5. Base Himno

La naturaleza aborrece el vacío, y la naturaleza humana odia la falta de información. Si no podemos encontrarla, vamos en su busca. En algunos casos, nos limitamos a inventarla.

Ése era el caso del sistema de Sara. Deliberadamente ignorantes, nos adentramos en el interior buscando respuestas… respuestas que no tardamos en descubrir que no queríamos encontrar.

Fuimos unos estúpidos al asumir que estaríamos a salvo. Fuimos unos estúpidos por partir con tanta precipitación. Fuimos unos estúpidos por ir desarmados. Fuimos unos estúpidos por pensar que sabíamos dónde nos estábamos metiendo.

Lo más estúpido de todo fue asumir que los protoss eran la primera raza alienígena que había conocido la humanidad.

EL MANIFIESTO DE LIBERTY

No fue fácil disuadir a la teniente Swallow para que se desviara hacia la Base Himno. Mike le contó lo que había descubierto en el campamento por boca de los refugiados, expuesto en términos neutrales para no enervarla aún más.

Aún así, Kerrigan había sacado a la soldado de sus casillas, y ahora Swallow conducía sumida en un intenso silencio por las carreteras secundarias al otro lado del campamento. La ampolla de estimulantes le había ayudado a controlar su ira, pero no la había eliminado por completo.

Una cresta de humo se levantaba a su paso. Michael Liberty estaba seguro de que los habitantes de Himno podían ver cómo se acercaban.

Sin embargo, cuando llegaron, la ciudad estaba vacía.

—Parece que han sido evacuados —dijo Mike, mientras se bajaba del vehículo.

La teniente Swallow se limitó a gruñir y se dirigió a la parte trasera del todoterreno. Tras abrir un compartimento, extrajo un rifle gauss.

—¿Quiere uno, señor?

Mike negó con la cabeza.

—¿Una pistola, al menos?

Volvió a sacudir la cabeza y se encaminó hacia el edificio más próximo.

Aquella era una población minera, nada más que cerca de una docena de hogares construidos con la madera autóctona y edificios prefabricados. Se había convertido en una ciudad fantasma. Ni ganado, ni perros, ni siquiera aves.

«Entonces», se preguntó Mike, «¿por qué tenía la sensación de que lo observaban?».

El primer edificio era una oficina de concesiones. Suelo de madera, viviendas en la parte de atrás. Parecía que sus ocupantes lo hubieran abandonado sin más. Todavía había algunos cristales azules en los platillos de una balanza sobre un mostrador.

Entró. Swallow se quedó en la puerta, con la desproporcionada arma en ristre. En el aire flotaba un olor punzante.

—Se han marchado. Deberíamos seguir su ejemplo.

Mike cogió la jarra de una cafetera. El líquido había hervido hasta convertirse en un limo sólido, y el recipiente todavía desprendía calor.

—Esto está encendido. —Desenchufó el aparato.

—Se fueron apresuradamente, señor —dijo Swallow. Una nota de nerviosismo asomaba a su voz—. Usted mismo dijo que los evacuados se quejaban de que se los hubieran llevado con tanta urgencia.

Mike se colocó detrás del mostrador y abrió uno de los cajones.

—Todavía hay dinero en la caja registradora. Me cuesta creer que un ensayador se dejara atrás su dinero. O que los marines no le dieran la oportunidad de recuperarlo. Qué extraño. —Se metió en la trastienda.

Swallow lo llamó a voces y reapareció.

—Aquí vivía alguien. Parece que hubo una pelea.

—Resistencia a la evacuación —dictaminó Swallow, traspasando a Mike con la mirada—. Probablemente lo sacaron a rastras sin que pudiera ni cerrar la tienda.

Mike asintió con la cabeza.

—Vamos a comprobar los demás edificios. Tú coge una acera. Yo la otra.

La teniente Swallow inspiró con fuerza.

—Como usted desee, señor, pero quédese en el umbral, donde pueda verle.

Mike cruzó la calle para acercarse a la hilera opuesta de edificios. Se levantó una brisa fría y los arbustos rodantes corrieron por la calle principal de Himno. No se veía ni rastro de animales ni de seres humanos.

«Entonces», se preguntó Mike, «¿por qué se le erizaba el vello sobre la nuca?».

Había un par de residencias al otro lado de la calle, frente a la oficina de concesiones. Al igual que el despacho del ensayador, parecía que las acabaran de abandonar. Una pantalla de vídeo seguía encendida en una de ellas, parpadeando sin sonido mientras retransmitía con problemas un reportaje informativo. Imágenes de archivo de un crucero de batalla, identificado como el Norad II, surcando el espacio sin esfuerzo.

Había una lata de cerveza derramada junto a la butaca enfrente del vídeo. A su pesar, Mike se puso a buscar por si alguien se había dejado atrás algún cigarrillo. No hubo suerte.

El tercer edificio era un supermercado, con todo el aspecto de haber sido saqueado. Habían volcado las cajas y los productos de las baldas estaban desperdigados por el suelo. Detrás de la caja registradora habían roto el panel de cristal de la armería. Las pistolas habían desaparecido.

Michael pensó que tal vez era aquello lo que Sarah Kerrigan quería que descubriera. Los indicios de una lucha armada. ¿Contra la evacuación de la Confederación? ¿O contra los protoss?

Miró por encima del hombro y vio a Swallow que cruzaba hasta una taberna de dos pisos en su lado de la calle. Él entró en el supermercado. Pisó algo que emitió un crujido.

Se arrodilló. El suelo estaba cubierto con algún tipo de moho u hongo. Se trataba de una substancia grisácea, de bordes costrosos aunque ligeramente elásticos al tacto. Contenía un diseño en forma de telaraña trazado con bandas más oscuras, casi como arterias.

Allí se había derramado algo, y alguna especie de moho oriundo no había dejado escapar la oportunidad. Muy rápido, pensó… no podía haber ocurrido hacía más de dos días.

El supermercado tenía algo más que ofrecer. Se escuchaba un sonido procedente de la trastienda, el sonido de algo que se deslizaba sobre las tablas del suelo. Se movió una vez, antes de guardar silencio.

¿Un animal salvaje?, se preguntó Mike. ¿Una serpiente? O quizá un refugiado que se hubiese escapado de la evacuación inicial, o que hubiera regresado más tarde. Se adentró otro paso en la estancia, aplastando el hongo bajo sus botas.

Se dio cuenta de repente de que no llevaba un arma encima.

Swallow le gritó desde la otra acera. Mike echó un vistazo a la puerta de la trastienda, antes de mirar a Swallow. Salió de la tienda principal caminando de espaldas y se dirigió hacia el bar. Swallow estaba pegada a la pared al otro lado de la puerta.

—Creo que hay algo en la tienda…

—He encontrado a los habitantes —siseó Swallow. Las venas martilleaban paralelas a las cicatrices de su cuello y retumbaban en sus sienes. Tenía los ojos abiertos de par en par. Estaba aterrorizada, y el miedo estaba erosionando su programa de resocialización. Era evidente que se había inyectado otra dosis de estimulantes; la ampolla vacía yacía sobre las tablas del porche.

Contra su voluntad, Mike se asomó a la puerta del bar.

Lo habían transformado en un matadero. Formas otrora humanas colgaban de los pies sujetos a gruesas cuerdas fijadas al techo. A muchos les habían quitado la ropa y la carne. A otros les habían arrancado los miembros, tres habían sido decapitados. El trío de calaveras se alineaba sobre el mostrador, abiertas para revelar los cerebros. Algo había estado royendo uno de los sesos.

Ante sus ojos, algo parecido a un ciempiés gigantesco se enroscó a uno de los cadáveres. Era como una lombriz enorme, color orín. Estaba devorando la carne.

Mike se encontró sin aliento y deseó tener una ampolla de estimulantes. Avanzó un paso dentro de la estancia.

Sus pies aplastaron el moho crujiente que cubría la habitación. Se dio cuenta de que no estaba solo.

Sintió su presencia antes de verlo. De nuevo aquella sensación de estar siendo observado.

Comenzó a retroceder, a salir de allí. Comenzó a girarse. Comenzó a decirle algo a Swallow.

Algo surgió de detrás de la barra como una exhalación, abalanzándose sobre el umbral con un único e imposible brinco, imparable.

No golpeó a Mike. Algo de mayor tamaño lo apartó de un empellón.

Mike golpeó las tablas del porche con estrépito y se revolvió para ver a la teniente Swallow, que le había empujado, disparando a un perro de gran tamaño en la calle. No, no era un perro. Tenía cuatro patas, pero ahí terminaban las similitudes. Parches de carne de tonos anaranjados carecían de piel, se veían los músculos. Tenía la cabeza adornada por un par de enormes colmillos colgantes.

Estaba gritando bajo la granizada de dardos metálicos disparada por el rifle gauss. Las ráfagas hipersónicas lo acribillaron en una docena de puntos, y se desplomó sobre el polvo cuando Swallow dejó el dedo pegado al gatillo.

—¡Swallow! —gritó Mike—. ¡Está muerto! ¡Teniente Swallow, alto el fuego!

Swallow apartó el dedo del gatillo como si éste fuese una serpiente. Tenía el rostro surcado de sudor, y las comisuras de los labios aparecían moteadas de espuma. Resollaba con fuerza y, en contra de su voluntad, su mano libre tanteó en busca de su cuchillo.

Mike se dio cuenta de que la resocialización de la mujer había llegado a su límite y estaba a punto de perderla.

—Santa María Purísima —musitó Swallow—. ¡Qué es eso!

A Mike no le importaba.

—¡Regresemos al todoterreno! —gritó—. ¡Enviaremos tropas armadas! ¡Vamos!

Dio dos pasos, antes de percatarse de que Swallow seguía en la puerta, observando al ser perruno tendido en la calle.

—¡Teniente! ¡Es una orden, maldita sea! —aulló Mike.

Aquello surtió efecto. Lo bueno de la resocialización era que el sujeto se volvía susceptible a las órdenes, sobre todo si se encontraba bajo los efectos de estimulantes. Swallow había vuelto a recuperar el control de repente y corrió en dirección al todoterreno, adelantando a Mike. Se produjo movimiento en el supermercado mientras corrían. Más seres perros salían por sus puertas. Mike sabía que podían dar unos saltos prodigiosos y que serían capaces de caer sobre sus espaldas mientras huían.

No lo hicieron. En vez de eso, las criaturas esperaron hasta que hubieron llegado cerca del vehículo, momento en el que algo más surgió detrás del jeep.

Para Mike era una serpiente, una cobra que se erguía para atacar. Una serpiente con una cabeza acorazada coronada por un amplio volante de quitina ósea semejante a la de un lagarto prehistórico. Una serpiente con dos brazos que sobresalían de su cuerpo, brazos rematados en guadañas de torvo aspecto.

Guadañas que hendieron el capó del todoterreno, clavándolo al asfalto. La criatura serpiente profirió un siseo de victoria.

Swallow masculló una maldición.

—¡Nos han rodeado!

Mike la cogió de una manga.

—La oficina de concesiones. ¡Sólo tiene una entrada! ¡A por ella!

Salió corriendo en esa dirección, con la soldado pisándole los talones. Tras él oía el sonido de los disparos y los gritos de los seres perros. Swallow corría de espaldas y disparaba al mismo tiempo, cubriendo la retaguardia mientras huían.

Se detuvo en el vano de la puerta de la oficina y escrutó la estancia. No había cambiado nada desde que estuviera allí hacía unos momentos. Corrió hacia el mostrador y encontró una escopeta primitiva. La abrió y vio que tenía un par de postas en la recámara.

Por cierto, que el despacho tenía todo el aspecto de haber sido abandonado a la carrera. O a rastras.

Swallow estaba en el umbral, disparando ráfagas. Se escucharon más gritos inhumanos, luego el silencio.

Mike se asomó al vano para ver una media docena de cuerpos tirados en la calle, todos ellos seres perros. Los animales parecían incluso menos normales que antes, cuajados de pústulas y músculos nudosos en las porciones heridas de sus cuerpos. La pata de uno de ellos seguía estremeciéndose, espasmódica, en medio de un charco de gelatina que bien pudiera ser su sangre.

No se veía ni rastro del ser serpiente con las guadañas. El todoterreno era un cascarón aplastado al final de la calle, oscureciendo la arena con su combustible.

—¿Eran ésos los seres que acabaron con Chau Sara? —Swallow siseó la pregunta, su voz un susurro estrangulado. Sus ojos eran prácticamente orbes de puro blanco.

Mike zangoloteó la cabeza. Los seres que habían visto en el espacio estaban imbuidos de una belleza sobrecogedora. Eran de oro y plata, y se diría que estaban formados de relámpagos y fuerza elemental. Estos seres no eran más que músculo, sangre y locura. Dolía siquiera mirarlos.

—Ah, Dios, ¿dónde está el grande? —preguntó Swallow.

Mike se tragó el polvo y el miedo.

—Tenemos que salir de aquí antes de que se reagrupen.

Swallow se volvió hacia él, con los ojos desorbitados llenos de pánico.

—¿Salir de aquí? ¡Pero si acabamos de llegar!

—Van a reagruparse y a intentarlo de nuevo.

—Son animales —espetó, y la boca de su rifle gauss se alzó ligeramente hacia Mike—. Si le disparamos a unos cuantos, los demás saldrán corriendo.

—No lo creo. Los animales no cuelgan a sus víctimas. No conservan los trofeos.

Swallow emitió un gritito corto, estrangulado, y retrocedió un paso hacia el interior de la oficina.

—No, no digas eso.

—Swallow. Emily, me…

—No digas eso —repitió. Retrocedió otro paso—. No digas que son inteligentes. Porque si lo son, sabrán que estamos atrapados, y sabrán que pueden cogernos cuando les dé la gana. Maldita sea, estamos jod…

Dio otro paso hacia atrás y las tablas cedieron bajo su peso. Profirió un grito sofocado. Soltó el arma cuando se abrió un pozo a sus pies.

Del interior del foso procedía el sonido de un furioso trinar.

Swallow se retorció en el aire y asió las tablas para detener su caída. Los trinos aumentaron su intensidad.

Mike dio un paso adelante, a punto de soltar su propia arma.

—¡Emily, cógete a mi mano!

—¡Sal de aquí, Liberty! —rugió Swallow, con los ojos casi en blanco a causa del miedo. Con la mano libre, cogió su cuchillo de combate—. ¡Dios, están justo debajo de nosotros!

—¡Emily, cógete a mi mano!

—Alguien tiene que regresar —dijo, al tiempo que desenfundaba su cuchillo y lanzaba una estocada contra algo invisible del interior del pozo—. Van a atacar también desde arriba. ¡Date prisa! Regresa al campamento. ¡Avisa a todo el mundo!

—No puedo…

—¡Corre! ¡Es una orden, maldita sea! —Swallow comenzó a bufar cuando los últimos vestigios de su resocialización se quebraron ante el asalto de las criaturas. Profirió un alarido bestial y comenzó a asestar tajos a diestro y siniestro.

Mike se volvió hacia la puerta, donde lo recibió una sombra. Sin pensar, apretó los dos gatillos de la escopeta y se vio salpicado por el icor resultante de la explosión del ser perro.

Empezó a correr. Sin mirar atrás, corrió, tirando la escopeta descargada mientras huía. Hacia el todoterreno. La teniente Swallow había sacado el rifle de un compartimento de la parte de atrás. Le había ofrecido uno. Tenía que seguir allí. Al igual que otras armas.

Estaba a punto de alcanzar su objetivo cuando el suelo entró en erupción debajo del vehículo.

La serpiente de cabeza blindada con brazos como guadañas. Se había quedado a esperarle.

Mike se apartó del camino de la erupción y comenzó a arrastrarse hacia atrás, lejos de la serpiente. Estaba atrapado en los ojos de la criatura, ojos amarillos y luminosos encajados en su caparazón acorazado.

Había inteligencia en aquellos ojos, y hambre. Mas nada que pudiera confundirse con un alma.

La criatura se irguió sobre su cola, alzándose por encima del todoterreno, dispuesta a saltar hacia delante. Mike se cubrió el rostro con un brazo y gritó.

Sus gritos quedaron ahogados por el sonido de un rifle gauss en modo automático.

Mike levantó la cabeza para ver cómo la enorme bestia serpiente se retorcía y se estremecía bajo una lluvia inexorable de proyectiles. Mientras se debatía, una mortífera metralla de aristas de su cuerpo blindado salpimentó los alrededores.

En ese momento, una ráfaga encontró el combustible restante del todoterreno y todo el vehículo saltó por los aires, llevándose consigo a la serpiente. Aulló algo que podría haber sido una maldición o un grito levado a algún dios desconocido.

La explosión aplastó a Mike de espaldas contra el suelo, y el calor de las llamas se estrelló contra la piel expuesta de sus brazos y rostro. Observó la calle. Ni rastro de los perros. Sólo cadáveres.

Oyó un sonido detrás de él y se giró clavado en el sito, todavía en el suelo. Esperaba más seres perros, pero sabía que se equivocaba incluso antes de completar su giro. Era el sonido de unas botas, no de zarpas.

Una figura fornida y de aspecto humano, lo cual era de agradecer, eclipsó la luz del sol. Sus poderosos hombros le ayudaban a cargar con el peso de un lanzagranadas ajustado a una pistolera que pendía baja sobre su cadera. Aturdido, Mike pensó al principio que la sombra pertenecía a otro miembro de la unidad de Swallow, que la teniente había conseguido llamar a los refuerzos cuando se separaron.

Cuando se despejó su visión, Mike reparó en que el desconocido no vestía el uniforme de los marines. Los pantalones eran de ante, raídos por el uso y resistentes. Llevaba puesta una camisa vaquera, pulcra pero descolorida, con las mangas recogidas. El chaleco ligero de combate lo encasillaba como militar. Así como el rifle gauss que empuñaba. Sus botas eran de buena calidad, aunque tan usadas como el resto de su atuendo.

—¿Te encuentras bien, hijo? —La silueta extendió una mano.

Mike la cogió y se puso en pie. Se sentía como si todo él fuera un enorme cardenal, y la voz de la figura sonaba distante y apagada en sus oídos.

—Bien. Vivo —boqueó—. No eres un marine.

Ahora podía ver el rostro de su rescatador. Una cabeza de cabello rubio como la arena y una barba y bigotes pulcramente recortados.

El desconocido disparó un salivazo contra el suelo.

—¿Que no soy un marine? Me lo tomaré como un cumplido. Soy el representante de la ley por estos andurriales… alguacil Jim Raynor.

—Michael Liberty. RNU, Tarsonis.

—¿Periodista? —preguntó Raynor. Mike asintió con la cabeza—. Un poquito lejos de casa, ¿no?

—Vaya. Estábamos corroborando cierta información… Oh, Dios.

—¿Qué?

—¡Swallow! ¡La teniente! ¡La dejé en la oficina de concesiones! —Mike trastabilló en dirección al despacho del ensayador. El agente de la ley lo siguió de cerca, arma en ristre. Una vez enmudecidos los ecos de la explosión, no se apreciaban más señales de los perros.

Mike encontró a la teniente Swallow boca abajo, con medio cuerpo aún en el pozo, una mano aferrada en torno a su cuchillo de combate, la otra crispada y sujeta a una tabla suelta.

El alguacil estudió la estancia.

—Hijo. —La palabra contenía un tono admonitorio.

—Écheme una mano aquí —dijo Mike, cogiendo a Swallow del brazo que sujetaba el cuchillo—. Podemos levantarla y… Oh, Dios.

La teniente Emily Jameson Swallow había dejado de existir de cintura para abajo. Su torso terminaba en hilachos de carne, y unas cuantas vértebras pendían de una médula espinal desgarrada igual que cuentas de un hilo roto.

—Oh, Dios. —Mike soltó el cuerpo, que resbaló dentro del pozo con un enfermizo sonido reptante. A continuación, un topetazo en blando, y el sonido de algo más que se movía allá abajo.

Mike se desplomó de rodillas, se inclinó y vomitó hasta quedarse sin fuerzas. Una segunda vez, y una tercera, hasta que no quedaron más que secas arcadas. La cabeza le daba vueltas, se sentía como si algo le hubiera sorbido toda la sangre del cerebro.

—No es por interrumpir —dijo Raynor—, pero me parece que deberíamos irnos. Creo que lo que hice fue cargarme a uno de sus oficiales. Me ventilé al capitán, ya me entiende. Se están reagrupando. Será mejor que nos vayamos. Tengo una moto afuera. —Se interrumpió por un momento, antes de añadir—: Lamento lo de su amiga.

Mike asintió en silencio. Sintió cómo su estómago hacía un último intento por vaciarse.

—Ya —boqueó, por fin—. Yo también.