Aunque soy incapaz de leer rostros y descubrir el futuro o los secretos del corazón de las personas, ya no podía seguir mirando la cara de Viola Peabody, pues me imaginaba aquello que no podía leer, y vi a sus hijas, sin madre, de pie junto a su tumba.
Me acerqué a una de las ventanas abiertas. Al otro lado había un terreno sombreado por pimenteros. De la cálida oscuridad llegaba la dulce fragancia de un jazmín plantado y cuidado por las amorosas manos de Viola.
Por lo general, no le temo a la noche. Pero ésa sí me daba miedo, porque el cambio del catorce al quince de agosto se acercaba con la velocidad de un tren expreso. Era como si un dedo divino hubiera acelerado la rotación de la tierra.
Me volví hacia Viola, que seguía sentada en el borde de su sillón. Sus ojos, siempre grandes, ahora parecían los de una lechuza, y su rostro marrón se había vuelto gris.
—¿Mañana no es tu día libre?
Asintió.
Como Viola tiene una hermana que puede cuidar de sus hijas, trabaja en el Grille seis días a la semana.
—¿Tienes algún plan? ¿Qué haces mañana? —preguntó Stormy.
—Tenía intención de trabajar en la casa por la mañana. Siempre hay algo que hacer aquí. La tarde… la reservo para las niñas.
—¿Estarás con Nicolina y Levanna? —dije nombrando a sus hijas.
—El sábado es el cumpleaños de Levanna. Cumple siete. Pero el sábado es un día de mucho trabajo en el Grille y las propinas son buenas. No puedo faltar al trabajo. Así que lo celebraremos por adelantado.
—¿Cómo lo celebraréis?
—Iremos a ver esa nueva película que a los chavales les encanta, la del perro. Vamos a la sesión de las cuatro.
Antes de que Stormy hablara, yo ya sabía la esencia de lo que diría. Quizá se tratara del gentío que se reúne en un cine con aire acondicionado en una tarde calurosa, y no de un partido de las ligas menores.
—¿Qué planes tienes para después de la película? —continué.
—Terri me dijo que las llevara al Grille, que ella nos invita a cenar.
El Grille se pone ruidoso cuando todas las mesas están llenas, pero no creo que la entusiasta conversación de los parroquianos de nuestro pequeño restaurante pueda ser confundida con el rugido de una multitud. Aunque en los sueños todo puede estar distorsionado, incluso los sonidos.
Con la ventana abierta a mis espaldas, de pronto me sentí tan vulnerable que se me contrajo la piel de la nuca.
Volví a mirar hacia fuera. Todo parecía estar como hacía un minuto.
Las gráciles ramas de los pimenteros se movían en el sereno aire nocturno perfumado de jazmín. Las sombras y los matorrales entretejían sus diferentes oscuridades, pero, por lo que alcanzaba a ver, no le servían de escondite a Bob Robertson ni a nadie más.
Aun así, me alejé de la ventana, dando un paso a un lado y volviéndome otra vez hacia Viola.
—Creo que deberías cambiar tus planes para mañana.
Al salvar a Viola de su destino tal vez estuviera sentenciando a algún otro a sufrir una muerte horrible en su lugar, como podría haber ocurrido si advertía a la camarera rubia de la bolera. La única diferencia era que a la rubia no la conocía, pero Viola era mi amiga.
A veces, complejas y difíciles opciones morales se deciden más por el sentimiento que por la razón o el derecho. Tal vez esas decisiones sean las que pavimentan el camino del infierno; de ser así, mi propia senda está bien empedrada y el comité de bienvenida ya conoce mi nombre.
En mi defensa, lo único que puedo decir es que sentía, ya entonces, que salvar a Viola significaba salvar también a sus hijas. Tres vidas, no una.
—¿Hay alguna esperanza… —Viola se tocó el rostro con los dedos temblorosos de una mano, siguiendo la línea del mentón, el pómulo y las cejas, como si estuviera descubriendo, no su propio cráneo, sino la cara de la muerte, que reemplazaba a la suya—… de que no me ocurra nada?
—El destino no es un camino recto —respondí, convirtiéndome en el oráculo que antes me había negado a ser—. Se bifurca en muchas sendas diferentes que llevan a distintos lugares. Tenemos libre albedrío para escoger la nuestra.
—Haz lo que te diga Rarillo —le aconsejó Stormy—, y todo irá bien.
—No es así de fácil —comenté rápidamente—. Puedes escoger tu camino, pero a veces ese desvío te lleva otra vez al mismo y obstinado destino.
Viola me contempló con un respeto excesivo, tal vez con temor reverencial.
—Estaba segura de que sabías de estas cosas, Raro, de todo lo que tiene que ver con el otro lado y el más allá.
Incómodo por su admiración, fui a la otra ventana abierta. El Mustang de Terri estaba aparcado bajo una farola, frente a la casa. Todo en silencio. Nada por lo que alarmarse. Nada, y todo.
Habíamos tomado medidas para asegurarnos de que nadie nos siguiera desde la bolera. Pero, de todos modos, yo seguía preocupado, pues la aparición de Robertson, primero en casa de Pequeño Ozzie y después en el cementerio, me había pillado por sorpresa, y no quería que eso volviera a ocurrir.
—Viola —le dije, volviéndome hacia ella una vez más—, con cambiar todos tus planes para mañana no basta. También debes permanecer alerta, atenta a cualquier cosa que parezca… mal.
—Ya estoy más inquieta que un saltamontes.
—Eso no es bueno. Inquieta no es lo mismo que atenta.
Asintió.
—Tienes razón.
—Debes mantenerte todo lo calmada que puedas.
—Lo intentaré. Haré cuanto pueda.
—Calmada y vigilante, preparada para reaccionar rápido ante cualquier amenaza, pero lo suficientemente serena como para verla si se acerca.
Sentada en el borde de su silla, parecía dispuesta a saltar.
—Por la mañana —volvió a intervenir Stormy— te traeremos una foto del hombre del que debes estar atenta. —Me lanzó una mirada—. ¿Puedes conseguirle una buena foto, Rarillo?
Asentí. El jefe me daría una ampliación de la foto de Robertson que le había suministrado del registro de vehículos.
—¿Qué hombre? —preguntó Viola.
Describí al hombre hongo que había estado en el Grille durante el primer turno, antes de que Viola entrara a trabajar, de la forma más vivida que me fue posible.
—Si lo ves, aléjate de él. Significa que lo peor está a punto de suceder. Pero no creo que esta noche nada ocurra. No aquí. Todo indica que tiene intención de hacerse famoso en un lugar público, donde haya mucha gente…
—No vayas al cine mañana —insistió Stormy.
—No lo haré —aseguró Viola.
—Tampoco salgas a cenar.
Aunque no sabía qué sacaría en claro viendo a Nicolina y Levanna, de pronto supe que no debía marcharme de la casa sin hacerlo.
—Viola, ¿puedo ver a las niñas?
—¿Ahora? Están durmiendo.
—No las despertaré, pero… es importante.
Se levantó de su asiento y nos llevó a la habitación que compartían las hermanas. Había dos lámparas, dos mesillas, dos camas y dos niñitas angelicales durmiendo en bragas, con sábanas pero sin mantas.
Una de las lámparas alumbraba con la más baja de sus tres intensidades. La pantalla de color albaricoque difundía una luz suave y acogedora.
Las ventanas se abrían a la cálida noche. Una traslúcida mariposa nocturna, blanca, insustancial como un espíritu, aleteaba contra uno de los mosquiteros con la desesperación de un alma perdida frente a las puertas del cielo.
En el lado interior de las ventanas había unas rejas de acero, con una palanca para quitarlas en caso de emergencia, que sólo se podía accionar desde el interior del dormitorio. Evitaban que un hombre como Harlo Landerson pudiera llegar hasta las niñas.
Mosquiteros y rejas impiden el paso de mariposas y maniacos, pero no de los bodachs. Había cinco en la habitación.