5

—Todo empezó con Snake Hips —dijo el camarero, que pulía un vaso para mantener ocupadas sus manos.

—Snake Hips —repitió Grave Digger con tono incrédulo—. Es el que hace los papeles de mujer en el Down Beat Club, calle arriba.

—El danseur —corrigió el camarero, con cara hosca.

—¿Qué ha tenido que ver él con esto? —preguntó Coffin Ed.

—Nada. Estaba bailando. Bailaba afuera, en la acera, y nosotros le mirábamos y por eso fue que hemos visto lo que ocurría.

—¿Sin chaqueta ni sombrero? ¿Así como iba? ¿Ha salido de aquí y se ha puesto a bailar, con este frío, sin chaqueta ni sombrero, así como iba? —La incredulidad estaba pintada en la cara de Grave Digger.

—Sólo era una demostración, una putada —explicó el camarero. Alzó el vaso hacia la luz, sopló dentro y recomenzó su tarea de pulimento—. Se ha hecho con un nuevo amante y de ese modo mandaba a la porra a su amante anterior. Usted sabe cómo es esta gente; cuando se ponen furiosos contigo, salen a la calle y empiezan a dar un escándalo.

—¿Quién es el hombre?

—¿Perdón?

—El hombre que era el anterior amante.

El camarero buscó un lugar del cual colgar su mirada. Por fin la dejó caer sobre el vaso que estaba puliendo. Si su piel hubiese sido un poco más clara, se le habría visto el sonrojo. Por último susurró:

—Era yo, señor.

Grave borró todo con un gesto.

—Bien, dejemos de lado a Snake Hips. ¿Quién es su actual amante?

—No estoy seguro, señor… usted sabe cómo son estas cosas con esta gente… —Balbuceó algo, pero nadie le pidió explicaciones—. Quiero decir que nunca sabes qué pasa de verdad. Le han visto por allí con una persona que se llama Black Beauty.

Nadie le preguntó si esa persona era un hombre y él tampoco lo aclaró.

—Pero a Black Beauty le han visto por allí con un hombre llamado Baron; y yo se muy bien que Baron ha andado por allí con un hombre blanco… no sé cómo se llama.

—¿Has visto a ese hombre blanco? —preguntó Coffin Ed.

—Sí, señor.

Nadie le preguntó dónde le había visto.

—¿Era uno del trío? ¿Uno de los atracadores? —preguntó.

—Oh, no, señor. No es de ésos. Es algo así como un caballero… de los que se ven en Broadway —corrigió.

—De acuerdo, esto en cuanto a Snake Hips —dijo Grave Digger, en tanto que él, como todos, almacenaba la información para cualquier uso posterior—. ¿Conoces de vista a Casper Holmes?

—Sí, señor. Es uno de nuestros parroquianos.

—¿Qué?

El camarero se encogió apenas de hombros y abrió sus manos: una sostenía el vaso, la otra un paño.

—Viene a veces. No cada noche. Es que aquí mismo, arriba, está su oficina y a veces se deja caer por un trago.

—¿Entró por la puerta del frente? —preguntó Coffin Ed.

—Sí, señor. Ha de haber venido de su oficina. Pero no se detuvo aquí. Snake Hips estaba bailando y él pasó a su lado como si no le viera, como si tuviese algo importante en la cabeza.

—¿Y él conoce a Snake Hips?

El camarero bajó la vista.

—Es posible, señor. El señor Holmes viene a menudo por aquí.

—¿Puede ser que el baile de Snake Hips haya sido alguna señal?

—Oh, estoy seguro de que no era nada de eso. Lo que quería con su baile era molestarme a mí. Sabe usted, tengo mujer y dos hijos…

—¿Y aun así te queda tiempo para estos muchachos?

—Pues, así era la cosa. Yo no he…

—Déjale que siga con la historia —dijo Grave Digger con tono áspero—. De modo que Casper casi ni le vio o, al menos, no le reconoció.

—No, no, hubo algo más. El señor Holmes debe haberle visto. Pero iba deprisa, miraba hacia delante y llevaba en la mano un maletín de piel de cerdo…

Los dos detectives adoptaron posición de alerta.

—¿Un portadocumentos? —preguntó Grave Digger en un susurro lleno de urgencias.

—Pues, sí, señor. Un portadocumentos de piel de cerdo, con asa. Parecía nuevo. Iba andando hacia la Séptima Avenida y me figuré que buscaría un taxi.

—Deja que nosotros hagamos las suposiciones.

—Pues, él suele aparcar el coche aquí delante. Y no estaba allí, o sea que me figuré… —La mirada de Grave Digger le hizo interrumpirse—. Pues, sí, apenas había pasado la entrada cuando un Buick negro subió a la acera…

—¿Había lugar para aparcar?

—Sí, señor… en ese momento se habían marchado dos coches.

—¿Sabes de quiénes eran?

—¿Los coches? No, señor. Creo que los conductores… o más bien los pasajeros, porque eran varios, venían del Palm Café.

—¿Holmes reparó en ellos?

—No, no me lo pareció. Siguió andando y luego dos de los policías… o sea, dos de los hombres vestidos de policías… bajaron del coche y el otro se quedó sentado al volante. Mi primera idea fue que el señor Holmes llevaba valores y que los policías serían una custodia. Pero el señor Holmes quiso pasar por entre ellos, porque se habían quedado de pie sobre la acera, un poco separados uno de otro y no podía haber pasado a un lado de ellos…

—¿Dónde estaba el blanco?

—Estaba a la derecha del señor Holmes, del lado de la calzada. El señor Holmes llevaba el portadocumentos de ese lado. Entonces los policías le tomaron de los brazos, uno de cada brazo. El señor Holmes se sorprendió al principio, luego se enfadó.

—No podías verle la cara desde aquí.

—No, señor. Pero le vi la espalda rígida y tenía el aire de haberse enfurecido, y sé que estaba diciendo algo porque podía verle el costado de la cara, que se movía. Les iluminaba la luz del rótulo y me parecía que él gritaba, pero no le pude oír, claro está.

—Bien, adelante —le apremió Grave Digger—. No tenemos toda la noche para esto.

—Pues verá usted, señor, en ese momento me figuré que algo iba mal. Luego recuerdo que el hombre blanco le arrancó el sombrero al señor Holmes. Se lo hizo volar desde atrás, o sea que el sombrero cayó frente al señor Holmes. Y al mismo tiempo el policía… hombre… de color le dio un golpe tras la oreja izquierda; ese hombre estaba del lado izquierdo del señor Holmes.

—¿Has visto bien con qué se lo dio?

—No muy bien. Creo que era una porra común, cubierta de piel, con una empuñadura blanca.

—¿Le volvió a golpear?

—No, señor, con una vez bastó. El señor Holmes cayó como si fuera a sentarse y el hombre blanco le quitó el portadocumentos de piel de cerdo de la mano.

—¿Qué otra persona en el bar vio lo que ocurría?

—Creo que nadie más lo vio. Mire usted, los clientes miran hacia aquí y sólo nosotros los camareros miramos en aquella dirección. Los otros camareros estaban ocupados. Y allí fuera, ellos no hicieron ningún ruido. Yo he visto todo, pero no he oído nada.

—¿Y qué hubo con Snake Hips? ¿No ha visto lo que ocurría o es que se había alejado ya?

—No tuvo nada que ver con los golpes, si a eso se refiere usted. Estaba bailando en círculos lentos, una danza de meneos, y tenía la espalda vuelta hacia ellos.

—Pero ellos deben haberle visto a él.

—Sí, deben haberle visto. Pero no le han prestado atención. Para esos tíos era tan inofensivo como una farola.

—¿Por qué no has telefoneado tú a la policía?

—No he tenido tiempo. Iba a hacerlo, pero en ese momento oí un balazo. Salió un hombre de este escaparate, como si hubiese surgido de la nada. Nada más oír el tiro, mi primer pensamiento fue que le habían disparado a Snake Hips, el tonto ese…, luego vi a aquel hombre, que estaba de pie, allí, con una de esas pistolas que parecen un bulldog en la mano. Luego le oí decir con voz seca y fuerte: «¡Levantadle!».

—¿Tú le oíste?

—Sí, señor. Verá usted, el hombre no habló hasta después de haber disparado, y con el sonido del disparo todos aquí dentro habían hecho silencio.

—Entonces ha sido cuando los dos atracadores comenzaron a disparar —supuso Coffin Ed.

—No, señor. No sé qué hicieron ellos porque ya no les miré más. Pero no comenzaron a disparar porque ese hombre les estaba apuntando. Pero el policía… el hombre… del coche comenzó a disparar. Estaba oscuro dentro del coche, o sea que pude ver los relámpagos anaranjados.

El camarero dejó de pulir el vaso por un instante y su cara marrón se puso cenicienta con el recuerdo de la escena.

—Por supuesto que el hombre no me disparaba a mí, pero el arma apuntaba hacia aquí y era como si yo estuviese mirando a través del cañón. Estaba tan lleno de miedo que podría haber hecho cualquier cosa: parecía que las balas no terminarían jamás. —Se enjugó el sudor con el paño con que limpiaba los vasos.

—Once tiros de automática —dijo Coffin Ed.

—A mí me parecieron muchos más que once —respondió el camarero.

—Entonces te echaste al suelo —dijo Grave Digger, con tono desganado, pensando que había finalizado el relato.

—Entonces fue cuando yo tendría que haberme echado al suelo —admitió el camarero—. Todos los demás lo habían hecho. Pero yo corrí hacia la parte delantera del bar, para atraer la atención de Snake Hips y llamarle, como si él no hubiese oído los balazos, lo mismo que yo. Y allí me quedé, agitando los brazos; el hombre del coche se había escondido. El blanco se había echado de boca cuando comenzaron los balazos y no creo que en ese momento estuviese herido. De verdad, yo no le estaba mirando, aunque podría haberle visto desde el lugar en que me había quedado, pero estaba mirando el coche y el hombre blanco ha de haber disparado contra el del coche, porque vi dos agujeros de bala, de pronto, en el cristal delantero.

—Ahora nos estamos acercando a algo —dijo Coffin Ed.

—Veamos —se hizo eco Grave Digger.

—Seguí tratando de atraer la atención de Snake Hips —admitió el camarero—. Pero él estaba ciego de miedo. Estaba de pie, allí fuera, con los brazos alzados y las manos sacudiéndose como hojas. Le temblaba todo el cuerpo y tenía la chaqueta abierta y comprendí que debía tener frío. Creo que estaba diciendo… o rogando, más bien, que no le dispararan…

—Deja en paz a Snake Hips —dijo Coffin Ed brutalmente—. ¿Qué pasaba con los otros dos?

—Pues, deben haber empezado a disparar cuando el hombre del coche dejó de hacerlo. Tal vez aprovecharon ese momento para desenfundar sus armas. Cuando los disparos del coche se interrumpieron, siguieron otros. Miré y vi los relámpagos que salían de las armas de esos dos tíos. Sus pistolas parecían iguales a las del hombre que se había echado al suelo, de cañón corto. Uno de ellos disparaba con la derecha y el otro con la izquierda…

—¿El hombre blanco era zurdo?

—No, señor. El negro era zurdo. Tenía la porra empuñada con la mano derecha y disparaba desde la altura de sus caderas…

—¿Desde sus caderas? —preguntó Grave Digger.

—Sí, señor, como un pistolero de verdad, de aquellos del oeste…

—Al estilo de Hollywood —comentó Coffin Ed con desdén.

—Déjale que prosiga —estalló Grave Digger, impaciente.

—El blanco tenía el maletín en la mano izquierda y disparaba con la derecha tendida hacia delante, como lo había hecho él hombre que estaba echado en el suelo…

—Es el hijo —murmuró Coffin Ed.

—¿Alguno de ellos estaba herido? —preguntó Grave Digger.

—No lo creo. No creo que el hombre que estaba en el suelo haya tenido ocasión para disparar contra ellos. Luego de que el hombre del coche dejó de disparar, ellos se separaron, o tal vez se hayan separado antes de que el otro dejase de disparar. De todos modos, el hombre que estaba echado a tierra no tuvo oportunidad contra ellos.

—¿Y tú estabas allí, de pie, mirando durante todo ese tiempo? —preguntó Grave Digger.

—Sí, señor, como un tonto. Vi cuando le dieron a Snake Hips. Es decir, supe que le habían dado porque le vi caer. Y no cayó como caen los heridos en las películas: simplemente se desplomó. No sé quién le disparó, por supuesto, pero ha sido uno de esos que estaban junto al señor Holmes, porque el hombre del coche ya había dejado de disparar, para ese momento. Me figuro que ha sido el hombre blanco el que le disparó, porque era el único que empuñaba su pistola a tanta altura.

—Y ni aun entonces has llamado a la policía —le acusó Coffin Ed.

—No, señor.

—¿Qué diablos estabas haciendo en ese instante? ¿Te escondiste después de que todo hubo terminado?

El camarero bajó los ojos. Cuando se dejó oír, su voz era tan débil que todos se inclinaron hacia él para poder comprenderle.

—Estaba llorando —confesó.

Por un momento ni Grave Digger ni Coffin Ed supieron hacia dónde mirar.

Luego Grave Digger, con una voz innecesariamente áspera, preguntó:

—Y por casualidad, ¿has visto el número de la matrícula del Buick?

El camarero recuperó el dominio de sí mismo.

—No la miré con atención, no puse la vista en ella… no traté de verla como para recordarla, quiero decir. Además, no podía verla muy bien, pero en el fondo de mi cabeza me ha quedado la idea de que era un número de Yonkers.

—¿Cómo te has dado cuenta de eso?

—Vivo en Yonkers y pensé que era cosa del destino que el coche que utilizaban los asesinos de Snake Hips viniese del lugar en el que vivo.

—Maldita sea, entierra ya a Snake Hips —dijo con rudeza Coffin Ed—. Danos una descripción de los dos hombres que bajaron del coche.

—Usted me pide más de lo que yo puedo hacer, señor. En realidad, no les miré las caras. Además la luz anaranjada de neón del rótulo del bar parpadeaba sobre ellos y eso me hacía ver sus caras distintas de lo que deben ser en realidad. Todo lo que sé es que uno de esos hombres era negro…

—¿A medias?

—No, señor. Negro por entero. Y el otro era blanco.

—Forasteros.

—No me lo parecieron. Diría que son del Sur. Había algo en uno que me ha hecho pensar en aquellos ayudantes de sheriff del Sur… algo así como descuidado al moverse, pero más veloz que lo que podría parecer a primera vista, y muy robusto. Tenía algo desagradable en su aspecto, algo que hacía pensar en un tío sádico, diría yo. La clase de hombre que cree que ser blanco lo es todo.

—No era del tipo que es bienvenido aquí —comentó Grave Digger.

—No, señor. Los muchachos le tendrían miedo.

—¿Una prostituta no?

—También una prostituta le tendría miedo. Pero ellas recibirían su dinero, de todos modos. Y ése debe ser de los que gastan sus dólares con las prostitutas baratas.

—De acuerdo, descríbeme el coche.

—Era un Buick negro normal. Un modelo de hace tres años, diría yo. Neumáticos negros, comunes. Faros normales, al menos los que he podido ver. Y no habría visto nada, de no ser por esos faros.

—¿Y se marcharon en dirección a la Octava Avenida?

—Sí, señor. Luego llegó gente de todas partes. Un hombre entró aquí para telefonear a la policía; venía de la tienda Blumstein. Esto es todo lo que sé.

—Pues ha sido como tener que sacar varios dientes —dijo Grave Digger.

—Muy bien, ponte la chaqueta y el sombrero: vendrás a la jefatura —ordenó Coffin Ed.

El camarero se puso rígido.

—Pero yo pensaba…

—Y ya puedes dejar ese vaso, antes de gastarlo por entero.

—Pero yo pensaba que si les decía a ustedes todo lo que he visto… quiero decir… no estoy arrestado, ¿verdad?

—No, hijo, no estás arrestado, pero debes repetir la historia a los oficiales de Homicidios, para que quede archivada —le explicó Grave Digger.

Fuera del bar, los expertos habían recogido y clasificado todos los materiales que podían constituir pruebas. El forense ya se había marchado. No había descubierto nada que no fuese visible.

Un examen de las ropas del cadáver del hombre blanco había revelado que se trataba de un detective de la Agencia de Detectives Pinkerton.

—No nos llevará mucho tiempo hablar con la agencia de Nueva York y enterarnos de cuál era su misión. Eso tal vez nos aclare algo —dijo el oficial de Homicidios—. ¿Vosotros, muchachos, qué habéis averiguado?

—Pues sólo lo que puedes ver cuando no sabes qué significan las cosas —dijo Grave Digger—. Y está este camarero que ha visto todo lo que hubo.

—Estupendo. Ya tomaremos nota. Es una pena que no tuvierais un taquígrafo cerca.

—En ese caso no habríamos conseguido lo que conseguimos saber. Nadie habla libremente cuando ve que toman nota de lo que dice.

—De todos modos, si no os conozco mal, vosotros ya lo tenéis todo grabado en vuestras cabezas —dijo el teniente de Homicidios—. Tan pronto como se lleven los cadáveres de aquí, iremos a la jefatura para estudiar todo lo que hemos logrado reunir —se volvió hacia el teniente de la jefatura, Anderson—: ¿Qué pasa con los tíos que estaban en el bar? ¿Nos llevamos a algún otro?

—Uno de los hombres les está pidiendo nombres y señas —respondió Anderson—. Iré con Jones y Johnson y nos llevaremos al testigo que han hallado.

—Perfecto —dijo el oficial, mientras se restregaba las manos enguantadas para combatir el frío y miraba hacia arriba y abajo en la calle—. ¿Qué haremos con esos camiones?