Carta a Teófilo Braga

New-Castle, 12 de marzo de 1878

Mi querido Teófilo Braga:[27]

De usted es de quien he recibido, después de mis dos tentativas artísticas, las cartas más alentadoras y más compensadoras. Es usted, con nuestro bello y grande Ramalho, el que más me empujó hacia adelante. Nunca contesté a su excelente carta sobre El padre Amaro. Pensaba entonces ir a Lisboa y conversar allí largamente con usted. Pero el hombre propone, la ocasión dispone y las pocas semanas que estuve en la capital pasaron sin vernos. Quizá usted imaginó que su carta de entonces había resbalado sobre mi espíritu como agua sobre hule. Está muy equivocado: me saturé de ella. Ella me dio valor y arranque para terminar El primo Basilio, con el consuelo de que vale la pena de escribir un libro cuando se tiene un lector como usted.

La suya última fue para mí un gran alivio. Sentía yo temor. Como todos los artistas, creía trabajar para tres o cuatro personas, teniendo siempre presente su crítica personal. Y muchas veces, después de ver El primo Basilio impreso, pensé «¡No le va a gustar a Teófilo!». Con su noble y bello fanatismo por la Revolución, no admitiendo que se desvíe de su servicio ni una parcela del movimiento intelectual, era muy posible que al ver usted El primo Basilio apartarse, por el asunto y por el proceso, del arte de combate a que pertenecía El padre Amaro, lo desaprobase. Por esto su aprobación fue para mí una grata sorpresa, aunque esa aprobación suya sea más al proceso que al asunto. Y viéndome tomar la familia como asunto, cree usted que yo no debía atacar esa institución eterna y sí volver mi instrumento de experiencia social contra los productos transitorios que se perpetúan más allá del momento que los justificó y que de fuerzas sociales pasaron a ser obstáculos públicos. Perfectamente; pero yo no ataco la familia: ataco la familia lisboeta, la familia lisboeta producto del galanteo, reunión desagradable de egoísmos que se contradicen, y, más tarde o más temprano, centro de bambochada. En El primo Basilio se presenta, sobre todo, un pequeño cuadro doméstico sumamente familiar a quien conoce bien la burguesía de Lisboa: la señora sentimental, mal educada, nada espiritual (porque el Cristianismo ya no lo tiene; no sabe lo que es eso de sanción moral de la justicia), saturada de novelería, lírica, sobreexcitada temperamentalmente por la ociosidad y por el propio fin del matrimonio peninsular, que es generalmente la lujuria, nerviosa por la falta de ejercicio y de disciplina moral, etc., etc.; en fin, la burguesita de la Baixa; y por otro lado, el amante, un pillo, sin pasión ni disculpa a su tiranía, que lo que pretende es lograr la pequeña vanidad de una aventura y el amor gratis; por otro lado, la criada, en secreta rebeldía contra su condición, ansiosa de desquite; por otro lado, la sociedad que rodea a estos personajes: el formalismo oficial (Acacio), la beatería pequeña de temperamento irritado (doña Felicidad), la literatura mezquina y acéfala (Ernesto), el descontento agrio y el tedio de profesión (Julián) y, a veces, cuando conviene, un pobre buen muchacho (Sebastián). Un grupo social, en Lisboa, se compone, con pequeñas modificaciones, de estos elementos dominantes. Yo conozco veinte grupos así formados. Una sociedad sobre estas falsas bases no está en la verdad: atacarlas es un deber. Y bajo este aspecto El primo Basilio no está enteramente fuera del arte revolucionario, creo yo. Amaro es un obstáculo, pero los Acacios, los Ernestos, los Saavedras, los Basilios son formidables obstáculos: son una preciosa causa de anarquía en medio de la transformación moderna, merecen compartir con el padre Amaro los bastonazos del hombre de bien.

Mi ambición sería pintar la sociedad portuguesa tal como la hizo el Constitucionalismo desde 1830 y mostrarla como en un espejo. ¡Qué triste país forman ellos y ellas! Es necesario pasar a cuchillo el mundo oficial, el mundo sentimental, el mundo literario, el mundo agrícola, el mundo supersticioso, y con todo el respeto hacia las instituciones que son de origen eterno, destruir las falsas interpretaciones y las falsas realizaciones que les da una sociedad podrida. ¿No le parece a usted que un trabajo así es justo?

En cuanto al proceso, agradezco que usted lo apruebe. Yo encuentro en El primo Basilio una superabundancia que obstruye y ahoga un poco la acción; mi proceso necesita simplificarse, condensarse, y eso estudio; lo esencial es dar la nota justa: un trazo justo y sobrio crea más que la acumulación de tonos y de valores, como se dice en pintura. Pero esto es mucho querer. ¡Yo, pobre de mí, nunca podré dar la sublime nota de la realidad eterna, como el divino Balzac, o la nota justa de la realidad transitoria, como el gran Flaubert! Estos dioses y estos semidioses del arte están en las alturas, y yo, infeliz, me muevo entre las hierbas ínfimas. ¡Y, sin embargo, si hubo ya sociedad que reclamase un artista vengador, es ésta! Es, sobre todo, vista de lejos en su conjunto y contemplado desde un ambiente fuerte como este de aquí (sean cuales fueran sus grandes males fuerte lo es, sin duda) que contrista, ¡encontrarla tan mezquina, tan estúpida, tan convencionalmente necia, tan grotesca y tan vil!

Me alegra que usted quiera escribir algo sobre este Basilio; su opinión, publicada, daría a mi pobre novela una autoridad imprevista. Le daría un derecho de existencia, y de todos los defectos, faltas o errores que usted señale, tomaré nota cuidadosamente. Tengo la pasión de ser acatador, y basta con darme a entender el buen camino para que yo me precipite hacia él. Pero la crítica, o lo que en Portugal se denomina la crítica, mantiene un silencio desdeñoso sobre mí.

¡Qué bien ha visto usted el carácter de Basilio! Claro está que la fortuna no le podría haber moralizado nunca; su fortuna, como usted dice, fue una chiripa. Era un indigno antes, un indigno pobre, y después se convirtió apenas en un indigno rico. ¡Personas amigas me escriben diciendo que parece increíble que un hombre que trabajó en el Brasil valientemente sea en el fondo un canalla! ¡Extraña opinión! Bahía considerada como la Fuente Sagrada de la Purificación…

Basta de charla. Si usted publica algún libro en esta ocasión, envíemelo, y si tuviera por ahí algunos volúmenes de la Historia de la Literatura y demás que no le hagan falta, déselos a Ramalho, que él me los mandará. Los que yo tenía los perdí estúpidamente, con las obras de Shakespeare y de Victor Hugo, en un cajón, camino del Havre, con otros libros más. Escribí a un amigo de Oporto pidiéndole que me los remitiese y nunca me contestó siquiera; los necesito para un pequeño trabajo. Si no se olvida, téngalo en cuenta.

Un abrazo de su gran admirador y fiel amigo antiguo.

EÇA DE QUEIROZ