Hacía solamente media hora que había salido el sol, cuando Bessie volvió a la casa de los Lester al día siguiente de su repentina partida, cuando dijo que iba a su casa a pedir a Dios que le dejara casarse con Dude. Jeeter no había esperado su vuelta en varios días.
No había nadie a la vista cuando cruzó el patio y entró corriendo y llamando a Dude:
—¡Dude…, eh, Dude! ¿Dónde estás, Dude?
Jeeter estaba levantándose cuando la oyó, y Bessie entró en el dormitorio mientras él se estaba poniendo los zapatos.
—¿Qué quieres con Dude, Bessie? —le dijo, medio dormido aún—. ¿Para qué lo buscas?
Bessie recorrió el cuarto, mirando en las camas. Había tres camas en las que dormían todos los Lester. Ada y Jeeter usaban una de ellas; Ellie May y la abuela otra, y Dude dormía solo.
Ellie May se sentó, despertada por el ruido, y se frotó los ojos. Bessie levantó las mantas de la cama de Dude, y entró en la otra habitación, cuyo techo se había caído. Era el otro dormitorio, en el que antes solían dormir la mayoría de los chicos, y había sido abandonado porque se había caído un trozo del techo. El cuarto estaba ahora lleno de escombros.
Bessie volvió y miró bajo la cama de Ada.
—¿Qué quieres con Dude a estas horas del día? —preguntó Jeeter.
No contestó, y pasó a la cocina llamando a Dude a voz en cuello.
Tan pronto como terminó de atarse los zapatos y ponerse la camisa, Jeeter la siguió al patio de atrás. Llevaba puesto el sombrero, porque eso era lo primero que se ponía por las mañanas y lo último que se quitaba por las noches.
Dude estaba sacando un cubo de agua del pozo, y Bessie llegó a él antes de que pudiera inclinarlo y beber. Lo abrazó y besó en la cara con entusiasmo. Dude se resistió al principio, pero en cuando vio que era Bessie, le sonrió y la tomó por la cintura.
Jeeter se acercó mirándolos. Bessie, luego, se quitó una peineta y empezó a peinar el áspero cabello negro de Dude, tratando de alisarlo con sus manos. Dude tenía un cabello áspero y duro, que se le erizaba por mucho que lo peinara y cepillase. A veces conseguía tenerlo alisado durante unos minutos metiendo la cabeza en una palangana y peinándose en seguida, pero tan pronto como empezaba a secarse, nuevamente se le empezaba a enderezar, como si fuera de alambre.
—Nunca vi a una predicadora que se entusiasmara así con un muchacho —dijo Jeeter—. ¿Para qué le haces eso a Dude, Bessie? Los dos se están abrazando y sobando lo mismo que ayer en la galería.
Bessie sonrió a Dude y a Jeeter. Se apoyó contra el brocal del pozo y se echó para atrás los cabellos, que esa mañana no había tenido tiempo ni siquiera de sujetar con unas horquillas.
—Yo y Dude nos vamos a casar —dijo—. El Señor me ha dicho que lo hiciera; se lo pregunté, y me dijo: «Hermana Bessie, Dude Lester es el hombre que quiero sea tu compañero. Levántate temprano, vete a casa de los Lester y cásate en seguida con Dude». Eso es lo que me dijo anoche, y las mismas palabras que oí cuando rezaba en la cama. Así que en cuanto salió el sol, me levanté y vine tan de prisa como pude, porque al Señor no le gusta que lo hagan esperar para que se cumplan sus planes, y quiere que me case con Dude ahora mismo.
Dude miró con aire nervioso a su alrededor, como si estuviera pensando en huir y esconderse en el bosque. Había olvidado su ansiedad por acompañar a casa a Bessie la tarde anterior, cuando por primera vez había hablado ella de casamiento.
—¿Has oído eso, Dude? —dijo Jeeter—. ¿Qué te parece hacerlo con la hermana Bessie?
—¡Qué diablos! No podría hacer eso.
—¿Por qué no puedes hacerlo? —preguntó Jeeter—. ¿Qué te duele? ¿O no eres aún bastante hombre?
—Tal vez lo sea, y tal vez no. Me daría mucho miedo hacer eso con ella.
—Vaya, Dude —dijo su padre—, eso no es nada que deba dar miedo. Bessie no te va a hacer daño, y sabe cómo tratarte. La hermana Bessie ha estado casada antes, y ahora es viuda y sabe de sobra cómo tratar a los hombres.
—No te voy a hacer daño, Dude —dijo Bessie, pasándole el brazo por el cuello y estrechándose más contra él—. No tienes por qué tener miedo. Soy lo mismo que tu hermana Ellie May y tu madre, y las mujeres no asustan a sus hombres. Te gustará estar casado conmigo, porque sé tratar muy bien a los hombres.
Ada se abrió paso entre Jeeter y Dude; no había podido esperar a peinarse cuando oyó lo que quería Bessie, y se colocó entre ésta y Dude, con los cabellos que le caían a ambos lados del rostro, tratando de hacerse una trenza, y tan nerviosa como la predicadora.
—Bessie —dijo—, tendrás que hacer que Dude se lave los pies de vez en cuando, porque, si no, te ensuciará las mantas. A veces no se lava en todo el invierno, y las mantas se ensucian tanto que una no sabe cómo hacer para limpiarlas. Dude es descuidado, lo mismo que su padre. Tuve un trabajo enorme para enseñarle a acostarse con las medias puestas, porque era la única manera de mantener limpias las colchas. Nunca se quería lavar, y me parece que Dude está siguiendo el mismo camino de su padre, así que tal vez sea mejor que también le hagas usar las medias al acostarse.
Ellie May había salido de la casa y estaba detrás de un amole para oír y ver todo lo que pasaba junto al pozo. La abuela también estaba en el patio; miraba desde detrás de una esquina de la casa, para que nadie la viera y la hiciera marcharse.
—Tal vez tú y Dude me ayuden a conseguir un vestido de moda —dijo Ada tímidamente—. Los dos saben cómo quiero un vestido de largo exacto, para que me entierren, y hace ya mucho que he dejado de esperar que Jeeter me lo consiga.
Todos ellos estaban junto al pozo mirándose. Cada vez que Jeeter encontraba los ojos de Dude, el chico inclinaba la cabeza y miraba al suelo. No sabía qué pensar de todo eso; quería casarse, pero tenía miedo a Bessie, que le llevaba cerca de veinticinco años.
—¿Sabes lo que voy a hacer, Jeeter? —dijo Bessie.
—¿Qué?
—Me voy a comprar un coche nuevo.
—¿Un coche nuevo?
—Uno nuevecito. Me voy a ir ahora mismo a Fuller para comprarlo.
—¿Uno nuevo? —dijo con incredulidad Jeeter—. ¿Un coche completamente nuevo?
Dude quedó boquiabierto, y le brillaron los ojos.
—¿Con qué lo vas a comprar, Bessie? —preguntó Jeeter—. ¿Tienes dinero?
—Tengo ochocientos dólares para pagarlo. Mi pobre marido me dejó ese dinero cuando murió; lo tenía en un seguro y cuando murió me lo dieron y lo puse en el banco de Augusta. Pensaba usarlo para seguir predicando y rezando como quería mi marido. Siempre quise tener un coche completamente nuevo.
—¿Cuándo vas a comprar el coche nuevo? —preguntó Jeeter.
—Ahora mismo…, hoy. Me voy a Fuller para conseguirlo ahora, y yo y Dude lo vamos a usar para recorrer toda la comarca predicando y rezando.
—¿Podré conducir? —preguntó Dude.
—Para eso lo voy a comprar, Dude. Lo compro para que nos lleves en él, cuando se nos ocurra ir a algún sitio.
—¿Cuándo van a hacer esos viajes rezando y predicando, tú y Dude? —dijo Jeeter—. ¿Se van a casar antes o después?
—Ahora mismo —contestó ella—. Nos vamos caminando a Fuller ahora mismo y nos compraremos el coche nuevo, y en seguida iremos en él al juzgado y nos casaremos.
—¿Van a sacar la licencia para casarse? —preguntó Jeeter con tono de duda—. ¿O van a vivir juntos sin ella?
—Voy a sacar la licencia para casarme —dijo Bessie.
—Eso cuesta como dos dólares —le recordó Jeeter—. ¿Tienes dos dólares? Dude no los tiene; Dude no tiene nada.
—No le he pedido un centavo a Dude; de eso me ocuparé yo. Tengo ochocientos dólares en el banco, y algo más aparte. He ahorrado mi dinero para cuando sucediera algo como esto, y todo el tiempo he estado esperando que ocurriera.
Dude había pasado los últimos minutos echando piedrecitas al pozo. De repente paró y miró a Bessie. La miraba directamente al rostro, y la vista de sus enormes fosas nasales hizo que se dibujara una sonrisa en sus labios. Otras veces le había mirado la nariz, pero esta vez los agujeros le parecían más grandes y redondos que nunca, y más que nunca era como mirar por una escopeta de dos cañones. No pudo dejar, de reír.
—¿De qué te estás riendo, Dude? —preguntó Bessie, frunciendo el ceño.
—De esos dos agujeros de tu nariz —dijo el muchacho—. No he visto nunca a nadie que le falte toda la punta de la nariz, antes.
Bessie se puso pálida, y bajó la cabeza tratando de esconder sus fosas nasales todo lo posible. Su apariencia la hacía sufrir, pero no sabía cómo remediar el defecto de su nariz. Había nacido sin cartílago en la nariz, y en cuarenta años no se le había desarrollado. Se tapó la cara con las manos.
—Estoy avergonzada de ti, Dude —dijo, secándose las lágrimas que habían brotado de sus ojos—. Ya sabes que no puedo remediar mi cara. He sido así desde que tengo memoria, y creo que la nariz no me crecerá nunca.
Dude empezó a dar patadas en el suelo, y trató de reírse. Pero casi de la misma forma repentina en que primero miró a la cara de Bessie y se sonrió, ahora dejó de hacerlo, con un gesto duro hacia sí mismo. El recuerdo del coche nuevo fue lo que hizo que dejara de reírse de Bessie. Si iba a comprar un coche nuevo, no le importaba nada su aspecto; hubiera sido lo mismo para él que tuviese un labio leporino como Ellie May, si podía conducir todo lo que quisiera. Nunca había conducido un automóvil nuevo, y era algo que deseaba hacer con toda su alma.
—No quería hacer nada malo —dijo, intranquilo—. Por Dios, que no. No me importa un diablo cómo tienes la nariz.
Bessie se sonrió de nuevo y le pasó los brazos por la cintura, mirándolo nuevamente, con el rostro tan próximo al suyo que podía sentir su aliento. Tuvo que dejar de querer mirarle a la nariz, porque al enfocar la vista sobre un objeto situado a sólo unos centímetros, le dolían los ojos. Sus fosas nasales le daban la impresión de una mancha borrosa cuando estaban tan juntos.
—¿Podré de verdad conducir el coche nuevo? —preguntó otra vez, con la esperanza de que no la hubiese hecho cambiar de idea—. ¿Me lo dejarás manejar?
—Para eso lo compro, Dude, para que pasees por todas partes en él. Tú y yo nos vamos a casar y podremos pasear todo el tiempo si queremos. No te impediré que vayas a ningún sitio cuando tengas ganas. Podrás pasear todo el tiempo.
—¿Tendrá bocina?
—Supongo que sí. ¿No vienen todos los coches nuevos con bocina?
—Puede ser. Pero asegúrate, y de todas maneras mira si la tiene cuando lo compres. No servirá para nada si no tiene bocina.
—Dude tiene una suerte endemoniada —dijo Jeeter—. Yo no conseguí nada cuando me casé con Ada. No tenía nada más que unos vestidos viejos, y su gente era tan pobre que tenían que comer harina de maíz y pellejos de tocino lo mismo que nosotros ahora. No recibí nada cuando me casé con ella, más que un montón de disgustos.
Ada dio un paso hacia Bessie, y le puso una mano en el brazo.
—Si tienes todo ese dinero, Bessie, tal vez podrías comprarme una lata de tabaco en Fuller. ¿No darías ese gusto a la pobre madre de Dude? Ya que Dude es mi hijo, bien podrías conseguirme una lata, aunque estaría más contenta si consiguieras tres o cuatro. El tabaco hace que me pasen los dolores en mi pobre estómago cuando no puedo conseguir nada de comer.
—He venido necesitando un par nuevo de overalls desde muchísimo tiempo, Bessie —dijo Jeeter—. Te aseguro que casi tengo miedo de irme lejos de la casa, porque no sé si me van a caer las ropas en pedazos sin que me dé cuenta. Si me pudieras conseguir un par nuevo en Fuller, me darías una gran alegría.
Bessie se llevó a Dude lejos del pozo. Dieron vuelta a la casa, y cuando no miraba nadie se puso tras de él y lo abrazó con tanta fuerza que se quedó sin aliento hasta que lo soltó nuevamente.
—¿Por qué me haces eso? —dijo—. Nunca me han hecho eso antes.
—Tú y yo nos vamos a casar, Dude. ¿No lo sabes?
Dude se puso detrás de ella, le miró a la nuca y otra vez pasó delante.
—¿Cuándo vas a comprar el coche nuevo?
—En seguida, Dude. Nos vamos a Fuller ahora mismo para comprarlo.
Nunca se había sentido Dude tan excitado como ahora, ante la perspectiva de conducir un automóvil nuevo. Los automóviles que había visto fueron todos viejos como el de Jeeter, salvo los que conducían los ricos de Augusta, y no podía convencerse de que iba a conducir uno igual a ésos que había visto en la ciudad. Quería salir para Fuller sin perder un minuto más.
—Vamos —dijo—. No tenemos tiempo que perder.
—Dime, ¿no estás contento porque nos vamos a casar? Va a ser realmente bueno, ¿no es cierto, Dude?
Los demás Lester los habían seguido al baldío, y se habían quedado junto a una esquina de la casa esperando que Bessie y Dude salieran para Fuller. Ellie May los siguió camino abajo durante casi un kilómetro, y luego dio vuelta y regresó a la casa.
Dude marchaba varios metros adelante, y cuando llegaron a lo alto de la primera duna se detuvieron para mirar a la casa y ver si Ada y Jeeter los estaban contemplando. Bessie saludó con la mano hasta que Dude le dijo que se diera prisa para poder llegar a Fuller.
Emplearon cerca de dos horas en la larga caminata, porque Bessie tuvo que sentarse varias veces a descansar. Ya habían dado las diez cuando salieron, así que el sol calentaba y la arena hacía más pesado el camino, especialmente para ella. En algunos puntos tenía más de un palmo de espesor, y se le hundían los pies hasta los tobillos, obligándola a quitarse los zapatos para vaciarlos. Pero Dude no se sentaba a esperar que pudiera reanudar el camino, sino que seguía adelante para que se apresurara.
Al principio trató de caminar despacio para que Bessie pudiera seguirlo, pero al aproximarse a Fuller ya no pudo contenerse más y le sacó varios centenares de metros de ventaja, para volver donde se encontraba y repetir una o dos veces la maniobra. Hubiese entrado solo en el pueblo, pero no sabía qué hacer y además tenía miedo de que al perderla de vista, diera media vuelta y se fuera sin comprar el automóvil.
En todo el camino, ninguno de los dos había dicho una palabra. Bessie fue tarareando a media voz un himno, alzando de vez en cuando la voz hasta dar esas notas agudas que tanto le gustaban, pero no trató de conversar con Dude. Ambos estaban demasiado absortos en sus propios pensamientos para hablar.