Jeeter cada vez surtía menos efecto en Lov, que ni siquiera se daba cuenta de que alguien le hablaba; ahora sólo tenía ojos para Ellie May.
—Ellie May está queriendo pescar a Lov, ¿no es cierto? —dijo Dude, tocando a Jeeter con el pie—. Si no anda con cuidado, todavía se va a herir toda.
La cámara que Jeeter seguía tratando de reparar se hallaba completamente podrida, los neumáticos aún en peor estado, y el «Ford», que tenía catorce años, daba la impresión de que se iba a deshacer antes de que Jeeter volviera a calzar las ruedas, y desde luego mucho antes de que pudiera cargarlo con leña para ir a Augusta. La capota había desaparecido hacía ya siete u ocho años, y el único guardabarros que quedaba estaba sujeto con alambre al resto del coche. No quedaba un elástico ni una muestra del crin en los asientos, porque los chicos los habían abierto para ver qué había dentro y nadie se había tomado el trabajo de componerlos.
El radiador se había caído en mitad del camino años antes, cosa que no podía decirse que hubiese mejorado el aspecto del coche, y en su lugar habían puesto una lata de grasa con un agujero abierto en el fondo y atada con alambres a la tubería de agua. La lata no sustituía bien al radiador, pero era mejor que nada; cuando Jeeter quería ir a algún sitio, llenaba la lata de agua, ponía en marcha el coche y seguía hasta que desaparecía toda el agua y el motor recalentado se paraba. Entonces salía a buscar agua para llenar de nuevo la lata. Todo el coche era lo mismo; había sido usado por las gallinas para empollar, cuando hubo gallinas en la casa de los Lester, y estaba todo manchado, sin que nadie se hubiese tomado jamás la molestia de lavarlo.
Ellie May se había arrastrado desde un extremo del corral al opuesto, y ahora estaba junto a Lov, que seguía al lado de su saco de nabos. Nunca había sido tan atrevida, y había conseguido que Lov la contemplara sin recordar para nada su labio partido; el labio superior de Ellie May tenía una hendidura de medio centímetro de ancho que dividía su boca en dos partes desiguales, ya que terminaba casi debajo de la fosa nasal izquierda. Tenía encías grandes y de un rojo encendido, así que la abertura era causa de que pareciera que estaba sangrando profusamente por la boca. Hacía quince años que Jeeter venía diciendo que iba a hacer que cosieran el labio de su hija, pero aún no se había resuelto a hacerlo.
Dude cogió un trozo de madera podrida que había caído al suelo, y se lo arrojó a su padre, pero sin apartar la vista de Ellie May y Lov, cuyos actos, y especialmente el comportamiento de Ellie May, lo tenían aturdido.
—¿Qué quieres ahora, Dude? —dijo Jeeter—. ¿Qué te pasa para tirarme maderas así?
—Ellie May está alzada —dijo Dude.
Jeeter miró a través del corral al sitio en que Ellie May y Lov estaban sentados juntos. El tronco de un amole le impedía ver con claridad lo que estaba pasando, pero pudo comprobar que la muchacha estaba sentada en las rodillas de Lov y. que éste le ofrecía un nabo que sacaba del saco.
—Ellie May está alzada, ¿no es verdad, papá?
—Me parece que estuve equivocado al casar a Pearl con Lov —dijo Jeeter—. Pearl no ha sido hecha para mujer de Lov; no se interesa en las necesidades y no le importa un diablo lo que piensan los demás de eso; no es la clase de muchacha para ser mujer de Lov. Es rara, y me parece que quiere ir a Augusta, como hicieron las otras. Ninguna de ellas estaba contenta con quedarse aquí; no son como yo, prefiero el campo a estar dentro de una maldita fábrica. Uno no siente allí el olor del humo cuando se queman los juncales, y cuando llega el tiempo de arar uno se siente enfermo dentro, pero no sabe qué le pasa. No sé cuántas veces me han hablado de la gente que se encuentra enferma en las hilanderías en primavera, pero cuando te quedas en el campo no te sientes así en esta época del año porque puedes oler el humo de los juncales quemados y sentir cómo entra en tu cuerpo el viento que viene de los surcos recién abiertos, así que en lugar de sentirte enfermo y no saber qué tienes dentro, como pasa en las malditas hilanderías, aquí en el campo te sientes mejor que nunca. No puedes escapar a la primavera escondiéndote dentro de una condenada fábrica; hay que quedarse en el campo para sentirse bien. Eso es porque las fábricas fueron hechas por los hombres; en cambio Dios hizo la tierra, pero no verás que haga esas malditas hilanderías. Por eso no voy allí como los demás, y me quedo donde Dios me hizo un lugar.
—Ellie May está con Lov como si fuera su mujer —dijo Dude.
Ada cambió de postura en la galería; no se había movido del lugar en que estaba cuando Lov entró en el corral, y hacía un rato largo que no apartaba la vista de Lov y Ellie May.
—A lo mejor Dios ha dispuesto que fuera así —dijo Jeeter—. Tal vez sepa de eso más que nosotros los mortales. ¡Dios es un viejo sabio y no se le puede engañar! Se ocupa de pequeños detalles en que nosotros nunca nos fijamos. Por eso no pienso dejar el campo para irme a Augusta a vivir en una maldita hilandería; Dios me puso aquí y nunca me ha dicho que me vaya, y por eso me quedo en el campo. Nadie sabe lo que me podría pasar si abandonara esto y me fuera a las hilanderías; Dios podría enojarse y dejarme muerto allí mismo. O también puede dejarme estar aquí hasta el día de mi muerte natural, pero castigándome con toda clase de cosas endiabladas, porque muchas veces castiga de esa manera. Nos deja seguir consumiéndonos poco a poco y agobiándonos hasta que uno llega a desear estar muerto y enterrado. Por eso no me voy a las hilanderías con tanto apuro como hicieron todos los demás que vivían alrededor de Fuller. Se fueron allí y todos sienten ahora el deseo de la tierra, pero no pueden volver. Ahora tienen que quedarse, y eso es lo que les ha hecho Dios por haber abandonado la tierra, y ahora los va a perseguir a cada paso hasta que mueran.
—Mira lo que está haciendo Ellie May —exclamó Dude—. ¡Parece que se hubiese vuelto loca!
—Por Cristo bendito, Lov —gritó Jeeter a través del corral—, ¿qué hay de esos nabos? ¿Tienen dentro esos condenados gusanos verdes como los míos? He estado deseando comer nabos buenos desde la primavera pasada, y si el Capitán John no hubiese vendido todas sus mulas y dicho que no me dieran más guano a su cuenta, podría haber tenido nabos de sobra este año. Pero cuando vendió las mulas y se fue a Augusta, dijo que no iba a dejar que nosotros, sus colonos, lo arruinásemos comprando guano a su cuenta en Fuller. Dijo que no valía la pena seguir arando y por eso ya no tenemos más tabaco ni comida. Ada dice que tiene que tener un poco de tabaco de vez en cuando porque le parece que le aplaca el hambre, y así es. Cada vez que vendo una carga de leña me compro una docena de tarros de tabaco aunque no me quede dinero para comprar harina y carne, porque el tabaco es algo que todo hombre debe tener. Cuando siento un dolor fuerte de vientre, puedo tomar un poco de tabaco y ya no siento más hambre en todo el día. El tabaco es una gran cosa para poder vivir.
»Pero este año no he podido cultivar nabos; no tenía una mula y no tuve guano. Es cierto que había unos surcos allí en el campo, pero no puedes cultivar un campo si no tienes una mula para arar. La azada no sirve más que para cortar el algodón y el maíz, y es una tontería querer cultivar nabos con una azada, y me parece que es por eso que se metieron esos malditos gusanos verdes dentro de los nabos. Si hubiese tenido una mula para cultivarlos no se hubieran agusanado.
»¿Has oído lo que estaba diciendo, Lov? ¡Todavía no me has dicho nada de esos nabos, y siento en mi estómago tan tremenda ansia de ellos! Me gustan los nabos tanto como las sandías a los negros, y los nabos son una de las cosas mejores para comer que conozco.
Lov no miró; estaba diciendo algo a Ellie May y escuchando lo que ésta contestaba.
Lov había dicho siempre a Jeeter que no quería saber nada de Ellie May porque tenía el labio partido. Cuando estaba poniéndose de acuerdo con Jeeter sobre Pearl, dijo que podría considerar quedarse con Ellie May si Jeeter la llevaba a Augusta para que un médico le cosiera el labio. Jeeter estudió la cuestión concienzudamente y decidió que era mejor dejar que se llevara a Pearl, porque el arreglo del labio quizá le costaría más de lo que estaba sacando del asunto. El dejar que Lov se llevara a Pearl era puro beneficio. Lov le había dado unas mantas, además de una lata de aceite de máquina y toda la paga de una semana, que ascendía a siete dólares. Lo que más precisaba Jeeter era el dinero, pero lo demás era también muy necesario.
Jeeter había estado pensando en llevar a Ellie May a un médico desde que ésta cumplió los tres o cuatro años, de modo que no tuviera inconveniente para casarse. Pero con una cosa y otra, nunca lo había hecho. Sin embargo, siempre que tenía ocasión de pensar sobre la cuestión, se decía que algún día la llevaría.
En la época en que Lov se casó con Pearl, solía decir que le gustaba más Ellie May, pero que no quería tener una mujer con el labio hendido, porque sabía que los negros se reirían de él. Eso había sido el verano anterior; mucho antes de que le empezara a gustar Pearl tanto que ahora hacía todo lo que podía para que dejara de dormir en un jergón sobre el suelo. Los largos rizos rubios de Pearl, que le caían por la espalda, y sus ojos azul pálido habían trastornado a Lov, y ahora creía firmemente que no había una muchacha más bonita en el mundo entero. Y, a decir verdad, no había un solo hombre que la hubiese visto que no pensara lo mismo, y cada día estaba más hermosa.
Pero los deseos de Lov no eran satisfechos. Pearl estaba más decidida que nunca, si eso fuera posible, a mantenerse apartada de él, y ahora que Ellie May se había arrastrado a través de todo el patio y estaba sentada en sus rodillas, Lov sólo pensaba en ella. Aparte de su labio partido, Ellie May era una muchacha tan codiciable como la mejor que pudiera hallarse en toda la zona de las dunas que rodeaba a Fuller, y Lov bien lo sabía, porque las había probado a todas, blancas y de color.
—Lov no está pensando en nabos —dijo Dude, contestando a su padre—. Lo que quiere es arreglarse con Ellie May, y no le importa nada su cara ahora…, y no es que piense en besarla. Nadie va a besarla, pero eso no es decir que nadie no quiera estar con ella; he oído no hace mucho a los negros que hablaban de eso en el camino, junto al molino viejo, y decían que podía conseguir todos los hombres que quisiera con sólo taparse la cara.
—Deja de tirar esa pelota contra la casa —dijo Jeeter con tono irritado—. Vas a partir la pared si no dejas de hacer eso todo el tiempo. La casa no va a aguantarlo mucho tiempo, y de la forma que tiras esa pelota, uno de estos días se va a caer en pedazos. Te aseguro que quisiera que tuvieras más sentido común.
La vieja abuela volvió con la bolsa de ramas secas a la espalda. Llegó arrastrando los pies por la capa de arena que cubría el camino del tabaco, y después se los sacudió en la dura arena del corral, sin mirar a ningún lado. Al llegar a la galería, dejó caer la bolsa y se sentó a descansar un poco en la escaleras antes de entrar en la cocina, y empezó a frotarse los costados, siendo más fuerte que nunca el ruido de sus intestinos. Sentada en el peldaño más bajo de la escalera y con el pecho casi sobre las rodillas, parecía más que nunca un saco de trapos viejos y sucios. No hacía caso alguno de los que la rodeaban, y éstos apenas si habían notado que hubiese ido a algún sitio y estuviera de vuelta; si hubiera ido a los juncales y se hubiera quedado allí, nadie se hubiera dado cuenta en varios días de que estaba muerta.
Mientras trataba de pegar otro parche en la cámara podrida, Jeeter seguía a Lov con el rabillo del ojo. Se había fijado en que Lov se había apartado unos metros de la bolsa de nabos, y aguardaba pacientemente a que aumentara esa distancia. Lov se había olvidado del peligro que corrían sus nabos, y mientras Ellie May continuara jugando con su cabello no iba a acordarse de ellos. La muchacha le había hecho olvidar todo.
—¿Qué te parece que van a hacer ahora? —dijo Dude—. A lo mejor se la lleva al cargadero y la tiene allí todo el día.
Ada, que había estado en la galería todo ese tiempo tan inmóvil como uno de los tirantes que sostenían el techo, de repente se ajustó más el vestido sobre el pecho. El frío viento de febrero apenas era perceptible al sol, pero en la sombra y dentro de la galería penetraba hasta los huesos. Ada llevaba varios años enferma de pelagra, y decía que siempre tenía frío, salvo en pleno verano.
—Lov quiere montarla —dijo Dude— y está por hacerlo ahora mismo. Mira cómo da vueltas a su lado…, parece un semental. Nunca ha dejado que se le arrimara tanto, y dijo que nunca tocaría a Ellie May porque no le gusta su boca. Pero ahora no le importa, ¿no es cierto? Te apuesto a que ni se acuerda que tiene el labio partido, y si se acuerda no le importa nada ahora.
Por el camino venían unos negros en dirección de Fuller. Desde varios centenares de metros antes habían visto a Lov y los Lester en el corral, pero sólo cuando llegaron casi frente a la casa observaron lo que estaban haciendo en uno de los extremos, junto a un amole, Lov y Ellie May. Entonces dejaron de hablar y reírse y aminoraron el paso hasta casi detenerse.
Dude los llamó a gritos, pero ninguno contestó y se detuvieron para ver lo que pasaba.
—¿Qué tal, Capitán Lov? —dijo uno de ellos.
Lov no lo oyó y los Lester no hicieron más caso a los negros. Cuando éstos pasaban por la casa acostumbraban mirar a los Lester, pero eran pocos los que conversaban con ellos. Entre sí hablaban y se reían de los Lester, y tenían la costumbre de detenerse en las casas de los otros blancos para hablar con ellos; Lov era uno de los blancos con los que les gustaba conversar.
Jeeter cogió la bomba y trató de inflar la cámara que había estado reparando, pero la bomba estaba herrumbrada, el vástago doblado y la junta rota en la base, de manera que todo el aire se escapaba antes de llegar a la válvula. De ese modo, hubiese necesitado una semana para poder inflar el neumático y probablemente le hubiera dado mejor resultado tratar de hacerlo con la boca.
—Me parece que no voy a poder salir para Augusta con una carga de leña antes de la semana próxima —dijo—. Quisiera tener una mula, así podría llevar una carga allí casi todos los días. La última vez que fui a Augusta en el automóvil, todas las malditas gomas se me desinflaron antes que pudiera llegar y volver. Creo que lo mejor que podría hacer es llenar los neumáticos de paja, como me dijo un hombre, y me parece que tenía razón. Estas cámaras y cubiertas ya no van sirviendo para nada.
Los tres negros dieron unos cuantos pasos por el camino, y se detuvieron nuevamente, quedándose cerca del corral para ver lo que hacía Lov. Al notar que no les había contestado cuando lo saludaron, se dieron cuenta de que no quería que lo molestaran de nuevo.
Dude había tirado la pelota acercándose a Lov y Ellie May, y se sentó en un pedazo de tronco para ver qué iban a hacer. Lov había dejado de comer nabos y Ellie May sólo había comido un trozo de uno.
—Esos negros no creen que Lov vaya a hacer nada —dijo Dude—. En el viejo molino dijeron que nadie haría nada con Ellie May si no era de noche, y creo que Lov diría lo mismo después.