Dos detectives negros de la ciudad de Nueva York son los protagonistas de esta novela del escritor negro estadounidense Chester Himes. Y la mención del color de la piel resulta, obviamente, indispensable. Porque Grave Digger Jones y Coffin Ed Johnson, también conocidos como Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, actúan en un mundo donde la sordidez sin límites y la violencia más tenebrosa terminan por impregnar el mismo aire que respiran: el aire negro de Harlem.
Jones y Johnson son también los personajes de las novelas más famosas de Chester Himes, consideradas como auténticas obras maestras: A five cornered square, If trouble was money y Back to Africa, entre otras. La primera de ellas obtuvo en Francia, durante el año 1958, el Gran Premio de Literatura Policíaca, consolidando definitivamente el prestigio internacional de su autor. Fereydoun Hoveyda, en su «Historia de la novela policíaca», deja constancia inequívoca de su admiración por la obra de Himes, y, sin vacilaciones, llega a llamarle «el Balzac de Harlem».
Más allá del riesgo (y quizá de la injusticia) que representa toda comparación, cabe reconocer que las novelas de Chester Himes alcanzan un nivel poco frecuente de calidad, dentro y fuera de la Serie Negra. Seguramente resultaría tedioso detenernos, en este momento, en un comentario acerca del estilo narrativo de Himes, de sus cualidades y recursos. Baste afirmar, por lo tanto, que su relato en tercera persona abarca la acción y la temporalidad sin seguir, exclusiva y convencionalmente, los movimientos de los personajes principales. Jones y Johnson. De esta manera Himes obtiene, como efecto, una diversidad de perspectivas e historias que, sin dejar de pertenecer a una misma anécdota central, abren el relato a una descripción amplia, generosa, de un mundo cuyas claves profundas e ineludibles son la marginación, el horror y la violencia.
Todos muertos transcurre allí. Eso es Harlem. Y la vida, en Harlem, no se parece a nada. Los detectives negros no son bellos ni ejemplares. Los golpes les hacen saltar los dientes en astillas, el ácido les desfigura la cara, la violencia que respiran los vuelve, a cada instante, más brutales.
Las calles de Harlem están llenas de gatos y ratas muertos, congelados por el frío; de basura y desperdicios; de homosexuales, ladrones, prostitutas y estafadores. La vida no tiene, aparentemente, ningún sentido. Nadie puede ya asombrarse al ver a un hombre caminando a ciegas por la calle, con la cabeza atravesada por un cuchillo. El horror, en Harlem, es tan desmesurado que puede parecer grotesco. Sin embargo, Chester Himes logra un clima de constante verosimilitud, mediante un estilo que oscila entre la ironía y la descripción descarnada. La miseria humana resulta, en todo caso, desesperante antes que grotesca.
Juan Carlos Martini