Epílogo

Un indio viejo y pobremente vestido llegaba a la portería del convento de Jesús María la tarde del auto general de fe.

Aquél era un mandadero del convento, que volvía con algunos encargos.

Esperábale ya una monja, que podía tener como treinta y cinco años, pero pálida como un cadáver.

—¿Por qué ha tardado, hermanito? —dijo la monja—. Hace más de una hora que le espero.

—Madrecita —contestó el viejo— su reverencia sabe que Requesón está ya muy cansado y no puede andar aprisa; pero hay ahora otra disculpa.

—¿Y cuál es?

—Pues madrecita, como sabe su reverencia, hoy queman a ocho hombres.

—Dios les toque el corazón y les dé una buena hora.

—Pues como digo, queman ocho hombres, y quise verles y saber quiénes eran. ¿Y a que no adivina mi madrecita quién va entre ellos al brasero?

—No.

—Pues aquel que visitaba la casa de mi madrecita, aquel que salvó a señor de la quemazón.

—¿Quién? —preguntó la monja casi fuera de sí.

—Pues aquel don Guillén…

La monja lanzó un profundo gemido y cayó de espaldas. Corrieron en su auxilio las demás religiosas; era ya inútil. Clara había dejado de existir.

* * *

Si alguno de nuestros lectores se interesa por saber la suerte del generoso marqués de Villena, le daremos de él algunas noticias.

El marqués se hizo a la vela y llegó a España, en donde consiguió probar tan plenamente su inocencia, que Felipe IV le volvió a confiar el virreinato de México; pero el de Villena se contentó con aquella satisfacción, y permutó el virreinato de México por el de Sicilia.

Vivió allí respetado y considerado, no sin tener gran influjo en los negocios de Nueva España, pues él sugirió al rey la idea de poblar las Californias, y como resultado de sus consejos se envió a don Pedro Portel de Casanate, con amplísimas facultades para conquistar y poblar aquellas provincias.

El arzobispo Palafox fue sucedido por el conde de Salvatierra don García Sarmiento Sotomayor en el gobierno de la Nueva España; volvió a su obispado de Puebla, y terminó su vida en el obispado de Osma en España.