En Samarcanda supo Gengis Kan que el Shah Mohamed había abandonado la ciudad, huyendo al sur. El mongol determinó capturar al Shah, antes de que éste pudiera formar nuevos ejércitos contra los invasores. No había podido encontrarse con el monarca de Kharesmia. Envió, pues, a Chepé Noyon y a Subotai, dándoles las órdenes siguientes: «Seguid al Shah Mohamed a cualquier parte del mundo a que vaya. Encontradle vivo o muerto. Respetad las ciudades que os abran sus puertas, pero asaltad las que resistan. Yo creo que esto no os resultará tan difícil como parece».
¡Extraña tarea ésta de buscar a un emperador a través de una docena de reinos! Era verdaderamente un buen problema para el más temerario y eficaz de los Orkhones. Chepé Noyon y Subotai partieron con dos «tumans», o sea veinte mil hombres, y las citadas instrucciones. Los dos Orkhones marcharon inmediatamente hacia el sur. Era entonces el mes de abril de 1220, en el año de la serpiente.
Mohamed había huido hacia el sur, pasando de Samarcanda a Balkh, en el extremo de las regiones altas del Afganistán. Como de ordinario, vacilaba. Jelal-ed-Din se encontraba lejos, en el norte, levantando un nuevo ejército entre los guerreros del desierto, cerca del mar de Aral. Pero Gengis Kan ocupaba Bokhara, entre el Shah y este posible punto de concentración. Pensó Mohamed entrar en la comarca afgana, donde los belicosos clanes le esperaban. Por último, vacilando entre las diferentes opiniones y su propio temor, se dirigió hacia el poniente, cruzando la región montañosa de la Persia septentrional, y llegó a Nisapur, poniendo, como pensaba, quinientas millas entre él y la horda mongol. Chepé y Subotai encontraron una poderosa ciudad que obstruía el paso del Amu. Lo vadearon con sus caballos y supieron, por los exploradores, al avanzar, que Mohamed había abandonado Balkh. En vista de ello, volvieron hacia el oeste, separándose para protegerse mejor y obtener el mayor pasto posible para sus caballos. Cada hombre de las dos «tumans» seleccionadas tenía varios caballos en buenas condiciones. La hierba, a lo largo de los arroyos y manantiales, estaba fresca. Podían cubrir ochenta millas diarias, cambiando varias veces al día los caballos fatigados y desmontando solamente a la caída de la tarde para comer alimentos guisados. Al extremo del erial encontraron los jardines de rosas y las blancas murallas de la antigua Merv. Congratulándose de que el Shah no estuviese en esta ciudad, galoparon hacia Nisapur adonde llegaron tres semanas después de Mohamed, que se había enterado de la persecución y huyó con el pretexto de una excursión cinegética. Nisapur cerró sus puertas y los Orkhones la asaltaron furiosamente. No pudieron tomar la muralla, pero se convencieron de que el Shah no se encontraba dentro de sus defensas.
Siguieron, pues, el rastro de Mohamed y se dirigieron hacia el oeste, a lo largo de la ruta caravanera que conduce al Caspio, ahuyentando los restos de los ejércitos enemigos que habían escogido este camino para librarse del terror mongol. Cerca de la moderna Teherán encontraron y derrotaron el ejército persa, compuesto de 30.000 guerreros. Las huellas del fugitivo emperador se desvanecían por instantes. Los dos jefes mongoles se separaron de nuevo. Subotai se dirigió hacia el norte, a través de la región montañosa. Chepé Noyon galopó hacia el sur, hacia los límites del desierto salado. Habían salido de Kharesmia y habían corrido más que las mismas noticias de su llegada.
Entretanto, Mohamed se había despedido primero de su familia y después de sus tesoros. Dejó los cofres con sus joyas en una fortaleza donde los mongoles los encontraron después, y decidió trasladarse a Bagdad, en donde reinaba el verdadero califa, con quien había disputado en otro tiempo. Reclutó hombres acá y allá, hasta formar una escolta de unos centenares y siguió la ruta de Bagdad. Pero en Hamadan los mongoles le dieron alcance, dispersando el grupo y arrojándole unas cuantas flechas. Pero los mongoles no le conocían. Escapó y volvió hacia el Caspio. Algunos de sus guerreros turcos manifestaron su descontento y rebeldía, y Mohamed juzgó conveniente dormir en una pequeña tienda, levantada delante de la suya. Una mañana, encontró la tienda vacía, repleta de flechas. «¿No hay lugar sobre la tierra —preguntó a un oficial— donde yo pueda estar seguro del rayo mongol?» —Le fue aconsejado que tomase una embarcación en el Caspio y navegase hacia una isla, donde podría ocultarse hasta que sus hijos y «atabegs» reunieran un ejército bastante fuerte para defenderse. Así lo hizo. Disfrazado, y con unos pocos acompañantes anónimos, pasó a través de las gargantas y divisó en la costa occidental del Caspio una pequeña ciudad, lugar de pescadores y mercaderes bastante tranquila. Pero el Shah, fatigado y enfermo, sin su corte, sus esclavos y contertulios, no podía sacrificar el prestigio de su nombre. Insistió para que se hiciera la lectura pública de las oraciones en las mezquitas, y su identidad no permaneció largo tiempo secreta. Un mahometano, que había sufrido la opresión del Shah, le delató a los mongoles. Estos, que habían derrotado otro ejército persa en Kasvin, buscaban por las montañas a Mohamed. Entraron en la ciudad que le albergaba, en el momento en que el sultán se preparaba a subir al esquife de un pescador. Volaron las flechas. Pero el navío partió de la playa, y algunos de los nómadas, en su rabia, aguijonearon los caballos y se lanzaron tras el esquife, hasta agotar las fuerzas y desaparecer entre las olas. Aun cuando no pusieron la mano sobre el Shah, es indudable que habían causado su muerte. Debilitado por las enfermedades, y los trabajos, el supremo señor del Islam murió en la isla, tan pobremente, que su única mortaja fue la camisa de uno de sus acompañantes.
Chepé Noyon y Subotai, los dos veteranos merodeadores que recibieron orden de capturar al Shah, vivo o muerto, no supieron que éste había sido enterrado en la isla desierta. El desventurado emperador tuvo la misma suerte que Wai Wang, de Catay, Preste Juan, Toukta Beg y Gutchluk. Los mongoles enviaron al Kan la mayor parte del tesoro, que el cuidadoso Subotai había reunido, y nuevas de que el Shah se había hecho a la vela en un navío.
Gengis Kan, creyendo que Mohamed intentaría juntarse con su hijo de Urgench, la ciudad de los Kanes, envió una división en esta dirección. Pero Subotai invernando en los pastizales nevados del Caspio, concibió la idea de marchar hacia el norte, alrededor del mar, para unirse a su Kan. Envió un correo a Samarcanda, solicitando permiso para hacer una marcha, y Gengis Kan le otorgó su consentimiento, enviando varios millares de turcomanos para reforzar la tropa del orkhon. Subotai, por propia decisión, había estado reclutando gente entre los indómitos kurdos. Habiendo caminado hacia el sur, sitiando y asaltando las ciudades importantes, por donde había pasado cuando perseguían a Mohamed, los mongoles se dirigieron hacia el norte por el interior del Cáucaso. Invadieron la Georgia. Una lucha desesperada tuvo lugar entre los mongoles y los guerreros de las montañas. Chepé Noyon se ocultó en un extremo del extenso valle que conduce a Tiflis, mientras que Subotai hacía uso del viejo ardid mongol de la huida simulada. Los cinco mil hombres emboscados arremetieron sobre el flanco de los georgianos, que sufrieron terriblemente en la refriega. (Véase la nota VIII: «Los magos y la cruz»).
Los mongoles se abrieron camino a través de las gargantas del Cáucaso y pasaron la Puerta de Hierro de Alejandro. Surgiendo de los repechos septentrionales encontraron un ejército de gente montaraz —alanos, circasianos y kipchakas— reunida contra ellos. El enemigo era muy superior en número, y los mongoles no tenían camino de retirada. Pero Subotai triunfó, separando los nómadas kipchakas de los otros. Los mongoles avanzaron sobre los fornidos alanos y circasianos. Después, los merodeadores de Catay siguieron a los kipchakas por las estepas salobres, más allá del Caspio, dispersando a estos astutos nómadas y empujándolos invariablemente hacia el norte, a las tierras de los príncipes rusos.
Aquí se encontraron con un nuevo y valeroso enemigo; los ochenta y dos mil guerreros rusos, reunidos en Kiev y los ducados lejanos. Estos rusos bajaban el Dniéper escoltados por fuertes bandas de kipchakas. Eran jinetes robustos, escuderos que pagaban de tiempo inmemorial el feudo a los nómadas de las estepas. Los mongoles retrocedieron sobre el Dniéper durante nueve días, observando las masas rusas, hasta que llegaron al lugar que habían elegido de antemano para dar la batalla. Los guerreros del norte se habían repartido en diferentes campos bastante extensos. Pero estuvieron premiosos y pelearon entre sí. No tenían un caudillo como Subotai. Durante dos días, la lucha entre los rusos y los mongoles —su primer encuentro— tuvo lugar en la estepa. El gran príncipe murió con sus nobles al empuje de las armas paganas, y pocos de su hueste vivieron y lograron remontar el Dniéper.
Abandonados otra vez a su propio parecer, Subotai y Chepé Noyon vagaron por la Crimea y asaltaron una ciudadela comercial genovesa. No se sabe lo que hicieron allí. Intentaban cruzar el Dniéper, camino de Europa, cuando Gengis Kan, que por medio de correos había seguido sus movimientos les ordenó que regresaran para tener con ellos una conferencia, a unas dos mil millas en el oeste. Chepé Noyon falleció en el camino. Los mongoles se desviaron bastante para invadir y desbaratar a los búlgaros, que estaban entonces sobre el Volga. Fue una marcha asombrosa, que probablemente constituye, en los anales humanos, la mayor hazaña de caballería. Sólo hombres de vigor sobresaliente, confiados con certidumbre en su propia fortaleza, pudieron llevarla a cabo. «¿Habéis oído decir —refieren los cronistas persas— que una banda de hombres, saliendo de donde el sol nace, surcó la tierra y llegó a las puertas del Caspio, destruyendo las gentes y sembrando la muerte a su paso? Después regresaron adonde estaba su señor, llegando sanos y fuertes, con el botín. Y esto sucedió en menos de dos años».
Esta galopada de dos divisiones, que terminó en noventa grados de longitud, produjo extraordinario fruto. Junto a los guerreros marchaban los sabios de Catay y los ugures, y entre ellos cristianos nestorianos. Sabemos de mercaderes mahometanos que, con la vista puesta en el negocio, vendieron manuscritos religiosos cristianos a algunos de la horda. Y Subotai no cabalgó al azar. Los catayanos y ugures anotaron la situación de los ríos que cruzaban, de los lagos que rodeaban y de los peces que éstos producían, y las minas de sal y de plata. Fueron colocados postes indicadores a lo largo de los caminos, y «darogas» en los distritos conquistados. Con el guerrero mongol iba el mandarín administrativo. Un obispo armenio prisionero, que fue conservado para que leyese y escribiese cartas, nos dice que en las tierras de la parte inferior del Cáucaso se hizo un censo de los hombres mayores de diez años. Subotai había descubierto los extensos pastizales del sur de Rusia, la región de la tierra negra; recordaba muy bien estas estepas. Años después volvió, desde el otro lado del mundo, para atacar a Moscú. Reanudó su marcha por donde le había ordenado el Kan que volviera, cruzando al Dniéper para invadir la Europa oriental. (Véase la nota VIII: «Subotai Bahadur hacia la Europa central»). Y los mercaderes genoveses y venecianos entraron en contacto con los mongoles. Una generación más tarde, los Polos de Venecia marchaban hacia el dominio del gran Kan. (Véase la nota IX: Lo que Europa pensaba de los mongoles").