VI

—Te olvidas de decir una oracioncita por Dude —dijo de repente Jeeter—. Te has olvidado completamente de Dude, Bessie, y es un pecador tan grande como el resto de nosotros, los Lester.

Bessie se incorporó de un salto, salió corriendo al corral y cogiendo a Dude del brazo lo llevó medio a rastras hasta la galería, junto a su silla. Se arrodilló delante de ésta, y trató que Dude hiciera lo mismo.

—No quiero —dijo furioso Dude—. No quiero que recen por mí. Yo no he hecho nada. Papá fue el que robó los nabos de Lov, y salió con ellos al matorral.

Bessie le tomó las manos entre las suyas y le acarició durante varios minutos los brazos sin decir palabra. Luego, de pie frente a él, le pasó los brazos por la cintura, apretándolo con tanta fuerza que se le agolpó la sangre en la cabeza.

—Tengo que rezar por ti, Dude. El Señor me ha dicho que todos los Lester sois pecadores, y no te puso aparte ni a ti ni a Ellie May.

Dude la miró a la cara. Su forma de hablar le convencía lo suficiente como para hacerle desear que rogara por él, pero no podía dejar de mirarle la nariz.

—¿De qué te estás riendo, Dude? —le preguntó.

—De nada —contestó con risita de conejo el muchacho, volviendo casi por completo la cabeza.

Se hallaba molesto, tan cerca de ella; y la forma en que le acariciaba los brazos y hombros con sus manos le ponía tan nervioso que no podía estar quieto.

—Deja de dar esos saltos, Dude —dijo Jeeter—. ¿Qué te duele?

Bessie lo abrazó más fuerte y lo miró sonriendo.

—Arrodíllate a mi lado y deja que rece por ti. Lo harás, ¿no es cierto, Dude?

Éste le pasó los brazos por el cuello y empezó a sobarla lo mismo que ella estaba haciendo con él.

—¡Qué demonios! —dijo, con la misma risita de antes—. No me importa un pito hacerlo.

—Ya sabía que querrías que rece por ti, Dude —dijo Bessie—. Te ayudará a que te libres de tus pecados, lo mismo que hizo Jeeter.

Ambos se arrodillaron en el piso de la galería, junto a la silla. Dude continuó sobándole los hombros mientras Bessie seguía teniéndolo abrazado. Jeeter estaba sentado en el suelo tras él, apoyado contra la pared y esperando para oír la oración por Dude.

—Dios querido: Te pido que salves al hermano Dude del diablo y le guardes un sitio en el cielo. Amén.

Bessie dejó de rezar, pero ni ella ni Dude trataron de incorporarse.

—Alabado sea el Señor —dijo Jeeter—, pero ha sido una oración endiabladamente corta para un pecador como Dude.

—Dude no necesita que se rece más por él. No es más que un chico y no es tan pecador como nosotros los grandes; no es un pecador como eres tú, Jeeter.

—Bueno, puede que tengas razón —dijo Jeeter—, pero Dude está todo el tiempo echando maldiciones contra mí y su mamá, y no nos tiene ningún respeto. Tal vez eso sea como debe ser, pero me parece recordar que la Biblia dice que un hijo no debe de maldecir a su padre y su madre como a las demás personas. Nadie me ha dicho nada, pero yo creo que no está bien que hagas eso. Lo he visto también molestar a Ellie May con un palo, y sé que eso no está bien; es un pecado por el que se debe rezar.

—Dude no lo volverá a hacer más —dijo Bessie, acariciándole el cabello—. Es un muchacho guapo, y sería también un buen predicador. Se parece mucho a mi pobre marido en sus días de juventud, y no sé por qué me parece que no hay mucha diferencia entre los dos ahora.

Ada se volvió para ver por qué Dude seguía en la galería. El muchacho y Bessie continuaban todavía arrodillados junto a la silla, estrechamente abrazados.

—Dude tiene ahora dieciséis años —dijo Jeeter—, y es dos años más joven que Ellie May. Supongo que pronto se buscará una mujer. Todos mis hijos se casaron jóvenes, lo mismo que las muchachas, y cuando Dude se haya casado no quedará conmigo ninguno de mis hijos, menos Ellie May, y no creo que ésta encontrará nunca un hombre que se case con ella. Todo es por esa boca que tiene, y he estado pensando en llevarla a un médico a Augusta para que le cosa el labio. Entonces se casaría bien pronto, porque como mujer tiene lo suyo, y está bien si no es por esa hendidura en el labio, y si no fuera por eso se hubiera casado tan pronto como Pearl. Los hombres de alrededor de Fuller quieren todos casarse con chicas de once o doce años, como era Pearl. Ada acababa de cumplir doce cuando me casé con ella.

—El Señor quiso que todos tuviésemos nuestra pareja —dijo Bessie— y nos hizo así. Eso es lo que solía decir mi pobre marido, y cuando le decía que el hombre necesita una mujer, me contestaba que la mujer necesita un hombre. Mi pobre marido era como el Señor en eso; los dos creían en lo mismo cuando se trataba de unión.

—Supongo que el Señor quiso que todos tuviésemos nuestra pareja —dijo Jeeter—, pero no tuvo en cuenta a una mujer con un tajo en la boca como el que tiene Ellie May, y no creo que se haya portado bien con ella cuando le abrió el labio así. Eso es lo único que haya dicho en contra de Dios, pero es la verdad. ¿Para qué sirve una hendidura así? Uno no puede silbar ni escupir por ella, ¿no es cierto? No fue más que maldad de su parte cuando hizo eso. Eso es lo que fue…, condenada maldad.

—No debes hablar así del Señor, que sabe por qué lo ha hecho. Lo sabe todo, y no lo habría hecho si no hubiese tenido un buen propósito. Él sabe para qué hace a los hombres y las mujeres, y ha dado esa cara a Ellie May con un buen motivo. Ha tenido la mejor razón del mundo para hacerlo.

—¿Qué razón?

—Tal vez sea mejor que no lo diga, Jeeter.

—¿No será un secreto entre tú y el Señor, hermana Bessie?

—No, no hay secretos entre nosotros. Pero lo sé.

—¿Sabes qué?

—Por qué la hizo con el labio partido.

—¿No me lo vas a decir?

—Hermano Jeeter, hizo eso en su labio para salvar a su cuerpo puro de los hombres malvados.

—¿De qué hombres? Yo soy el único hombre por estos lados.

—De ti hablo, hermano Jeeter.

—Yo no soy malvado. Soy pecador raras veces, pero nunca he sido malvado.

—Para el Señor es lo mismo. Para Él no hay diferencia entre uno y otro.

—¿Qué he hecho yo? No veo que el haber robado algunos miserables nabos y patatas de vez en cuando tenga nada que ver con la cara de Ellie May.

—Hermano Jeeter, el Señor hizo eso a su labio para salvar a su cuerpo puro de ser arruinado por ti. Sabía que estaría segura en esta casa cuando la hizo así. Sabía que habías sido un gran pecador, y que podrías serlo de nuevo si…

—Eso es verdad —dijo Jeeter—. En mis tiempos solía ser un hombre terriblemente pecador, y creo que en una época fui el mayor pecador de toda la comarca. Fíjate en todos esos chicos Peabody, del otro lado de ese campo; yo creo que todos ellos son más o menos míos. Y también solía…

—Espera a que termine de acusarte, Jeeter, antes de empezar a defenderte con mentiras.

—No estoy escapándome con mentiras, Bessie. Te acabo de decir cómo era de pecador ahora mismo. Había un hombre y su mujer que vinieron aquí de…

—Como te iba diciendo, nada de eso le has podido ocultar al Señor…

—Pero Henry Peabody, en cambio, no se enteró de nada…

—… y Él sabía que se te podía meter en la cabeza arruinar a Ellie May. El Señor lo sabe todo y tiene sus razones, y sabía que eras tan pecador hace muchos años, que no le habrías obedecido si te hubiera dicho que te arrancaras los ojos si tus ojos le ofendían.

—Mirar a su hendidura con mis ojos no va a ofender a nadie, y mis ojos no le importan. ¿Para qué iba a querer sacármelos?

—Ya te lo había dicho. Si el Señor te hubiera dicho que te sacaras los ojos porque le ofendían, no lo habrías hecho, y eso probaba que eras un gran pecador. O si te hubiera dicho que te cortaras una mano o las orejas por la misma razón, no lo habrías obedecido, y Él sabía que si te hubiera dicho que dejaras de hacer nada con Ellie May, no le habrías cortado el mal de raíz como Él ha dicho. Ésa es la razón por qué mandó a Ellie May al mundo con una hendidura en el labio. Calculó que estaría salvada de un pecador como tú, porque no te gustaría.

—¡Alabado sea el Señor! —dijo Jeeter—. Me has abierto los ojos a los deseos del Señor, y te juro que nunca pensé en eso. Si lo hubiera sabido, seguramente me habría castrado cuando andaba haciendo de las mías en la casa de Peabody, y si lo hubiera hecho entonces, Ellie May no habría salido así, ¿no es cierto, hermana Bessie?

—Es como te dije. El señor sabe más de las cosas de nosotros los humanos que nosotros mismos.

—Pienso que he sido un hombre muy pecador en mis tiempos pero nunca supe que debía de castrarme; a lo mejor todavía no es demasiado tarde. Bien seguro que no quiero que el diablo se apodere de mí.

Bessie se volvió de nuevo a Dude, sonriéndole y abrazándolo más fuerte. Dude no sabía qué hacer; le gustaba tocarla y sentirla, y quería que ella lo abrazara de nuevo, como antes. Le gustaba sentir sus brazos alrededor de su cuerpo y que ella le acariciara, pero no creía que lo estuviera haciendo con un propósito determinado. Hacía quince minutos que Bessie había dejado de rezar, pero aún no había hecho movimiento alguno para soltarlo y hacerlo ponerse de pie.

—Oye, hermana Bessie —dijo Jeeter, inclinándose hacia adelante y frunciendo los ojos bajo sus espesas cejas—, ¿qué demonios estás haciendo ahí con Dude? Los dos han estado acurrucados ahí, abrazándose y sobándose, durante cerca de media hora.

Dude esperaba que ella no lo hiciera levantar, porque le gustaba sentir que lo apretaba contra su seno y lo estrujaba entre sus brazos.

Bessie trató de levantarse, pero Dude no la dejó, y volvió a sentarse de nuevo junto a él, pasándole los dedos por el cabello.

—Que me lleve el diablo si he visto a una predicadora que se pusiera así —dijo Jeeter, moviendo la cabeza—. Me parece que hoy ya no vas a predicar más. Tú y Dude se están abrazando y sobando, ¿no es cierto? Por Cristo bendito si no es así.

Bessie se incorporó y se sentó en la silla, tratando de apartar a Dude, pero éste se quedó frente a ella, esperando que lo tocara.

—El Señor me ha estado hablando —dijo—. Me estaba diciendo que debía de buscarme un nuevo marido. No puedo andar mucho sola, y si me casara con un hombre tal vez podría predicar y rezar más. El Señor lo volvería también predicador y los dos podríamos viajar enseñando la religión.

—Pero no te ha dicho que te cases con Dude, ¿no? Dude no es un predicador, ni tiene cabeza bastante para serlo. No sabría de qué predicar cuando llegara el momento de levantarse y decir algo…

—Dude haría un buen predicador —interrumpió Bessie—. Dude sería casi tan bueno predicando y rezando como era mi pobre marido, o tal vez mejor. El Señor y yo le enseñaríamos cómo, y no tiene nada de difícil cuando uno le toma la mano.

—Ojalá estuviera más joven. Si lo estuviera, a lo mejor podría hacerlo yo contigo; hasta podría hacerlo ahora, sólo que a Ada se le ha puesto que ya no quiere que ande más con las mujeres. Sé que podría predicar y rezar tan bien como cualquiera y no es eso lo que me sujeta… es Ada. Se le ha metido en la cabeza que me podría dar por enredarme con las mujeres. Bueno, tampoco digo que no lo haría si tuviera la ocasión.

—Haría falta un hombre más joven para que yo estuviera satisfecha —dijo Bessie—. Dude estaría bien para predicar y vivir conmigo. ¿No es cierto, Dude?

—¿Quieres que me vaya contigo a tu casa ahora? —dijo Dude.

—Primero tengo que ir a rezar sobre eso, Dude, y cuando vuelva por aquí de nuevo, te lo haré saber. Tendrás que esperar hasta que le pueda preguntar al Señor si servirás, porque a veces es muy exigente sobre sus predicadores, especialmente si van a casarse con predicadoras.

Bessie bajó los escalones de un salto y atravesó corriendo el patio; al llegar al camino del tabaco se volvió y se quedó mirando a los Lester, que estaban en la galería, durante varios minutos.

Luego, salió corriendo sobre la espesa capa de arena hacia su casa, a tres kilómetros de distancia, en la barranca sobre el Savannah.

La casa de Bessie, una cabaña de tres habitaciones, con un granero pegado, estaba sobre el borde de la barranca, en donde el terreno caía hasta el pantanoso valle del río Savannah. La casa, cubierta con tablones sin pintar, se levantaba en forma precaria sobre tres pilas de piedras planas; la cuarta pila se había desmoronado diez o doce años antes, haciendo que la casa cediera en una de sus esquinas hasta tocar tierra.

—Bueno —dijo Jeeter—, no hay duda de que la hermana Bessie va a hacer algo, y me parece que se le ha metido en la cabeza casarse con Dude. Nunca vi a dos abrazarse y sobarse tanto, y algo va a salir de eso. Por fuerza va a pasar algo.

Dude se rió y se puso detrás de un amole para que nadie lo pudiera ver, y Ellie May lo contemplaba desde el tronco de pino, sonriendo porque había oído lo que dijera Bessie.

Jeeter se sentó mirando hacia el terreno invadido por los juncos y pensando si podría conseguir prestada una mula en algún sitio y plantar algo ese año. Ya había llegado el tiempo para el arado de primavera y se sentía inquieto; no le gustaba estar sentado como un vago en la galería, dejando pasar la primavera sin quemar los juncales y arar la tierra, y había decidido que por lo menos podía quemar el campo, aunque no sabía cómo podría conseguir una mula, las semillas y el guano. Hubiera ido ahí mismo a quemar el juncal, pero se encontraba muy cómodo y podía esperar hasta el día siguiente. Había tiempo de sobra aún y no le llevaría mucho el sembrar, una vez que empezara.

Ahora que estaba solo empezó a preocuparse de nuevo por la forma en que había tratado a Lov, y quería hacer algo para disculparse. Si fuera al día siguiente al cargadero y le dijese a Lov cuánto lo sentía y que le prometía que no volvería a robarle nada, era probable que Lov lo perdonase y que no le tirase con pedazos de carbón. Y mientras hacía eso también podría ir a casa de Lov y hablar con Pearl, y le diría que tenía que dejar de dormir en el jergón sobre el suelo y que debía ser más considerada con los deseos de Lov. Era ya bastante fastidioso tener que soportar a una mujer todo el día, y encontrarse solo cuando llegaba la noche era peor aún.

—¿No vas a llevar más leña a Augusta? —preguntó Ada—. No sé cuánto tiempo hace que no tengo tabaco fresco, y se ha gastado toda la harina y la carne también. No hay nada de comer en la casa.

—Estoy pensando llevar una carga allí mañana o al otro día —dijo Jeeter—. No me agobies, mujer; hace falta mucho tiempo para prepararse para hacer un viaje allí y tengo mis propios intereses que considerar. No te metas en esas cosas.

—Lo que pasa es que eres un vago. Si no fueses un vago, podrías llevar una carga todos los días y yo tendría tabaco cuando más lo necesito.

—Tengo que pensar en cultivar la tierra —dijo Jeeter—. Yo no soy un leñador, sino un hombre de campo. Esos leñadores que llevan sus cargas a Augusta no tienen que ocuparse con la tierra, como yo. Vaya, este año creo que sacaré casi cincuenta fardos de algodón si puedo conseguir las mulas prestadas y semillas y guano fiados en Fuller. Por Cristo bendito, soy un agricultor y no un condenado leñador.

—Eso es lo que dices todos los años por este tiempo, pero nunca haces nada; han pasado ya siete u ocho años sin que hayas abierto un surco. Te he estado oyendo hablar de cultivar la tierra de nuevo durante tanto tiempo, que ya no creo nada de lo que dices: no son más que mentiras. Todos vosotros sois iguales, y hay otros cien como tú por este lado. Ninguno hace nada más que hablar, y los otros van por allí pidiendo, pero tú eres tan vago que ni siquiera haces eso.

—Mira, Ada —dijo Jeeter—. Voy a empezar mañana por la mañana, y tan pronto como haya quemado todos los juncales voy a pedir que me presten unas mulas. Dude y yo podemos sacar más de dos fardos por hectárea, si puedo conseguir semillas y guano.

—¡Bah! —dijo Ada, saliendo de la galería.