Nueve meses después de su regreso a París, la hermosa Madame Chabre daba a luz a un niño. Monsieur Chabre, encantado, se llevó aparte al doctor Guiraud y le repitió con orgullo: «¡Ha sido gracias a las lapas, pondría mi mano en el fuego!… Sí, todo un paño de lapas que comí una noche, ¡oh!, en circunstancias bastante curiosas… Poco importa, doctor, ¡el caso es que jamás hubiera imaginado que las caracolas tuvieran tamaña virtud!».