Me ha preparado un té caliente. Agarro la taza de cerámica entre las palmas y me doy cuenta de que todavía me tiemblan las manos.
Amanda se sienta junto a mí en el sofá. Se ha cambiado de ropa, sustituyendo su vestimenta de diario por una suave camiseta de lino y unos vaqueros gastados. La horquilla que recogía su pelo en un severo moño ha desaparecido y sus largos rizos cobrizos le caen libremente sobre los hombros. También se ha despojado del maquillaje y se ha lavado la cara. Ahora parece mayor, pero en cierto modo más hermosa.
—Le contaré lo que sé —dice—. Algunos dicen que es ex KGB. Otros dicen que era coronel en el ejército, en la unidad que interrogaba a los prisioneros en Chechenia. También he oído otros rumores, rumores muy extraños.
—¿Como cuáles?
—Como que es religioso. Que se cree Dios. O quizá que está loco.
—¿Qué aspecto tiene?
—Nunca lo vi. Nadie lo ha hecho. Los hombres que me trajeron aquí tampoco lo vieron nunca. Trabajaban para otro, que trabajaba para otro, que trabajaba para otro más. —Alza el muñón de su dedo meñique—. Así es como marca su propiedad. A cualquiera que trabaje para él o que le deba dinero o que reciba un favor… le corta el dedo. Los guarda todos en algún lugar. Es como marcar al ganado.
Me toca el meñique mutilado. Me aparto de ella.
—No —digo—. No es lo mismo. A mí me lo hizo un corredor de apuestas. Le debía dinero a un tipo. Se llamaba Héctor. Sucedió hace años.
Me quedo observando el dedo ausente. Ahora que lo pienso, tampoco estoy tan seguro. Lo cierto es que no recuerdo qué fue lo que sucedió aquella noche. Libby me contó que me había presentado en casa con un paño de cocina ensangrentado envuelto alrededor de la mano, insistiendo en que me llevase a un Jack in the Box para poder comerme una hamburguesa. Pero yo no lo recuerdo. ¿Realmente sucedió así?
—No lo recuerda —dice Amanda.
—No.
Se apretuja contra mí.
—Está usted temblando, Jim. Venga conmigo. —Me guía desde el sofá hasta el cuarto de baño. La pila y la encimera están llenas de botellas femeninas: champúes y mascarillas y exfoliantes—. Le diré lo que tiene que hacer. Necesita una ducha caliente —dice—. Huele muy mal. Se sentirá mejor.
Amanda se inclina sobre la ducha, abre los grifos, ajusta la temperatura, sin dejar de sujetarme suavemente la mano, para que no pueda escapar.
—Listo —dice, satisfecha con la temperatura. Abre por completo la mampara corredera de cristal opaco—. Entre. Le buscaré algo de ropa seca.
Sale del baño, cerrando la puerta suavemente tras ella.
Me desvisto y entro en la ducha. Permito que el agua caliente me azote la espalda, el cuello, las doloridas costillas, el cuero cabelludo. Cierro los ojos. Reflexiono sobre qué hacer a continuación. Llamaré a la policía. Hablaré con el agente Mitchell. Encontraré a Libby. Aceptaré las consecuencias, sean las que sean, y rebatiré cualquier crimen del que se me acuse. Soy inocente, de todo salvo de mi propia estupidez.
La mampara de la ducha se abre y Amanda entra. Desnuda. Se pega a mi espalda y me abraza desde atrás. Me abraza con fuerza. Tanta, que duele. Siento sus senos, su áspero pelo púbico, las puntas de sus pies rozando mis talones.
—¿Qué haces? —pregunto.
Amanda no responde. En cambio, me agarra de los hombros y me obliga a darme la vuelta hasta quedar cara a cara. Me tira de la nuca para que me agache y me besa. La saboreo, junto al agua caliente y el perfume que emana de su piel.
—¿Lo ves? —dice cuando interrumpe el beso—. Estábamos destinados a estar juntos. Esto es lo que él quería.
—¿Quién? ¿Jesús?
—No, tonto —susurra Amanda. Me agarra el muñón del meñique y lo pega contra el suyo, cierra la mano en torno a ambos y aprieta—. ¿Lo ves? Somos suyos. Es nuestro amo.
—¿Se puede saber qué estás diciendo?
—Él deseaba que esto pasara. Por eso nos ha conducido hasta este momento, para que estemos juntos. Por eso me permitió escapar. Esto no ha ocurrido por accidente. Es lo que él deseaba.
Quiero decirle que está loca, pero entonces se estrecha contra mí y me guía hacia su interior, de modo que me callo durante cinco minutos, que es todo el tiempo que necesito.