El primer contacto con otra raza inteligente, y vuelan por los aires uno de nuestros planetas. Menuda tarjeta de presentación.
Claro que reventar un planeta no es nada nuevo. Los humanos también lo hicimos, y no ha pasado tanto tiempo.
Se había producido una revuelta en el planeta Korhal IV. A sus habitantes se la traía floja todo el vicio y la corrupción que eran el santo y seña de la Confederación. Intentaron rebelarse. Al principio, la Confederación quiso suavizar las tensiones: atraparon a los líderes rebeldes gracias a los asesinos, soldados fantasma equipados con aparatos de camuflaje personalizados. Nadie se sorprendió cuando aquella táctica no consiguió más que el pueblo de Korhal se volviera más furioso y más rebelde. Así que la Confederación adoptó un enfoque más agresivo.
Sacamos a Korhal IV de su órbita con armas nucleares.
Misiles clase Apocalipsis. Como un millar de ellos. Uno de esos idiotas con su pegatina verde apretó un botón en Tarsonis y treinta y cinco millones de personas se convirtieron en nada más que vapor, y sus hogares en nada más que un recuerdo.
Se ofrecieron justificaciones oficiales tras la catástrofe, desde luego, como la naturaleza amenazadora de Korhal, y cómo planeaban hacernos lo mismo a nosotros a las primeras de cambio. Qué pena que las pruebas para demostrar la veracidad de esa acusación estuvieran en un planeta cubierto de cristal ennegrecido.
Creo que eso es lo que asustaba de verdad al ejército cuando Chau Sara fue vaporizado: que ahí fuera hubiese algo igual de loco que nosotros.
Y que se les diera mejor cometer locuras que a nosotros.
EL MANIFIESTO DE LIBERTY
Mike aprovechó el tiempo que estuvo la nave en subtorsión para examinar los archivos informáticos públicos referentes al sistema de Sara. Se trataba del típico sistema limítrofe, la irregular frontera de la creciente esfera de poder de la Confederación.
El sistema había sido descubierto por un explorador antes de las Guerras de los Gremios, la Confederación le había echado el guante tras eclipsar a su rival en ciernes en el espacio, y era (según los archivos de la nave) el hogar de una boyante pareja de mundos colonia. Lo único que distinguía al sistema de Sara de la otra docena de mundos similares era que albergaba a dos mundos en su banda habitable, en vez de a uno solo.
Chau Sara era el de menor tamaño y el más exterior de esos mundos, y poseía la colonia más poblada. Siguiendo la tradición de la Confederación, había comenzado como colonia penal, y un montón de sus (ya desaparecidos) habitantes seguían cumpliendo condena. Mar Sara alojaba a una mezcla más ecléctica de soldados y exploradores, junto a un par de clases religiosas que no comulgaban con los límites tarsonianos de la tolerancia hacia los demás credos. Ambos planetas poseían un gran potencial para la extracción de minerales pero, claro está, la Confederación tenía los derechos sobre esos recursos. Los habitantes tendrían que trabajar bajo contrato para la Confederación, o huir a nuevos Mundos Limítrofes.
Mike comprobó los últimos informes de la RNU. Se mencionaba algo acerca de una interferencia de señales procedente del sistema de Sara, pero casi todo el reportaje se centraba en el último atentado de los Hijos de Korhal (gas venenoso en una plaza pública de Haji) y en el descarrilamiento de un multitren monorraíl en Moira.
Mike redactó un esbozo de informe, resumiendo su conversación con Duke y apuntando que los futuros reportajes se verían sometidos a estrictas restricciones por parte del ejército. Eso quería decir que su informe sería revisado antes de que abandonara la nave y luego otra vez antes de que saliera a la luz. Handy Anderson se quejaría de la censura militar al tiempo que la primicia le haría dar saltos de alegría por su oficina.
«Con un poco de suerte», pensó Mike, «a lo mejor salta demasiado cerca de esa condenada ventana de su despacho».
Preparó un segundo informe, en esta ocasión codificado con un software de cifrado, que guardó en un minidisco. Éste no iba a salir de allí pero, si les ocurriese algo y encontraran los cuerpos, alguien sabría lo que estaba ocurriendo en realidad. Era una macabra póliza de seguros.
Acababa de poner el punto y final a su informe cuando una sombra enorme eclipsó la luz.
Mike levantó la cabeza para ver a la teniente Swallow, ahora treinta centímetros más alta y varios cientos de kilos más pesada. Estaba embutida en un traje de combate, aumentada su fuerza natural por medio de servos y mecanismos. La funda vacía que pendía a su costado no tardaría en alojar un rifle gauss C-14 de 8 milímetros, un Empalador, para cuando entrase en acción.
Llevaba el visor abierto, enmarcando una emocionada sonrisa. Parecía una muchacha lista para asistir a su primer baile de graduación.
—¿Señor? Vamos a abandonar la subtorsión en breves momentos. El coronel le quiere en el puente, cuanto antes. —Dicho lo cual, se marchó.
«Eso es enseguida, maldita sea», pensó Mike, al tiempo que seguía a Swallow fuera de sus aposentos.
Los pasadizos no se habían ensanchado pero, debido a la preponderancia de los abultados trajes, se habían convertido en carriles de único sentido, con el tráfico indicado por las enormes flechas del suelo. En varios de los cruces, Swallow se detuvo para permitir que otros miembros de la tripulación los adelantaran. Mike se sentía como si se hubiese escapado del parvulario para colarse en la clase de COU.
—Tengo que hacerme con uno de esos trajes —comentó.
—No sabía que estuviese familiarizado con el traje de combate CMC propulsado, señor —dijo Swallow.
—Me he leído los manuales.
—Esos conocimientos serán insuficientes para garantizar su protección en situación de crisis, señor. Sin embargo, si ocurriera algo, es mi responsabilidad personal asegurarme de que se encuentre a salvo.
—Me llena usted de confianza. —Mike esbozó una sonrisa a la espalda de Swallow, por si acaso ésta estuviera apuntándolo con una cámara.
La nave sufrió un estremecimiento transdimensional y los motores salieron de la subtorsión. Estaban en el espacio de Sara.
El puente se encontraba bañado por una luz roja, acentuada por los monitores verdes alineados en la cubierta inferior. El coronel Duke vestía su propio traje de batalla. Parecía un gorila en la corte del rey Arturo. Un gorila de cabeza ahusada cubierto por una cota de malla. Le rodeaba un pequeño racimo de pantallas de seguimiento, todas ellas enmarcando un rostro distinto que no dejaban de proporcionarle información.
—El señor Liberty se persona a sus órdenes, señor —dijo Swallow, consiguiendo volver a cuadrarse a la perfección, pese a la pesada armadura.
—Coronel —saludó Mike.
Duke no dejó de mirar la pantalla principal. Se limitó a comentar:
—Nos acercamos a Chau Sara.
Al principio, Mike pensó que el monitor no funcionaba. Se acercaban a Chau Sara por la cara nocturna. El inmenso disco del mundo sarano exterior era un difuso charco de luz arco iris, como la que podía encontrarse en un charco aceitoso.
Entonces cayó en la cuenta de que lo que estaba mirando era la superficie de Chau Sara. Refulgía con ondulantes bandas de colores, acotadas en algunos lugares por brillantes haces naranjas.
—¿Qué…? —Mike parpadeó—. ¿Qué ha hecho eso?
—Primer contacto, Liberty —repuso el coronel—. Primer contacto, y de los extremos. ¿Qué dicen los detectores?
—No obtengo lecturas de vida —informó uno de los técnicos—. La mayor parte de la superficie ha sido licuada y esterilizada. Esta zona debe de tener entre seis y quince metros de profundidad.
—¿Los edificios? —preguntó Mike.
El técnico prosiguió:
—Las aristas naranjas parecen ser irrupciones de magma a través del manto del planeta. Se encuentran en las localizaciones de los asentamientos conocidos. —Pausa—. Más al menos en otra docena de puntos.
Mike observó el arremolinado arco iris letal de la pantalla. El sol coronaba el horizonte frente a ellos, pero su luz no le confirió mejor aspecto al planeta. Sólo un puñado de nubes oscuras, finas como plumas de cuervo, flotaban sobre la cara iluminada.
—Además, el ochenta por ciento de la atmósfera ha desaparecido tras el ataque —continuó el técnico.
—¿Alguna presencia en la órbita? —preguntó Duke, sobresaliente como un monolito con cota de malla en medio de ellos.
—Comprobando —dijo el operador. Al cabo, vino la respuesta—: Negativo. Nada nuestro. Tampoco nada de origen desconocido. Tal vez aparezcan algunos fragmentos tras un escáner más minucioso.
—Amplía el escáner. Quiero saber si hay algo ahí. Suyo o nuestro.
—Comprobando… Fragmentos definidos. Probablemente nuestros. Haría falta un equipo de rescate para confirmarlo.
—¿Por qué lo han hecho? —Nadie respondió a la pregunta de Mike. Los técnicos, vestidos con trajes de combate más ligeros, accionaban los mandos con manos enguantadas. Las varias cabezas de las pantallas hablaron a la vez al coronel Duke.
Al cabo, Mike dio con una pregunta que supuso que sabrían responder.
—¿Qué ha causado esto? ¿Armas nucleares?
El término distrajo a Duke de su constante flujo de información. Miró al reportero.
—Los sistemas de emulsión atómica dejan cristal ennegrecido y bosques incendiados. Incluso Korhal conservó algunos parches de terreno limpio, al menos durante algún tiempo. Chau Sara ha sido quemado, fundido hasta el núcleo en algunos lugares. Esto es mucho más mortífero que las bombas Apocalipsis. Esto —señaló a la pantalla— es obra de una raza alienígena, los protoss. Según tengo entendido, aparecieron de la nada, más cerca del planeta de lo que nosotros intentaríamos siquiera. Naves enormes, y una gran cantidad de ellas. Cogieron unas cuantas naves de transporte y de recolección de desperdicios y las borraron del cielo. Luego desataron lo que fuese sobre el planeta y lo dejaron tan estéril como un huevo pasado por agua. Hecho lo cual, se marcharon. Mar Sara se encuentra al otro lado del sol en estos momentos, y les aterroriza pensar que puedan ser los siguientes.
—Protoss. —Mike sacudió la cabeza, despacio, digiriendo la información. Había algo que no encajaba. Observó la pantalla del operador, donde aparecían los profundos agujeros del radar que ahondaban en el magma del planeta.
—Ya tiene bastante para su informe, señor Liberty. Permaneceremos en nuestros puestos para prevenir más hostilidades en un futuro inmediato. Tal vez quiera mencionar en el reportaje que vaya a entregar que el Jackson V y el Huey Long se unirán a nosotros en cuestión de días.
El técnico palpó uno de sus auriculares, antes de interrumpir:
—Señor, tenemos lecturas anómalas.
—¿Localización? —saltó el coronel, al tiempo que se apartaba de Liberty.
—Zed dos, cuadrante cinco, un AU fuera. Numerosas anomalías.
—¿Origen?
—Comprobando. —Una pausa, y luego un timbre de abatimiento se adueñó de las palabras del técnico—. Se dirigen a Mar Sara, señor.
Duke asintió.
—Preparados para interceptar lecturas anómalas. Lancen los cazas cuando estén a nuestro alcance.
—¿Se ha vuelto loco? —espetó Mike, sin pensar.
Duke se giró hacia el reportero.
—Espero que ésa fuese una pregunta retórica, hijo.
—Sólo somos una nave.
—Somos la única nave entre ellos y Mar Sara. Los interceptaremos.
Mike estuvo a punto de contestar «para ti es fácil decirlo, tienes un traje de combate», pero se contuvo. Lo que fuese capaz de traspasar la corteza de un planeta no se detendría ante unas cuantas capas de armadura de combate.
Inhaló hondo y se aferró a la barandilla, como si esperara que eso pudiera amortiguar el posible impacto.
—Acercándose al visor —informó el técnico—. Lo paso a la pantalla.
El monitor principal parpadeó para revelar un enjambre de luciérnagas contra el firmamento nocturno. Recortados contra la oscuridad, ofrecían un espectáculo casi hermoso. Mike se percató de que había cientos de ellas, y de que ésas eran tan sólo las naves nodrizas. A su alrededor danzaban mosquitos más pequeños.
—¿Están a la distancia de lanzamiento de los Espectros? —inquirió el coronel.
—Dos minutos —replicó el técnico.
—Que despeguen en cuanto sea posible.
Mike inhaló una honda bocanada y deseó haber participado en los simulacros con los trajes de combate.
Aun a gran distancia, las naves protoss poseían forma y definición. Las mayores eran enormes creaciones cilíndricas, similares en apariencia a dirigibles luminosos. Los rodeaban polillas hambrientas, y Mike se dio cuenta de que ésos debían de ser sus cazas, sus equivalentes a los Espectros A-17 que ocupaban ahora los hangares, a la espera de despegar en cuanto acortaran distancias. Otras naves doradas danzaban entre los cargueros de mayor tamaño, resplandeciendo como pequeñas estrellas.
Ante los ojos de Mike, una de los enormes cargueros comenzó a disolverse. Se produjo un estallido de luz, un débil fulgor, y desapareció. Transcurrido un momento, otro destello, y otra desaparición.
—Señor —intervino el operador—. Las lecturas anómalas desaparecen.
—¿Tecnología de camuflaje? —preguntó el coronel.
—¿A esta escala? —dijo Mike, sin proponérselo.
—Comprobando. —Una enorme pausa, tan profunda como un cañón—. Negativo. Al parecer, están rodeándose a sí mismos con algún tipo de campo de subtorsión. Se están retirando.
Mike vio cómo destellaban y desaparecían más naves. Los grandes cargueros y su cohorte de naves más pequeñas, los buques dorados de menor tamaño, todos se esfumaron igual que las hadas al salir el sol.
Hadas capaces de abrasar un planeta hasta su núcleo fundido, se recordó Mike.
El coronel se permitió esbozar una sonrisa.
—Bien. Nos tienen miedo. Que todos se mantengan en sus puestos, y que permanezcan alertas por si se trata de un ardid.
Mike meneó la cabeza.
—Esto no tiene sentido. Tienen poder para freír un planeta. ¿Por qué iban a temernos?
—Es obvio. Se han quedado sin munición. No les queda la fuerza suficiente para pelear con nosotros.
—Sólo somos una nave. —Mike negó con la cabeza, con fuerza—. Había docenas de ellas ahí fuera.
—Temen posibles refuerzos.
—No, no. Aquí pasa algo. Esto no tiene sentido.
—No nos las vemos con humanos —apuntó Duke, con talante sombrío—. Fíjese en su potencia de fuego.
—Exacto. Esos protoss nos superan en número y armamento, ¿y vamos nosotros y los acobardamos? ¿Para qué han venido?
—Señor Liberty, ya ha cumplido con su cupo de preguntas por hoy. —El ceño se hizo más pronunciado, pero Mike ignoró la advertencia.
—No, esto me huele a chamusquina. Eche un vistazo a la evaluación de los daños. —Señaló al monitor de uno de los técnicos—. Han abrasado un planeta entero, pero en algunos puntos más que en otros. Todas las ciudades humanas importantes, sí, pero mire. —Indicó las columnas de datos—. Se aprecian zonas de impacto en la otra cara del planeta, lejos de cualquier asentamiento humano conocido. Lo sé. Acabo de comprobar los archivos.
—He dicho que ya era suficiente, caballero. Lo efectivos que sean los protoss a la hora de elegir sus objetivos no es nuestra única preocupación.
El rostro de Mike se iluminó al establecer una conexión en lo hondo de su cerebro.
—¿De dónde hemos sacado el nombre de «protoss», coronel? ¿Es nuestro, o suyo?
—¡Señor Liberty! —El rubor ascendía por las mejillas de Duke.
—Si es así como se llaman a sí mismos, ¿cómo es que lo sabemos nosotros? ¿No tendríamos que haberlo sabido con antelación? ¿O es que enviaron un aviso antes de atacar? —El reportero comenzaba a levantar la voz, igual que haría ante un candidato hipócrita en un mitin preelectoral.
—¡Teniente Swallow! —Duke rugió la orden entre dientes.
—¿Sí, señor? —Cuadrada, perfecta.
—¡Escolte al señor Liberty fuera del puente! ¡Ahora!
Mike aferró la barandilla con ambas manos. Un brazo ligado envuelto en metal le rodeó la cintura. Comenzó a gritar:
—Maldita sea, Duke, sabe más de lo que dice. ¡Se huele a la legua!
—¡He dicho ahora, teniente! —siseó Duke.
—Por aquí, señor —dijo Swallow, separando a Mike de su asidero y levantándolo en vilo. Se retiró en busca del ascensor, con su trofeo a cuestas.
Michael Liberty abandonó el puente de mando sin cesar de proferir interrogantes. Lo último que oyó antes de que se cerraran las puertas fue cómo el coronel Duke ordenaba que abrieran una línea de comunicación con el magistrado colonial de Mar Sara.