Capítulo 15

La chica de la esquina

Spangler se volvió para irse, pero lo detuvo el arranque de la caja del telégrafo, el mensaje que empezó al mismo tiempo a sonar y a imprimirse en la cinta. Fue hasta la máquina que había en el mostrador de entregas y examinó las marcas de la cinta.

—Es una llamada de Ithaca Wine —le dijo a Grogan—, en las afueras. Si entra Homer dile que se quede aquí hasta que recibamos la llamada de cada noche de Sunripe Raisin. Ha llegado allí antes que Western Union dos veces de dos. Si consigue volver a hacerlo hoy podríamos cerrar un buen mes después de todo. ¿Cuántos telegramas nos dieron ayer?

—Sesenta y siete —dijo Grogan.

—Sesenta y siete telegramas de sesenta y ocho —dijo Spangler—. El primer chico en llegar se lleva todos los telegramas menos uno. El segundo se lleva uno. Bueno, me voy a por esa copa.

Pero en ese momento empezó a llegar otra llamada: punto, punto, raya, punto, punto, punto. Al director de la oficina de telégrafos solamente le hizo falta oír los dos primeros puntos para saber que la llamada era de Sunripe Raisin, y como Homer no estaba en la oficina para coger la llamada, le gritó a Grogan:

Yo cojo la llamada. Iré allí en persona.

Para cuando la llamada se repitió tres veces, Spangler ya estaba en mitad de la manzana siguiente, moviéndose por entre la gente como un corredor de fútbol americano. En la esquina que tenía delante, a treinta metros, había una chica de dieciocho o diecinueve años, de aspecto solitario y tímido, cansada, silenciosa y por tanto preciosa. Estaba esperando a que pasara un autobús para llevarla a su casa después del trabajo. Aunque estaba corriendo, a Spangler le resultó imposible no percibir la soledad de la chica. Y aunque tenía mucha prisa, le dio la impresión de que aquella soledad era como la soledad de todas las cosas, que se encuentran aisladas entre sí.

Sin hacer el payaso y sin premeditación, con ágil naturalidad, fue a donde estaba la chica, se paró un momento y la besó en la mejilla. Antes de continuar su camino, le dijo la única cosa que era posible decirle:

—¡Eres la mujer más encantadora del mundo!

Siguió corriendo. Mientras subía de tres en tres los escalones de la Sunripe Raisin Association, el mensajero de Western Union, que había salido un poco después porque el empleado de las entregas no se sabía las llamadas de memoria como Spangler, estaba justo bajándose de la bicicleta delante del edificio, y mientras Spangler entraba finalmente en la oficina, el mensajero de Western Union acababa de pararse frente al ascensor.

Como si todavía fuera mensajero, Spangler se anunció a la anciana del mostrador de Sunripe Raisin:

—¡Postal Telegraph! —dijo.

—¡Tom! —dijo la anciana, contenta y sorprendida—. No me digas que ahora tú también eres mensajero.

—Mensajero una vez, mensajero siempre —dijo Spangler, en absoluto avergonzado por la absurdidad del comentario. Sonrió a la anciana y luego dijo—: Pero por encima de todo he venido a verla a usted, señora Brockington.

El mensajero de Western Union entró en el despacho:

—Western Union —dijo.

—Bueno, Harry —dijo la señora Brockington—, han vuelto a llegar antes que tú. —Le dio otro telegrama al mensajero—. Que tengas mejor suerte la próxima vez.

El chico de Western Union, un poco confuso y avergonzado de que se le hubieran vuelto a adelantar, y de que esta vez no hubiera sido otro mensajero sino el director de la oficina de Postal Telegraph, cogió su telegrama y dijo:

—Gracias de todas formas, señora Brockington. —Y salió de la oficina.

La anciana le dio a Spangler un fajo de telegramas.

—Aquí tienes, Tom. Ciento veintinueve telegramas de noche, para todo el país, todos pagados. Pero ¿dónde está el nuevo mensajero?

—¿Homer? —dijo Spangler—. ¿Homer Macauley? Esta tarde nos hemos retrasado por culpa de un accidente que ha tenido su hermano menor, Ulysses. Se ha quedado encerrado en una especie de trampa en la tienda de Covington. Homer ha tenido que ir a sacarlo. Pero a partir de ahora lo irás viendo. —Sonrió a la anciana—. Gracias por los telegramas.

Cuando llegó a la esquina donde había estado la chica solitaria, se detuvo un momento. «Aquí es donde estaba. No la volveré a ver nunca, es lo más probable, pero aunque la vuelva a ver, ya no la veré tal como la he visto esta tarde.» Siguió caminando por la calle, silbando para sus adentros. Cuando estaba en la acera de enfrente del bar de Corbett, oyó música de pianola, el viejo vals titulado «All That I Want Is You». Fue hasta las puertas de vaivén del bar, escuchó un momento y luego entró. Corbett estaba detrás de la barra y se puso inmediatamente a servirle a Spangler su whisky con agua de siempre. Echó un vistazo a los tres soldados que estaban escuchando la pianola.

—¿Cómo te va, Ralph?

—Bastante bien —dijo Corbett—. Soldados con mucho tiempo que matar y poco dinero. Por cada una que piden yo les invito a tres.

—¿Te puedes permitir hacer eso?

—No, pero ¿qué más da? Después de la guerra tal vez me devuelvan algo. No puedo ser un simple propietario de bar. Soy el Joven Corbett.

El director de la oficina de telégrafos y el antiguo boxeador estuvieron hablando cinco minutos y por fin Spangler regresó a la oficina.