Loa

No salgo a pedir que callen,

no a pedir silencio vengo,

que ya no se halla en España

ni en los más remotos reinos.

Ya en los alcázares sacros,

ya en los cristalinos cielos,

ya en los siete errantes signos,

ya en todos cuatro elementos,

ya en cuanto Telus ocupa

con su manto escuro y negro,

ya en los astros luminosos,

ya en los palacios de Febo,

ya en los campos, ya en los prados,

ya en los lugares plebeyos,

ya en los más peinados riscos,

ya en los más desiertos yermos,

ya en las plazas, ya en las calles,

ya en las ventas, ya en los pueblos,

ya en las fuentes, ya en los ríos,

ya en los jardines, ya en huertos,

ya ni en los cerúleos mares,

ya ni en casas, ya ni en templos,

ni en cuanto hay del Gange a Atlante,

ya no se hallará silencio.

¡Ah omnipotente fortuna,

y cómo es fácil tu crédito!

¡Ay cielo voluble y móvil!

¡Ay triste siglo del hierro!

¡Ay hambre sedienta de oro,

a cuántos hidalgos pechos

tu cruel maldad incita

a hacer negocios bien feos!

¡Ay vengativas discordias!

¡Ay pálido y torpe miedo!

¡Ay trabajos! ¡Ay desdichas!

¡Ay amor! ¡Ay duros celos!

¡Ay gran máquina del mundo!

Mas… ¡ay licencioso tiempo,

con qué ligereza pasas

y cuán veloz es tu vuelo!

¡Cómo encumbras al humilde

y humillas al altanero,

descasas a los casados

y cautivas los solteros!

Quitas mujer, das amiga.

Mas… ¿cómo es posible, tiempo,

que olvides discretos pobres

y quieras a ricos necios?

¡Ay silencio de mi alma!

Quédese aquesto en silencio,

que yo callaré verdades

bien a costa de mi pecho.

Murió el silencio ya, en fin,

ya, en fin, el silencio es muerto.

Envidiosos le mataron,

que ¿a quién no mataran ellos?

Crédito, fortuna, amor,

trabajos, desdichas, celos,

oro, bien, necesidad,

discordia, maldades, miedo,

mundo, temor, cielo y tierra,

mujeres, máquinas, tiempo,

envidia, discretos, pobres,

casados, ricos y necios,

todos estos le mataron,

y aquesto sé por muy cierto.

Y si queréis saber cómo,

estadme mi poquito atentos.

Cuando en descanso apacible,

en grave y profundo sueño,

en el silencio y aplauso

de la muda noche en medio,

los humanos dan reposo

a los miserables cuerpos,

cual si el licor de la Estigia

o el agua del río Leteo

los hubiera ruciado

ojos, sienes y celebros;

cuando, al fin, descansan todos,

y yo solo triste peno,

por medio de una ancha calle

vi venir un bulto negro,

y entre un susurrar confuso,

algunos suspiros tiernos.

Detuve el paso, paréme,

harto temeroso el pecho,

inquieto el corazón,

erizados los cabellos.

Ya que estuvieron más cerca,

vi cuatro enlutados cuerpos

con grillos y con cadenas,

todos cargados de hierro.

Llevaban cuatro mordazas,

y al mísero son funesto,

mil tristezas, mil gemidos,

ansias, congoja y lamentos.

Sustentaban en los hombros

tina ancha tabla o madero,

traída del sacro Gárgano,

sin duda para este efeto.

Iba de diez mil heridas

un hombre pasado el pecho,

y en cada herida tina lengua,

y a un lado aqueste letrero:

Éstas me dieron la vida,

y aquestas lenguas me han muerto.

Era la noche tan clara,

cual si la aurora en el cielo,

con su lámpara febea,

luz diera a nuestro hemisferio,

de suerte que pude ver

todo lo que iré diciendo.

Iba al otro lado escrito

aqueste epitafio en verso:

Bueno me ha dejado el tiempo,

y para mejor decir,

con tiempo para morir,

y para vivir sin tiempo.

Llevaba un purpúreo lustre,

un hermoso rostro bello,

que le juzgara por vivo,

a no saber que iba muerto.

No pude saber quién era,

y deseando saberlo,

lleguéme más, y en la boca,

llevaba escritos dos versos:

Aquí yace mi ventura,

y aquí dio fin el silencio.

De una novedad tan grande

quedé admirado y suspenso,

y por saber lo que fuese

quise ver el fin postrero.

Fueron saliendo hacia el campo,

y al fin me salí tras ellos,

y entre unos sombrosos árboles,

de hojosas ramas cubiertos,

cuyas levantadas cimas

competían con los cielos,

adonde nace una fuente

y despeña un arroyuelo,

que con raudo remolino

hace un sonoroso estruendo,

sobre una nativa piedra

pusieron el triste cuerpo,

y encima dél muchos ramos,

colocasia y nardo bello,

sagrado mirto y laurel,

y acanto florido en medio.

Y con yesca y pedernal

otros, encendiendo fuegos,

donde aplicaban olores,

quemando encienso sabeo,

al fin le dieron sepulcro,

y después de todo aquesto,

ocho funerales hachas

sobre el sepulcro pusieron.

No pude esperar a más,

porque ya iba amaneciendo,

y el ánimo no era tanto

que no le venciera el miedo.

Yéndome, pues, a mi casa,

vi llevar algunos presos,

por indicios desta muerte

condenados a tormento.

Vi que la justicia andaba

grande información haciendo

por saber quién le mató,

y nunca se ha descubierto.

Esto está en aqueste estado:

todos me tengan silencio,

porque el primero que hablare

he de decir que le ha muerto.