Bess y Mary
A las siete de la mañana el despertador solamente tuvo que hacer clic para que Homer Macauley se incorporara en la cama. Manipuló el despertador para que no sonara la alarma. Luego se levantó, sacó su curso de culturismo de Nueva York y empezó a leer las instrucciones del día. Su hermano Ulysses lo estaba mirando, como siempre, después de despertarse con él al sonar el clic previo a la alarma, que Homer nunca dejaba que saltase. El curso de culturismo de Nueva York consistía en un libreto impreso y un tensor de pectorales. Homer lo abrió por la lección 7 mientras Ulysses se le metía por debajo del brazo para estar más cerca de todo aquello tan misterioso. Después de unos ejercicios preliminares ordinarios, que incluían respiraciones profundas, Homer se tumbó de espaldas y levantó las piernas rígidamente del suelo.
—¿Qué haces? —dijo Ulysses.
—Ejercicios.
—¿De qué?
—De musculación.
—¿Vas a ser el hombre más fuerte del mundo?
—Nooo.
—¿Entonces qué?
—Vuelve a dormir —dijo Homer.
Ulysses volvió a meterse en la cama pero se quedó sentado, mirando. Por fin Homer empezó a vestirse.
—¿Adónde vas?
—A la escuela.
—¿Vas a aprender algo?
—Sí, y también voy a correr los doscientos metros con vallas bajas.
—¿Adónde vas a correr?
—No voy a correr a ninguna parte. Son vallas de madera que hay puestas cada diez o quince metros y hay que saltar por encima mientras corres.
—¿Por qué?
—Es una carrera. Todo el mundo que ha nacido en esta ciudad corre los doscientos metros con vallas bajas. Es la gran carrera de Ithaca. El director de la oficina de telégrafos donde trabajo corrió los doscientos metros con vallas bajas cuando iba a la Escuela Secundaria de Ithaca. Fue Campeón del Valle.
—¿Qué es Campeón del Valle?
—Es el mejor.
—¿Vas a ser el mejor?
—Voy a intentarlo. Ahora vuelve a dormir.
Ulysses se tumbó, pero luego dijo:
—Mañana… —y se corrigió—. Ayer vi el tren.
Homer sabía de qué le estaba hablando su hermano. Recordó su propia fascinación con los trenes que pasaban.
—Había un hombre negro y me saludó.
—¿Tú le devolviste el saludo?
—Primero yo lo saludé primero. Luego él me saludó primero. Luego yo saludé y él saludó. Y me dijo: «¡Me voy a casa!». —Ulysses miró a su hermano—. ¿Cuándo nos vamos nosotros a casa?
—Ya estamos en casa.
—¿Pues por qué no ha venido aquí?
—Todo el mundo tiene una casa distinta. Algunos en el este, otros en el oeste, otros en el norte y otros en el sur. Nosotros estamos en el oeste.
—¿Y el oeste es lo mejor?
—No lo sé. No he estado en ninguna otra parte.
—¿Y vas a ir?
—Algún día.
—¿Adónde?
—A Nueva York.
—¿Dónde está Nueva York?
—Al este. Después de Nueva York, a Londres. Después de Londres, a París. Después de París, a Berlín. Luego a Viena, Roma, Moscú, Estocolmo… Algún día visitaré todas las grandes ciudades del mundo.
—¿Y volverás?
—Claro.
—¿Y te alegrarás de volver?
—Claro.
—¿Por qué?
—Porque siempre está bien volver, por eso.
El hermanito suplicó, muy serio:
—No te vayas.
—No me voy ahora. Ahora solamente me voy a la escuela.
—No te vayas nunca —dijo Ulysses.
—Pasará mucho tiempo antes de que me vaya. Así que vuelve a dormir.
—Muy bien —dijo Ulysses—. ¿Vas a correr los seiscientos?
—Los doscientos.
Cuando Homer se sentó a la mesa del desayuno, su hermana Bess lo estaba esperando. Él inclinó un momento la cabeza, la levantó y empezó a comer.
—¿Qué oración has dicho? —dijo Bess.
—La que digo siempre —dijo Homer, y se puso a repetirla, diciendo las palabras tal como las había aprendido exactamente cuando apenas sabía hablar.
Señor, hazte presente a nuestro lado,
que aquí y en todas partes seas adorado.
Bendice a estas criaturas y en el Cielo
haz que de tu compañía gocemos.
Amén.
—Oh, ésa es vieja. Además, ni siquiera sabes qué estás diciendo.
—Sí que lo sé. ¿Y qué oración has dicho tú?
—Primero dime qué quieren decir esas palabras.
—Quieren decir lo que dicen.
—¿Y qué es lo que dicen?
—Señor, hazte presente a nuestro lado —dijo Homer—. Eso quiere decir… Señor, hazte presente a nuestro lado. Que aquí y en todas partes seas adorado. Eso quiere decir que las cosas buenas sean respetadas aquí y en todas partes. Bendecir quiere decir cuidar, o algo parecido. Estas criaturas…, eso quiere decir nosotros y todos los demás. Y que de tu compañía gocemos en el Cielo, bueno. Quiere decir exactamente lo que dice, o bien nada. Tú eliges. Simplemente haz que de tu compañía gocemos en el Cielo, eso es todo. Hoy voy a correr los doscientos metros con vallas en la pista de atletismo. Es una carrera importante. El señor Spangler la corrió cuando iba a la Escuela Secundaria de Ithaca. Es una carrera en la que hay que correr y también saltar. Y lleva encima un huevo duro para darle suerte.
—Llevar un huevo encima para tener suerte es una superstición —dijo Bess.
—Y a quién le importa eso. Ayer me mandó a Chatterton’s a buscar dos tartas del día anterior, de manzana y crema de coco. Dos por veinticinco centavos. Las tartas del día van a veinticinco cada una, así que si solamente tienes un cuarto de dólar, solamente puedes comprar una. Las del día anterior van a veinticinco dos, así que te puedes llevar dos. La mitad de cada tarta es para mí y la mitad es para el señor Grogan, pero él solamente puede comerse un par de trozos. Eso quiere decir que yo puedo comer un montón. Al señor Grogan le gusta más beber que comer.
Mary Arena, la chica de los vecinos, entró en la cocina por la puerta de atrás. Llevaba un cuenco pequeño de Woolworth que dejó en la mesa. Homer se levantó.
—Ten, Mary. Siéntate.
—Oh, no, Homer. Sigue desayunando. Prueba los melocotones secos estofados que he hecho para mi padre.
—Vale —dijo Homer—. ¿Cómo está tu padre?
—Está más o menos bien. Esta mañana, nada más llegar a la mesa, ha dicho: «¿Hay cartas? ¿No hay ninguna carta de Marcus?».
—Pronto recibiremos otra carta —dijo Bess. Se levantó de la mesa—. Venga, Mary. Vámonos.
—Para serle sincera —le dijo Mary a la señora Macauley—, me estoy hartando de ir a la universidad. Es igual que la escuela. Soy demasiado mayor para ir a la escuela. Los tiempos han cambiado. Lo que me gustaría es salir y encontrar un trabajo.
—A mí también —dijo Bess.
—Tonterías —dijo la señora Macauley—. Sois unas niñas. Tenéis diecisiete años. Tu padre tiene un buen trabajo, Mary. Y tu hermano también, Bess.
—Pero es que no me parece bien —dijo Mary—. Marcus está en el ejército y el mundo entero se dedica a sacarse los ojos.
Homer miró cómo se marchaban las chicas.
—¿Qué te parece eso? —dijo.
—Bueno, es perfectamente natural que un par de chicas quieran salir al mundo y batir las alas —dijo la señora Macauley.
—No hablo de un par de chicas que quiere salir al mundo y batir las alas. Hablo de Mary.
—Mary es una chica amable, sencilla e inocente. Es la chica más inocente que he conocido nunca, y me alegro de que Marcus esté enamorado de ella.
—Mamá —dijo Homer con impaciencia—, todo eso ya lo sé. No estoy hablando de eso. —Hizo una pausa y dijo—: Bueno, me tengo que marchar.
La señora Macauley lo miró marcharse y luego, con el rabillo del ojo, vio a Ulysses en camisa de dormir. El niño la miró de abajo arriba, tal como cualquier animal de pequeño tamaño mira a la hembra de su especie que le pertenece. En la cara tenía una expresión muy seria e increíblemente encantadora.
—¿Por qué dice: «No llores más»?
—¿Quién?
—El hombre negro del tren.
—Es una canción. —Ella le cogió la mano—. Vamos, ponte la ropa.
—¿Volverá a estar hoy en el tren?
La señora Macauley pensó un momento y dijo:
—Sí.