Capítulo 21

Campeón infantil del Valle

Para cuando el mensajero llegó a la oficina de telégrafos procedente de la casa de los Beaufrere ya no llovía, brillaba la luna y el viento arrastraba por el cielo un puñado vacío y gastado de nubes blanqueadas. El mensajero estaba muy cansado cuando entró cojeando en la oficina.

—¿Qué te pasa en la pierna? —dijo el señor Grogan—. Llevas todo el día cojeando.

—No es nada——dijo Homer—. ¿No hay más telegramas?

—No hay nada, pronto te podrás ir a dormir. Ahora dime, ¿qué te ha pasado en la pierna?

—Supongo que me he torcido un ligamento o algo parecido mientras corría los doscientos metros con vallas bajas esta tarde. El señor Spangler fue Campeón del Valle en esa carrera, y supongo que algún día a mí también me gustaría ser Campeón del Valle. Aunque creo que este año ya no podré serlo. —Homer flexionó un par de veces la pierna—. Esta noche me pondré un poco de linimento Sloan. ¿Se nota mucho que cojeo?

—Bueno —dijo el señor Grogan—, no se nota mucho, pero sí un poco. ¿Puedes ir en bicicleta?

—Claro —dijo Homer—. Me duele un poco cuando levanto la pierna mala, así que intento hacer todo el pedaleo con la pierna derecha. A veces levanto la pierna izquierda del pedal y la dejo colgando. Así descansa. Supongo que le ha pasado algo al ligamento. Luego le pondré linimento.

Hubo una pausa. Luego el viejo telegrafista dijo:

—Sigue hablando, hijo.

—Oh, quiero hacerlo, es verdad, pero no sé por dónde empezar —dijo Homer—. No sabía nada hasta que empecé a trabajar aquí. Sabía muchas cosas, pero en realidad no sabía nada, y tal vez nunca sabré nada. Tal vez nadie sepa nunca nada. Si alguien fuera a saberlo, sin embargo, quisiera ser yo. Quiero saber, y siempre querré, y supongo que nunca dejaré de intentarlo, pero ¿cómo se puede saber? ¿Cómo puede un hombre entender las cosas de forma que todo tenga sentido?

—Bueno —dijo el señor Grogan—. Yo no lo sé. Pero me alegro de que te hayas decidido a intentarlo.

—Tengo que seguir intentándolo —dijo Homer—. No sé cómo es para los demás, y no sé si puedo decirle esto a usted, pero yo no soy simplemente el tipo que la gente ve. También soy otra persona, una persona mejor. A veces ni siquiera sé cómo tomármelo. Me da vergüenza decirle esto a alguien que no sea usted, señor Grogan, pero algún día voy a trabajar y a hacer algo por los niños de todas partes. Toda clase de niños con toda clase de problemas. No sé qué será, pero voy a hacer algo. Quiero decir, algo decente. —Homer probó su pierna para ver si se le había curado mientras hablaba. No era así—. No me gusta cómo son las cosas, señor Grogan. No sé por qué, pero quiero que sean mejores. Supongo que es porque creo que deberían ser mejores. En la escuela hago muchas bromas pero no es mi intención causarles problemas a los profesores. Lo hago porque tengo que hacerlo. Todo el mundo está tan desorientado y todo el mundo está tan equivocado que de vez en cuando tengo que ponerme a hacer bromas. Supongo que tendríamos que ver la parte graciosa de estar vivos. No creo que pudiera actuar de forma refinada ni aunque quisiera. No podría tener buena educación ni aunque lo intentara. —Volvió a flexionar la pierna y habló de ella como si no fuera suya—. Le pasa algo. —Levantó la vista hacia el reloj—. Bueno, señor Grogan, pasan cinco minutos de las doce. Supongo que me iré a casa. Aunque no tengo mucho sueño, y mañana es sábado. Antes el sábado era mi día favorito. Pero ya no. Supongo que vendré a la oficina. Tal vez pueda ayudar. —Cogió la fiambrera del mostrador de entregas—. ¿No le apetece ahora un sándwich, señor Grogan?

—Bueno —dijo el viejo telegrafista—, ahora que lo pienso, hijo, sí que me apetece. Me ha entrado hambre. —El señor Grogan sacó un sándwich de la fiambrera abierta y le dio un bocado—. Por favor, dale las gracias a tu madre de mi parte.

—Oh, no es nada.

—No, por favor, dale las gracias.

—Sí, señor —dijo Homer, y salió de la oficina.