Los misterios de Urania
El conde esperaba a don Guillén a la puerta de la estancia de Carmen.
—Os aguardan —le dijo.
—Héme aquí —contestó Lampart.
Y los dos se dirigieron, pasando por varias habitaciones, a uno de los salones más apartados de la casa.
Al llegar a una antesala, dos caballeros presentaron a don Guillén en una gran bandeja de plata, un sol formado verdaderamente de piedras preciosas y pendiente de una cadena de oro, semejante aunque más rico, al que llevaba el conde de Rojas.
Don Guillén colgó en su cuello aquella alhaja, y los dos caballeros abrieron una gran puerta y penetraron anunciando:
—Su Majestad.
El salón no era muy grande; pero estaba curiosa y magníficamente adornado.
Veíase en el fondo un gran cuadro que representaba una joven hermosísima, vestida con un flotante traje azul, sembrado de estrellas, brillando en su cabeza una diadema también de estrellas, y sobre su frente una media luna: aquella mujer parecía atravesar por el aire en medio de una luz crepuscular. Era la imagen de Urania, la musa de la astronomía.
En el otro extremo del salón, se miraba un gran sitial de ébano, incrustado de concha nácar y oro, con cojines de brocado azul bordados de oro. En el muro, y encima de aquel sitial, había un sol resplandeciente y rodeado de llamas, en medio de cuatro figuras simbólicas.
Por la parte superior, y a la izquierda, un águila rampante que miraba fijamente al astro, y llevaba entre sus garras cuidadosamente a uno de sus polluelos, presentándole al sol, y debajo este mote:
LUCE PROBATUR
A la derecha, y enfrente de la águila, un hermoso fénix se consumía en una hoguera, y debajo decía:
ARDORE FECUNDA
Por la parte inferior, a la izquierda, un genio presentaba al sol un cuerno de la abundancia sobrecargado de flores y de frutos, y tenía encima este lema:
MUNERIS OMNE TUI
La cuarta figura, era una gallarda planta de girasol, heliotropo, y cuyas flores presentaban sus corolas al sol, y encima:
VERTOR, CUM VERTITUR IPSA
Un zodíaco rodeaba toda la estancia: sus signos, hermosamente pintados con vivos colores, guardaban entre sí distancias matemáticamente calculadas: esfinges egipcias sostenían las columnas, y en el artesonado podían distinguirse las principales constelaciones. Los signos que representan a los planetas, lucían en los bajorrelieves de los entablamentos; y fórmulas astronómicas y palabras cabalísticas formaban caprichosas figuras por todas partes en los muros. Y en medio del techo, y entre las constelaciones, el triángulo que representa la Divinidad.
Los asientos para los concurrentes eran divanes azules, y cuantos hombres había allí llevaban sobre su pecho un sol pendiente de una cadena.
Al presentarse don Guillén, todos se levantaron y saludaron respetuosamente; él atravesó el salón seguido del conde, y fue a sentarse al sitial de ébano.
Entonces todos aquellos hombres se sentaron también, a excepción del conde, que había quedado de pie cerca de don Guillén.
Reinaba allí el más profundo silencio y, a pesar de que había reunidos más de treinta hombres, se podía oír distintamente el melancólico chasquido de las bujías de cera que alumbraban la escena y el acompasado golpe de un reloj.
—Hermanos —dijo el conde con una voz solemne— el día de la luz se aproxima.
»La luz, que caminando viene desde el cielo, pronto llegará; pero si grande es la velocidad con que se acerca, mayor es la medida de nuestra impaciencia.
»Recorramos las páginas de nuestra historia: el pasado es negro; pero más negro fue en un tiempo el porvenir para nosotros.
»La constancia nos ha salvado. ¡Ay de los que desesperaron! más les hubiera valido estar ahora al lado de nuestros mártires.
»El amor a la ciencia nos reunió; pero la ciencia es la luz, y la luz es la libertad, y en la ciencia hemos visto la libertad, y la libertad comienza en la patria y no hay patria sin independencia.
»Porque los hijos de un pueblo esclavo, son esclavos.
»El saber es un crimen para nuestros señores; y nosotros, buscando la fuente de la sabiduría, hemos tenido necesidad de encerrarnos en el misterio y en la oscuridad. He aquí el principio de nuestra sociedad secreta.
»Las verdades de la ciencia, no lo eran para nosotros si no tenían la aprobación de nuestros amos; teníamos la obligación de creer lo que ellos querían que creyésemos, y una hoguera de la Inquisición es aún el premio del que tiene el atrevimiento de saber más que ellos; y la persecución política y religiosa es consecuencia de la duda, y un ángel armado con la espada de fuego del Santo Oficio guarda las puertas del paraíso de la sabiduría, a cuyo umbral nadie puede llegarse sin escuchar las terribles palabras que rodean como un lema, los escudos inquisitoriales: Exurge, Domine, et judica causam tuam.
»Ellos, nuestros señores, han creído que la tierra es el centro de la creación, y nos persiguen porque no obedecemos sus leyes, creyendo nosotros lo que ellos creen; pero eso que ellos creen no habla a nuestra razón.
»El sistema de Tolomeo es el que arregla el universo, según ellos; ese sistema hace de nuestro mundo, de la tierra, un globo inmóvil y fijo, circundado de aire y rodeado de once cielos.
»En el más próximo, la Luna gira al derredor del mundo; en el siguiente, Mercurio; luego Venus; después el Sol, Marte, Júpiter, Saturno. En el octavo, las estrellas fijas, enclavadas en aquel cielo. Después las dos esferas cristalinas. Y el supremo y undécimo, que mueve y atrae a todo el sistema.
»Tal es la creencia que se nos obliga a seguir, y que cuenta con apoyo de la autoridad de Pitágoras, de Arquímedes, de la escuela de los caldeos, de Cicerón y de Plinio y de otros muchos filósofos de la antigüedad.
»Tico Brahe no se atrevió a separarse completamente del sistema de Tolomeo, porque, aunque señaló otras órbitas a los planetas, siempre consideró a la tierra como fija en el centro del universo.
»Copérnico descubrió el sistema que para nosotros es el verdadero, el que satisface a nuestra razón, pero el cual no podemos ni seguir ni estudiar porque pesa sobre él la reprobación de la Iglesia. El Papa Paulo V lo prohibió en 5 de mayo de 1516, y en 1633 el día 22 de junio, el Papa Urbano VIII confirmó la prohibición, no consintiéndose que se pudiera usar de él sino como de una hipótesis, como de una ficción para poder pasar un poco de tiempo divertido.
»Nicolás Copérnico, el célebre astrónomo, muerto en 1543, el gran amigo de Regiomontano, el canónigo de Fauemburgo, nos dejó como herencia su sistema solar, producto de sus largos estudios, de sus continuos viajes, de sus profundas meditaciones. No inventaba nada de nuevo; pero apoyaba con su experiencia y su sabiduría cuanto sobre esa materia había aprendido de antiguos autores, y más que en todos, en Filolao, el filósofo de Crotona, famoso discípulo de Pitágoras.
»Pues bien, ese mismo Copérnico, tan sabio y tan respetado, no se atrevió a publicar su grande obra: De revolutionibus orbium coelestium hasta que se sintió en el último periodo de su vida, y aún entonces buscó un amparo contra los mismos que son ahora nuestros enemigos, y puso su obra bajo la protección del pontífice Paulo III, de ese pontífice romano que hizo solemnemente la declaración de que “los mexicanos éramos hombres”; declaración sin la cual el mundo europeo no consideraba investidos con la dignidad humana a los naturales de este Continente.
»Nosotros somos los discípulos de Copérnico, y continuamos su obra; nosotros creemos que el Sol es el centro de su sistema, que la Tierra gira en su derredor, durando en su revolución un año, sobre sí misma, produciéndose con esto el día y la noche, y Venus y Mercurio, Júpiter y Saturno giran también en derredor del Sol como la Luna en derredor de la Tierra.
»Y por eso se nos persigue; y para estudiar eso tenemos que reunimos ocultamente como criminales, y nuestros libros nos cuestan inmensas sumas, y llegan a nuestras manos con infinitos peligros y dificultades: para salvarnos de la muerte tenemos necesidad de aparentar ignorancia.
»Y esta persecución se extiende por casi toda la tierra. Galileo, perseguido y encarcelado por la Inquisición en Roma el año de 1633, sólo por tener la misma opinión que nosotros, y por haberla defendido en sus escritos iluminando al mundo con la clara luz de su inteligencia, ha tenido que abjurar, contra su conciencia, eso que llaman sus errores, a la edad de sesenta años de su edad; y ahora, ciego y abrumado por la desgracia, arrastra una vida de dolores y de resignación.
»Renato Descartes, el célebre filósofo francés, a pesar de que cuenta con poderosos protectores, ha tenido, por precaución, que suprimir de entre sus obras su Tratado del mundo, en el que también defiende el movimiento de la tierra, al saber en 1633 la suerte del desgraciado Galileo, y, a pesar de esto, Gilberto Boet, teólogo de Utrecht, le acusa de ateísmo, y quizá en estos momentos haya conseguido ya en Roma que se prohíban las obras de Descartes, y le quemen por mano del verdugo, ya que el autor está fuera de su poder, protegido hoy por el elector Palatino, por el regente de Francia y por la reina de Suecia.
»¿Qué esperanza podemos tener? Ninguna.
»Nos reunió la ciencia y el deseo de saber, pero éste era un peligro: la delación podía habernos llevado a la hoguera; necesitábamos pruebas y juramentos para admitir entre nosotros a cada nuevo adepto. Entonces establecimos “los misterios de Urania”.
»Vosotros habéis pasado por esas pruebas y hecho los juramentos de secreto y constancia.
»Al trabajar en la obra de la ciencia, que tiene por objeto colocar al Sol en el trono de que quisieron derribarle la ignorancia y el fanatismo, tuvimos nuestra palabra de reconocimiento y de orden: Helios, es decir, Sol. Esta palabra es la palabra mágica entre nosotros: con ella se abren las arcas para derramar el oro en pro de nuestra empresa, se desnudan las espadas en defensa de los hermanos, y los corazones se unen.
»Pero Helios, es luz, vida, libertad: nosotros necesitábamos la libertad para el Anáhuac y para sus hijos, y nuestra empresa se hizo de redención. Vosotros lo sabéis; un día juramos aquí mismo hacer independiente este reino.
»Nos faltaba caudillo, y Dios nos le envió; y el noble don Guillén se propuso llevar nuestra bandera. Fiamos en su valor y en su ciencia, examinamos su horóscopo, el más benigno que se registre quizá en la astrología; conocimos sus planes, y aquí le juramos por nuestro rey.
»Una grave dificultad se presentó repentinamente: uno de nuestros más ilustres hermanos fue asesinado en la montaña, en el mismo día en que había recibido la caja en que estaba la noticia del tesoro de Moctezuma, y que doña Carmen, la hija de uno de nuestros más poderosos caciques, tenía oculta.
»Esa caja era la clave, puesto que nuestra empresa exige inmensos gastos. Tres años se ha buscado en vano, porque Dios guardaba a su Majestad, el rey de Anáhuac, la gloria de ser él mismo quien, a riesgo de su existencia, la trajera a nuestro poder.
»Héla aquí».
El conde levantó entre sus manos la caja de encino que don Guillén había sacado de la casa de Méndez la noche del huracán, y todos los presentes se pusieron de pie como asombrados.
El conde, teniendo la caja levantada, exclamó:
—Ya no hay obstáculos: el día ha llegado. ¡Viva Su Majestad el rey de Anáhuac!
—¡Viva! —contestaron todos con entusiasmo, pero sin levantar la voz.
Entonces don Guillén hizo señal de que iba a hablar, y reinó el silencio más profundo.
El conde tomó asiento entre los demás.