Breve fue el sabor

BREVE fue el sabor del triunfo en la capital de la República. El general Villa había roto definitivamente con Carranza, y Emiliano Zapata tenía su mundo aparte. Todos habían combatido contra los federales, pero al vencerlos los revolucionarios se dividían. Una lucha quizás más enconada que la anterior se veía venir a pasos agigantados.

Hubo una convención de los generales de la Revolución que efectuó sus primeras sesiones en la ciudad de México, y después dispusieron los componentes que se trasladara a Aguascalientes, considerando a aquella ciudad situada en el centro de la República como un lugar apropiado para sesionar sin que predominara la influencia de don Venustiano Carranza, que estaba en México, ni la de Villa, que tenía las fuerzas de su división en Zacatecas. Tras de largas discusiones y buenos propósitos, se declararon soberanos, crearon un gobierno provisional de la República. El gobierno surgido de la Convención Soberana, por principio de cuentas, dispuso el cese en el mando de las fuerzas de la Revolución, del Primer Jefe don Venustiano Carranza y del general Francisco Villa. Ni el uno ni el otro acataron el mandato. El gobierno surgido de la Convención de hecho era manejado por Villa. Se rompieron las hostilidades. La paz vislumbrada con la derrota de los federales de Huerta se esfumaba y brotaban con ímpetu luchadores enardecidos para pelear entre sí. Carrancistas, villistas convencionistas, zapatistas, revolucionarios todos ellos, y también un grupo nuevo y fuerte que encabezaba Félix Díaz, sobrino del general don Porfirio Díaz, con claras tendencias reaccionarias conservadoras. El vasto suelo patrio volvía a convertirse en extenso campo de batalla, y por si esa desgracia no fuera suficiente, el puerto de Veracruz continuaba ocupado por las fuerzas de los Estados Unidos, con su principio de invasión total iniciada en las postrimerías del gobierno usurpador de Victoriano Huerta.

Don Venustiano Carranza hubo de salir de la ciudad de México. Se trasladó primero a Puebla y poco después a Córdoba y Veracruz, donde estableció su cuartel general. Con negociaciones diplomáticas había logrado que el gobierno de los Estados Unidos, retirara sus fuerzas militares del puerto de Veracruz y que esta plaza volviera al seno de la integridad nacional. Villa y Zapata, como paladines del gobierno de la Convención, ocuparon la ciudad de México. Puebla fue también ocupada por sus fuerzas.

Ardía el país en fratricida lucha y parecía que el dominio mayoritario del terreno le correspondía a los de la Convención.

No voy a narrar al sufrido lector aquellas campañas interesantísimas, ya que se alejan del propósito de este libro, concretadas de antemano a la lucha contra los usurpadores y asesinos de Madero. Sería larga la narración, y fuera de lugar.

Me concreto a decir que la lucha larga, muy enconada, con las necesarias altas y bajas inherentes a toda campaña, concluyó al fin con la derrota de Villa, y Zapata volvió a quedar reducido a sus antiguos lares del estado de Morelos.

Don Venustiano Carranza, con sus fuerzas, dominaba absolutamente la situación. Su gobierno preconstitucional quedó organizado perfectamente. Durante su permanencia en el puerto de Veracruz, en su carácter de encargado del Poder Ejecutivo, había expedido diversos decretos estableciendo por medio de ellos ordenamientos tendientes a las grandes reformas sociales para las clases proletarias del país.

Se trasladó a México y convocó a un Congreso Constituyente, que elaboró en la ciudad de Querétaro una constitución del país que sustituyera a la del año de 1857 e incluyera claramente las conquistas sociales emanadas de los anhelos de la Revolución. Esa Constitución es la que nos rige con beneplácito de todos.

El señor Carranza fue electo presidente de la República y durante su desempeño de cuatro años tuvo que enfrentarse a infinidad de problemas. Prevaleció durante su gobierno la actividad militar para lograr la completa pacificación del territorio nacional, sacudido todavía por partidas rebeldes de villistas, zapatistas y felicistas. La lucha ya no era de grandes masas sino de guerrillas inquietas y activas. Asaltos a pequeñas guarniciones y, sobre todo, voladuras de trenes. Seguía nuestro ejército combatiendo día con día en Chihuahua con partidas villistas, en Veracruz contra felicistas y en Morelos contra zapatistas.

Así transcurría el gobierno de Carranza en medio de una constante lucha.

Llegaba el final del periodo presidencial y se avecinaban las elecciones con su correspondiente lucha electoral. Surgieron tres candidatos a la presidencia: los generales Álvaro Obregón y Pablo González, caudillos militares que habían comandado grandes núcleos, y un civil, el ingeniero Ignacio Bonillas, revolucionario sonorense de reconocida honorabilidad; este último contaba con la simpatía del presidente Carranza, quien intentaba implantar el civilismo en el supremo mando de la nación.

Contra la candidatura del ingeniero Bonillas y contra el propio Carranza iban los militares Obregón y González, y arrastraron consigo a las fuerzas que antes tuvieron bajo su mando.

Quedaba don Venustiano en la capital de la República, con una guarnición militar absolutamente leal y algunas otras fuerzas diseminadas por el país, pero todos aquellos elementos militares eran muy inferiores en número a los infidentes.

Se impuso la evacuación de la ciudad de México, rodeada de enemigos casi a las puertas.

La intención era establecerse en Veracruz otra vez, como cuando se luchó contra los de la Convención. No fue posible llegar al anhelado puerto. El enemigo asediaba a los que intentaban llegar a Veracruz. Se combatía, durante el trayecto de los convoyes, en la vía férrea del Ferrocarril Mexicano, contra columnas del enemigo. La marcha de los trenes era lenta, dificultosa, por infinidad de circunstancias, todas en contra del gobierno legítimo.

Una verdadera odisea fue aquel viaje de combates diarios y de lento avanzar.

Finalmente, a medio camino a Veracruz, en la estación de Aljibes, cerca del pueblo de San Andrés Chalchicomula del estado de Puebla, ya para ganar las Cumbres de Maltrata de la Sierra Madre, nos encontramos con que a los que nos perseguían y asediaban se unían fuerzas del ejército que estaban en Veracruz, hacia donde íbamos, y también todos los rebeldes felicistas que operaban en la región.

La vía del ferrocarril estaba levantada y el núcleo de fuerzas enemigas, de militares infidentes, se había acrecentado enormemente.

Doce mil hombres rebeldes contra escasos tres mil.

Dos días de rudos combates y derrota total del gobierno del señor Carranza, que se vio obligado a huir hacia la cercana Sierra de Puebla, seguido por unos cuantos leales.

Se creía que la Sierra de Puebla sería un seguro refugio para los fugitivos, con sus entradas por pasos precisos. Guarnecida por los indios zacapoaxtlas, de tradicional historia militar y mandados por un jefe adicto a Carranza, prestaría un seguro asilo.

No fue así. Entraron los fugitivos a la Sierra con pleno consentimiento de sus moradores, pero éstos también dejaron entrar, tras de los que huían, a sus perseguidores.

Jornadas duras con un tiempo inclemente, lluvioso; caminos difíciles, fatigosas veredas entre pedruscos y precipicios. Con sobresaltos en la marcha diaria, desde el amanecer hasta el cerrar la noche y a veces hasta en la noche misma.

Así llegó la trágica noche del 20 al 21 de aquel mes de mayo del año de 1920, en el misérrimo poblado conocido por el nombre de San Antonio Tlaxcalantongo.

Un traidor, más traidor que todos los demás, fue el encargado de dar el golpe final, y de aparentemente leal al mandatario, pasó a ser su victimario.

A las tres y veinte minutos de la madrugada de aquella trágica noche fue villanamente asesinado don Venustiano Carranza dentro de la humilde choza en que se albergaba, guareciéndose de la tormenta, que parecía también sumarse a las enconadas fuerzas humanas desatadas en su contra.

Cinco tiros recibió el mandatario, que le causaron la muerte.