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El banco a la izquierda de la puerta del juez Bouteille estuvo ocupado durante tres meses. Hubo que buscar por las distintas ciudades a los cómplices de los hermanos Mori —y por lo tanto de Maurice Marcia— en los asaltos a los palacetes y a las mansiones ricas.

Trabajaron también los expertos hasta que lograron establecer el origen de los muebles y de los cuadros de la calle Ballu y de la plaza La Bruyère.

Encontraron también, en casas de anticuarios de pocos escrúpulos dispersos por todo el país, otros objetos robados por la banda.

Maigret fue a Montmartre expresamente para felicitar al modesto inspector Louis.

—No he hecho más que cumplir con mi deber —murmuró éste enrojeciendo.

—El día en que usted quiera, entrará a formar parte de mi brigada…

El Viudo no se atrevía a creerlo. Quizá estaba también dividido entre el deseo de formar parte de la Gran Casa y su fidelidad al barrio Pigalle.

La vista de la causa se inició en noviembre. De ella habían separado el asunto de los palacetes, que se vería más tarde.

En el banco de los acusados, Lina y Manuel no cesaron de atribuirse recíprocamente la responsabilidad del asesinato.

La llamada telefónica a la víctima suponía premeditación y, en consecuencia, la pena máxima.

El juez Bouteille, a pesar de su paciencia, apenas lograba contener a los dos amantes, convertidos ahora en enemigos feroces.

Cuando Lina respondía a las preguntas, se oía una voz en el banco de los acusados:

—¡Miente!…

—Cállese…

—Le digo que miente…

—Y yo le digo que se calle…

La misma escena se repetía cuando era Manuel interrogado.

El jurado lo decidió, y condenó a Manuel a veinte años de prisión y otros tantos a Lina. Jo a cinco años.

Y los tres, al abandonar la sala del tribunal, se lanzaban miradas de odio.

La Pulga había reanudado su costumbre de telefonear al inspector Louis.

Epalinges, 11 de junio de 1971.