XI

Los Lester oyeron la bocina que tocaba Dude a lo lejos, en el camino del tabaco, mucho antes de que pudiera verse el automóvil, y todos corrieron al extremo más lejano del patio y hasta los juncales para ver llegar a Dude y Bessie. Hasta la anciana abuela estaba nerviosa, y esperó detrás de un amole, para encontrarse entre las primeras en ver el coche.

—¡Allí vienen! —gritó Jeeter—. ¡Mírenlos! Es un automóvil nuevecito de verdad… ¡Miren cómo brilla la pintura negra! ¡Santo Dios! ¡Mírenlos cómo vienen allá!

Dude venía a unos treinta y cinco kilómetros por hora, y estaba tan entretenido en tocar la bocina que se olvidó de aminorar la marcha cuando entró en el baldío. El coche pegó varios saltos al pasar la cuneta, lanzando a Bessie contra la capota tres o cuatro veces en rápida sucesión, y quebrando varias hojas del elástico trasero. Dude frenó entonces y el automóvil atravesó el patio, yendo a detenerse al lado de la casa.

Jeeter fue el primero en llegar al nuevo coche. Lo había seguido corriendo mientras Dude frenaba, agarrado al guardabarros de atrás para no separarse. Ellie May y Ada no venían muy lejos, y la abuela corrió todo lo que pudo.

—Nunca en mis días vi un coche más hermoso —dijo Jeeter—. Realmente me hace feliz de nuevo ver una máquina tan buena. ¿No crees que podrías llevarme para dar una vuelta, Bessie? De verdad que me gustaría ir en él un poco.

Bessie abrió la portezuela y bajó del coche. Lo primero que hizo fue limpiar el polvo de los guardabarros delanteros con el ruedo de la falda.

—Supongo que podremos llevarte a dar una vuelta alguna vez —dijo—. Cuando yo y Dude volvamos, podrás ir.

—¿Adónde se van a ir Dude y tú, Bessie?

—Iremos a dar una vuelta por ahí, como todos los casados —dijo con orgullo—. Cuando la gente se casa, siempre le gusta dar una vuelta a algún sitio.

Ada y Ellie May examinaron el coche con mal disimulada admiración. Las dos frotaron las portezuelas y guardabarros del automóvil con sus faldas, y cuando terminaron el coche brillaba al sol como un espejo.

Dude saltó del coche por encima de la portezuela y ordenó a su madre y su hermana que se apartaran.

—Tú y Ellie May lo van a arruinar —dijo—. No le pongan las manos encima y no se acerquen demasiado.

—¿Dude y tú os casasteis en Fuller? —preguntó Jeeter.

—No del todo —dijo Bessie—, pero saqué la licencia. Me costó dos dólares hacer eso solo.

—¿No vas a buscar un pastor para que termine de hacerlo?

—¡No, por cierto! ¿No soy una predicadora? Lo haré yo misma, y nunca dejaría que un anabaptista se meta con nosotros.

—Yo sabía que ibas a hacer bien las cosas —dijo Jeeter—. Verdaderamente eres una gran predicadora, hermana Bessie.

Bessie marchó hacia la galería, retorciendo la licencia entre sus manos. Todos los demás seguían mirando el coche nuevo, y Ellie May y Ada se mantenían a una distancia prudente, para que Dude no las corriera con un palo. La abuela se había ocultado de nuevo detrás de un amole, llena de asombro ante la vista del coche.

Dude lo rodeó, observándolo detenidamente. Quería estar seguro de que nadie había puesto las manos encima, empañando su brillo.

Jeeter se sentó en cuclillas para admirarlo.

Bessie estaba en los escalones de la galería, tratando de llamar la atención de Dude. Tosió varias veces, arrastró los pies en las tablas y golpeó con los nudillos en la baranda. Jeeter la oyó y volvió la cabeza para ver qué estaba haciendo.

—¡Por Cristo bendito! —exclamó, poniéndose de pie de un salto—. ¡Si será tonto!

Los otros se volvieron para mirar a Bessie, y Ellie May se rió desde detrás de un amole.

—Ada —dijo Jeeter—. La hermana Bessie quiere entrar en la casa. Anda a mostrarle el camino.

Ada entró y abrió las persianas, y en seguida se oyó cómo arrastraba sillas en el cuarto y empujaba las camas a los rincones.

—¿No se pararon en los bosques al venir de Fuller? —preguntó a Bessie.

—Teníamos prisa por volver aquí —contestó ella—. Algo le dije a Dude, pero estaba tocando tanto la bocina que no pudo oír.

—Dude —dijo Jeeter—, ¿no ves las ganas que tiene la hermana Bessie de entrar en la casa? Vete adentro con ella; yo cuidaré del coche.

Mientras instaban a Dude a que entrara en la casa, Bessie marchó lentamente por la galería hacia la puerta, esperando a ver si Dude la seguía.

Ellie May se puso de puntillas; trataba de mirar dentro del cuarto por la ventana abierta. Ada estaba todavía ocupada en ponerlo en orden, y a cada momento arrastraba las sillas de un lado a otro del cuarto o daba un empujón a una de las camas para cambiarla de posición.

—¿Qué van a hacer allí, mamá? —preguntó Ellie May.

Ada se acercó a la ventana y después de hacer que Ellie May soltara sus manos del borde le indicó que se fuera.

—La hermana Bessie y Dude están casados —dijo—. Ahora vete y deja de querer mirar adentro. No tienes para qué verlos.

Cuando su madre se apartó de la ventana, Ellie May volvió a alzarse sobre el borde y miró adentro.

Dude había llegado hasta la puerta, pero se detuvo allí para echar otra mirada al automóvil, y se quedó hasta que Ada al salir le dio un empellón, haciéndolo entrar al cuarto junto a Bessie.

Casi no había muebles en la habitación. Aparte de las tres camas de matrimonio, en un rincón había una cómoda desvencijada, que era usada como lavabo, y una mesa, y encima de ésta, en la pared, un espejo roto. En el lado opuesto del cuarto estaba la chimenea. Detrás de la puerta había una escoba de retamas, y otra, completamente gastada, bajo la cama de Ada. También había en la habitación dos sillas, y como en toda la casa no había armarios, las ropas estaban colgadas de clavos colocados en los tirantes.

Tan pronto como Dude entró en el cuarto, Bessie cerró la puerta y lo atrajo hacia ella. En seguida sacó del bolsillo la licencia de matrimonio.

—Sujeta una punta, Dude, y yo tendré la otra.

—¿Qué vas a hacer?

—Casarnos, Dude.

—¿No arreglaste todo eso en el juzgado en Fuller?

—Eso no era todo. Ahora haré lo que faltaba.

—¿Cuándo vamos a dar un paseo? —preguntó el muchacho.

—Ahora mismo, pero primero nos quedaremos aquí un poco. Tenemos tiempo de sobra para dar vueltas por ahí, Dude.

—¿Me dejarás conducir todo el tiempo?

—Claro que podrás conducir todo el tiempo. Además, yo no sé hacerlo.

—No irás a dejar que nadie más lo conduzca, ¿no es cierto?

—Tú eres el único que puede conducir, Dude. Pero tenemos que darnos prisa y terminar de casarnos. Coge la licencia, mientras yo rezo.

Dude quedó de pie junto a ella, esperando que terminara la oración. Bessie oró en silencio durante varios minutos.

—Yo declaro que somos marido y mujer. Así sea. Eso es todo, Dios. Amén.

Siguió un largo silencio, mientras se miraban uno al otro.

—¿Cuándo vamos a dar una vuelta? —dijo Dude.

—Ahora estamos casados, Dude. Ya hemos terminado de casarnos. ¿No estás contento?

—¿Cuándo vamos a dar una vuelta?

—Ahora tengo que rezar. Arrodíllate en el suelo, mientras digo una oracioncita.

Los dos se arrodillaron para rezar. Dude se apoyó sobre las manos mirando la nariz de Bessie, mientras ésta tenía cerrados los ojos.

—Dios mío; Dude y yo estamos casados ahora, y somos marido y mujer. Dude es un muchacho inocente que no conoce las malas costumbres de la gente, y yo soy una predicadora de la religión. Debes de hacer que Dude sea también un predicador, y dejar que usemos nuestro automóvil nuevo para viajar por todas partes y rogar por los pecadores. Debes enseñarle a ser un buen predicador, para poder llevar al redil a las ovejas descarriadas. Eso es todo por ahora, porque llevamos prisa. Sálvanos del diablo y guárdanos un lugar en el cielo. Amén.

Se oyó un rumor de faldas al ponerse de pie Bessie y empezar a dar vueltas por el cuarto. En seguida volvió junto a Dude, e hizo que éste le pasara los brazos por la cintura.

Fuera, en el patio, Jeeter y Ellie May habían estado todo el tiempo de puntillas mirando por la ventanas para ver qué hacían Dude y Bessie. Las ventanas no tenían cortinas, y las persianas debían estar abiertas para que entrara luz en la habitación.

Dude se quedó inmóvil varios minutos, contemplando a Bessie que trataba de arrastrarlo al lado opuesto del cuarto. Finalmente ella se sentó en una de las camas y trató de que el muchacho hiciera lo mismo a su lado.

—¿No irás a dormir ahora? —preguntó Dude—. Todavía no es hora de acostarse, recién estamos al mediodía.

—Sólo un ratito —dijo ella—. Después podemos salir de nuevo a dar una vuelta en el automóvil.

Dude corrió a la ventana a mirar el coche, que había olvidado completamente por un instante. Al llegar a la ventana, vio a Jeeter y Ellie May cogidos del borde con la punta de los dedos y tratando de mirar adentro.

—¿Para qué haces eso? —preguntó a Jeeter—. ¿Qué quieres ver?

Jeeter se apartó y se quedó mirando a los juncales, mientras Ellie May daba vuelta corriendo a la casa, para entrar de puntillas por la cocina.

Bessie llegó a la ventana y tomando del brazo a Dude, lo hizo volver a sentarse en la cama.

De repente, sin saber cómo había sucedido, Dude se encontró echado en la cama con una frazada encima. Bessie lo tenía abrazado con tanta fuerza que no podía moverse en ningún sentido.

Afuera, oyó el roce de una escalera contra las maderas de las paredes. Jeeter había encontrado la escalera bajo el granero y la apoyaba en la ventana.