embargo, ésa fue sólo la primera vez de las muchas en las que Cyrus le pidió que influyera sobre sus conocidos de los corrillos de poder. Las peticiones siempre iban acompañadas de una historia inocente, y los hechizos que le pedía que realizara parecían inofensivos. Maisie no empezó a sospechar de sus auténticas intenciones hasta años más tarde, cuando se enteró de que Gilbert Ridley estaba arruinado. Una taimada cortesana y su cómplice le habían robado la fortuna y destrozado el corazón.
En los años siguientes, la muchacha descubrió hechos parecidos que le hicieron sospechar de su magia. Quizá no era una fuerza sanadora como le había enseñado su madre. Cada vez que se enteraba de que personas a las que había hechizado habían caído en desgracia, recordaba las cosas terribles que se decían de las brujas, y su lucha interior la atormentaba.
Pero para eso estaba Cyrus, siempre dispuesto a tranquilizarla. Su mentor estaba decidido a demostrarle que el destino la había puesto en su camino para algo grande.
Con el tiempo, Margaret fue ganando confianza en sus habilidades y se convirtió en una joven culta y bien educada. Al principio, las salidas a la calle eran escasas, y nunca se le permitía hacerlo sin su tutor. Mamá Beth siempre debía estar presente durante las visitas de la modista, y la señora Hinchcliffe nunca podía apartarse de los temas que Cyrus fijaba para las clases una vez por semana.
Su relación con Cyrus Lafayette comenzó a cambiar cuando Margaret empezó a convertirse en una mujer. Al darse cuenta, mamá Beth le dijo que necesitaba un cambio de vestuario, y la modista pasó a visitar la casa con más frecuencia. La muchacha aceptó los vestidos y el resto de los complementos como cualquier joven de su edad, con agradecimiento y alegría. Cyrus parecía disfrutar con la transformación de su pupila. Pero, por alguna razón que no entendía, Maisie se sentía incómoda cada vez que la miraba.
—Creo que ya estás lista para conocer el mundo un poco más —le dijo una tarde sentado en su butaca mientras ella cosía.
Mamá Beth estuvo de acuerdo.
—Ya eres toda una damita. Estoy muy orgullosa de ti.
Margaret no sabía a qué se refería con eso de conocer el mundo un poco más. Sus primeras reacciones fueron de miedo y precaución. Y no sólo por su propia experiencia, sino porque Cyrus la mantenía informada del terrible destino sufrido por otros como ella. La educación que le proporcionaba siempre iba acompañada de advertencias.
—¿Conocer el mundo? —preguntó con prudencia.
—Cyrus nos va a llevar a las dos al teatro —respondió mamá Beth con las mejillas encendidas de satisfacción—. Me encantará poder mostrarte en público por fin.
Al teatro. Margaret había estudiado las obras de Shakespeare con su institutriz, pero nunca se imaginó que un día las vería representadas.
Al principio esas salidas fueron muy agradables. Margaret las disfrutaba sobremanera, pero pronto empezó a sospechar, puesto que durante las mismas se encontraban siempre con conocidos de Cyrus: miembros del gobierno, financieros y ricos comerciantes. Algunos se mostraban educados con la esposa y la pupila de Lafayette, pero otros no podían disimular sus pensamientos lascivos y le dirigían palabras crueles que la hacían sentir muy incómoda. Al parecer, su tutor tenía más de un enemigo.
Y, pronto, a Maisie no le cupo ninguna duda: cada vez que Cyrus le pedía que usara sus habilidades, lo hacía para obtener algún beneficio personal. La muchacha se sintió muy mal, y la vez siguiente que se lo solicitó, le pidió explicaciones. No le importaba ayudar a su tutor, a quien estaba muy agradecida por todo lo que le había dado, pero a medida que pasaba el tiempo la situación se iba volviendo más transparente y Cyrus no se tomaba tantas molestias en disfrazar las peticiones. Además, la naturaleza de su relación había comenzado a cambiar.
Al principio eran cosas imperceptibles. Empezó por pedirle que lo llamara por su nombre de pila, en vez de referirse a él como «maestro», lo que extrañó un poco a la chica. Luego, mamá Beth dejó de acompañarlos al teatro. Le dieron razones, claro estaba, pero sospechosamente coincidió con el cambio de actitud de Cyrus hacia ella. Ya no se molestaba en disimular la admiración que sentía por la joven. Y no era la admiración de un tutor por su pupila, sino la de un hombre por una mujer.
Una noche, él la llevó a una recepción, donde alternaron con los actores de la obra que acababan de ver, junto con otros personajes importantes, miembros de la alta sociedad y algunos lores. Margaret se sentía abrumada. Cuando vio que un joven la miraba sonriente desde el otro extremo de la sala, le devolvió la sonrisa, pensando que entendía cómo se sentía. Pero más tarde, cuando el joven se acercó, Cyrus lo saludó de un modo despectivo.
—Charles Hanson —murmuró como toda presentación.
—Estaba deseando conocerla —le dijo el joven.
—Gracias. —Ella hizo una reverencia.
Charles se inclinó y se llevó las puntas de los dedos de Maisie a los labios.
Un estremecimiento de deseo la recorrió de arriba abajo mientras sus miradas se encontraban.
El joven estaba a punto de decir algo más cuando Cyrus anunció bruscamente que tenían que marcharse. Pidió que llevaran el abrigo de Margaret y la sacó de la sala sin darle la oportunidad de despedirse de Charles. Una vez dentro del coche, Cyrus golpeó el techo con el bastón y se quedó en silencio, malhumorado.
—Ha sido una buena representación —comentó Maisie, tratando de aligerar el ambiente opresivo.
—Sí, ha sido una velada perfecta. —Sin mirarla, él le tomó la mano que Maisie tenía sobre el regazo y se la apretó.
La chica pensó que le daría un apretón y luego la soltaría, pero no lo hizo: su tutor permaneció agarrándole la mano de un modo posesivo e insinuante. Aunque el contacto le resultaba muy desagradable, instintivamente ella supo que no debía apartar la mano. Si lo hacía, su mal humor podía convertirse en algo peor.
—Una velada perfecta, sí —repitió Cyrus—, sólo estropeada por ese descarado advenedizo de Charles Hanson. ¿Cómo se atreve a pensar que puede cortejarte?
Margaret se quedó muy sorprendida. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que ésas pudieran ser las intenciones del joven. Pensó cuidadosamente lo que iba a decir antes de hablar.
—Me parece que únicamente pretendía ser educado.
Cyrus se volvió hacia ella, apretándole más la mano.
—Conozco perfectamente las razones que mueven a los hombres como él. No es digno de ti.
¿Por qué se sentía tan incómoda?
—Cyrus, no tiene importancia porque estoy segura de que te equivocas sobre sus intenciones, pero sin duda ese joven está socialmente por encima de mí.
—No —replicó él, volviéndose hacia ella y sosteniéndole la cara entre las manos—. Tú eres lo más valioso en este mundo. —Los ojos de Lafayette brillaban en la oscuridad. Tenía la cara demasiado cerca de la de Maisie, que notaba su cálido aliento en la piel.
—Cyrus, esta situación me resulta muy violenta.
—Ya lo veo. Pero no sabes lo bien que te sienta el rubor en las mejillas —replicó él en un tono bajo que Maisie no le había oído nunca. Le apartó una mano de la cara para acariciarle la cintura—. Tú no estás destinada a un tipo como él, preciosa mía. Tengo planes mucho más elevados para ti.
—¿Tienes planes para mí? —preguntó asombrada, sin poder contenerse. Inmediatamente quiso retirar la pregunta, pero ya era tarde, puesto que Cyrus respondió besándola en los labios.
Estupefacta, la joven fue incapaz de reaccionar por unos instantes.
—¡Cyrus! —exclamó cuando él rompió el beso.
—No debes tener miedo —dijo él como si no hubiera pasado nada fuera de lo normal—. Mientras estés conmigo, estarás a salvo. ¿No te lo he dicho siempre?
Maisie estaba demasiado impactada para responder.
Su tutor se echó hacia atrás en el asiento y la miró de un modo que incrementó su incomodidad. No parecía tener la menor intención de disculparse por sus actos. Y no le soltó la mano. Parecía estar reclamándola como su propiedad.
En ese momento, Maisie se dio cuenta de que ése había sido su plan desde el principio. Desde el primer día había planeado quedarse con ella, pero no como hija ni como pupila, sino como otra cosa. Una cosa aún sin nombre, pero que le helaba la sangre en las venas.
Desde aquella noche, Margaret se mantuvo siempre en guardia. Vigilante y cautelosa, no se escondió de su tutor, como habría deseado hacer. Al contrario, le permitió que se tomara algunas pequeñas libertades para informarse del alcance de sus planes. De esta forma se enteró de que sus intenciones no eran honorables en absoluto, como tampoco lo era su manera de apartar a mamá Beth de sus vidas.
Igual que una mariposa acabada de salir de su crisálida, la transformación de Maisie en mujer fue un vuelo peligroso realizado con alas frágiles sobre un mundo lleno de peligros. Pero en lo más hondo de su ser seguía siendo una Taskill, y los Taskill eran fuertes. Lo que era una suerte, porque cuando descubrió el auténtico alcance de los malvados planes de su tutor, supo que tenía que escapar de él y forjar su propio destino, sin importar a cuántos peligros tuviera que enfrentarse.