Capítulo 13

Big Chris

Mientras Homer Macauley se montaba en la bicicleta después del encuentro de atletismo para llegar al trabajo lo antes posible, un hombre llamado Big Chris estaba entrando en la tienda de artículos deportivos Covington de Tulare Street. Era un hombre enorme, alto, flaco y duro, con una imponente barba rubia. Acababa de bajar de las colinas cercanas a Piedra a por comida, cartuchos y trampas. El señor Covington, el fundador y propietario de la tienda, enseguida se puso a demostrarle a Big Chris el funcionamiento de una trampa nueva muy complicada que acababa de inventar un hombre de Friant. La trampa era enorme y muy intrincada. Estaba hecha de acero, madera de madroño, muelles y cuerdas. Su principio parecía ser coger al animal, ponerlo patas arriba y dejarlo colgando hasta que llegara el trampero.

—Es una novedad —dijo el señor Covington—. La ha inventado un hombre de Friant llamado Safferty. Ha solicitado la patente y por ahora solamente ha fabricado dos a partir de un modelo que ha enviado a la oficina de patentes y ésta, que me ha enviado a mí para venderla. La trampa sirve para cualquier animal que camine. El señor Safferty la llama «LA TRAMPA SAFFERTY PARA LEVANTAR A CUALQUIER ANIMAL POR LAS PATAS, DARLE LA VUELTA Y DEJARLO COLGANDO». Pide veinte dólares por ella. Por supuesto, la trampa no ha sido probada, pero como puede ver usted mismo, es fuerte y parece capaz de levantar, dar la vuelta y dejar colgado sin dificultades a un oso.

Big Chris escuchaba al propietario de la tienda de artículos deportivos tal como escuchan los niños, y detrás de él Ulysses Macauley escuchaba con la misma fascinación, colándose por entre las piernas de los dos hombres para ver mejor la trampa. El señor Covington creía que Ulysses era hijo de Big Chris y Big Chris creía que Ulysses era hijo del señor Covington, así que ninguno de los dos tenía por qué dar explicaciones de la presencia del niño. En cuanto a Ulysses, creía que su lugar era cualquier lugar donde hubiera algo interesante que ver.

—Lo notable de esta trampa —dijo el señor Covington— es que no hace daño al animal, así que deja la piel de una pieza e intacta. El señor Safferty en persona ofrece una garantía de once años para la trampa. Eso incluye todas las piezas, la flexibilidad de la madera, la resistencia de los muelles, el acero, las cuerdas y todas las demás partes. El señor Safferty, aunque no es un trampero, cree que ésta es la trampa más eficaz y humanitaria del mundo. Tiene casi setenta años y vive plácidamente en Friant, leyendo libros e inventando cosas. Ha inventado un total de treinta y siete objetos distintos de gran utilidad. —El señor Covington dejó de accionar la trampa—. Ya —dijo—, creo que está lista.

Ulysses fue acercándose para mirar y al final se acercó demasiado: la trampa se cerró en torno a él con suavidad pero muy deprisa, lo levantó de los pies, le dio la vuelta y lo dejó colgado a un metro del suelo, estirado horizontalmente y bien sujeto. El niño no emitió ni un solo sonido, aunque se encontraba un poco desconcertado. Big Chris, sin embargo, no se tomó el suceso a la ligera.

—¡Cuidado! —le dijo a Covington—. No quiero que su hijo se haga daño.

—¿Mi hijo? —dijo Covington—. Yo creía que era hijo de usted. Es la primera vez que veo a este niño. Ha venido con usted.

—¿Ah, sí? —dijo Big Chris—. No me he dado cuenta. ¡Bueno, dése prisa! ¡Sáquelo de la trampa, vamos!

—Sí, señor —dijo Covington—. Déjeme ver.

Big Chris estaba preocupado y confuso:

—¿Cómo te llamas, chico? —dijo.

—Ulysses —dijo el niño de la trampa.

—Yo me llamo Big Chris. Ahora no te muevas, Ulysses, y este hombre te sacará de ahí. —Big Chris se volvió hacia el señor Covington—. Venga ya, hombre —dijo—. Vuelva a poner al chico en el suelo.

El señor Covington, sin embargo, estaba igual de confuso que Big Chris.

—No estoy seguro de acordarme de cómo explicó el señor Safferty esa parte de la trampa. No me hizo una demostración, ¿sabe?, porque bueno, no tenía nada con qué hacerla. El señor Safferty solamente me lo explicó. Creo que se supone que esto se saca… No, parece que no se puede mover.

Big Chris y el señor Covington se pusieron a trabajar juntos en la trampa: Big Chris cogió a Ulysses de modo que si la trampa se abría de pronto el niño no se cayera de cabeza al suelo, y entretanto el otro hombre trasteaba con las distintas partes de la trampa para ver si alguna se movía.

—Bueno, dése prisa —dijo Big Chris—. No tengamos al chico colgado todo el día. No te has hecho daño, ¿verdad, Ulysses?

—No, señor —dijo Ulysses.

—Bueno, tú no te muevas. Te sacaremos de esto. —Miró al chico con severidad y le dijo—: ¿Por qué te has tenido que acercar tanto?

—Para mirar —dijo Ulysses.

—Sí, es un artilugio fascinante, ¿verdad? Ahora este hombre te sacará de aquí y yo evitaré que te caigas. ¿Cuántos años tienes?

—Cuatro —dijo Ulysses.

—Cuatro —dijo Big Chris—. Bueno, yo tengo cincuenta años más que tú. Ahora este hombre te sacará, ¿no? —Y Big Chris miró con severidad al señor Covington—. ¿Cómo se llama usted? —le dijo.

—Walter Covington. Soy el dueño de esta tienda.

—Pues muy bien. Ahora, Walter, saque al niño. Mueva esa pieza de madera de ahí. Yo lo sujeto. No te preocupes, Ulysses. ¿Cómo se llama tu padre?

—Matthew —dijo Ulysses.

—Pues es un hombre muy afortunado por tener a un chico como tú. Un chico con los ojos abiertos. Yo daría lo que fuera por tener a un chico como tú, pero nunca he encontrado a la mujer adecuada. Conocí a una chica en Oklahoma hace treinta años pero se marchó con otro. ¿Va acabando, Walter?

—Todavía no —dijo el señor Covington—, pero acabaré. Creo que se supone que esto… No. El señor Safferty me explicó cómo sacar al animal de la trampa, pero parece que no le cojo el tranquillo. Tal vez el procedimiento cambia cuando se trata de un niño en vez de un animal.

Dos hombres, una mujer con una niña y dos chicos de nueve o diez años entraron en la tienda a mirar.

—¿Qué está pasando? —dijo uno de los chicos.

—Tenemos a un chico encerrado en una trampa —dijo el señor Covington—. Un chico llamado Ulysses.

—¿Cómo se ha metido ahí? —dijo uno de los hombres—. ¿Quieren que llame a un médico?

—No, no se ha hecho daño —dijo Big Chris—. El chico está bien. Simplemente está colgando.

—Tal vez tendrían que llamar a la policía —dijo la mujer.

—No, señora —dijo Big Chris—. Simplemente está encerrado en la trampa. Este hombre, Walter, lo va a sacar.

—Bueno —dijo la señora—, es una vergüenza que se haga a sufrir a los niños con toda clase de ridículos aparatos mecánicos.

—Al chico no le pasa nada, señora —dijo Big Chris—. No está sufriendo.

—Bueno —dijo la señora—, si fuera mi hijo, tendrían ustedes aquí a la policía en un minuto. —Y se alejó toda enfurruñada, arrastrando con ella a su hija.

—¡Quiero verlo, quiero verlo! —exclamó la niña—. ¡Puede verlo todo el mundo menos yo!

La mujer zarandeó a la niña y la sacó a rastras de la tienda.

—Tú no te preocupes, Ulysses —dijo Big Chris—. Te sacaremos de ésta en un santiamén.

El señor Covington, sin embargo, se rindió.

—Tal vez habría que telefonear al señor Safferty —dijo—. Porque yo no puedo sacar al niño.

—¿Me tengo que quedar aquí? —dijo Ulysses.

—No, hijo, no —dijo Big Chris—. No, por Dios que no.

Un chico con una docena de periódicos de la edición vespertina debajo del brazo entró en la tienda, se apretujó entre el resto de espectadores, miró a Ulysses, miró a la gente, volvió a mirar a Ulysses y por fin habló:

—Hola, Ulysses —dijo—. ¿Qué estás haciendo?

—Hola, Auggie —dijo Ulysses—. Estoy atrapado.

—¿Por qué?

—Me he quedado así.

El repartidor de periódicos intentó ayudar a Big Chris, pero solamente consiguió estorbar. Miró a su alrededor, lleno de pánico y paralizado, pero al cabo de un momento de confusión salió a toda prisa a la calle. Fue directo a la oficina de telégrafos. Homer no estaba, así que salió de nuevo a la calle, corrió para un lado y luego para el otro, chocando con la gente y al mismo tiempo gritando el titular del día.

Una mujer con la que había chocado dijo para sí misma: «¡Se ha vuelto loco… de tanto vender periódicos!».

Auggie corrió una manzana entera, se puso en medio de la calle y miró a los cuatro puntos cardinales en busca de Homer. Y la suerte quiso que Homer apareciera por la esquina montado en su bicicleta. Auggie corrió hacia Homer, gritándole con todas sus fuerzas:

—¡Homer! ¡Tienes que venir ahora mismo!

Homer se bajó de su bicicleta.

—¿Qué pasa, Auggie?

—¡Ha pasado una cosa! —gritó Auggie, aunque tenía a Homer al lado—. ¡Tienes que venir conmigo! —Cogió del brazo a Homer.

—Pero ¿qué ha pasado?

—En la tienda de Covington. Date prisa, ¡tienes que venir!

—Ah —dijo Homer—, quieres enseñarme algún aparejo de pesca nuevo o un rifle o algo que hay en el escaparate. Ya no puedo dedicarme a ir mirando cosas por ahí, Auggie. Ahora trabajo. Y tengo que volver a trabajar.

Homer se volvió a montar en la bicicleta y empezó a alejarse pedaleando, pero Auggie le agarró el sillín y se puso a trotar a su lado, empujando la bicicleta en dirección a la tienda de Covington.

—Homer, ¡tienes que venir conmigo! ¡Está atrapado, no puede salir!

—¿De qué estás hablando?

Ahora estaban en la acera de enfrente de la tienda de Covington. Había una pequeña multitud delante de la puerta y Homer empezó a sentir un poco de miedo. Auggie señaló a la gente. Los dos chicos se abrieron paso entre el gentío hasta entrar en la tienda y acercarse a la trampa. En la trampa estaba Ulysses, el hermano de Homer, y alrededor se encontraban Big Chris, el señor Covington y una serie de hombres, mujeres y chicos desconocidos.

—¡Ulysses! —gritó Homer.

—¡Hola, Homer! —dijo Ulysses.

Homer se dirigió al señor Covington:

—¿Qué está haciendo mi hermano en esa cosa?

—Se ha quedado encerrado —dijo el señor Covington.

—¿Y qué hace toda esta gente aquí? Váyanse a casa —le dijo a la gente—. ¿Es que un niño no se puede quedar encerrado en una trampa sin que todo el mundo venga a verlo?

—Sí —dijo el señor Covington—, tengo que pedirles que se vayan, no son ustedes clientes. —El señor Covington examinó a la gente—. Señor Wallace —dijo—, usted puede quedarse. Usted tiene tratos conmigo, y usted, señor Sickert. George. Señor Spindle. Shorty.

Yo tengo tratos aquí —dijo un hombre—. La semana pasada compré anzuelos.

—Sí —dijo el señor Covington—, anzuelos. El resto van a tener que irse.

Solamente dos personas se apartaron un poco.

—No te preocupes, Ulysses —dijo Homer—. Todo va a salir bien. Es una suerte que Auggie me encontrara. Auggie, corre a la oficina de telégrafos y dile al señor Spangler que mi hermano Ulysses está encerrado en una trampa en la tienda del señor Covington y que estoy intentando sacarle. Ya llego tarde pero dile que iré tan pronto como saque a Ulysses de la trampa. Date prisa.

Auggie dio media vuelta y echó a correr. Chocó con un policía que estaba entrando en la tienda y casi lo derribó.

—¿Qué es este alboroto? —dijo el policía.

—Tenemos a un chico encerrado en una trampa —dijo el señor Covington—. No lo podemos sacar.

—Déjenme echar un vistazo —dijo el policía. Miró a Ulysses y luego a la gente—. Muy bien —dijo—, circulen, todos ustedes. Estas cosas pasan todos los días. Tienen ustedes cosas mejores que hacer que estar mirando a un niño metido en una trampa. —El policía sacó a la gente de la tienda y cerró con llave la puerta. Luego fue con el señor Covington y Big Chris—. Saquemos a este chico de este trasto y mandémoslo a su casa.

—Sí —dijo el señor Covington—, y cuanto antes mejor. Tiene usted mi tienda cerrada a las cuatro y media de la tarde.

—Bueno, ¿cómo funciona ésta cosa? —dijo Homer.

—Es una trampa nueva —dijo el señor Covington—. Acaba de inventarla el señor Wilfred Safferty de Friant. Pide veinte dólares por ella y ya ha solicitado la patente.

—Bueno, pues saque a mi hermano de ella —dijo Homer—, o traiga a alguien que pueda hacerlo. Traiga al señor Safferty.

—Ya he intentado telefonear al señor Safferty, pero el teléfono no funciona —dijo el señor Covington.

—¿No funciona? —gritó Homer. Todo aquello le estaba poniendo muy furioso—. ¿Qué me importa a mí si no funciona el teléfono? Traigan a ese hombre aquí y que saque a mi hermano de la trampa.

—Sí, creo que eso será lo mejor —le dijo el policía al señor Covington.

—Agente —dijo el señor Covington—. Estoy intentando dirigir un negocio legal. Soy un ciudadano que cumple las leyes y que paga sus impuestos, de los cuales, podría decirlo, sale el salario de usted. Ya he intentado encontrar al señor Safferty por teléfono. Y parece que el teléfono no funciona. No puedo dejar mi tienda en mitad del día para ir a buscarlo.

Homer miró a los ojos al señor Covington y le puso un dedo tembloroso debajo de la nariz.

—Vaya usted a buscar al inventor de esta máquina de tortura —dijo—, y saque de ella a mi hermano. Eso es todo.

—No es una máquina de tortura —dijo el señor Covington—. Es la trampa para animales más moderna del mercado. Deja al animal colgando sin causar daños al pellejo ni al cuerpo. Funciona mediante el principio de desplazar al animal de su base y de esa forma dejarlo indefenso. Además, es posible que el señor Safferty no esté en su casa.

—Oh —dijo Homer—, ¿de qué está hablando?

El policía optó por examinar la trampa:

—Tal vez —sugirió— deberíamos sacar al chico serrando.

—¿Serrando acero? —dijo el señor Covington—. ¿Cómo?

—Ulysses —dijo Homer—, ¿quieres algo? ¿Estás bien?

Big Chris, que estaba trabajando duro en la trampa, miró a un hermano y luego al otro, profundamente conmovido por la tranquilidad del chico atrapado y por la devoción furiosa de su hermano.

—Ulysses —dijo Homer—, ¿puedo traerte algo?

—A papá —dijo Ulysses.

—Ah —dijo Homer—, ¿y puedo traerte algo más que a papá?

—A Marcus —dijo el chico de la trampa.

—Marcus está en el ejército —dijo Homer—. ¿Quieres un helado de cucurucho o algo parecido?

—No —dijo Ulysses—, solamente a Marcus.

—Bueno, pues Marcus está en el ejército —dijo Homer. Se volvió hacia Covington—. ¡Saque a mi hermano de esa cosa y dése prisa!

—Un momento —dijo Big Chris—. ¡Agarra a tu hermano, hijo! ¡Que no se caiga! —Big Chris estaba muy ocupado manipulando la trampa.

—¡Está usted rompiendo la trampa! —dijo el señor Covington—. Es la única de su clase que existe en el mundo. ¡No puede romperla! Voy a buscar al señor Safferty. Está usted destruyendo un gran invento. El señor Safferty es un hombre anciano. Puede que nunca vuelva a construir una trampa como ésta. El chico está bien. No se ha hecho daño. Voy a por el señor Safferty. No tardo más que un par de horas.

—¡Un par de horas! —gritó Homer. Miró al señor Covington con el desprecio más terrible del mundo y luego miró el resto de la tienda—. Voy a destruir la tienda entera —dijo. Miró a Big Chris—. Adelante, señor. Rompa la trampa, rómpala.

Big Chris tiró de la trampa con todos los músculos de los dedos, los brazos, los hombros y la espalda, y poco a poco la trampa empezó a ceder bajo su fuerza.

Ulysses se volvió como pudo para ver al hombre. Por fin Big Chris destruyó la trampa.

Ulysses quedó libre.

Sosteniéndolo para que no se cayera de cabeza, Homer dejó a su hermano menor de pie en el suelo. La multitud que había delante de la tienda se puso a vitorearlos, pero de forma poco eficaz, puesto que estaban desorganizados y carecían de líder. Ulysses probó a sostenerse sobre las piernas. Como todo parecía ya solucionado, Homer abrazó a su hermano. Ulysses miró a Big Chris. Aquel hombre tan corpulento parecía casi agotado.

—Alguien tiene que pagar por la trampa —dijo el señor Covington—. Está destrozada. Alguien tiene que pagarla.

Sin decir palabra, Big Chris sacó unos billetes del bolsillo, contó veinte dólares y los tiró sobre el mostrador. Le puso la mano en la cabeza a Ulysses y le alborotó el pelo, como hacen a veces los padres. Luego dio media vuelta y salió de la tienda.

Homer habló a su hermano:

—¿Estás bien? ¿Por qué siempre te metes en estos líos? —Homer miró la trampa destruida y le dio una patada.

—Ten cuidado, chico —dijo el policía—. Se trata de una especie de invento nuevo. Es imposible saber qué puede hacer.

El señor Covington salió a la calle para hablar con la gente:

—La tienda vuelve a estar abierta al público. Covington abre todas las mañanas a las ocho y cierra todas las tardes a las siete, salvo los sábados, que abrimos hasta las diez. El domingo está cerrado todo el día. Tenemos toda clase de artículos deportivos. Aparejos de pesca, armas de fuego, munición y equipo de atletismo. Estamos abiertos, damas y caballeros. Entren.

La gente se alejó lentamente.

Homer se dirigió al policía antes de salir de la tienda.

—¿Quién era el hombre que ha sacado a mi hermano de la trampa?

—Es la primera vez que lo veo en mi vida —dijo el policía.

—Big Chris —le dijo Ulysses a Homer.

—¿Así se llama? ¿Big Chris?

—Sí. Big Chris.

Auggie entró a toda prisa en la tienda. Miró a Ulysses.

—¿Has salido, Ulysses? ¿Cómo has salido, Ulysses?

—Big Chris —dijo Ulysses.

—¿Cómo ha salido, Homer? —dijo Auggie—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué le ha pasado a la trampa? ¿Dónde está el grandullón de la barba? ¿Qué ha pasado mientras yo estaba fuera?

—Todo está bien, Auggie —dijo Homer—. ¿Le has dicho al señor Spangler lo que te dije?

—Sí, se lo he dicho. ¿Qué ha pasado, Homer? ¿Funciona la trampa? ¿Puede atrapar animales?

—Oh —dijo Homer—, esa trampa es una memez. ¿Para qué sirve cazar a un animal si no lo puedes sacar? Señor Covington, tiene usted mucho morro al cobrarle a Big Chris veinte dólares por un montón así de chatarra.

—Veinte dólares es el precio estándar —dijo el señor Covington.

—¿El precio estándar? —dijo Homer—. ¿De qué está hablando? Vamos, Auggie, salgamos de aquí.

Los tres chicos salieron de la tienda y se dirigieron a la oficina de telégrafos. El señor Spangler estaba apoyado en el mostrador mirando la calle. El señor Grogan estaba enviando un telegrama. Homer cojeaba todavía más que antes por culpa de su colisión con el señor Byfield en la carrera de doscientos metros con vallas bajas.

—Señor Spangler —dijo—, éste es mi hermano Ulysses. Acabamos de sacarlo de una especie de trampa en la tienda de Covington. Lo ha sacado Big Chris. Ha tenido que romper la trampa. Y luego ha tenido que pagar por ella, veinte dólares. Éste es Auggie. ¿Le ha dicho por qué llego tarde?

—No pasa nada —dijo Spangler—. Se han amontonado varios telegramas que tienes que entregar, pero no pasa nada. Así que éste es tu hermano… ¿Ulysses?

Ulysses estaba de pie junto al telegrafista, mirando cómo trabajaba. Y delante del telegrafista, al otro lado de la mesa, Auggie se dedicaba a escuchar la caja del telégrafo.

—También han llamado para unas cuantas recogidas —dijo Spangler—. Yo he hecho un par de las más cercanas. Las otras dos están en el registro. Haz las recogidas primero y luego las entregas.

—Sí, señor —dijo Homer—. Ahora mismo. Siento muchísimo todo esto, señor Spangler. ¿Puede vigilar a Ulysses hasta que yo vuelva? Tal vez un poco más tarde cuando las cosas estén más tranquilas pueda llevarle a casa con mi bicicleta.

—Yo vigilo a tu hermano —dijo Spangler—. Vete.

—Sí, señor —dijo Homer—. Muchas gracias, Ulysses no va a causar ningún problema. Solamente va a mirar. No va a hacer nada.

Homer salió de la oficina de telégrafos, cojeando a toda prisa.