La nariz humana
La señorita Hicks esperó a que Helen se sentara y luego miró las caras de sus alumnos.
—Muy bien —dijo—, ¿qué hemos aprendido?
—Que la gente tiene nariz en todas partes —dijo Homer.
A la señorita Hicks no le molestó aquella respuesta, y es que no le dio más importancia:
—¿Qué más?
—Que las narices —dijo Homer— no sirven solamente para sonárselas y para tener resfriados, sino también para hacer un seguimiento de la historia antigua.
La señorita Hicks apartó la vista de Homer y dijo:
—Alguien más, por favor. Homer parece embelesado por las narices.
—Bueno, salen en el libro, ¿no? ¿Por qué las mencionan si no? Debe de ser importante.
—Tal vez le gustaría pronunciar un discurso extemporáneo sobre la nariz, señor Macauley.
—Bueno —dijo Homer—, tal vez no exactamente un discurso, pero la historia antigua nos enseña una cosa —y despacio ahora, con una especie de énfasis innecesario, continuó—: la gente siempre ha tenido nariz. Si uno quiere estar seguro, lo único que tiene que hacer es mirar esta clase. —Miró a todo el mundo que lo rodeaba—. Completamente llena de narices. —Paró un momento para decidir qué más era posible decir sobre aquel tema—. La nariz siempre ha sido motivo de vergüenza para la raza humana, y es probable que los hititas siempre estuvieran repartiendo mamporros porque tenían las narices demasiado grandes y torcidas. No importa quién inventó el reloj de sol porque tarde o temprano todo el mundo inventa alguna clase de reloj. Lo importante es: ¿quién tiene narices?
Joe el humorista escuchó con profundo interés y admiración, si no envidia. Homer continuó:
—Hay gente que habla con la nariz. Muchísima gente ronca con la nariz y un puñado de gente sabe usarla para cantar o silbar. Hay gente a quienes los guía su nariz, otros usan la nariz para husmear o para hurgar en sitios misceláneos. Hay narices que han sido mordidas por perros rabiosos y por actores en apasionadas escenas de amor. A algunas les han cerrado puertas y otras se han quedado pilladas en batidoras de huevos y dispositivos de cambio automático de discos. La nariz es estacionaria, como un árbol, pero al estar situada en un objeto móvil, la cabeza, sufre el gran castigo de ser llevada a sitios donde estorba. El propósito de la nariz es oler lo que hay en el aire, pero hay gente que con la nariz husmea ideas ajenas, modales o aspectos ajenos. —Miró a Hubert Ackley III y luego a Helen Eliot, cuya nariz, en lugar de moverse hacia arriba, por alguna razón se inclinó ligeramente hacia abajo—. Por lo general esa gente dirige la nariz hacia el cielo, como si eso les fuera a permitir entrar en él. La mayoría de animales tienen hocico pero hay pocos que tengan nariz, propiamente dicha, y sin embargo en los animales el sentido del olor está más desarrollado que en el hombre, que tiene nariz, se lo aseguro. —Homer Macauley respiró hondo y decidió concluir su discurso—. Lo que hay que recordar de la nariz por encima de todo es que crea problemas, causa guerras, rompe viejas amistades y destruye muchos hogares felices. ¿Puedo irme al encuentro de atletismo ahora, señorita Hicks?
La profesora de historia antigua, aunque complacida por aquel imaginativo discurso sobe un tema tan trivial, no iba a permitir que el éxito del mismo interfiriera con la necesidad de mantener el orden en la clase.
—Se quedará usted después de clase, señor Macauley, y usted también, señor Ackley. Y ahora que hemos terminado con el tema de las narices, ¿alguien más puede comentar lo que hemos leído?
No hubo comentarios.
—Venga —dijo la señorita Hicks—. ¿Alguien más puede hacer un comentario? ¿Quién sea?
Joe el humorista respondió a la petición:
—¡Menudo desliz! ¡Qué error de raíz! Perdí la nariz y soy infeliz.
—¿Alguien más?
—Las narices grandes son comunes entre los navegantes y los exploradores —dijo una chica.
—Muy bien. ¿Henry?
—Yo no sé nada de narices —dijo Henry.
—Muy bien —dijo Joe—. ¿Quién es Moisés?
—Moisés sale en la Biblia —dijo Henry.
—¿Y tiene nariz?
—Claro que tiene nariz.
—Pues muy bien. ¿Por qué no dices: «Qué genial, qué especial, Moisés el hebreo era un hombre nasal»?
—¿Por qué iba a decirlo?
—Para aprender un poco de historia antigua, hombre.
—¿Alguien más?
Nadie más se prestó voluntario, de modo que Joe dijo:
—Bueno, supongo que me toca a mí, como de costumbre. La nariz llega a todos sitios antes que uno, pero sin narices no se llega a ninguna parte.
—Señorita Hicks —dijo Homer—, tiene que dejarme usted correr los doscientos metros con vallas bajas.
—No me interesan las vallas de ninguna clase —dijo la señorita Hicks—. ¿Alguien más?
Pero ya era tarde. Sonó el timbre del final de clase. Todo el mundo se levantó para ir a la pista de atletismo salvo Homer Macauley y Hubert Ackley III.