Capítulo 2

Homer

Su hermano Homer iba montado en una bicicleta de segunda mano que avanzaba esforzadamente por la tierra de una carretera rural. Homer Macauley llevaba una chaqueta de mensajero de telégrafos que le estaba grande y una gorra que le estaba pequeña. El sol descendía en medio de una soñolienta paz vespertina que la gente de Ithaca agradecía de corazón. Alrededor del mensajero los huertos y los viñedos se extendían por la tierra anciana de California. Aunque avanzaba a toda prisa, Homer no se perdía detalle de los encantos de la región. ¡Mira eso!, se decía a sí mismo refiriéndose a la tierra y los árboles, las viñas, el sol y las nubes. Mira eso, ¿quieres? Empezó a mover la bicicleta haciendo florituras y, para acompañar aquellas florituras, se puso a vociferar una melodía, simple, lírica y ridícula. Después se puso a desarrollar en su imaginación el tema musical de aquella ópera con una orquesta de cuerda y le añadió el arpa de su madre y el piano de su hermana Bess. Por fin, para que la familia estuviera al completo, un acordeón se unió al grupo y entonó el tema con humor desenfadado, el mismo con que Homer recordaba a su hermano Marcus.

El estruendo apresurado de tres objetos increíbles surcando el cielo ahuyentó la música de Homer. El mensajero levantó la mirada hacia los aeroplanos y se metió a toda prisa en una pequeña zanja seca. El perro de un granjero se le acercó con paso ligero, dándose aires de importancia y ladrando como un hombre que llevara un mensaje. Homer ignoro el mensaje y se volvió solamente una vez para burlarse del animal diciendo: «¡Guau, guau!». Luego volvió a sentarse en la bicicleta y continuó con su viaje.

Cuando llegó a donde empezaba el distrito residencial de la ciudad, pasó junto a un letrero sin leerlo:

ITHACA, CALIFORNIA

NI AL ESTE NI AL OESTE, ES MEJOR ESTAR EN CASA

BIENVENIDO, FORASTERO

Se detuvo en la siguiente esquina para ver pasar una larga hilera de camiones del ejército. Saludó a los soldados igual que su hermano Ulysses había saludado con la mano al maquinista y a los vagabundos. Muchos de los soldados devolvieron el saludo del mensajero. ¿Por qué no? ¿Qué sabían ellos?