Capítulo 32

En el tren

Mientras Homer iba en su bicicleta, muy lejos un tren de pasajeros norteamericano avanzaba a toda prisa en plena noche. El tren estaba lleno de muchachos norteamericanos uniformados.

Algunos de los muchachos tenían más de cuarenta años, pero la mayoría eran niños, procedentes de ciudades y pueblos, de granjas y oficinas, de familias ricas y pobres, algunos apartados a la fuerza de grandes sueños y ambiciones y otros de humildes sueños de paz, algunos brillantes y de espíritu ágil y otros lentos y concienzudos. En medio del clamor, la risa, la emoción, el miedo, las dudas, la confusión, el ansia y la magnífica combinación de profunda ignorancia y profunda sabiduría, Marcus Macauley y su amigo Tobey George estaban hablando en voz baja.

—Bueno —dijo Tobey—. Supongo que por fin estamos en camino.

—Eso parece —dijo Marcus.

—No sé tú, Marcus, pero yo me siento afortunado, porque si no fuera por esta guerra y por el reclutamiento no te habría conocido ni habría oído hablar nunca de tu familia.

A Marcus le entró vergüenza.

—Yo siento lo mismo por ti. —Hizo una pausa y luego hizo la pregunta que todos los hombres expuestos a un peligro desconocido se ven forzados a hacerse una y otra vez—. Quiero que me digas la verdad. ¿Tienes miedo de que te maten?

El otro no pudo contestar la pregunta de inmediato, pero al cabo de un momento dijo:

—Claro que sí. Supongo que podría marcarme un farol y fingir que no. Pero tengo miedo. ¿Tú no?

—Mucho —dijo Marcus—. Pero si tienes suerte, ¿qué quieres encontrar cuando vuelvas?

—No lo sé —dijo Tobey, porque no lo sabía—. Supongo que quiero volver y encontrarme con lo que sea que haya. A diferencia de ti, no tengo familia. No tengo nadie con quien volver, pero ya me estará bien lo que me encuentre. No tengo una chica que me espere como tú tienes a Mary, pero sé que quiero regresar de todos modos, si puedo.

—Sí —dijo Marcus—. ¿Cómo es que te gusta cantar?

—¿Cómo lo voy a saber? Me gusta y ya está. —Escucharon el tren y los ruidos que llenaban el tren, luego Tobey dijo—: ¿En qué estás pensando?

Marcus tardó un poco en contestar aquella pregunta.

—En Ithaca —dijo por fin.

—Es gracioso —dijo Tobey—. Tal vez no entiendas lo que te voy a decir, pero tengo la sensación de que Ithaca también es mi ciudad. Si salimos bien de ésta, ¿me llevarás a Ithaca?

—Claro —dijo Marcus—. Y quiero que conozcas a mi familia. Creo que mi padre era algo así como un gran hombre. No me refiero a que tuviera mucho éxito ni a que fuera importante ni nada parecido. Ni siquiera tenía un oficio o una profesión. Trabajaba para sobrevivir. Hacía cualquier trabajo. Nunca ganó más dinero del que necesitábamos, pero creo que era un gran hombre de todos modos.

—¿Matthew Macauley? —dijo Tobey.

—Trabajó en los viñedos, en las plantas de embalaje y en las bodegas. Trabajos cotidianos, aburridos y no cualificados. Si lo hubieras visto por la calle pensarías que era un don nadie, pero era mi padre, y yo sé que no lo era. Lo único que le importaba era su familia, mi madre y sus hijos. Se pasó meses ahorrando para pagar la entrada de un arpa. Piensa en ello, un arpa. Ya nadie toca el arpa, pero mi madre quería una. Y él se pasó cinco años pagándola. Era el arpa más cara que había en el mercado. Nosotros creíamos que todas las casas tenían un arpa porque nosotros teníamos una. Luego le compró un piano a mi hermana Bess, aunque aquello no le costó tanto. Yo creía que todo el mundo era como mi padre hasta que salí y conocí a otra gente.

—A mí me gustaría conocer a alguien así —dijo Tobey—. No haría falta que fuera mi padre, podría ser cualquiera, solamente me gustaría conocerlo.

—Tal vez tu padre fuera un gran hombre.

—Tal vez. ¿Quieres oír algo gracioso? Yo no supe que los niños tenían madre y padre hasta que empecé a ir a la escuela y oí al resto de niños hablar de ello. Yo pensaba que todos estábamos solos en el mundo, como yo, y que se empezaba en la vida sin ayuda de nadie. Supongo que después de enterarme me sentí mal durante mucho tiempo. Tal vez por eso empecé a cantar. Si uno canta no se siente tan… fuera de todo. Tan solo —luego añadió, casi con timidez—: ¿Qué clase de chica es Bess?

Marcus se dio cuenta de que a su amigo le incomodaba hacer aquella pregunta.

—Puedes preguntarme por mi hermana. Me gustaría que la conocieras un día. Creo que le caerías bien.

—¿Yo? —dijo Tobey.

—Sí, creo que le caerías muy bien. Me gustaría que pasaras unos días en nuestra casa. Si os caéis bien… Bueno, creo que le caerías muy bien, eso es todo.

Marcus empezó a hablar apresuradamente, porque aunque sabía que era casi imposible hablar de aquellas cosas, también sabía que por lo menos era necesario intentarlo.

—Si resulta que ella también te cae bien a ti, bueno, lo que quiero decir es, cásate con ella y quédate en Ithaca. Es una buena ciudad. Allí podrías vivir bien. Ten, voy a darte una foto de ella, para que te la quedes. —Le dio a Tobey una foto pequeña de su hermana—. Guárdala en tu cartilla de identificación, donde yo guardo la de Mary. ¿Ves?

Tobey George miró un largo rato la foto mientras Marcus lo miraba a él. Por fin dijo:

—Bess es una preciosidad. No sé si uno puede enamorarse de una chica sin haberla conocido, pero yo ya me siento enamorado de Bess. Estoy mareado. Te voy a decir la verdad. Hasta ahora me daba miedo hablarte de Bess. Pero he pensado, bueno, tal vez mientras estemos de camino, quién sabe, tal vez a ti no te moleste. No puedo evitarlo, pero siempre he pensado que no tengo los mismos derechos que el resto de la gente. Ya sabes, un tipo al que le puso nombre el orfanato, no sus padres, que no sabe ni siquiera quiénes son sus padres, que no sabe ni siquiera de qué nacionalidad son, de qué nacionalidad es él. Hay gente que dice que soy español o francés, hay quien dice que soy italiano o griego, hay quien dice que soy inglés o irlandés. Casi todo el mundo me da una nacionalidad distinta.

—Eres norteamericano —dijo Marcus—. Eso es todo. Cualquiera lo puede ver. Quédate la foto. Volveremos a Ithaca y tú formarás una familia y yo formaré una familia y nos visitaremos de vez en cuando, tocaremos algo de música y cantaremos, iremos pasando la vida.

—¿Sabes, Marcus? —dijo Tobey—. Te creo. Juro por Dios que te creo. No creo que estés diciéndolo porque seamos amigos y vayamos a la guerra. Te creo y quiero ir a Ithaca más que nada en el mundo. Quiero vivir allí y quiero hacer todas las cosas que has dicho. —Se interrumpió un momento para intentar imaginar qué podría salir mal y qué podría impedirle que hiciera aquellas cosas, luego dijo—: Si no le gusto a Bess, si se enamora de otro o si está casada cuando volvamos, viviré en Ithaca de todas formas. No lo sé, pero ahora Ithaca me parece mi hogar. Por primera vez en mi vida tengo la sensación de tener un hogar, y espero que no te moleste, pero siento que los Macauley son mi familia, porque es la clase de familia que querría para mí si pudiera elegir. Confío de verdad en gustarle a Bess, o que no se enamore de otro, porque que ella me gusta a mí. —Ahora hablaba en voz muy suave, y aunque el tren estaba lleno de ruido, Marcus oyó las palabras—. Ithaca es mi casa. Es donde yo vivo. Es donde quiero estar cuando muera, si es que puedo.

Otros muchachos saludaron a los dos amigos, y éstos se unieron al griterío, e incluso cantaron una canción que habían inventado varios de los soldados, una canción sobre las mujeres de la calle y las cosas para las que servían. Y en medio de la canción, Tobey dijo:

—En el orfanato nos obligaban a rezar. Era una norma. Rezábamos quisiéramos o no.

—No es una norma tan mala —dijo Marcus—, aunque por supuesto rezar es algo que no puede ser obligatorio.

—Supongo que por eso dejé de rezar cuando me fui del orfanato. Creo que no he rezado desde que tenía trece años. Pero voy a empezar otra vez, y voy a empezar ahora mismo, ya está decidido. —Tobey hizo una pausa, y luego, sin cerrar los ojos, sin inclinar la cabeza y sin juntar las manos, empezó a rezar, y lo que dijo era sin lugar a dudas una oración—. Llévame a Ithaca, si puedes. Haré lo que digas, pero si puedes, mándame a Ithaca. Déjame volver a casa. Protege a todo el mundo. Haz que nadie sienta dolor. Encuéntrales casa a quienes no la tienen. Lleva a casa sano y salvo al viajero y a mí llévame a Ithaca. ¡Amén!

—Es una buena oración —dijo Marcus—. Espero que reciba respuesta.

Los soldados estaban cantando otra canción. Ésta trataba de lo efímeras que eran todas las cosas, sobre todo el amor de las mujeres, y los muchachos se regodeaban en la sabiduría cínica de la canción. Tobey y Marcus se unieron a la canción y de pronto Tobey dijo:

—¿Y por qué rezas?

—Por lo mismo que tú, por las mismas cosas.

Después de la canción todo el mundo se quedó en silencio. No había razón para aquel silencio y sin embargo todo el mundo en el tren de pronto se quedó inexplicablemente callado. Por fin un soldado llamado Joe Higgins se acercó a Marcus y a Tobey y dijo:

—¿Qué demonios pasa? ¿Por qué está todo el mundo tan callado? ¿Por qué no cantas una canción de verdad, Tobey? ¿Y por qué no tocas el acordeón para nosotros, Marcus?

—¿Qué os gustaría oír? —dijo Marcus.

—Oh, no lo sé. Ya hemos cantado todas las canciones guarras, tal vez deberíamos cantar algo antiguo, ya sabes: ¡algo bueno! ¿Por qué no cantamos alguna canción de la iglesia de aquellas antiguas tan buenas? Algo que todos conozcamos de cuando éramos niños.

—¿Qué canciones de iglesia te sabes, Joe?

—Bueno —dijo Joe—. No os riáis. Conozco «Leaning». Ya sabéis, «Leaning on the Everlasting Arms».

—¿Te sabes la letra de esa canción, Tobey? Si no te la sabes, te puedo ayudar.

—¿Si la conozco? —dijo Tobey—. Supongo que estuve cantando esa canción cada domingo durante diez años.

—Muy bien —dijo Marcus—, hagámoslo por Joe. Si tienes ganas de unirte, Joe, no hace falta que sepas cantar. Tú únete, eso es todo.

—Oh, esa canción la voy a cantar, eso seguro.

Marcus empezó a tocar el viejo himno y pronto Tobey empezó a cantar:

What a fellowship, what a joy divine,

Leaning on the everlasting arms;

What a blessedness, what a peace is mine,

Leaning on the everlasting arms.[8]

Luego, con una voz fuerte, nada musical y sin embargo agradable, Joe se puso a cantar con Tobey, y pronto todo el mundo en el tren estaba escuchando. Al cabo de un momento todos se congregaron alrededor de Marcus, de Tobey y de Joe para estar más cerca de la música, mientras Joe y Tobey cantaban:

Leaning, leaning, safe and secure from all alarms;

Leaning, leaning, leaning on the everlasting arms.[9]

Para entonces ya todo el mundo estaba cantando.