Le bonheur n’est pas chose aisée: il est très difficile de le trouver en nous, et impossible de le trouver ailleurs[12].
CHAMFORT
Tomo aquí el concepto de sabiduría de la vida sólo en sentido inmanente, es decir, como arte de conducir la vida de la manera más agradable y feliz posible, a cuyas pautas podría dárseles también el nombre de eudemonología[13]; consistiría, pues, en la guía para una vida feliz. Y esta podría a su vez definirse, en todo caso, como aquella que, tras ser considerada de forma puramente objetiva o, mejor, tras una reflexión fría y ponderada (dado que todo este asunto depende de un juicio subjetivo), fuese claramente preferida a la posibilidad de no haber existido. Esto implica que estaríamos apegados a ella por sí misma, y no meramente por miedo a la muerte; lo que a su vez significa que desearíamos que nunca tuviese fin. Ahora bien, la cuestión de si la vida humana se corresponde, o incluso puede corresponderse, con dicha concepción de la existencia es algo que mi filosofía, como se sabe, niega de plano, pero respecto de la cual la eudemonología presupone una respuesta afirmativa. Respuesta que, por cierto, se basa justamente en el error innato cuya amonestación abre el capítulo 49 del segundo tomo de mi obra principal[14]. Sin embargo, con el fin de desarrollar la susodicha eudemonología, me he visto obligado a desviarme completamente del elevado punto de vista ético-metafísico al que conduce lo más genuino de mi filosofía. Por lo tanto, toda la exposición que se va a hacer en estas páginas presupone una cierta acomodación, pues incorpora la perspectiva empírica corriente y persevera en su error. De ahí que su valor esté condicionado, y que el término «eudemonología» no sea más que un eufemismo. Dicha exposición no pretende, por lo demás, ser exhaustiva; en parte, porque el tema es prácticamente inagotable, y en parte porque, para que fuera exhaustiva, yo habría tenido que repetir lo que ya dijeron otros.
De entre los libros redactados con intención similar al presente, sólo me viene a la cabeza el de Cardanus, De utilitate ex adversis capienda[15], muy digno de lectura y apto, por lo tanto, para completar lo expresado aquí. Es verdad que también Aristóteles entretejió en el capítulo quinto del libro primero de su Retórica una corta eudemonología, la cual, sin embargo, peca de insípida. No he recurrido a estos predecesores, ya que compilar no es lo mío; tanto menos cuanto que arruina la unidad de propósito, que constituye el alma de este tipo de empresas. Es verdad que los sabios de todos los tiempos han dicho, en términos generales, siempre lo mismo; pero no menos lo es que los necios, o sea, la inmensa mayoría de la gente de todos los tiempos, han coincidido entre sí, a saber, en hacer lo contrario: y así seguirá siendo. Por eso dice Voltaire: nous laisserons ce monde-ci aussi sot et aussi méchant que nous l’avons trouvé en y arrivant[16].