POLLÓN EN EL ESCENARIO

El entablado estaba lleno de polvo, los decorados a medio pintar y ellos todos desnudos en el escenario, al calor de los focos, que revelaban polvo flotando en el aire. No había dónde sentarse, en vista de lo cual se movían arrastrando tristemente los pies. No tenían bolsillos donde meter las manos, y no había cigarrillos.

—¿Es tu primera vez? —Era la primera vez para todos, pero solo el director lo sabía. Solo hablaban los que se conocían, en voz baja e intermitente. ¿Cómo inician una conversación dos desconocidos desnudos? Nadie lo sabía. Los profesionales, por razones profesionales, se miraban mutuamente las partes, y los demás, amigos de amigos del director y algo necesitados de dinero, miraban con disimulo a las mujeres. Jasmin les interpeló desde el fondo del patio de butacas, donde había estado charlando con el responsable del vestuario, gritando en dialecto de campesina galesa:

—¿Os habéis masturbado todos, chicos? Bien hecho. —(Nadie había abierto la boca)—. El primero que se empalme se va. Esto es un espectáculo respetable. —Algunas mujeres emitieron risitas, los no profesionales se alejaron de las luces, dos tramoyistas subieron una alfombra enrollada al escenario—. Cuidado por detrás —dijeron, y todos se sintieron más desnudos que antes. Un individuo con sombrero de explorador y camisa blanca instaló un magnetófono en el foso. Preparó la cinta con desprecio. Era la escena de la copulación.

—Quiero que toquen la G. C., Jack —le dijo Jasmin—. Que la oigan primero. —Había cuatro amplificadores, imposible escapar.

Os han hablado de la intimidad del acto sex-uu-aal

Pero no es ca-su-al

Que en toda la na-a-ación

Prive el dentro-fuera, un-dos tres de la Gran Copulación

Había también encumbrados violines y una banda militar, y después del coro una marcha en exuberante dos por dos con trombones, cajas y un órgano de campanas. Jasmin bajó por el pasillo hacia el escenario.

—Chicos, chicas, esa es vuestra música para follar. —Se desabrochó el botón superior de la camisa. La había escrito él mismo.

—¿Dónde está Dale? Quiero a Dale. —La coreógrafa surgió de la oscuridad. Llevaba una elegante gabardina, sujeta en el talle por un amplío cinturón. Tenía la cintura estrecha, gafas de sol y un peinado que parecía un bollo. Andaba como una tijera. Jasmin interpeló sin volverse a un hombre que se marchaba por una puerta al fondo del patio de butacas.

Quiero esas pelucas, Harry, querido. Quiero esas pelucas. Si no hay pelucas no hay Harry. —Jasmin se sentó en la primera fila. Compuso con las manos un campanario bajo la nariz y cruzó las piernas. Dale trepó al escenario. Se plantó en mitad de la gran alfombra extendida sobre el entablado con una mano apoyada en la cadera—. Quiero a las chicas en cuclillas en forma de V, cinco a cada lado —dijo. Se colocó donde debía situarse el vértice, agitando los brazos. Las demás se sentaron a sus pies y ella tijereteó entre ellos dejando un rastro de almizcle. Profundizó la V, la estrechó de nuevo, la convirtió en una herradura y en un creciente y después otra vez en una V estrecha.

—Muy bonito, Dale —dijo Jasmin. La V apuntaba hacia la parte posterior del escenario. Dale sacó a una chica del centro y la sustituyó por una de las laterales. No hablaba con ellas, las cogía por el codo y las conducía de un sitio a otro. No podían verle los ojos a través de las gafas y no siempre sabían lo que quería. Llevó un hombre a cada una de las mujeres y los hizo sentarse frente a ellas empujándolos hacia abajo por los hombros. Encajó las piernas de cada una de las parejas, enderezó espaldas, colocó cabezas en posición adecuada y entrelazó los respectivos brazos. Jasmin encendió un pitillo. Había diez parejas en la V de la alfombra, que pertenecía al salón de descanso.

Finalmente, Dale dijo:

—Yo doy palmadas y vosotros os movéis para atrás y para adelante siguiendo el ritmo.

Empezaron a mecerse como niños jugando a los barcos. El director se desplazó a la parte posterior del patio de butacas.

—Creo que más juntos, querida, desde aquí no parece nada —Dale juntó a las parejas. Cuando empezaron a moverse de nuevo se oía el roce de su vello púbico. Resultaba difícil no perder el ritmo. En buena medida era cuestión de práctica. Una pareja se derrumbó de lado y la chica se golpeó la cabeza en el suelo. Se frotó la cabeza y Dale se acercó, se la frotó también y volvió a encajarlos. Jasmin bajó a saltitos por el pasillo.

—Vamos a intentarlo con música. Chicos, chicas, acordarse, después del coro, dos por dos.

Os han hablado de la intimidad del acto sex-uu-aal…

Los chicos y las chicas empezaron a mecerse mientras Dale daba palmadas. Uno, dos, tres, cuatro. Jasmin se plantó en mitad del pasillo con los brazos cruzados. Los descruzó y berreó:

—¡Basta! Suficiente. —De pronto se hizo un gran silencio. Las parejas dirigieron la vista hacia el vacío más allá de las luces y esperaron. Jasmin bajó las escaleras despacio, y al llegar al escenario habló dulcemente:

—Ya sé que es difícil, pero tiene que parecer que esto os gusta. (Levantó la voz). Hay gente a quien le gusta, de verdad. Es un polvo, entendéis, no un funeral. (Bajó la voz). Vamos a repetirlo, esta vez con un poco de entusiasmo. Jack, por favor. —Dale alineó las unidades que perdieron su posición al mecerse y el director subió de nuevo las escaleras. Estaba mejor, no cabía duda de que esta vez iba mejor. Dale se acercó a Jasmin y observó. Él le pasó la mano sobre los hombros y sonrió a sus gafas.

—Está bien, querida, va a quedar bien.

—Los dos del fondo se están moviendo bien. Si todos fueran así me quedaba sin trabajo —dijo Dale.

Prive el dentro-fuera, un-dos-tres de la Gran Copulación.

Dale batió palmas para ayudarles con el nuevo ritmo. Jasmin se sentó en la primera fila y encendió un pitillo. Llamó a Dale.

—Los del fondo… —Dale se señaló la oreja para indicarle que no le oía y bajó las escaleras hacia él.

—Los del fondo, van demasiado deprisa, ¿no te parece? —Observaron juntos. Era cierto, los dos que se habían movido tan bien estaban perdiendo el ritmo. Jasmin compuso otro campanario con las manos bajo la nariz y Dale tijereteó hasta el escenario. Se inclinó sobre ellos y empezó a dar palmadas.

—Uno dos, uno dos —gritó. No parecieron oírla, ni tampoco los trombones, las cajas y el órgano de campanas.

—Uno dos ¡coño! —berreó Dale. Recurrió a Jasmin—. Esperaba que tuvieran al menos algún sentido del ritmo.

Pero Jasmin no oía nada porque él también estaba gritando.

—¡Corten! ¡Paren! Quita eso, Jack. —Algunos crujidos y todas las parejas se detuvieron, menos la del fondo. Todos miraron a la pareja del fondo, que se movía con mayor rapidez. Llevaban un ritmo particular y sinuoso.

—Dios mío —dijo Jasmin—, están jodiendo. —Chilló a los tramoyistas—. Separadlos, y dejad de sonreír así o no volvéis a trabajar en Londres. —Gritó a las demás parejas—. Todos fuera, volved dentro de media hora. No, no, quedaos aquí. —Se volvió hacia Dale. Estaba ronco—. No sabes cómo lo lamento, querida. Sé muy bien lo que debes sentir. Es asqueroso y obsceno, y todo por mi culpa. Tenía que haberlos chequeado a todos antes. No volverá a ocurrir. —Y mientras él hablaba, Dale tijereteó por el pasillo y desapareció. A todo esto, la pareja seguía meciéndose sin música. Solo se oían los crujidos del entablado bajo la alfombra y los débiles gemidos de la mujer. Los tramoyistas andaban por ahí, sin saber qué hacer.

Jasmin gritó de nuevo:

—¡Separadlos! —Un tramoyista tiró de los hombros del varón, pero los tenía sudorosos y no había dónde agarrarse. Jasmin volvió la espalda con los ojos llenos de lágrimas. Era increíble. Los demás se alegraban de poder descansar un rato y miraban sin moverse. El tramoyista que había intentado lo de los hombros trajo un cubo lleno de agua. Jasmin se sonó.

—No seáis patéticos —graznó—. A estas alturas mejor es dejarlos que terminen. —Mientras hablaba, la pareja se detuvo con un último espasmo. Se separaron y la chica se fue corriendo al vestuario, dejando allí a su compañero. Jasmin subió al escenario, temblando de sarcasmo.

—Bien, bien, Portnoy. ¿Ya echaste tu polvete? ¿Te encuentras mejor? —El hombre se levantó, las manos a la espalda. Su polla se agitaba pegajosa, deshinchándose con pequeñas palpitaciones.

—Sí, muchas gracias, Sr. Cleaver —dijo el hombre.

—¿Cómo te llamas, querido?

—Pollón —Jack reprimió un bufido, la manifestación más cercana a la risa de que era capaz. Los demás se mojaron los labios. Jasmin respiró hondo.

—Pues bien, Pollón, tú y ese hombrecito que tienes ahí pegado podéis salir a gatas de este escenario, y llevaos a vuestra peluda Nelly. Espero que encontréis una alcantarilla donde quepáis los dos.

—Seguro que sí, Sr. Cleaver, muchas gracias —Jasmin bajó al patio de butacas.

—Los demás, en posición —dijo. Se sentó. Hay días que dan ganas de llorar, llorar de verdad. Pero no lloró, encendió un pitillo.