Al llegar a la vista de la casa vieron que había luz en varias ventanas.
—El coronel debe haber llegado ya —comentó Matt.
Apresuraron el paso. La muchacha, temblando, murmuró:
—Hace algunos años encontraron otro niño como ése… sólo que entonces no sucedió nada más. El ungan prohibió que ningún negro tomara parte en el maleficio.
—¿Ese papa Lekro?
Ella sacudió la cabeza.
—No, Lekro era sólo un asistente del ungan entonces. Nunca hubo otro tan malvado como Lekro. Yo creo que está usando su poder para su propio provecho valiéndose del terror que inspira.
—Si puedo ponerle la mano encima —dijo Matt rechinando los dientes—, va a necesitar algo más que su terror.
Cuando estuvieron cerca de la edificación, el detective se detuvo en seco.
—Espera un momento, linda…, hay demasiada quietud, ¿no crees?
—Matt, ¿crees…?
—Si el coronel hubiese llegado habría policías por todas partes y yo no veo a nadie.
Empuñó el revólver una vez más y ambos echaron a correr.
La puerta estaba abierta de par en par. Un silencio de tumba reinaba en el enorme caserón.
—¡Melanie, Cyrus! —gritó Matt, deteniéndose en el espacioso vestíbulo.
No hubo respuesta alguna.
—¡Maximiliano!
Sólo le respondió el silencio.
El pánico empezó a hacer presa de sus nervios. Era como si la casa estuviera vacía…, o como si en ella no hubiera nadie vivo.
Matt se precipitó hacia la sala donde las luces estaban encendidas.
Melanie yacía en mitad de la estancia, cubierta sólo con un breve camisón, revuelto de tal modo, que más parecía estar desnuda.
—¡Melanie!
La levantó en brazos buscando en vano alguna herida en el hermoso cuerpo.
No pudo encontrar ninguna. La tendió suavemente en el diván, mientras Zora le miraba temblando violentamente.
De pronto, como un rayo, la idea le azotó igual que un latigazo.
—¡El niño!
Zora emitió un quejido. Él se precipitó escaleras arriba y comenzó a abrir todas las puertas.
La del niño tenía la luz encendida. La cuna estaba revuelta y volcada, pero del pequeño Jimmy no había el menor rastro por ninguna parte.
Tras él, Zora comenzó a chillar al ver la desierta habitación.
Por unos instantes, Matt vio en su imaginación el cuerpecillo lacerado en la bifurcación de caminos…, pero con la diferencia de que en lugar de una criatura negra, el que ahora estaba allí era un pequeño cuerpo blanco…
Se volvió.
—¡Deja de aullar de una vez! ¿Adónde crees que pueden haber llevado al chiquillo?
—¡No lo sé, Matt, te juro que no lo sé!
—¿Y dónde infiernos están Flanagan y Maximiliano?
Regresó al salón bajando la escalera a saltos.
Melanie seguía inconsciente. Le abofeteó las mejillas, impaciente, corroído por la angustia.
Al otro lado del ventanal, el débil resplandor de la aurora recortó la silueta de la vegetación con tintes sombríos.
Al fin, Melanie recobró el conocimiento. Tan pronto parpadeó comenzó a chillar desesperadamente.
Él la sujetó, alarmado.
—¡Cálmate! Soy Matt, ¿comprendes? ¡Matt Marty!
—¡Matt!
—Ajá. Tranquilízate…
—¡Jimmy! —aulló como una fiera—. ¡Se llevó a Jimmy!
Trató de correr hacia la puerta, pero él la sujetó con rudeza.
—¿Adónde infiernos crees que vas? Cálmate y cuéntame lo que pasó. Si perdemos la cabeza no conseguiremos más que perder el tiempo.
Ella se debatió unos instantes antes de rendirse, completamente agotada.
—Trae algo de beber, Zora —pidió Matt—. Whisky, si lo encuentras.
—Se llevó a Jimmy…, a nuestro hijito… —sollozó Melanie, apretándose contra el poderoso pecho de él—. Nos traicionó…
—¿Qué, a quién te refieres?
—Maximiliano…
Él casi pegó un salto.
—¿Quieres decir que el gigante se llevó al niño?
—Sí, sí…
—¡Condenación! Si le hubiera pegado un tiro cuando le vi en el pasillo con su maldito machete…, pero entonces no podía ni siquiera sospechar de él.
Zora regresó con el whisky. Obligó a Melanie a beberlo puro hasta que empezó a recobrarse. Entonces él también engulló un largo trago.
—Cuéntame lo que sucedió. Y dime dónde está Cyrus.
—Cyrus se fue con la furgoneta para traer al coronel…, el teléfono no funcionaba, Matt. Habían cortado los hilos.
—Ya veo…
—Entonces, desde mi ventana, vi al Espíritu Gris en el jardín. Creí morir…
—De modo que volvió.
—Sí, estaba ahí fuera, quieto, mirando hacia la casa. Creo que grité, pero una fuerza más fuerte que mi voluntad me mantuvo en la ventana sin poder librarme de aquel horror. Después, aquella cosa se movió hacia la entrada y ya no la vi más.
—¿Qué pasó luego?
—Corrí al cuarto de Jimmy. Quería estar con él. Pero Maximiliano apareció como un rayo y me empujó hacia mi cuarto gritando que me encerrase. Le vi entrar en la habitación del niño y eso me tranquilizó en parte, porque pensé que él podría defenderlo mejor que yo.
—¿Y el fantasma gris, o lo que fuera, dónde estaba?
—Le oí moverse abajo, y escuché sus sordos gruñidos, como de alguien furioso.
—De modo que hizo ruido…
—Sí, sí, lo oí muy bien. Después, me encerré en mi habitación y ya no pude oír nada.
—Sigue.
—Fue como una pesadilla. Volví a la ventana. Quería asegurarme de que el engendro del mal se alejaba…, pero no le vi más. En cambio, Maximiliano apareció de pronto llevándose a Jimmy en brazos. Lo había envuelto con una colcha y corría como un demonio hacia la espesura…
—El maldito traidor…
—Corrí igual que loca escaleras abajo gritando, llamándole. Quería ir tras él aunque tuviera que seguirle hasta el mismo infierno…, pero al llegar al salón cuyo ventanal estaba abierto de par en par, allí estaba él…
—¿El aparecido gris?
—Sí… ¡Oh, Matt, fue horrible!
De nuevo el terror la sacudió con violencia.
—¿Trató de hacerte algún daño?
—No lo sé. Perdí el conocimiento y creí que me moría.
—¿Cómo es esa… cosa?
—Tiene un rostro pavoroso, Matt. Como un cadáver, sólo sus ojos fulguran como brasas.
—Está bien, cálmate ahora. Cyrus debe estar a punto de llegar con la policía. Tan pronto estén aquí, iniciaremos la búsqueda de Jimmy.
Zora murmuró:
—Si quieres partir, Matt, yo me quedaré con ella.
—¿Las dos solas?
Melanie asintió.
—Búscalo, Matt. ¡Dios del cielo, búscalo! No me importa quedarme sola otra vez…
Estaba temblando materialmente de pánico, pero prefería cualquier riesgo a perder a su hijo.
—Está bien —gruñó él—. Afortunadamente, está amaneciendo. Con luz de día será más fácil.
Hizo una seña a Zora y ambos se apartaron hacia donde ella había dejado la botella de licor. Llenó un vaso hasta la mitad y cuando lo llevaba a sus labios musitó:
—No le hables de lo que encontramos en la bifurcación.
—No diré una palabra. Pero antes que te vayas ella debería decírtelo.
—¿Decirme qué?
Zora desvió la mirada y calló. Perplejo, Matt estuvo tentado de obligarla a hablar, pero el tiempo era un tesoro que no podía desperdiciar en aquellos momentos.
Entonces se oyó el motor de la furgoneta que se aproximaba. No pudo contener un suspiro de alivio.
Flanagan entró, sombrío, el rostro desencajado por el cansancio y el nerviosismo.
—He traído cuatro guardias, pero el coronel no estaba en su casa… Tiene una amiguita en alguna parte de la población y no perdí tiempo buscándolo… ¿Qué pasa aquí? —exclamó, de pronto, al ver las caras de los tres, y el reducido atuendo de su esposa, muy poco adecuado ciertamente—. ¡Melanie! ¿Qué ha sucedido?
—Jimmy…
—¿Qué?
—Calma, Flanagan —terció Matt—. Le encontraremos.
Y le contó lo que sabía.
Flanagan se derrumbó hundiéndose en una butaca.
—¡Dios, Dios! —jadeó, cubriéndose la cara con las manos.
—De poco vas a servir si no reaccionas —le soltó—. Cada minuto cuenta, ¿entiendes? No puedes permitirte el lujo de desesperarte ahora. Zora, diles a los policías que se preparen para… No, mejor que se lo diga yo. Tú puedes hacer un poco de café, ¿sí?
La muchacha salió.
Flanagan balbució:
—Nunca lo encontraremos con vida…, debía suponer desde un principio que era eso lo que querían…
—¿Qué debiste suponer?
—Yo conocía esas leyendas. Lo del tesoro, el embrujo de Satán y todo eso. Van a sacrificarlo… ¡Salvajes!
Melanie se levantó de un salto.
—¡No lo permitas, Matt!
—Sabes que haré todo lo que pueda. Pero necesito ayuda para batir todo el terreno posible.
Flanagan continuaba sacudiendo la cabeza de un lado a otro con fatalismo.
—Será inútil, lo sé. Cuando lo encontremos… estará muerto, destrozado…
—¡Calla, calla! —chilló Melanie—. ¡No quiero oírte!
—Tranquilízate…
Ella se irguió, dejando de gritar bruscamente. Una llama de resolución relampagueó en sus ojos al fijarlos en Matt.
—Ven —susurró.
Le llevó hasta la terraza que había al otro lado del ventanal. El amanecer adelantaba con la velocidad del trópico, barriendo las últimas sombras de aquella eterna noche.
—Tienes que encontrarlo, Matt —susurró la mujer, con voz rebosante de angustia—. A cualquier precio, aún a costa de tu vida.
Él enarcó las cejas.
—Por lo menos, haré todo lo que pueda.
—¡Pero tienes que hacer más, mucho más, Matt…, porque Jimmy es…, es hijo tuyo!
Él sintió que la tierra oscilaba bajo sus pies.
—¿Has perdido la razón? —balbució.
Ella jadeaba, y bajo el reducido camisón sus senos acusaban la violencia de su respiración agitada.
—Nunca debías haberlo sabido…, pero ahora no puedo ocultártelo, Matt. Jimmy es tu hijo, en realidad.
—Pero…
—Íbamos a casarnos, ¿recuerdas?
Él cabeceó.
—Aquella noche de locura…, de hermosa locura…, la noche anterior a aquella otra en que mataste a Galetti…
—Comprendo —dijo, sobrecogido ante la revelación.
—Ahora…, ahora ya sabes por qué debes encontrarlo.
—¿Lo sabe Flanagan?
—No, pero creo que lo sospecha. El niño…, el niño se parece a ti de una manera asombrosa.
Él no acertó a replicar una palabra. No era capaz de comprender lo que estaba sintiendo en realidad, ante el mazazo que acababa de recibir.
Cuando volvió al interior, vio a Flanagan sollozando, con la cara hundida entre sus manos. Era la imagen de la derrota y no le gustó.
—¿Vas a venir conmigo, Cyrus?
—Sí…, sí, claro…
—Busca un arma. Saldremos ahora mismo.
El hombre se levantó.
Matt dio instrucciones a los cuatro policías negros, pero no le costó comprender que estaban tan influidos por el vudú y las siniestras historias que corrían de boca en boca, que de poco iban a servir.
Les vio alejarse de dos en dos, temerosos, casi temblando.
Él volvió al interior. Melanie se había envuelto en una bata de seda y trataba de engullir el café negro que Zora le había servido.
—¿En qué dirección viste huir al gigante?
Ella señaló a través de la ventana.
—Emprendió la dirección del lago.
—¿No fue a las colinas?
—Quizá dio un rodeo.
—Zora, ¿dónde está ese santuario de que me hablaste?
—En la falda de la colina… —titubeó un segundo y añadió, mirándole significativamente—. ¿Recuerdas la bifurcación? Debes tomar el camino de la derecha.
—Muy bien. ¡Flanagan!
Éste apareció armado de un rifle de repetición capaz de tumbar un elefante.
—Melanie dice que Maximiliano huyó hacia el lago, pero yo opino que debió dar un rodeo. Detrás de todo esto está Lekro, seguro. Por algo me amenazó tan pronto descendí del barco. Sigue tú el rastro hacia el lago, por si yo estuviera equivocado.
—¿Y tú?
Una mueca de lobo distendió los labios del detective.
—Yo iré al santuario de papa Lekro.
Su voz tenía la intensidad del hielo.
Miró largamente a Melanie, luego dio media vuelta y echó a correr hacia la espesura.