Vi dos formas siniestras plantadas ante cada cama, visitantes de algún infierno, viajeros llegados a través de la habitación oscura.
Se encorvaban sobre las niñas, como si las estuvieran estudiando con gran interés. Sus manos, si eran manos, flotaban unos centímetros por encima de las sábanas y parecían recorrer lentamente el contorno de los cuerpos de las pequeñas.
No tenía modo de saber con certeza qué hacían, pero supuse que lo que les atraía era la energía vital de Nicolina y Levanna, y que, de alguna manera, se regodeaban en ella.
Aquellos seres no parecieron notar que habíamos entrado a la habitación. Estaban cautivados, e incluso medio hipnotizados por alguna radiación que emitían las niñas, invisible para mí, pero, sin duda, deslumbrante para ellos.
Una quinta bestia se arrastraba por el suelo del dormitorio, con movimientos tan fluidos y serpentinos como los de un reptil. Se deslizó bajo la cama de Levanna y pareció enroscarse allí, pero al cabo de un instante emergió con un movimiento semejante al de una salamandra para reptar bajo la cama de Nicolina, donde se puso a agitarse de un lado a otro, como una víbora que se debatiera a cámara lenta.
Sin poder contener un estremecimiento, percibí que aquel quinto intruso debía de estar saboreando algún rastro exquisito, un residuo etéreo dejado por el paso de los pies de las niñitas. E imaginé —o creí haber imaginado— que ese bodach estremecido lamía una y otra vez la alfombra con una lengua fría y delgada.
Al ver que yo me quedaba en el umbral, Viola susurró.
—Están bien. Ambas tienen el sueño profundo.
—Son hermosas —dijo Stormy.
El orgullo iluminó las facciones de Viola.
—Son muy buenas. —Sin duda, vio en mi rostro algún reflejo de la repulsión que colmaba mi mente—. ¿Qué ocurre? —preguntó, trémula.
Stormy, que me observaba mientras yo me las componía para sonreír sin convicción, sospechó enseguida la verdad. Escudriñó los oscuros rincones de la habitación —a la derecha, a la izquierda, hacia el techo— con la esperanza de atisbar, al menos por un instante, la presencia sobrenatural, fuera cual fuese, que se me había revelado.
Los cuatro bodachs que rodeaban las camas moviendo las manos sin cesar sobre el cuerpo de las niñas, en una sinuosa pantomima ritual, podían haber sido sacerdotes de una religión diabólica, aztecas frente a un altar para los sacrificios humanos.
Como no respondí de inmediato a Viola, sospechó que algo les ocurría a sus hijas y dio un paso hacia la cama.
La cogí del brazo con suavidad para detenerla.
—Lo siento, Viola. Nada anda mal. Sólo quería asegurarme de que las niñas estuviesen a salvo. Y con esos barrotes en las ventanas, lo están.
—Saben accionar la palanca de emergencia —dijo.
Una de las entidades que estaban junto a la cama de Nicolina pareció salir de su trance y reconocer nuestra presencia. Los fantasmales movimientos de sus manos no se detuvieron del todo, pero se hicieron más lentos; alzó su lupina cabeza para mirar en nuestra dirección, con una perturbadora intensidad ciega.
No me agradaba dejar a las niñas solas con los cinco espectros, pero no podía hacer nada para expulsarlos.
Además, por lo que he observado, los bodachs, aunque pueden percibir este mundo con algunos de los cinco sentidos corrientes, o tal vez con todos, no parecen tener ninguna capacidad de afectar a nada de lo que hay aquí. Nunca les oí emitir un sonido ni desplazar un objeto, ni tampoco mover con su paso ni siquiera las motas de polvo que flotan en el aire.
Tienen menos sustancia que un fantasma ectoplásmico que flotara sobre la mesa en una sesión espiritista. Son criaturas oníricas, que se han pasado al otro lado del sueño.
Las niñas no sufrirían ningún daño. Por lo menos allí, en aquel momento.
Así lo esperaba.
Sospeché que los espíritus viajeros, llegados a Pico Mundo para disfrutar de unos asientos de primera fila en un festival de sangre, se estaban divirtiendo mientras aguardaban el evento principal. Tal vez se complacían estudiando a las víctimas, antes de que comenzasen los disparos; puede que les entretuviera y excitara ver cómo personas inocentes se iban acercando, sin saberlo, a una muerte implacable.
Fingiendo no notar la presencia de los repugnantes intrusos, me llevé un dedo a los labios, como si les sugiriese a Viola y a Stormy que tuviésemos cuidado de no despertar a las niñas. Dejé la puerta entreabierta en sus dos terceras partes, tal como estaba cuando llegamos. Los bodachs se quedaron reptando por el suelo, husmeando y contorsionándose, tejiendo sus misteriosas tramas entre gesticulaciones sinuosas.
Me preocupaba la posibilidad de que uno o más de ellos nos siguieran a la sala de estar, pero llegamos a la puerta principal sin escolta sobrenatural.
Hablando casi en voz tan baja como en el dormitorio de las niñas, me dirigí a Viola.
—Será mejor que te aclare una cosa. Cuando te digo que no vayas al cine mañana, eso incluye a las niñas. No las envíes con un familiar. Ni al cine, ni a ningún otro lado.
La frente de Viola, lisa como el satén, se arrugó como la pana.
—Pero mis dulces bebés… a ellas no las disparaban en mi sueño.
—Ningún sueño profético revela todo lo que puede ocurrir. Sólo fragmentos.
En lugar de agravar su ansiedad, las implicaciones de mi afirmación hicieron que sus facciones se endurecieran de ira. Mejor. Necesitaba miedo, pero también furia para permanecer alerta y tomar decisiones firmes en el terrible día que tenía por delante.
Traté de reforzar su determinación.
—Quizá viste que alguien disparaba a tus niñas… y, Dios no lo permita, las mataba… tal vez lo hayas borrado de tu memoria al despertar.
Stormy posó una mano sobre el hombro de Viola.
—Puede que no quisieras tener esas imágenes en tu mente.
Tensa y decidida, Viola tomó una decisión.
—Nos quedaremos en casa, haremos una pequeña fiesta para nosotras y nadie más.
—Tampoco estoy seguro de que eso sea prudente —dije.
—¿Por qué no? No sé cuál era el lugar de mi sueño, pero estoy segura de que no era esta casa.
—Recuerda… distintos caminos pueden llevar a un mismo y obstinado destino.
No quería hablarle de los bodachs de la habitación de sus hijas, pues de hacerlo, me vería obligado a revelar todos mis secretos. Sólo Terri, el jefe, la señora Porter y Pequeño Ozzie conocían casi toda la verdad sobre mí. Stormy la sabía toda. Bueno, el noventa y nueve por ciento.
Si meto a demasiadas personas en mi círculo más íntimo, mi secreto se filtrará. Me convertiré en una estrella de los medios de comunicación, un fenómeno para muchos, un gurú para algunos. La vida sencilla y las horas de tranquilidad quedarán fuera de mi alcance para siempre. Mi existencia se volverá demasiado complicada como para que valga la pena vivirla.
—En tu sueño —le dije a Viola—, no te dispararon en esta casa. Pero si tu destino era ir al cine y ahora no vas… puede que el destino venga a buscarte aquí. No es probable. Pero tampoco es imposible.
—Y, en tu sueño, ¿mañana es el día en que ocurre?
—Así es. De modo que me quedaría más tranquilo si te alejaras lo más posible del futuro que viste en tu pesadilla.
Eché un vistazo al fondo de la casa. Los bodachs seguían sin aventurarse tras nosotros. Como dije, creo que no pueden actuar sobre este mundo.
Pero no quería arriesgarme a poner en peligro las vidas de las niñas, de modo que bajé la voz todavía más. Los monstruos quizá podían oírme.
—Paso uno: no ir al cine ni al Grille mañana. Pasó dos: no te quedes aquí.
—¿Dónde vive tu hermana? —le preguntó Stormy.
—A dos manzanas. En Maricopa Lane.
—Pasaré por la mañana, entre las nueve y las diez, con la foto que te prometí —le dije—. Os llevaré a ti y a las niñas a casa de tu hermana.
—No hace falta que hagas eso, Raro. Podemos ir por nuestra cuenta.
—No. Quiero llevaros. Es necesario.
Quería cerciorarme de que ningún bodach siguiera a Viola y sus hijas.
—No les digas a Levanna y Nicolina lo que piensas hacer —susurré—. Y no llames a tu hermana para avisarle de que vas a verla. Alguien te podría oír.
Viola estudió la sala de estar preocupada, pero también atónita.
—¿Quién podría oírme?
Me vi obligado a mostrarme misterioso.
—Ciertas… fuerzas. —Si los bodachs se enteraban de sus planes para llevarse a las niñas a casa de su hermana, Viola tal vez no se alejara ni un paso del destino soñado—. ¿De veras crees, como dijiste, que lo sé todo respecto al otro lado y el más allá?
—Sí. Lo creo.
El asombro le abría tanto los ojos que me dio miedo, porque me recordaron la mirada fija de los cadáveres.
—Entonces confía en mí, Viola. Duerme un poco, si puedes. Vendré temprano. Mañana por la noche todo esto no habrá sido más que una pesadilla que no tuvo nada de profético.
No me sentía tan confiado como aparentaba, pero sonreí y la besé en la mejilla.
Me abrazó, y después a Stormy.
—Ya no me siento tan sola.
Como fuera no había un ventilador, el aire nocturno era más caliente que el tibio interior de la casita.
La luna había ascendido poco a poco hasta situarse entre las estrellas más altas, quitándose los velos amarillos para revelar su verdadera faz plateada. Una cara tan dura e inmisericorde como la de un reloj.