[1] Sämtliche Werke, 7 vols., 3.ª edición, Wiesbaden: Brockhaus, 1972; Der handschriftliche Nachlaß, 5 vols., Francfort del Meno: Kramer, 1966-75; reimpr. Munich: dtv, 1985; Gesammelte Briefe, Bonn: Bouvier, 1978, 2.ª edición 1987. <<
[2] Sämtliche Werke, 13 vols., Munich: Piper, 1911-42. Disponible entre tanto en versión electrónica: Schopenhauer im Kontext II. Werke, Vorlesungen, Nachlaß, Berlín: Karsten Worm-InfoSoftWare, 2008. <<
[3] Schopenhauer und die wilden Jahre der Philosophie, Munich: Hanser, 1987; edición de bolsillo: Reinbek: Rowohlt, 1990: trad. cast. Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, Madrid: Alianza Edit., 1991, y Barcelona: Tusquets, 2008. <<
[4] Arthur Schopenhauer. Philosophie als Kunst und Erkenntnis, Francfort del Meno: Frankfurter Verlagsanstalt, 1994; edición de bolsillo: Leipzig: Reclam, 1998. <<
[5] Cf. A. Schopenhauer, Gespräche, ed. por Arthur Hübscher, Stuttgart-Bad Cannstatt: Frommann-Holzboog, 1971, p. 220; también Eduard von Hartmann, Zur Geschichte und Begründung des Pessimismus, Berlín: Carl Duncker, 1880. <<
[6] A. Schopenhauer, Die Welt als Wille und Vorstellung, en: Sämtliche Werke, vol. III, pp. 271, 403. <<
[7] Una edición preparada por mí apareció bajo el título Die Kunst, Recht zu behalten, Francfort del Meno: Insel, 1995; trad. cast. de J. Alborés Rey, El arte de tener razón, Madrid: Alianza Edit., 2002. <<
[8] Una pequeña joya que reconstruí y publiqué por primera vez bajo el título Die Kunst, glücklich zu sein, Munich: Beck, 1999: trad. cast. de Á. Ackermann Pilári, El arte de ser feliz, Barcelona: Herder, 2000. <<
[9] Editado por mí bajo el título El arte de hacerse respetar, trad. cast. de F. Morales, Madrid: Alianza Edit., 2004. <<
[10] A. Schopenhauer, Die Kunst, glücklich zu sein, p. 57. [El arte de ser feliz]. <<
[11] Nota del Traductor: Para esta traducción he consultado ampliamente la versión castellana de Luis Fernando Moreno Claros y, en lugares puntuales, la de Pilar López de Santa María. Ambas me parecen excelentes, y cualesquiera errores que yo haya podido cometer en mi traducción no deben, por supuesto, ser achacados a las de ellos. Dedico, por último este esfuerzo de traducción a mi hijo Fabio Luis. <<
[12] La felicidad no es un asunto cómodo: es difícil encontrarla en nosotros, e imposible encontrarla fuera de nosotros. (Nicolas Chamfort, Œuvres, vol. IV, Caractères et anecdotes, París 1795, p. 433). <<
[13] Doctrina sobre la felicidad. <<
[14] El comienzo del capítulo 49 del segundo tomo del Mundo como voluntad y representación dice así: «Hay un solo error innato, el cual consiste en creer que estamos aquí para ser felices. Es innato porque coincide con nuestra existencia misma, y todo nuestro ser no es sino su paráfrasis, e incluso nuestro cuerpo sólo su monograma: dado que no somos sino voluntad de vivir; pero la satisfacción sucesiva de nuestra voluntad es lo que asociamos mentalmente al concepto de felicidad. Mientras perseveremos en este error innato, agravándolo incluso por medio de dogmas optimistas, el mundo se nos aparecerá como lleno de contradicciones. Pues cada paso grande o pequeño que damos nos enseña que el mundo y la vida no están en absoluto constituidos como para admitir una existencia dichosa». <<
[15] De la utilidad de las adversidades. <<
[16] Abandonaremos este mundo dejándolo tan tonto y malvado como lo encontramos al llegar a él. <<
[17] Clemente de Alejandría, Stromateis, II, 21. <<
[18] Tanto el común de los hombres como el siervo o los Señores / admiten, en todos los tiempos, que / la máxima felicidad de los hijos de esta tierra / radica sólo en la personalidad. (Goethe, Diván de Oriente y Occidente, Libro sobre Suleica, pieza séptima). <<
[19] Gemas, mármol, marfil, estatuillas de Tirrena, cuadros, / plata y vestidos teñidos de púrpura gétula, / son cosas que muchos no tienen ni procuran tener. (Horacio, Epistulae, II, 2, 180-182). <<
[20] Así como en el día que te trajo al mundo / ya el sol reinaba saludando a los planetas, / y comenzaste a medrar y seguirás medrando / según la ley que marcó tu nacimiento. / Así tendrás que ser, no puedes huir de ti mismo, / ya lo anunciaron sibilas y profetas; / y no hay tiempo ni poder capaz de hacer pedazos / una forma ya estampada que, viva, se despliega. (Goethe, Gott und Welt, Urworte, Orphisch, Weimarer Ausgabe, vol. III, p. 95). <<
[21] Cf. San Agustín, De spiritu et littera, 14, según la doctrina de la antigüedad: simile simili cognoscitur (lo semejante es conocido por lo semejante). Ya se la encuentra en Homero (Odisea, XVII, 218) y Empédocles (Frag. 109; Diels-Kranz 31 B 109), y a ella alude Schopenhauer en numerosas ocasiones. <<
[22] Petronio, Satyricon, LXXVII, 6. <<
[23] Aristóteles, Ethica Eudemia, VII 2, 1238a12 <<
[24] Juvenal, Saturae, IV, 10, 356. <<
[25] Cf. Aristóteles, De anima, I, 2, 403b25. <<
[26] Epicteto, Encheiridion, V. <<
[27] De los nervios (cf. p. 60). <<
[28] También: movilidad (cf. p. 60). <<
[29] Aristóteles, Problemata, XXX, 1, 953a10. <<
[30] Cicerón, Tusculanae disputationes, I, 33, 80. <<
[31] La naturaleza produjo otrora sujetos extraños: / algunos, que siempre mirarán alegres, / riéndose, como loros, hasta de un gaitero; / y otros, de semblante tan avinagrado, / que no mostrarían sus dientes en una sonrisa, / aunque Néstor en persona jurase que el chiste es gracioso. (N. del A.). (Shakespeare, El mercader de Venecia, I, 1). <<
[32] Sobre las enfermedades mentales. (Jean-Etienne-Dominique Esquirol, Des maladies mentales, París 1838). <<
[33] Buena disposición de ánimo / disposición alegre del ánimo. <<
[34] Nada despreciables son los honrosos regalos de los dioses: / los dioses los dan cuando quieren y nadie se los puede exigir. (Homero, Ilíada, III, 65). <<
[35] Séneca, Epistulae, 9, 22. <<
[36] Jesús de Sirá: 22, 12. <<
[37] Ariosto, Orlando furioso, XXXIV, 75. <<
[38] Goethe, Dichtung und Wahrheit, tercera parte, libro 15, al inicio. <<
[39] Aunque estemos siempre confinados en nosotros mismos, / Construimos o encontramos nuestra propia dicha en todas partes. (Oliver Goldsmith, The Traveller, v. 431). <<
[40] Aristóteles, Ethica Eudemia, VII, 2, 1238a12. <<
[41] A. Baillet, La vie de Mr. Descartes, París 1691, libro I, cap. 10, p. 310. <<
[42] Libro del Eclesiastés. <<
[43] Horacio relata la historia de Volteyo, un comerciante callejero bastante desordenado que, habiendo sido premiado con una finca, acude de nuevo a su benefactor Filipo y le ruega que lo devuelva a su anterior condición. «Quien se dé cuenta de cuánto aventaja lo desechado a lo pretendido, regrese rápidamente y recupere lo dejado. Conviene que cada cual se talle y calce en sus medidas» (Horacio, Epistulae, I, 7, 96-98). (Traducción de Horacio Silvestre. Horacio: Sátiras. Epístolas. Arte poética. Madrid: Ediciones Cátedra, 2000). <<
[44] Arnold Hermann Ludwig Heeren, véase Apéndice, p. 307. <<
[45] Eclogae ethicae, II, 7; Schopenhauer cita según la edición de Arnold Hermann Ludwig Heeren: Eclogarum physicarum et ethicarum libri duo, Göttingen, 1792. <<
[46] Pues sale a menudo afuera de sus grandes mansiones aquel al que lo ha aburrido estar en casa, y pronto [regresa], porque fuera en absoluto siente él estar mejor. Corre precipitadamente a su finca aguijando sus potros, como apresurándose a llevar auxilio a la casa en llamas; bosteza al instante, cuando ha pisado los umbrales de la casa de campo, o se retira incómodo al sueño y busca los olvidos, o incluso se dirige presuroso a la ciudad y vuelve a verla. [Traducción de Miguel Castillo Bejarano, Lucrecio, La naturaleza de las cosas, Madrid: Alianza Edit., 2003]. <<
[47] Lucrecio, De rerum natura, III, 1073; en realidad: 1060-1070. <<
[48] La naturaleza va elevándose gradualmente, al principio desde los efectos mecánicos y químicos del mundo inorgánico hasta el vegetal, con su sordo goce propio; pasa desde allí hasta el mundo animal, sede de la inteligencia y la consciencia, donde se eleva paulatina e ininterrumpidamente desde sus frágiles rudimentos hasta dar el último y mayor paso con el hombre, con cuyo intelecto la naturaleza alcanza la cima y finalidad de sus producciones, es decir, brinda lo más perfecto y difícil que es capaz de crear. Pero incluso dentro de la especie humana el intelecto presenta todavía numerosos grados característicos, y muy rara vez alcanza el más alto, es decir, la inteligencia realmente extraordinaria. Esta última, por lo tanto, constituye en sentido estricto y riguroso el producto más difícil y elevado de la naturaleza, y con ello, lo más raro y valioso que el mundo pueda ofrecer. En una inteligencia semejante surge la consciencia más diáfana, y el mundo se manifiesta en ella de forma más nítida y completa que en cualquier otro lugar. Quien la tenga poseerá por lo tanto lo más noble y preciado de la tierra y, en consecuencia, dispondrá de una fuente de placeres muy superior a todas las demás; por lo que no requerirá de nada externo, a no ser tiempo de ocio para disfrutar a sus anchas de este tesoro y pulir su diamante. Pues todos los demás placeres, es decir, los no intelectuales, son de una especie inferior: se reducen sin excepción a movimientos de la voluntad, es decir, a desear, abrigar esperanzas, temer y alcanzar, independientemente de cuál sea el objetivo correspondiente, todo lo cual va necesariamente acompañado de sufrimiento, además de que cuando se alcanza lo buscado surge una mayor o menor decepción, en lugar de que la verdad sea cada vez más límpida, como sucedía con los placeres intelectuales. En el reino de la inteligencia no opera dolor alguno, sino que todo es conocimiento. Ahora bien, los goces intelectuales son alcanzables únicamente por medio de la inteligencia del individuo respectivo y son proporcionales a ella: pues tout l’esprit, qui est au monde, est inutile à celui qui n’en a point[48.1]. Hay, sin embargo, una desventaja real que acompaña a este privilegio, y es el hecho de que, en la naturaleza toda, junto con el grado de inteligencia, se eleva la susceptibilidad al sufrimiento, la cual, por lo tanto, alcanza su estadio más elevado al mismo tiempo que aquel. [N. del A.]. <<
[48.1] Todo el ingenio de este mundo es inútil para quien no tiene nada de ingenioso. <<
[49] La vulgaridad consiste realmente en que, en la consciencia, la voluntad se imponga completamente al conocimiento, con lo cual se alcanza ese grado en que el conocimiento se pone al servicio exclusivo de la voluntad; por lo que, si este servicio no es requerido, es decir, si no hay motivo alguno, grande o pequeño, que esté presente, la actividad cognoscitiva cesa por completo, con lo que se implanta un verdadero desierto de ideas. Ahora bien, la voluntad sin conocimiento es lo más común del mundo: cualquier pedazo de alcornoque la tiene y lo demuestra cada vez que se cae al suelo. En eso consiste precisamente la vulgaridad de ese estado. En él sólo permanecen activos los órganos de los sentidos, junto con esa mínima expresión de entendimiento que basta para captar sus datos respectivos; de ahí que el hombre vulgar siempre esté abierto a cualquier impresión, es decir, perciba instantáneamente todo lo que sucede a su alrededor, de forma tal que hasta el más mínimo sonido, cualquier circunstancia, por pequeña que sea, captura enseguida su atención, igual que les sucede a los animales irracionales. Ese estado se refleja en su rostro y en el conjunto de su apariencia exterior; de donde surge el llamado aspecto vulgar, cuya impresión es tanto más chocante cuanto que la voluntad que en estos casos se apodera completamente de la consciencia es casi siempre baja, egoísta y, en general, mala. [N. del A.] (Jean de La Bruyère, Les caractères ou Les mœurs de ce siècle, en Œuvres complètes, ed. de Julien Benda, Bibliothèque de la Pléiade, París 1951, p. 320). <<
[50] Homero, Ilíada, VI, 138; Odisea, IV, 805. <<
[51] Voltaire, Précis de l’Ecclésiaste, v. 30, en Œuvres complètes, ed. de Arien-Jean-Quentin Beuchot, 72 vols., París 1831-1841, vol. XII, p. 215. <<
[52] Séneca, Epistulae, 82, 3. <<
[53] La riqueza del alma es la única riqueza verdadera, / lo demás trae consigo más desgracias que beneficios. (Luciano, Epigrammata, 12). <<
[54] Aristóteles, Ethica Nicomachea X, 7,1177b4. <<
[55] Diógenes Laercio, Vitae philosophorum, II, 5, 31; cf. Jenofonte, Symposion, 4, 44. <<
[56] Aristóteles, Política IV, 11, 1295a36-37. <<
[57] Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, libro I, cap. 14, hacia la mitad. <<
[58] Lo más valioso para ser feliz es, con mucho, la prudencia. (Sófocles, Antígona, I, 328). <<
[59] La vida más feliz no tiene nada que ver con la prudencia. (Sófocles, Áyax, 550). <<
[60] Voltaire, Précis de l’Ecclésiaste, v. 30, en Œuvres complètes, ed. de A.-J.-Q. Beuchot, 72 vols., París 1831-1841,vol. XII, p. 215. <<
[61] En el opúsculo premiado Sobre el fundamento de la moral, el pasaje del § 22 al que se alude en el texto dice así: «La predominancia de una u otra forma de conocer se revela no sólo en las acciones particulares, sino en toda la índole de la consciencia y del estado de ánimo, que, no en balde, es tan esencialmente distinta en el carácter bueno que en el carácter malo. Este carácter percibe en todas partes una fuerte barrera entre sí mismo y todo lo externo a él. El mundo le resulta un No-yo absoluto, y su relación con el mismo es fundamentalmente hostil: ello hace que el tono general de su ánimo sea el resentimiento, la suspicacia, la envidia y la malevolencia. El buen carácter, en cambio, vive en el seno de un mundo exterior que le es homogéneo: los otros no son para él un “No-yo”, sino un “Yo también”. De ahí que esté amistosamente dispuesto hacia cada sujeto: en su fuero interno se siente emparentado con todos los seres, se preocupa por su bienestar y no duda ni por un momento de que los demás se preocupan también por él. Tal es el origen de la paz profunda de su yo interior, y de ese estado de ánimo confiado, sereno y satisfecho que hace que todos se sientan a gusto en su compañía. El carácter malo no confía en la ayuda de los demás en los momentos difíciles: si la solicita, lo hace sin convicción, y si la obtiene, la recibe sin verdadero agradecimiento: pues no puede por menos de considerarla como fruto de la ingenuidad ajena. Es incapaz de reconocer su propio ser en el ser de otro, incluso después de que este se ha visto reflejado de forma inequívoca. En esto reside lo verdaderamente indignante de la ingratitud. Este aislamiento moral en el que esencial e indefectiblemente se encuentra lo conduce con frecuencia a la desesperanza. El carácter bueno exige la ayuda de los demás con tanta mayor naturalidad cuanto que él mismo está plenamente consciente de su propia disposición a ayudarlos. Pues, como ya se dijo, para el uno el mundo de los hombres es el No-yo; para el otro, el “Yo también”. El magnánimo, que perdona al enemigo y devuelve con bien el mal que ha recibido, está en un plano superior y obtiene las mayores alabanzas, porque fue capaz de reconocer su propio ser incluso cuando este renegaba de sí mismo». <<
[62] Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos ilustres, X, 149: «De los deseos los unos son naturales y necesarios; los otros naturales y no necesarios; y otros no son ni naturales ni necesarios, sino que se originan en la vana opinión». Escolio que aparece a continuación: «Naturales y necesarios considera Epicuro a los que eliminan el dolor, como beber cuando se tiene sed. Naturales, pero no necesarios los que sólo diversifican el placer, pero no eliminan el sentimiento de dolor, como la comida refinada. Ni naturales ni necesarios (considera), por ejemplo, las coronas y la erección de estatuas honoríficas». Ibíd. § 127 (De una carta de Epicuro a Meneceo): «Además debemos reflexionar en que los deseos son en parte naturales y en parte superfluos; y que algunos de los naturales son además necesarios, mientras que otros son sólo naturales; y que de los necesarios unos lo son para alcanzar la felicidad, otros para liberar al cuerpo de desórdenes y otros incluso para la vida misma». <<
[63] Los pasajes en Cicerón, De finibus bonorum et malorum, son: I, 13: «Pues, ¿qué distinción es acaso más útil y más apta para vivir bien que la de Epicuro? En una clase de deseos colocó aquellos que son naturales y a la vez necesarios; en una segunda, los que son naturales pero no necesarios; y en la tercera aquellos que ni son naturales ni necesarios, y se comportan de tal manera que los necesarios se pueden satisfacer sin mucho esfuerzo ni gastos; los necesarios tampoco exigen mucho, pues la naturaleza misma provee y limita los bienes que bastan para satisfacerlos; sólo en los deseos superfluos es imposible encontrar una medida o un final». Capítulo 16: «Pues los deseos que proceden de la naturaleza pueden ser satisfechos fácilmente y sin perjudicar a los demás; y ante los superfluos no hay que ceder, ya que lo que persiguen no es deseable; y es mayor el daño que producen que la ventaja de las cosas que se obtienen por medio del mismo». <<
[64] Pues el talante de los habitantes de la tierra, / se ajusta al día que el padre de hombres y dioses nos va enviando. (Homero, Odisea, XVIII, 136-137). <<
[65] James Boswell, Life of Samuel Johnson, Londres 1848, p. 288. <<
[66] Sobre lo rastrero / que nadie se queje: / pues mueve montañas, / aunque te digan lo contrario. (Goethe, Diván de Oriente y Occidente, Libro del desasosiego, La serenidad del viajero). <<
[67] Voltaire: Œeuvres complètes, ed. de A.-J.-Q. Beuchot, 72 vols., París 1831-1841, vol. XXVI, p. 116. <<
[68] No ascienden fácilmente aquellos cuyas virtudes son opacadas por / la penuria de su familia. (Juvenal, Saturae, 3, 164). <<
[69] Así de tenue y pequeño es lo que al ávido de alabanza / deprime o eleva. (Horacio, Epistulae, II, 1, 179). <<
[70] Los estamentos más elevados, con todo su brillo, ostentación y lujo, solemnidad, señorío y títulos variados podrían afirmar: nuestra felicidad yace completamente fuera de nosotros mismos: está situada en las cabezas de los demás. [N. del A.]. <<
[71.1] Lo que sabes es inútil si los demás no saben que tú lo sabes. (Persio, Saturae, I, 27). <<
[72] Tácito, Historiae, IV, 6; de manera similar ya en Platón y Ateneo, Deipnosophistae, XI, 507. <<
[73] Platón, De república, VI, 435 c, 497d; Kratylos, 384 b; Hippias major, 304; la sentencia se le atribuye a Solón. <<
[74] Cicerón, Academica posteriora, I, 5, 18. <<
[75] Horacio, Carmina, II, 30, 14. <<
[76] Georg Christoph Lichtenberg, Vermischte Schriften, nueva edición, Göttingen 1844, vol. II, p. 122. <<
[77] cf. Pandectae, 289a. <<
[78] Término de los estoicos, que dividía según dos puntos de vista las cosas en relación con la felicidad que debía ser alcanzada: lo que depende de nosotros (ta eph’hemin), y lo que no depende de nosotros (ta ouk eph’hemin). Cf. la síntesis de esta doctrina en Epicteto, Encheiridion, 1-6. <<
[79] Cicerón, De finibus bonorum et malorum, II, 17, 57. <<
[80] Claude-Adrien Helvétius, De l’esprit, París 1758 (nouvelle édition empleada por Schopenhauer), III, cap. 13, parágrafo 15. <<
[81] Heródoto (Historiae, I, 199): «Por contra, la costumbre sin duda más ignominiosa que tienen los babilonios es la siguiente: toda mujer del país debe, una vez en su vida, ir a sentarse a un santuario de Afrodita y yacer con un extranjero. Muchas de ellas, que consideran impropio de su rango mezclarse con las demás en razón del orgullo que les inspira su poderío económico, se dirigen al santuario, seguidas de una numerosa servidumbre que las acompaña, en carruaje cubierto y aguardan en sus inmediaciones. Sin embargo, las más hacen lo siguiente: muchas mujeres toman asiento en el recinto sagrado de Afrodita con una corona de cordel en la cabeza; mientras unas llegan, otras se van. Y entre las mujeres quedan unos pasillos, delimitados por cuerdas, que van en todas direcciones; por ellos circulan los extranjeros y hacen su elección. Cuando una mujer ha tomado asiento en un templo, no regresa a su casa hasta que algún extranjero le echa dinero en el regazo y yace con ella en el interior del santuario. Y, al arrojar el dinero, debe decir tan sólo: “Te reclamo en nombre de la diosa Milita” (ya que los asirios, a Afrodita, la llaman Milita). La cantidad de dinero puede ser la que se quiera; a buen seguro que no la rechazará, pues no le está permitido, ya que ese dinero adquiere un carácter sagrado: sigue al primero que se lo echa sin despreciar a nadie. Ahora bien, tras la relación sexual, una vez cumplido el deber para con la diosa, regresa a su casa y, en lo sucesivo, por mucho que les des no podrás conseguir sus favores. Como es lógico, todas las mujeres que están dotadas de belleza y buen tipo se van pronto, pero aquellas que son poco agraciadas esperan mucho tiempo sin poder cumplir la ley; algunas llegan a esperar hasta tres y cuatro años. Por cierto que, en algunos lugares de Chipre, existe también una costumbre muy parecida a esta». (Traducción de Carlos Schrader, Heródoto, Historia, vol. 1. Madrid: Gredos, 1977). <<
[82] Citado libremente de Séneca, De constantia sapientis, II, 3. <<
[83] ¿Por qué te quejas de tus enemigos? / ¿Acaso alguna vez podrás hacerte amigo de / aquellos para quien un ser como el tuyo / constituye un tácito reproche permanente? (Goethe, Diván de Oriente y Occidente, Libro de los refranes, refrán número 14). <<
[84] Contribuciones a la historia de Alemania, en especial en lo que se refiere al derecho penal alemán. <<
[85] Derecho del más fuerte; literalmente: derecho del puño. <<
[86] Desvarío; literalmente: exceso de ingenio. <<
[87] Honor del más fuerte; literalmente: honor del puño. <<
[88] Schopenhauer se refiere al suplemento (Freinshemii supplementum) a la edición de Tito Livio utilizada por él: Historiarum libri qui superstunt. Ex recensione Drakenborchii cum integris Freinshemii supplementis. Praemittitur vita ab Jac. Phil. Tomasino conscripta cum notitia literaria. Accedit index stud. Societatis Bipontinae, 13 vols., Zweibrücken 1784-1786. <<
[89] Charles-Étienne Durand, Soirées littéraires, Rouen 1828, vol. II, p. 300. <<
[90] Schopenhauer utilizó la siguiente edición: Johannis Stobaei Florilegium, ad manuscriptorum fidem emendavit et supplevit, Thomas Gaisford, 4 vols., Leipzig 1823-1824. <<
[91] Schopenhauer se refiere a los comentarios (Notae) de Isaak Casaubon a las Vitae philosophorum de Diógenes Laercio, que poseía en la edición en dos volúmenes del editor de Leipzig C. F. Koehler: Isaaci Casauboni Notae atque Aegidii Menagii Observationes et emendationes in Diogenem Laertium. Addita est Historia mulierum philosopharum ab eodem Menagio scripta. Editionem ad exemplar Wetstenianum expressam atque indicibus instructam curavit Henricus Gustavus Huebnerus Lipsiensis, Leipzig 1830-1833. Schopenhauer poseía asimismo la edición en griego y latín de las Vitae philosophorum que el mismo editor había impreso en 1828-1831. <<
[92] De la constancia del sabio. <<
[93] Séneca, De constantia sapientis, 14, 3; cf. De ira, III, 11. <<
[94] Ludwig Robert, Die Macht der Verhaltnisse, Stuttgart-Tübingen 1819. El drama fue estrenado en 1815 en el Teatro Real de Berlín e incluido hasta 1828 trece veces en la programación, por lo que es probable que Schopenhauer lo viera. <<
[95] La fuerza de los prejuicios. <<
[96] La historia del señor Desglands es relatada por Schopenhauer en su Bosquejo de un tratado sobre el honor (en Der handschriftliche Nachlaß, ed. de A. Hübscher, 5 vols., Fráncfort del Meno 1966-1975, vol. III, pp. 472-496, aquí p. 490) de la manera siguiente: «Dos hombres de honor, uno de ellos llamado Desglands, le hacen la corte a una misma mujer. Mientras están sentados a la mesa, el uno junto al otro frente a ella, Desglands se esfuerza por atraer la atención de la dama a través de la más animada conversación; pero esta, distraída, no parece escucharle, sino que suspirando dirige todo el tiempo sus miradas hacia su rival; he ahí que los celos provocan una contracción espasmódica en la mano de Desglands, que sostiene en ese momento un huevo fresco, el cual estalla, salpicando con su contenido el rostro de su competidor; este hace un movimiento con la mano, que sin embargo es atajada por Desglands, quien murmura al oído del otro: “Señor, me doy por enterado”. A continuación, un profundo silencio se cierne sobre el grupo. Un día después, Desglands aparece con un gran parche negro y redondo en su mejilla derecha. Tiene lugar el duelo: el contrincante de Desglands recibe una herida grave pero no mortal. Desglands reduce entonces el tamaño del parche. Tras la recuperación del oponente un segundo duelo; una vez más, Desglands hace sangrar a su oponente, por lo que empequeñece su parche una vez más. Y así hasta cinco o seis veces: tras cada duelo, Desglands iba disminuyendo las dimensiones de su parche, hasta que finalmente su contrincante expiró. ¡Oh, noble espíritu de los viejos tiempos de la caballería! Pero ahora en serio: ¿quién, al comparar esta tan reveladora historia con la anterior, no se verá forzado a exclamar aquí, al igual que en ocasiones similares: ¡Cuán grandes los antiguos y cuán insignificantes los modernos!?». El relato aparece en Denis Diderot, Jacques le Fataliste et son Maître, en Œuvres, ed. de André Billy, París 1951, pp. 685-690. La exclamación del final es una versión libre de un verso de Ludovico Ariosto: «Oh gran bontà de’ cavalieri antichi!» (Orlando furioso, I, v. 22). <<
[97] Santiago el fatalista. <<
[98] Del antiguo alemán = sentencia, pruebas de inocencia. <<
[99] Expresión jurídica medieval, más precisamente: de minimis non curat praetor. <<
[100] El honor caballeresco es hijo de la arrogancia y la irracionalidad. (La verdad opuesta la expresa El príncipe constante con las palabras: «Esa es la herencia de Adán»). Resulta muy curioso que este superlativo de toda arrogancia se encuentre única y exclusivamente entre los miembros de una religión que impone a sus prosélitos un voto de humildad extrema; ya que el principio del honor caballeresco no fue conocido ni en épocas anteriores ni en otras partes del mundo. Sin embargo, no debe atribuirse este rasgo a la religión, sino al feudalismo, donde todo noble se consideraba a sí mismo como un pequeño soberano que no reconocía la autoridad de ningún juez terrenal por encima suyo, y que, por lo tanto, aprendió a revestir su propia persona de una invulnerabilidad y una santidad completas, y a considerar cualquier atentado contra la misma, es decir, cualquier palabra o golpe, como un delito digno de la pena de muerte. De ahí que el principio del honor y los duelos fueran al comienzo un asunto exclusivo de la nobleza, y sólo en épocas posteriores, y por el mismo motivo, de los oficiales del ejército; a los cuales se unieron luego esporádicamente, para no ser menos, los demás estamentos superiores, aunque no de forma homogénea. A pesar de que los duelos surgieron de las ordalías, estas no son el origen, sino la consecuencia y la aplicación del principio del honor: quien no reconoce ningún juez humano recurre a uno divino. Las ordalías como tales no son, por otra parte, exclusivas del cristianismo; también se las puede encontrar en el hinduismo, sobre todo en la antigüedad, aunque sus vestigios llegan hasta nuestros días. [N. del A.]. El príncipe constante, III, 8. <<
[101] Cicerón, In Verrem, II, III, 41, 95; en el original dice pudentes [pudorosos] en lugar de prudentes [prudentes]. <<
[102] Vingt ou trente coups de canne sur le derrière, c’est, pour ainsi dire, le pain quotidien des Chinois. C’est une correction paternelle du mandarin, laquelle n’a rien d’infamant, et qu’ils reçoivent avec action de grâces.[102.1] Lettres édifiantes et curieuses, edición de 1819, vol. II, p. 454. [N. del A.]. <<
[102.1] Veinte o treinta golpes de caña en el trasero son, por así decirlo, el pan de cada día entre los chinos. Se trata de un correctivo paternal del mandarín, que no tiene nada de infamante y que la gente recibe con gratitud. <<
[103] La verdadera razón por la que los gobiernos actúan como si quisieran, pero no pudieran, eliminar el duelo, a pesar de que sería algo muy sencillo de lograr, sobre todo en las universidades, creo que es la siguiente: el Estado no está en condiciones de sufragar la totalidad de los servicios prestados por sus oficiales y funcionarios; por ello, hace consistir la mitad de su sueldo en honor, representado por títulos, uniformes y condecoraciones. Ahora bien, con el fin de mantener alto el valor de curso de esta remuneración ideal por los servicios prestados, es necesario alimentar, acrecentar y en algunos casos exagerar todo lo que se pueda el sentimiento del honor; pero como para este fin no basta con el honor civil, ya que de este participan todos, se recurre al honor caballeresco, preservándolo de la manera descrita. En Inglaterra, donde los sueldos de militares y civiles son más elevados que en la Europa continental, no hace falta recurrir a esta providencia; de ahí que en ella el duelo haya ido desapareciendo durante los últimos veinte años, hoy no se dé casi nunca y la gente lo vea como una locura digna de burla; sin duda la Anti-duelling Society (Asociación Contra el Duelo) debe de haber contribuido mucho a este estado de cosas, por lo que ahora el Moloch debe arreglárselas sin sus víctimas. [N. del A.]. <<
[104] Derecho de la cabeza, de la astucia. <<
[105] El Emilio. <<
[106] Cf. Aristóteles, Ethica Nicomachea, V, 15, 1138a12: αδιχεῖται δ᾽ ονδεὶς ἑχών. <<
[107] Horacio, Saturae, II, 3, 243. <<
[108] El Amor y el Odio (las dos fuerzas cosmogónicas de Empédocles). <<
[109] Según esto, resulta un pobre cumplido tratar de honrar a las obras, como hoy es costumbre, tildándolas de hechos: pues las obras tienen esencialmente una categoría superior. Un hecho es siempre una acción que responde a un motivo, y por lo tanto, algo aislado y pasajero, perteneciente al elemento genérico y primigenio del mundo, la voluntad. En cambio, una obra grandiosa o bella es algo permanente, por estar dotada de una significación universal y haber nacido de la inteligencia; algo inocente y puro, que se eleva como un aroma por encima de este mundo de la voluntad.
Una ventaja de la fama de los hechos es que, por regla general, surge de repente, acompañada de una fuerte explosión, la cual a veces es tan grande, que se escucha en toda Europa; mientras que la fama de las obras se presenta lenta y paulatinamente, primero en voz queda y luego en voz cada vez más perceptible, hasta el punto de que a menudo alcanza su máximo volumen sólo cien años después; pero entonces es para quedarse, porque las obras perduran, y en algunos casos por miles de años. Aquella otra fama, en cambio, una vez que ha pasado la primera explosión, se va tornando progresivamente más débil, menos conocida y cada vez por menos personas, hasta que por último sólo tiene una existencia fantasmagórica en la historia. [N. del A.]. <<
[110] Séneca, Epistulae, 79, 17. <<
[111] Fr. 5 (Diels-Kranz 23 B 5). <<
[112] Jesús de Sirá, 22, 8-9. <<
[113] Shakespeare, Hamlet, XV, 2. <<
[114] Hasta la palabra más feliz es objeto de burla / si el oyente no sabe escuchar. (Goethe, Diván de Oriente y Occidente, Libro de las reflexiones, primer poema). <<
[115] Si lo que haces no surte efecto, y todo se queda inerte, / ¡no te desanimes! / la piedra en el lodo / no forma anillos. (Goethe: Sprichwörtlich, Weimarer Ausgabe, vol. II, p. 240). <<
[116] Lichtenberg, Aphorismen, ed. de Albert Leitzmann, Berlín 1902-1908, D396. <<
[117] Lichtenberg, Vermischte Schriften, Göttingen 1844, vol. IV, p. 47; Aphorismen, ed. de A. Leitzmann, Berlín 1902-1908, F III. <<
[118] Que a menudo las mejores cualidades / sean las menos admiradas, / y que la mayor parte de la gente / considere a lo malo como bueno, / es un mal que se ve a diario. / Pero ¿cómo evitar esta peste? / Dudo que esta plaga / se pueda erradicar de nuestro mundo. / Un solo medio hay en la tierra, / sólo que es infinitamente difícil de aplicar: / los necios deben transformarse en sabios; / y ¡fijaos!, jamás lo harán. / Nunca descubren el valor de las cosas, / descansan sus ojos, no sus pensamientos: / siempre ensalzan lo mezquino, / porque jamás han conocido lo bueno. (C. F. Gellert, comienzo del poema Die beiden Hunde, en Sämmtliche Fabeln und Erzählungen in drei Bänden, 13.ª ed. (la utilizada por Schopenhauer), Berlín 1810, p. 51). <<
[119] Cada vez que rendimos honor a los demás, / tenemos que rebajarnos a nosotros mismos. (Goethe, Diván de Oriente y Occidente, Libro del Desasosiego, estrofa 7). <<
[120] Si yo no hubiese nacido, / hasta que me dieran permiso para vivir, / aún no estaría sobre esta tierra, / como podrán comprender, / si observan cómo se portan / quienes, para poder destacar, / siempre están dispuestos a anularme. (Goethe, Zahme Xenien, V). <<
[121] Julius Frauenstädt relata que en conversaciones sobre el honor y la fama sostenidas con Schopenhauer este dijo haber leído el Tratado De gloria (Florencia 1552), del teólogo e historiador portugués Jerónimo Osório (Arthur Schopenhauer. Von ihm. Über ihn. Ein Wort der Vertheidigung, de Ernst Otto Lindner, y Memorabilien, Briefe und Nachlaßstücke, de Julius Frauenstädt, Berlín 1863, p. 412). <<
[122] […] pregonada con clarines por una favorable junta de candidatos y amplificada por el eco de cabezas vacías; […] y, sin embargo, cuánto no reirá la posteridad cuando algún día toque a las puertas de rutilantes jaulas de palabras, de hermosos nidos abandonados por la moda y de salones donde se pactaron acuerdos ya olvidados, y encuentre que todo, pero todo, está vacío, y que no queda ni un solo pensamiento que pueda exclamar confiadamente: ¡adelante! (Lichtenberg, Vermischte Schriften, Gottingen 1844, vol. IV, p. 15). <<
[123] Como nuestra mayor satisfacción consiste en ser admirados, pero los potenciales admiradores difícilmente condescenderán a hacerlo aunque tengamos méritos para ello, el hombre más feliz será aquel que se las arregle para admirarse sinceramente a sí mismo. [N. del A.]. <<
[124] Hobbes, De cive, I, 5. <<
[125] La fama (esa última debilidad de las mentes excelentes), / es la espuela que inventa el claro espíritu / para poder desdeñar los placeres y consagrarse a días de trabajo. (J. Milton, Lycidas, 70. En el original aparece mind en lugar de minds). <<
[126] Cuán difícil es trepar hasta / las cumbres donde se divisa, lejano, el soberbio templo de la fama. (James Beattie, The Minstrel, or the Progress of Genius, I. En el original aparece steep en lugar de heights). <<
[127] Una moneda falsa (ya que los ducados solían ser de oro). <<
[128] Cuando uno viaja, / tiene algo que contar. (Matthias Claudius, denominado Asmus, Urians Reise um die Welt, versos iniciales, en Wandsbecker Bote, parte 5). <<
[129] Cambian de cielo, no de ánimo, quienes atraviesan los mares. (Horacio, Epistulae, I, 11, 27). <<
[130] Exhortaciones. <<
[131] Aristóteles, Ethica Nicomachea, VII 12, 1152b15. <<
[132] Die Welt als Wille und Vorstellung, tomo I, § 58: «Toda satisfacción, o lo que normalmente se suele denominar felicidad, es real y esencialmente sólo negativa, y jamás positiva. No es una dicha originaria que nos embargue por sí sola, sino siempre la satisfacción de un deseo. Pues el deseo, es decir, la privación, es la condición previa de todo placer. Al producirse la satisfacción, empero, cesa el deseo y, por lo tanto, el placer. De ahí que la satisfacción o la dicha nunca puedan ser más que la liberación de un dolor, de una necesidad: pues a esa hay que atribuir no sólo cada sufrimiento real y manifiesto, sino también cada deseo que, importunándonos, nos roba la tranquilidad, e incluso el funesto aburrimiento, que convierte nuestra vida en un lastre. Además, ¡es tan difícil alcanzar cualquier cosa o culminar cualquier empresa!: todo propósito se enfrenta a dificultades y esfuerzos sin límite, y a cada paso que damos se nos presenta un obstáculo. Y si por fin llegamos a superar y lograr todo lo que buscábamos, nunca habremos ganado otra cosa que librarnos de algún tipo de sufrimiento o deseo, y por lo tanto nos hallaremos exactamente en el mismo lugar que estábamos antes de que este último se presentara. De forma inmediata sólo la privación, es decir, el dolor, se nos da siempre de forma inmediata. En cambio, la satisfacción —así como el gozo— sólo la podemos reconocer de forma indirecta, recordando el sufrimiento y la carencia previos que cesaron cuando ella apareció. Por eso, no somos conscientes de los bienes y de las ventajas que realmente poseemos, ni los valoramos, sino que los damos por sobreentendidos: pues nos alegran siempre de forma negativa, al impedir los sufrimientos. Percibimos su valor sólo una vez que los hemos perdido: pues la privación, la carencia y el sufrimiento son lo positivo, que se nos anuncia de forma inmediata. De ahí que nos alegre recordar cómo superamos la necesidad, la enfermedad, las carencias, etc., porque estas son nuestro único medio de disfrutar de los bienes presentes». <<
[133] Voltaire, Lettre à Monsieur le Marquis de Florian, 16.03.1774, ed. de A.-J.-Q. Beuchot, 72 vols., París 1831-1841, vol. LXVIII (Carta n.º 18), p. 466. <<
[134] Las afinidades electivas. <<
[135] Goethe, Las afinidades electivas, primera parte, cap. 2. <<
[136] In Arkadien geboren: «También yo nací en Arcadia…». Comienzo del poema de Schiller denominado Resignación. La expresión Et in Arcadia ego procede de una inscripción que figura en un cuadro de Nicolas Poussin conocido por Schopenhauer. Virgilio celebró Arcadia en sus Eclogae como «paisaje espiritual» (B. Snell) del idilio reconfortante de los poetas. <<
[137] La ruin aspiración a la felicidad y, en particular, a una felicidad como la que soñamos, corrompe todas las cosas de este mundo. Quien pueda librarse de ella, y no desee sino lo que tiene a la vista, podrá sobrellevar su propia vida. <<
[138] Merck, Correspondencia recibida y enviada. <<
[139] Aquel que elige el punto medio / dorado, de la más mísera casa / se aleja de la opulencia / del palacio envidiada. // Que con frecuencia se abate / el más alto pino, y las más fuertes torres/se derrumban con estrépito / y a los más altos montes / acierta el rayo. (Horacio, Carmina, II, 10, 5-12). <<
[140] Platón, De republica, X, 6, 604 b; cf. también Leges, VII, 803 b. <<
[141] Si has perdido algún bien de este mundo, / no sufras por ello, no es nada; / y si has ganado algún bien de este mundo, / no te alegres por ello, no es nada. / Placeres y dolores pasan de largo, / pasan de largo en el mundo, no es nada. (Sadis, Gulistan [Jardín de rosas], traducción al alemán de R. H. Graf, Leipzig, 1846). <<
[142] Nicolas Chamfort, Maximes et pensées, cap. 3. <<
[143] ¿Por qué fatigas tu alma débil con planes eternos? (Horacio, Carmina, II, 11, 11-12). <<
[144] No siento más dicha que la de aprender. (Petrarca, Trionfo d’amore, I, 21). <<
[145] Esta exhortación de vieja data estaba cincelada como inscripción en el templo de Apolo en Delfos. Sobre su significación cultural se discute aún hoy. Como quintaesencia de la sabiduría de la vida y consejo para alcanzar la felicidad fue atribuida a uno de los Siete Sabios. Sócrates la convirtió en piedra angular de la filosofía —es decir, del «amor a la sabiduría»— y como tal fue legada, en una secuencia histórica casi ininterrumpida, a la posteridad. <<
[146] Pero por mucho que nos haya ofendido, queremos dejarlo así / y, por mucho que nos cueste, queremos apaciguar la ira de nuestro corazón. (Homero, Ilíada, XVII, 112-113). <<
[147] Eso sólo está en el regazo de los dioses. (Homero, Ilíada, XVII, 514; Odisea, I, 267). <<
[148] Séneca, Epistulae, 101, 10. <<
[149] Comienzo del poema de Goethe Vanitas! Vanitatum vanitas! [«¡Vanidad! ¡Vanidad de vanidades!»], que constituye una variación del himno religioso de Johannes Pappus (1549-1610): Ich hab’ mein’ Sach’ Gott heimgestellt [«he encomendado mis asuntos a Dios»]. Max Stirner lo convirtió después en epígrafe de su obra Der Einzige und sein Eigentum (1844), aunque probablemente Schopenhauer no llegó a tener conocimiento de ello. <<
[150] Se refiere a las ediciones de clásicos griegos y romanos publicadas a partir de 1779 en la ciudad de Zweibrücken (Bipontium). <<
[151] Cicerón, Paradoxa, I, 1, 18 (en realidad: omnia mecum porto mea); también Séneca, Epistulae, 9, 18. <<
[152] Aristóteles, Ethica Eudemia, VII, 2, 1238a12. <<
[153] Así como nuestro cuerpo está cubierto de vestimentas, así nuestro espíritu está cubierto de mentiras. Nuestras palabras y acciones, todo nuestro ser, son mentirosos; y sólo descubriendo este velo se pueden adivinar algunas veces nuestros verdaderos pensamientos, como se adivina a través de la ropa la forma del cuerpo. [N. del A.]. <<
[154] Cicerón, Paradoxa, II, 17. <<
[155] Es sabido que los males son más llevaderos cuando son soportados en compañía: y entre dichos males los hombres suelen incluir al aburrimiento; no es extraño, pues, que se reúnan para aburrirse juntos. Así como el amor a la vida es en el fondo una especie de temor a la muerte, así también el impulso de sociabilidad no es directo en los hombres, es decir, no está basado en el amor a la sociedad, sino en un temor a la soledad, en tanto que no se busca la grata presencia del otro, sino que se evita el hastío y la depresión de estar solo, así como la monotonía de la propia consciencia; para escapar de la cual la gente se aficiona a las malas compañías y soporta las molestias e imposiciones que son su inexorable secuela. Si, por otro lado, la antipatía contra todo esto logra salir victoriosa y el individuo, consiguientemente, acostumbrarse a la soledad y endurecerse contra su impresión inmediata, de modo que esta deje de tener los efectos arriba señalados, entonces ese individuo podrá, en adelante, sentirse cómodamente en soledad, sin añorar la compañía de los otros; precisamente porque el deseo de estar acompañado no es directo, y el individuo, además, se habrá habituado a las cualidades benéficas de la soledad. [N. del A.]. <<
[156] Séneca, Epistulae, 9, 22. <<
[157] La fábula de Schopenhauer (Parerga und Paralipomena, tomo II, cap. 31, § 400): «Un grupo de puercoespines se apiñaron densamente un frío día de invierno para obtener calor unos de otros y salvarse así de morir congelados. Muy pronto, sin embargo, sintieron las púas recíprocas, lo que los obligó a separarse de nuevo. Cada vez que la necesidad de calentarse los reunía, volvía a presentarse aquel otro inconveniente, por lo que siempre se veían impulsados a uno u otro tipo de sufrimiento, hasta que finalmente encontraron una moderada distancia entre ellos que les permitió sobrellevar su situación de la mejor manera posible. Así, la necesidad de vivir en sociedad, nacida del vacío y de la monotonía del interior de cada uno, atrae a los seres humanos entre sí; pero sus numerosos rasgos desagradables y errores insoportables vuelven a separarlos. La distancia intermedia, que terminan por hallar y hace posible su convivencia, está representada por la amabilidad y las buenas costumbres. A quien no guarda esa distancia se le reclama en Inglaterra: keep your distance! Es cierto que esa distancia satisface sólo a medias la necesidad de obtener calor recíproco, pero a cambio evita que se sienta el dolor de las púas. Quien disponga, sin embargo, de suficiente calor interno propio hará bien en mantenerse alejado de la sociedad, para así no molestar ni ser molestado». <<
[158] Jean de La Bruyère, Les caractères ou Les mœurs de ce siècle, en Œuvres complètes, ed. de Jules Benda, Bibliothèque de la Pléiade, París 1951, p. 323. <<
[159] Jacques-Henri Bernardin de Saint Pierre. <<
[160] Voltaire, Lettre à Monsieur le Cardinal de Bernis, 21.6.1762. <<
[161] La vida solitaria busqué siempre / (lo saben las orillas, los campos y los bosques) / para huir de estos ingenios torcidos y necios, / que el camino del cielo han extraviado. (Petrarca, Sonetti, 259. En el original, sordi [sordos] en lugar de storti [torcidos]). <<
[162] En ese mismo sentido, dice Saadi en el Guslistán (véase la trad. de V. Graf, p. 65): «A partir de ese momento, nos despedimos de la sociedad y emprendimos la senda del recogimiento: pues la seguridad mora en la soledad». [N. del A.] (Nicolas Chamfort, Maximes et pensées, cap. IV). <<
[163] Herodes es el enemigo; José la sensatez, / a este, Dios le revela el peligro en sueños (en su espíritu). / El mundo es Belén, Egipto la soledad, / ¡Huye, alma mía! ¡Huye, si no quieres morir de pena! (Angelus Silesius, Der Cherubinische Wandersmann, III, 241). <<
[164] Giordano Bruno, Opere, ed. de A. Wagner, Leipzig 1830, vol. II, p. 408; la cita de la Biblia según la Vulgata: Salmo 54, 8. <<
[165] Die Prometheus… geformet hatte: Según Juvenal, Saturae, 14, 34. <<
[166] La soledad es necesaria, con tal de que no sea vulgar: / así, no importa donde estés, estarás en un desierto. (Angelus Silesius, Der Cherubinische Wandersmann, II, 117). <<
[167] Deja de regodearte en tu pena, / que como un buitre devora tu vida: / hasta la peor compañía te hace sentir / que no eres más que un hombre entre otros hombres. (Goethe, Fausto I, 1635-1638). <<
[168] Horacio, Epistulae, I, 2, 40. En su Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, Kant traduce esta sentencia como «Ten el valor de valerte de tu propia razón», Akademie-Ausgabe, vol. VIII, p. 35. <<
[169] Tipo de escuela en la que los más avanzados enseñaban a los menos avanzados. <<
[170] Horacio, Carmina, II, 16, 27-28. <<
[171] Comedia de Leandro Fernández de Moratín, 1792. <<
[172] La envidia de los hombres indica cuán desdichados se sienten; su atención constante a lo que hacen o dejan de hacer los demás, cuánto se aburren. [N. del A.]. <<
[173] Séneca, De ira, III, 30, 3. <<
[174] Séneca, Epistulae, 15, 11. <<
[175] Salustio, Catilina, 21, 1. <<
[176] Proverbial. <<
[177] El enemigo de sí mismo, comedia de Terencio, que sigue un modelo de Menandro. <<
[178] Menandro, Monostichi, 422; cf. Platón, Euthydemus, 258 d. <<
[179] Aprovecha tu buen estado de ánimo, / pues se presenta muy raramente. (Goethe, Generalbeichte). <<
[180] Juvenal, Saturae, 8, 84. <<
[181] Séneca, Epistulae, 37, 4. <<
[182] Regla fundamental de Epicteto, según Aulo Gelio, Noctes Atticae, XVII, 19, 6. <<
[183] En todo lo que hagas lee y pregunta a los sabios: / procura pasar la vida dulcemente, / sin que el deseo o la codicia te atormenten, / o el temor o la expectativa de cosas poco útiles. (Horacio, Epistulae, I, 18, 95-99). <<
[184] Aristóteles, De anima, I, 2, 403b25. <<
[185] Un tipo de juego de pelota. <<
[186] Expresión procedente de Plinius Secundus, Naturalis Historia, XXIII, 8, 149. <<
[187] Los pasajes de El mundo como voluntad y como representación: tomo II, p. 217 (3.a ed. 239): «De ahí que todo trabajo espiritual exija pausas y descanso: de lo contrario, resultarán la esterilidad y la incompetencia; al principio, es cierto, sólo pasajeras. Pero si este descanso se le deniega continuamente al intelecto, este entra en un estado de sobreexcitación permanente; y el resultado es una permanente esterilización del mismo, que en la vejez puede convertirse en una incapacitación total, un infantilismo, en estupidez o locura». Tomo II, p. 247 (3.a ed. 275 s.): «Pues cuanto más plenamente despierto se está, es decir, cuanto más clara y despierta es la consciencia de uno, tanto más necesita el sueño, es decir, tanto más profundo y largo tiene que ser este. El pensar mucho o hacerlo de manera muy intensa incrementa, por lo tanto, la necesidad de dormir […] Esto no debe, sin embargo, inducirnos a prolongar el sueño más de lo debido, porque entonces perderá en intensión, es decir, en profundidad y consistencia, lo que gane en extensión; con lo cual terminará convirtiéndose en pérdida de tiempo». <<
[188] El sueño es una porción de muerte, que obtenemos en préstamo por anticipado y a cambio de la cual recibimos y renovamos la vida que hemos agotado a lo largo del día. Le sommeil est un emprunt fait à la mort[188.1]. El sueño toma prestado de la muerte para conservar la vida. O bien, es el interés pagado provisionalmente a la muerte, la cual constituye a su vez la amortización completa del capital. Esta se posterga tanto más cuanto más numeroso y regular sea el pago de intereses. [N. del A.]. <<
[188.1] El sueño es un préstamo que pedimos a la muerte. <<
[189] Sobre las relaciones entre la naturaleza y la moral del hombre. <<
[190] Es muß… geben: Goethe, Fausto I, 3483, escena del Jardín de Marta. <<
[191] Con más de uno conviene pensar: «como no lo puedo cambiar, voy a utilizarlo». [N. del A.]. <<
[192] Leben und leben lassen: Schiller, Wallensteins Lager, escena 6. <<
[193] Transmigración de las almas. <<
[194] Cámara fotográfica. <<
[195] Literalmente: hacerse vulgar. <<
[196] François de la Rochefoucault, Réflexions ou Sentences et maximes morales, edición de 1678, Nr. 296, en Œuvres complètes, Bibliotèque de la Pléiade, París 1964, p. 443. <<
[197] Helvétius, De l’esprit, II, cap. 10, Nota. <<
[198] Séneca, Epistulae, 52. <<
[199] Si en los hombres, tal y como son en su mayoría, preponderase el bien sobre el mal, sería más aconsejable confiar en su justicia, equidad, gratitud, fidelidad, amor y compasión que en su temor; pero como ocurre con ellos lo contrario, también lo contrario es lo más aconsejable. [N. del A.]. <<
[200] Objeción formalizada contra una emisión de bonos por la inseguridad de su valor. <<
[201] Libre según el artículo Guerre, en Voltaire, Dictionnaire philosophique, y según el capítulo sobre el derecho de guerra en L’ A, B, C. <<
[202] Aunque expulses la naturaleza con la azada, esta siempre regresa. (Horacio, Epistulae, I, 10, 24). <<
[203] Frase de Napoleón en la obra, previamente atribuida a Madame de Stäel y a Benjamin Constant, de Jacob Frédéric Lullin de Chateauvieux, Manuscrit venu de St. Hélène d’une manière inconnue, Londres 1817, p. 52. <<
[204] Séneca, De clementia, I, 1, 6. <<
[205] Horacio, Ars poetica, 11. <<
[206] La Rochefoucault, Réflexions ou Sentences et maximes morales, edición de 1665, Nr. 99, en Œuvres complètes, Bibliothèque de la Pléiade, París 1964, p. 490 = Maximes supprimées, Nr. 583. <<
[207] El presente es un dios poderoso. (Goethe, Tasso, IV, 4, hacia la mitad). <<
[208] Entimema: razonamiento retórico abreviado, en el que a efectos de sencillez y persuasión de un público lego amplio se presupone como conocida una de las premisas y se omite: «Está enfermo, pues tiene fiebre». El razonamiento completo sería: «Primera premisa: Todo el que tiene fiebre está enfermo. Segunda premisa: Él tiene fiebre. Conclusión: Por lo tanto, él está enfermo». Otros ejemplos pueden hallarse en Aristóteles (Retórica, I, 2, 1357b11-19): «Ella ha dado a luz, pues tiene leche». «Él tiene fiebre, pues respira apresuradamente». <<
[209] De Lindor, un relato de Merck: «Tenía talentos con que la naturaleza lo había dotado y que él había desarrollado adquiriendo conocimientos, los cuales le permitían dejar muy atrás a los respetables asistentes en la mayoría de las reuniones. Si bien el público, cuando es deslumbrado por un hombre extraordinario, se traga sus virtudes sin desmerecerlas de inmediato por medio de alguna interpretación maliciosa; la intervención de este deja en el ambiente cierta impresión que, si es repetida a menudo, puede tener consecuencias desagradables para su autor cuando se presentan situaciones serias. Sin que cada uno tenga que anotar de manera consciente que se molestó en aquella ocasión, no le desagradaría interponerse silenciosamente en caso de que aquella persona fuese a ser promovida». <<
[210] El pasaje procedente de El mundo como voluntad y como representación, 3.a ed., tomo II, p. 256: el «Dr. Johnson nos asegura: “Nada hay que irrite tanto a la mayoría de la gente como la habilidad de un hombre para hablar con brillantez. Aunque los demás parecieran alegrarse por el momento, su envidia hace que lo maldigan en sus corazones”». <<
[211] Baltasar Gracián, Oráculo manual, número 240. <<
[212] La voluntad, podemos decir, es algo que el hombre se ha dado a sí mismo: pues ella es él mismo; mientras que el intelecto es una dotación que este ha recibido del cielo, es decir, del destino eterno y misterioso y de su necesidad, de los que su madre fue un mero instrumento. [N. del A.]. <<
[213] Para llegar lejos en el mundo el medio principal son las amistades y las camaraderías. Pero sólo las grandes cualidades son capaces de hacer que alguien se sienta orgulloso, por lo que son poco apropiadas para halagar a aquellos que las tienen menguadas, ante quienes aquellas, en consecuencia, han de disimularse y desmentirse. La consciencia de estar poco dotado tiene el efecto contrario: es perfectamente compatible con la sumisión, la afabilidad, el deseo de complacer y el respeto hacia el malo, y, en consecuencia, proporciona amigos y padrinos.
Lo dicho es válido no sólo para los cargos públicos, sino también para los puestos honoríficos, las dignidades e incluso la fama en el mundo de la cultura; de ahí que, por ejemplo, en las academias la bendita mediocridad sea lo más valorado, y que la gente de méritos ingrese a ellas tarde, si es que lo hace, y lo mismo sucede en todos los demás ámbitos. [N. del A.]. <<
[214] El pasaje de Los dos problemas fundamentales de la ética, p. 201 (2.a ed. 198): «La amabilidad no es otra cosa que la renuncia convencional y sistemática al egoísmo en los detalles del trato cotidiano y es, por supuesto, hipocresía patente; y, sin embargo, se la estimula y alaba; pues lo que esconde, el egoísmo, es tan desagradable, que se prefiere no verlo, aunque se sabe que está ahí: de manera parecida a como uno desea que los objetos repulsivos sean al menos cubiertos por un velo». <<
[215] Bacon de Verulamio, De augmentis scientiarum, Leiden 1645, libro VIII, cap. 2, p. 644. <<
[216] Sentencia del Sepher Mibchar Hapheninim. Schopenhauer lo traduce a partir del libro de Joannes Conradus Orelli, Opuscula Graecorum veterum, sententiosa et moralia, 2 vols., Leipzig 1819-1821, vol. II, p. 494 = Arab. Vet. Sent. 159: arbor silentii fructus pacis. <<
[217] Alusión a la doctrina de Ión de Quíos, frag. 1 (Diels-Kranz 45 B 1). Schopenhauer conocía el fragmento posiblemente a partir de la obra de E. S. Koepke, De Ionis Chii poetae vita et fragmentis, Berlín 1836. <<
[218] En español en el original. <<
[219] Labyrintisch irren Lauf: Goethe, Fausto I, 14, Apropiación. <<
[220] Terencio, Adelphi, IV, 7, v. 739-741. <<
[221] Cierto juego de mesa. <<
[222] Eines schickt sich nicht für Alle: el poema de Goethe Beherzigung. <<
[223] Cf. Baltasar Gracián, Oráculo manual, número 96. <<
[224] El azar tiene en todos los asuntos humanos un ámbito de influencia tan grande, que cuando nos sacrificamos para conjurar un peligro aún lejano sucede a menudo que ese peligro desaparece debido a un giro imprevisto de la situación, con lo que luego resulta no sólo que los sacrificios realizados fueron en vano, sino que lo perjudicial viene a ser precisamente el nuevo estado de cosas provocado por lo que hicimos. De ahí que en nuestras previsiones no debamos apuntar demasiado lejos hacia el futuro, sino tomar en cuenta el azar y afrontar con gallardía algunos peligros, confiando en que pasarán de largo como si fueran una nube gris. [N. del A.]. <<
[225] El texto de El mundo como voluntad y representación, I, p. 90 (3.a ed. 94): «Mi opinión es […] que todo error consiste en un razonamiento que va desde la conclusión hacia el fundamento, razonamiento que ciertamente se mantiene allí donde uno sabe que la conclusión tiene ese fundamento y que no puede tener ningún otro; pero que no lo hace los demás casos». <<
[226] He sentido tantos embates de alegría y amargura, que ya soy inmune a sus encantos. (Schopenhauer da, en una nota, su versión alemana de estas líneas). <<
[227] Probablemente tomado de Séneca. <<
[228] James Beresford, The Miseries of Human Life, 2 vols. Londres 1806-1807. <<
[229] Este proverbio probablemente lo tomó Schopenhauer de los Adagia de Erasmo, una famosa antología de proverbios y expresiones de la antigüedad. La explicación que en esa obra se da del mismo reza así: «Se remonta a una fábula que nos transmite Esopo [La pulga y el atleta, Esopo 356]: Un hombre al que le dolía mucho la picada de una pulga en el pie se agachó e invocó el nombre del “protector” Hércules; y cuando la pulga escapó de un brinco, prorrumpió en maldiciones contra Hércules; si este había denegado en un peligro tan insignificante la ayuda solicitada, era muy improbable que la prestara cuando se presentase una urgencia mayor» (Erasmo, Adagia, III, 4, 4). La fábula es recogida de nuevo por La Fontaine (Fables, VIII, 5: L’Homme et la Puce), al que también leyó Schopenhauer. <<
[230] El pasaje de El mundo como voluntad y representación, tomo I, pp. 245 s. (3.ª ed. 361): «Pues con las circunstancias internas sucede lo mismo que con las externas, a saber, que no existe mayor consuelo que la certeza completa de su irremisible necesidad. No nos aflige tanto el mal que nos aqueja cuanto el pensar en las cosas que habrían podido evitar que sucediera; por lo que ningún remedio es tan efectivo para tranquilizarnos como el considerar desde el punto de vista de la necesidad lo sucedido, necesidad que representa todas las coincidencias como instrumentos de un destino todopoderoso, permitiéndonos por lo tanto reconocer el mal acaecido como consecuencia inevitable del conflicto entre circunstancias externas e internas; o sea, el fatalismo». <<
[231] Homero, Ilíada XXIII, 313-325. Néstor habla a su hijo Antíloco: «Ea, tú, hijo querido, mete en tu ánimo ingenio de todo tipo, / si no quieres que te desborden y se te escapen los premios. / Con la maña, sábelo bien, gana más el leñador que con la fuerza; / con la maña también el piloto en el vinoso ponto / endereza la veloz nave, batida por los vientos; / y con la maña un auriga supera a otro auriga. / Pero el que, nado en los caballos y en el carro, / con descuido toma el giro muy abierto aquí y allá, / sus caballos yerran por la pista y no logra dominarlos. / Mas el que conoce sus recursos, aunque guíe caballos mediocres, / toma el giro cerca sin dejar de mirar la meta y no olvida / cómo tensar al principio las riendas con sus bovinas correas, / sino que las mantiene con firmeza y acecha al que le precede». (Traducción de Emilio Crespo Güemes. Homero: Ilíada. Madrid: Gredos, 1991). <<
[232] Voltaire, Œuvres complètes, ed. de A.-J.-Q. Beuchot, 72 vols., París 1831-1841, vol. LIX, p. 525. <<
[233] Tú no cedas al mal, sino sal a su encuentro con tanta mayor audacia. (Virgilio, Eneida, VI, 95; cf. Séneca, Epistulae, 82). <<
[234] Si el mundo se desmoronara / las ruinas aún encontrarían a un impávido. (Horacio, Carmina, III, 3, 7-8). <<
[235] Vivid por lo tanto como valientes / y oponed el pecho osado a la adversidad. (Horacio, Saturae, II, 2, 135-136). <<
[236] Pues la naturaleza de las cosas ha provisto a todos los seres vivos de temor y miedo para que puedan conservar su vida y su esencia, y para que puedan evitar y rechazar los males que se presenten. Y sin embargo, esa misma naturaleza no ha sabido guardar la medida: pues entre los miedos saludables mezcla siempre otros que son vanos y superfluos; por lo que todas las cosas (concebidas desde su interior), pero especialmente las humanas, están repletas de miedo pánico. (Baco de Verulamio, De sapientia veterum, cap. 6). <<
[237] Quien no tiene el espíritu propio de su edad, / de su edad tiene todas las desdichas. (Voltaire, Stances à Madame du Châtelet, 1741, estrofa III, vv. 3-4, en Œuvres complètes, ed. de A.-J.-Q. Beuchot, 72 vols., París 1831-1841, vol. XI, p. 12). <<
[238] El pasaje de El mundo como voluntad y representación, tomo II, cap. 31, pp. 394 s. (3.a ed. 449 s.): «En la infancia, como en el genio, el sistema cerebral y nervioso es, por cierto, lo dominante: pues el desarrollo de este se adelanta mucho al del resto del organismo; por lo que ya a la edad de siete años el cerebro ha alcanzado su máxima extensión y masa. […] Lo último que se desarrolla, en cambio, es el sistema sexual, y sólo al comenzar la edad adulta alcanzan su plena vigencia la irritabilidad, la reproducción y actividad sexual, que entonces, normalmente, pasan a dominar sobre la actividad cerebral. Ello explica que los niños, en general, sean tan listos, razonables, curiosos y rápidos para el aprendizaje, e incluso mucho más dispuestos y capacitados para todo tipo de ocupación teórica que los adultos: a raíz del susodicho proceso de desarrollo poseen más intelecto que voluntad, es decir, que inclinación, deseos y pasiones. Pues intelecto y cerebro forman una unidad, y también el sistema sexual forma una unidad con el más intenso de los deseos: por lo cual he denominado al mismo como el punto focal de la voluntad». <<
[239] Spinoza, Ethica, pars V, propositio XXIX. <<
[240] El pasaje de El mundo como voluntad y representación, tomo II, p. 372 s. (3.a ed. 422 s.): «En el sentido aquí señalado se le puede atribuir a cada hombre una existencia doble. Como voluntad y, por lo tanto, como individuo, cada hombre es uno solo, y precisamente el uno que lo mantiene todo el tiempo ocupado y pasando trabajos. Pero como lo que ejerce la actividad representacional puramente objetiva es el sujeto del conocimiento, cuya consciencia es la única sede posible del mundo objetivo, como consciencia, el hombre es todas las cosas, en cuanto que las contempla, y en esa consciencia ellas pueden existir sin ser una carga o una molestia. El ser de ellas es su propio ser, en tanto existe en su representación: pero allí se encuentra privado de voluntad. En cambio, cuando tiene voluntad, ya no está en él. Está en cada hombre, sin embargo, cuando este se halla en ese estado en que es todas las cosas; y ¡pobre de aquel que sólo sea una!». <<
[241] Das Arkadien… geboren sind: véase arriba, nota 139. <<
[242] Ambos pasajes de El mundo como voluntad y representación, tomo II, p. 374 (3.a ed. 428): «“Detrás de aquella roca descollante tendría que aguardar la multitud de mis amigos en sus caballos, junto a aquella caída de agua, descansar mi amada, esta casa bien iluminada, ser su morada y aquella ventana cubierta de yedra, su mirador; pero, en cambio, ¡todo este mundo hermoso está desierto para mí!”, etc. Este tipo de melancólicos ensueños juveniles presuponen en el fondo algo realmente contradictorio. Pues la belleza con que tales objetos aparecen se basa justamente en la objetividad pura, es decir, en la carencia de interés con que se los representa, y, por lo tanto, desaparecería si se la pusiera en relación, como quiere el joven, con la propia voluntad, y por consiguiente dejaría de estar presente todo el encanto que ahora le proporciona ese gozo, un gozo que, por lo demás, no está exento de una cierta dosis de dolor». Tomo II, p. 427 (3.a ed. 486): «A través a aquella tendencia poética de la juventud es muy fácil que se arruine el sentido para la realidad. Pues la poesía se distingue de esta última en que en ella la vida es interesante y, sin embargo, pasa frente a nosotros sin causarnos dolor; en cambio, esa misma vida en la realidad, mientras es indolora, carece de interés, y si se torna interesante, no permanece sin dolor». <<
[243] En la vejez se evitan mejor las desgracias; en la juventud, se soportan
mejor. [N. del A.]. <<
[244] El pasaje en la Crítica del juicio, de Kant, § 29: «Sin embargo, hay una (muy impropiamente llamada) misantropía, cuyas raíces suelen encontrarse, con la edad, en el espíritu de muchos hombres que piensan bien, que, en lo que se refiere a la benevolencia, es bastante filantrópica, pero que se aparta mucho, a causa de una larga y triste experiencia, de la satisfacción en los hombres […] Falsedad, ingratitud, injusticia, lo pueril de los fines que nosotros mismos tenemos por importantes y grandes, y en cuya persecución los hombres mismos se hacen unos a otros todo el mal imaginable, están tan en contradicción con la idea de lo que pudieran ser los hombres, si quisieran, y se oponen tanto al vivo anhelo de verlos mejores que, para no odiarlos, ya que amarlos no se puede, el renunciar a todas las alegrías de la sociedad parece no ser más que un pequeño sacrificio. Esa tristeza, no sobre el mal que el destino dispone para otros hombres (cuya causa es la simpatía), sino sobre el que ellos mismos se ocasionan (que descansa en la antipatía de principios), es sublime, porque descansa en ideas, mientras que la primera, en todo caso, sólo puede valer como bella». (Traducción de Manuel García Morente. Manuel Kant: Crítica del juicio. Madrid: Austral, 1914). <<
[245] Apogeo, punto culminante. <<
[246] Eclesiastés. <<
[247] Horacio, Epistulae, I, 6, 1. La sentencia es la traducción al latín de la máxima griega (μηδὲν θανμάζειν, que Pitágoras, según Plutarco (De recta ratione audiendi, 13), habría colocado como fin del filosofar. Cf. asimismo Aristóteles, Ethica Nicomachea, IV, 3, 1125a2-3; Stoicorum veterum fragmenta, III, 642; Cicerón, Tusculanae disputationes, III, 14, 30. <<
[248] El pasaje de Horacio (Epistulae, I, 12, comienzo): «Si los frutos sicilianos de Agripa, que tú, Iccio, administras, los disfrutas rectamente, no puede mayor abundancia serte regalada por Júpiter. Deja de quejarte; que no es pobre a quien basta el uso de las cosas. Si tu vientre está bien y tus pulmones y tus pies, nada más podrán añadir ya las riquezas de los reyes». (Traducción de Horacio Silvestre. Horacio: Sátiras. Epístolas. Arte poética. Madrid: Ediciones Cátedra, 2000). <<
[249] Supuestamente Aulo Cornelio Celso, De medicina. <<
[250] Lit.: cabeza muerta; el residuo. <<
[251] El pasaje de El mundo como voluntad y representación, tomo II, p. 470 (3.a ed. 534): «Y, finalmente, la muerte realmente natural, la muerte debida a la edad, la eutanasia, hace como si uno desapareciera y se alejara gradualmente de la vida, de forma imperceptible. Poco a poco se van apagando las pasiones y los deseos en la vejez, junto con la sensibilidad hacia los objetos; los afectos ya no encuentran estímulo alguno: pues la imaginación se hace cada vez más débil, sus imágenes, más apagadas, las impresiones ya no perduran, pasan de largo sin dejar huella, los días ruedan cada vez más rápido, los acontecimientos pierden su significación, todo palidece. El hombre de avanzada edad se mueve con dificultad por los alrededores, o descansa en un rincón, sólo una sombra y un fantasma de lo que otrora fue. ¿Qué le queda a la muerte por destruir? Un día, una de las siestas se convierte en la última, y sus sueños son… son esos por los que ya Hamlet inquiere en su famoso monólogo. Creo que son los mismos que estamos soñando en este momento». <<
[252] [Variante:] En el Antiguo Testamento (Salmo 90, 10) la edad del hombre se establece en 70 años, y a lo sumo en 80, y, lo que es aún más llamativo, Heródoto (I, 32 y III, 22) dice lo mismo. Pero es falso que sea así, y se trata únicamente de una interpretación tosca y superficial de la experiencia cotidiana. Pues supongamos que la duración natural de la vida estuviera situada entre los 70 y los 80 años; entonces las personas que muriesen a esa edad deberían morir de viejas; pero, al igual que los jóvenes, suelen morir de enfermedades; ahora bien, sucede que la enfermedad es básicamente una anomalía, por lo que no puede constituir un desenlace natural. Apenas entre los 90 y los 100 años se mueren los hombres sin estar enfermos, sin agonías ni jadeos, sin convulsiones y a veces sin palidecer, y en estos casos, casi siempre de viejos; a lo cual se denomina eutanasia. De ahí que tengan razón los Upanishads cuando fijan la duración natural de la vida en cien años. [N. del A.]. <<
[253] Pues incluso si se viviera mucho tiempo, nunca se dispondría en realidad sino de un presente indivisible: y en cuanto a la memoria, cada día que pasa es más lo que pierde por olvido que lo que gana en recuerdos. [N. del A.]. <<
[254] Los aproximadamente 60 asteroides descubiertos desde entonces son una novedad que me trae sin cuidado. Por lo tanto, haré con ellos lo que con los catedráticos de filosofía: ignorarlos por completo; pues no encajan en mis propósitos. [N. del A.]. <<
[255] Muchos ancianos dan la impresión de estar muertos; / son torpes, lentos, pesados y lívidos como el plomo. <<
[a] Con el fin de facilitar la lectura y aprovechar al máximo las posibilidades del formato digital, todo el contenido de dicho apartado de «Notas y fuentes» se ha integrado en el texto principal, creando nuevas anotaciones o ampliando las ya existentes. (Nota del editor digital). <<