Capítulo 6

El señor Grogan

Homer se sentó frente a la mesa del señor Grogan. Los cables del telégrafo estaban en silencio pero de pronto la caja empezó a zumbar. Homer esperó a que el señor Grogan contestara a la llamada, pero el señor Grogan no la contestó. Homer dio la vuelta a la mesa corriendo.

—Señor Grogan —dijo—. ¡Le están llamando! —Zarandeó con suavidad al hombre—. ¡Señor Grogan, despierte! ¡Despierte!

Homer fue hasta la jarra del agua y llenó un vaso de plástico. Corrió de vuelta a donde estaba el viejo telegrafista pero le dio miedo seguir las instrucciones que éste le había dado. Dejó el vaso en la mesa y volvió a zarandear al señor Grogan.

—¡Señor Grogan, despierte! ¡Le están llamando!

Homer le echó el vaso de agua a la cara. El señor Grogan se incorporó de golpe y abrió los ojos. Miró a Homer, escuchó la caja del telégrafo y se puso a responder a la llamada.

—Muy bien, chico. ¡Ahora, deprisa! Una taza de café solo. ¡Date prisa!

Homer salió de la oficina rumbo al bar de Corbett. Cuando regresó, el viejo telegrafista volvía a tener los ojos casi cerrados, pero estaba haciendo su trabajo.

—Muy bien, chico —dijo—. No te preocupes. No tengas miedo. Está perfecto.

El señor Grogan hizo parar un momento al telegrafista del otro lado de la línea y dio un sorbo de café.

—Primero me echas el agua fría, luego me traes el café solo.

—Sí, señor —dijo Homer—. ¿Es un telegrama importante?

—No —dijo el señor Grogan—. No es nada importante. Negocios. La acumulación de dinero. Es un telegrama de noche. No tienes que entregarlo hasta la mañana. No es nada importante. Pero para mí es muy importante recibirlo.

Ahora levantó la voz porque volvía a estar despierto y con fuerzas.

—Hace años que intentan jubilarme. Intentan poner esas máquinas que están inventando por todas partes, los Múltiplex y los teletipos. ¡Máquinas en vez de seres humanos! —Ahora hablaba en voz baja, como si se dirigiera a sí mismo o a la gente que estaba intentando robarle su lugar en el mundo—. Si no tuviera este trabajo yo no sabría qué hacer con mi vida. Supongo que me moriría en una semana. He trabajado toda la vida y no voy a parar ahora.

—Sí, señor —dijo Homer.

—Sé que puedo contar contigo para que me ayudes, hijo. —Y accionó el puntero. Llegó la respuesta y el anciano empezó a mecanografiar el telegrama, pero mientras lo hacía empezó a hablar con un orgullo y un vigor que encantaron a Homer—. ¡Mira que intentar quitarme el trabajo! Caramba, yo era el telegrafista más rápido del mundo. Más rápido que Wolinsky, tanto al enviar como al recibir. William Grogan. Los operadores de telégrafos de todo el mundo conocían mi nombre. ¡Sabían que Willie Grogan era el mejor de todos! —Hizo una pausa y le dedicó una sonrisa al mensajero, a aquel chico de los barrios bajos que había empezado a trabajar la noche anterior, justo a tiempo—. Canta otra canción, hijo.

Sin pensarlo, Homer empezó a cantar el viejo himno «Amazing Grace».