Capítulo 36

Spangler

Thomas Spangler y Diana Steed habían salido de excursión dominical campestre por Kingsburg. Iban en un coche de dos plazas con la capota recogida.

—Eso de ahí —dijo él, señalando una hilera de árboles que bordeaban un viñedo— son higueras. Las viñas que hay detrás son de uva moscatel. Hay algunos olivos. Ese árbol es un granado. Esas viñas de allá son de uva de Malaga. Hay un huerto de melocotoneros. Ésos son albaricoques. Eso es un nogal. Ése es un árbol que no se ve mucho: un caqui. En este valle crece de todo.

—Oh, cariño —dijo Diana—, te encantan los árboles, ¿verdad?

—Sí, y en nuestra casa vamos a tener por lo menos dos de cada, para que los niños puedan trepar por ellos y coger la fruta y comérsela.

—Oh, cariño, eres feliz, ¿verdad?

—Nunca he sido tan feliz.

La rodeó con el brazo.

—Me muero de ganas de saber qué va a ser. Me gustaría que fuera niña. Me gustaría oír la vocecita de una niña. Antes pensaba que eras una atolondrada. Pues bueno, nadie capaz de hacer una cosa así es una atolondrada. Y tú eres capaz.

—Claro que lo soy —dijo Diana—. Es perfectamente natural, cariño.

El pequeño automóvil avanzaba en paralelo al Kings River, cerca de la zona para picnics. Aquel domingo por la tarde se celebraban cinco grandes picnics, con música y bailes: uno italiano, otro griego, otro serbio, otro armenio y otro norteamericano. Cada grupo tenía su propio estilo de música y baile. Spangler detuvo el automóvil un momento frente a cada grupo para escuchar las canciones y ver los bailes.

—Ésos son griegos. Yo conocía a una familia de griegos. Así es como bailan en su país de origen.

El coche avanzó un trecho pequeño y volvió a parar.

—Esa gente de ahí son armenios. Lo sé por los sacerdotes con barba y por la alegría de los niños. En eso creen: en Dios y en los niños.

El coche continuó y se paró cerca de otro grupo.

—Esa gente son eslovenos y serbios, y tal vez alguna otra gente de por ahí.

El coche avanzó otro poco y se paró de nuevo.

—Italianos. Probablemente Corbett en persona esté por ahí con su mujer y sus hijos.

El automóvil llegó al último grupo. La música era swing, jive y boogie-woogie, y el baile era desenfrenado.

—¡Norteamericanos! Griegos, serbios, polacos, rusos, mexicanos, armenios, alemanes, negros, suecos, españoles, vascos, portugueses, italianos, judíos, franceses, ingleses, escoceses, irlandeses. Lo que tú quieras. Eso es lo que somos.

La pareja miró y escuchó, luego el automóvil se alejó lentamente.