Ithaca
El tren de pasajeros de la tarde procedente de San Francisco y con destino a Santa Fe paró en Ithaca y se bajaron nueve personas, entre ellos dos soldados jóvenes. Pero antes de que el tren arrancara de nuevo, un tercer soldado que cojeaba de la pierna izquierda se bajó y empezó a alejarse lentamente.
El primer soldado miró a su amigo y dijo:
—Bueno, hermano, esto es Ithaca. Ya estamos en casa.
—Caramba, déjame ver —dijo el segundo soldado—. Déjame echarle un vistazo. —Y se puso a silbar de contento que estaba—. ¡Chavaaaal! ¡Es mi hogar, Ithaca! No sé cómo te sientes tú, pero así me siento yo. —Se puso de rodillas y empezó a besar una y otra vez los adoquines del camino, como un musulmán haciendo reverencias a la Meca.
—Vamos, chaval. La gente está mirando. ¿Quieres que crean que los soldados están locos?
—No, pero es que no puedo evitarlo. ¡Chaval, mi Ithaca! —Se levantó por fin y cogió a su amigo del brazo.
Por fin los dos muchachos cogieron la calle donde el señor Ara tenía su tienda. De pronto echaron a correr, el uno subió al porche de una casa y otro subió al porche de la casa de al lado. Alf Rife dobló corriendo la esquina de una de aquellas dos casas y se quedó en el jardín que había entre ellas, mirando. Las puertas de ambas casas se abrieron al mismo tiempo. Las mujeres que abrieron las respectivas puertas abrazaron a los muchachos al mismo tiempo. Luego hombres, mujeres, chicos y chicas se turnaron para abrazar a los soldados. Pero parecía haber un error. Alf Rife lo descubrió y empezó a gritar con toda la fuerza de sus pulmones.
—¡No es quien creéis! —gritó—. ¡No es quien creéis! ¡Es Danny Booth, el hijo del vecino! ¡Ha vuelto a casa! Pero vive en la casa de al lado. Se ha equivocado de casa. Creíamos que era nuestro muchacho. Es el hijo de la señora Booth. Y ahí está nuestro muchacho besando a la señora Booth. ¡No es quien crees, mamá, no es quien crees!
—Ah, hola, Danny —le dijo la señora Rife a Danny Booth—. Creíamos que eras Harry.
—Oh, no pasa nada, señora Rife —dijo Danny—. También voy a ir a besar a mi madre. Venga usted también.
En el porche de la otra casa, Harry Rife dijo:
—Hola, señora Booth. Venga a nuestra casa, vengan todos. Me alegro mucho de verla, señora Booth. —La volvió a besar—. Danny está en mi porche besando a mi madre.
Los jardines de ambas casas se llenaron de gente yendo y viniendo en una especie de delirio feliz, mientras Alf Rife gritaba una y otra vez:
—¡No es quien creéis! ¡Ha venido a la casa que no es! Vive en la casa de al lado. ¡Eh, Harry! ¡Mamá está aquí! ¡Ésa es la señora Booth! ¡Te has equivocado de casa, Harry!