Capítulo 19

Alan

Quince minutos más tarde, Homer se bajó de su bicicleta delante de una casa grande, vieja y elegante donde se estaba celebrando una fiesta. A través de las ventanas se veía bailar a cuatro parejas jóvenes. El chico se sintió mareado y aterrado. Cogió el camino que llevaba a la puerta y se quedó allí escuchando la música. Movió un dedo hacia el timbre y luego dejó caer la mano.

«Voy a volver a la oficina», se dijo a sí mismo. «Me voy a despedir.»

Se sentó en los escalones de la entrada para pensar. Al cabo de mucho rato se puso en pie, fue de nuevo a la puerta y llamó al timbre. Cuando se abrió la puerta vio a una mujer joven, y sin darse cuenta de lo que estaba haciendo dio media vuelta y echó a correr hacia la bicicleta. La joven salió al porche y lo llamó:

—Pero ¿qué te pasa, chico?

Homer se bajó de la bicicleta y corrió de vuelta al porche.

—Lo siento —dijo apresuradamente—. Traigo un telegrama para la señora Claudia Beaufrere.

—Claro. Es el cumpleaños de mi madre —dijo la joven. Y entró al pasillo—. Madre —gritó—. Un telegrama para ti.

La madre de la chica salió a la puerta.

—Es de Alan, estoy segura —dijo—. Entra, jovencito. Tienes que comer un trozo de mi pastel de cumpleaños.

—No, gracias, señora —dijo Homer—. Tengo que volver al trabajo. —Le tendió el telegrama a la mujer, que lo cogió como si fuera una simple felicitación de cumpleaños.

—No hasta que hayas comido un trozo de pastel y hayas bebido un vaso de ponche.

Agarró a Homer del brazo y tiró de él hasta una sala donde había una mesa llena de pastel, sándwiches y ponche. La música y el baile continuaron.

—Es mi cumpleaños —dijo—. Dios, qué vieja soy. Bueno, tienes que desearme felicidad, chico. —Y le dio a Homer una copa de ponche.

—Le deseo… —empezó a decir Homer, pero no pudo terminar. Dejó la copa de ponche sobre la mesa y salió disparado hacia la puerta.

La madre escrutó la sala, luego fue a un extremo donde nadie la viera, y la hija, que no le quitaba la vista de encima, fue al otro extremo. Homer estaba en su bicicleta pedaleando a toda prisa bajo la lluvia en dirección a la oficina de telégrafos. En la pared del salón, delante de la madre, había una fotografía enmarcada de un chico pelirrojo y guapo de doce años. Sobre la fotografía había escritas las palabras: «A mi madre con amor, de Alan en su duodécimo cumpleaños». La madre abrió el telegrama y lo leyó mientras en el fonógrafo seguía sonando una canción titulada «Chanson pour Ma Brune» y la gente seguía bailando felizmente. La hija miró a través de la sala a su madre, que estaba en el pasillo. Casi como si hubiera perdido la razón, corrió al fonógrafo y lo apagó:

—¡Madre! —gritó, y corrió hacia la mujer que estaba en el pasillo.