Inmerso en la luz, el hombre del abrigo harapiento permanece de pie en una habitación llena de sombras. El humo del último cigarrillo de una larga serie repta en el aire a su alrededor, y el suelo a sus luminosos pies aparece sembrado de colillas semejantes a estrellas caídas.
—Así que lo que están viendo —dice Michael Liberty, la figura luminosa que habla desde la penumbra circundante— es mi pequeña guerra privada, librada en mi terreno, y con mis propias armas. Nada de cruceros ni cazas espaciales, sólo palabras. Y la verdad. Ésa es mi especialidad. Ése es mi martillo. Y sé utilizarlo.
La figura da otra onda calada, y el último cilindro asesino se reúne con los demás en el suelo.
—Y ustedes, quienesquiera que sean, tienen que oírlo. Sin manipulaciones. De ahí las holotransmisiones, son más difíciles de adulterar. Estoy propagando mi mensaje tan rápido como me es posible, a través de las frecuencias de onda abiertas, para que todo el mundo conozca a Mengsk, y a los zerg, y a los protoss. Y conozca a los hombres y mujeres como Jim Raynor y Sarah Kerrigan, para que ni ellos ni otros como ellos caigan en el olvido.
Michael Liberty se rasca la nuca y continúa:
—Caí en la mentalidad militar de pensar que se trataba tan sólo de una burocracia más llena de cobardes y estupidez corporativista. Bueno, tenía razón, pero también me equivocaba.
Observa a los espectadores con ojos que no ven.
—Pero también hay gente que intenta ayudar a los demás. Gente que se esfuerza por salvar a los demás. Por salvar sus cuerpos, sus mentes y sus almas.
Frunce el ceño, y añade:
—Necesitamos más gente así, si queremos sobrevivir a los malos tiempos que se avecindan.
Se encoge de hombros.
—Eso es todo. Ésa es la historia de la caída de la Confederación, de las invasiones de los zerg y los protoss, del auge del emperador Mengsk del Dominio Terráqueo. Se siguen librando batallas, los planetas continúan muriendo y, la mayor parte del tiempo, nadie parece saber por qué. Cuando lo descubra, se lo haré saber. Me llamo Michael Daniel Liberty, ya no trabajo para la RNU. Ahora soy un hombre libre. Y esto es todo.
Tras pronunciar esas palabras, el hombre se congela en el sitio, atrapado en su prisión de luz. Hay una sonrisa cansina en su rostro. Una sonrisa satisfecha.
Alrededor del holograma se hace la luz, bombillas instaladas específicamente a tal fin. Las paredes laten y sudan, y un fluido espeso y viscoso gotea de las llagas supurantes de la pared que mantienen el aire húmedo y cálido. El cable del proyector de hologramas se funde con los generadores orgánicos de la estructura principal. La conexión entre ambos mundos solía ser un marine colonial, pero ahora sirve a un propósito más elevado para sus nuevos dueños.
En las pantallas semiorgánicas que rodean el perímetro, las mentes más brillantes de los zerg debaten acerca de lo que han visto. Son creaciones mórficas, criadas tan sólo para pensar y dirigir. También ellos sirven a un propósito más elevado dentro de la colmena zerg.
En la sala de proyección, una mano se estira y toca el botón de rebobinado. La mano antes era humana, pero ahora ha sido transformada, producto de las habilidades mutagénicas de los zerg. La carne es verde, salpicada de protuberancias quitinosas. Bajo la superficie de la piel, extraños icores y órganos nuevos fluyen y se retuercen. Antes era humana, pero ha sido transformada y ahora sirve a un propósito superior. Antes se llamaba Sarah, pero ahora se la conoce como la Reina de Espadas.
Las demás mentes orgánicas, líderes de los zerg, murmuran en un segundo plano. Kerrigan los ignora, puesto que no dicen nada, al menos nada de interés. Se inclina para estudiar el rostro demacrado del holograma, el rostro de los profundos ojos penetrantes. En lo hondo de sí, un corazón reestructurado se agita, el fantasma del recuerdo de un sentimiento hacia aquel hombre. Y hacia otros hombres. Hacia aquellos capaces de sacrificarlo todo por su humanidad.
En lugar de sacrificar sólo su humanidad.
Kerrigan se estremece por un momento cuando la antigua sensación la embarga, ese sentimiento ahora alienígena de su naturaleza otrora humana. Empero, la emoción es suprimida en cuanto aparece, para que ningún otro zerg se percate de ella. Al menos, eso es lo que espera Kerrigan.
Asiente. Culpa a las palabras del reportero de esa desagradable emoción. Tiene que ser el informe, no los recuerdos que evoca, lo que la incomoda. Michael Liberty siempre fue un genio de las palabras. Sería capaz de conseguir que una reina añorara sus días como peón.
Sin embargo, la retransmisión de Michael Liberty habla de cosas que las mentes no humanas que son ahora sus compatriotas son incapaces de percibir. Encierra mucha información de interés, inferida de las palabras de Michael Liberty. De lo que dice y cómo lo dice.
El proyector tintinea, señalando que el rebobinado se ha completado, y la mano inhumana aprieta el botón de avance. Se lleva un dedo a sus labios carnosos.
Kerrigan, la Reina de Espadas, se permite una pequeña sonrisa y se concentra en el hombre envuelto en la luz. Quiere ver qué más puede aprender de sus nuevos enemigos.