CCXIII

Quivira

Viendo la poca gente y muestra de riqueza, dieron los soldados muy pocas gracias a los frailes que con ellos iban y que loaban aquella tierra de Sibola; y por no volver a México sin hacer algo ni las manos vacías, acordaron de pasar adelante, que les decían ser mejor tierra. Así que fueron a Acuco, lugar sobre un fortísimo peñol, y desde allí fue don Garci López de Cárdenas con su compañía de caballos a la mar, y Francisco Vázquez con los demás a Tiguex, que está ribera de un gran río. Allí tuvieron nueva de Axa y Quivira, donde decían que estaba un rey dicho por nombre Tatarrax, barbudo, cano y rico, que ceñía un bracamarte, que rezaba en horas, que adoraba una cruz de oro y una imagen de mujer, señora del cielo. Mucho alegró [305] y sostuvo esta nueva el ejército, aunque algunos la tuvieron por falsa y echadiza de frailes. Determinaron ir allá, con intención de invernar en tierra tan rica como se sonaba. Fuéronse los indios una noche, y amanecieron muertos treinta caballos, que puso temor al ejército. Caminando, quemaron un lugar, y en otro que acometieron les mataron ciertos españoles e hirieron cincuenta caballos, y metieron dentro los vecinos a Francisco de Ovando, herido o muerto, para comer y sacrificar, a lo que pensaron, o quizá para mejor ver qué hombres eran los españoles, ca no se halló por allí rastro de sacrificio humano. Pusieron cerco los nuestros al lugar; pero no lo pudieron tomar en más de cuarenta y cinco días. Bebían nieve los cercados por falta de agua; y viéndose perdidos, hicieron una hoguera: echaron en ella sus mantas, plumajes, turquesas y cosas preciadas, porque no las gozaran aquellos extranjeros. Salieron en escuadrón, con los niños y mujeres en medio, para abrir camino por fuerza y salvarse. Mas pocos escaparon de las espadas y caballos y de un río que cerca estaba. Murieron en la pelea siete españoles, y quedaron heridos ochenta, y muchos caballos; porque veáis cuánto vale la determinación en la necesidad. Muchos indios se volvieron al pueblo con la gente menuda, y se defendieron hasta que se les puso fuego. Helóse tanto aquel río estando en treinta y seis grados de la Equinoccial, que sufría pasar encima hombres a caballo y caballos con carga. Dura la nieve medio año. Hay en aquella ribera melones y algodón blanco y colorado, de que hacen muy más anchas mantas que en otras partes de Indias. De Tiguex fueron en cuatro jornadas a Cicuic, lugar pequeño, y a cuatro leguas de él toparon un nuevo género de vacas fieras y bravas, de las cuales mataron el primer día ochenta, que abastecieron el ejército de carne. Fueron de Cicuic a Quivira, que a su cuenta hay casi trescientas leguas, por grandísimos llanos y arenales tan rasos y pelados, que hicieron mojones de boñigas, a falta de piedras y de árboles, para no perderse a la vuelta, ca se les perdieron en aquella llanura tres caballos y un español que se desvió a caza. Todo aquel camino y llanos están llenos de vacas corcovadas como la Serena de ovejas; pero no hay más gente de la que las guardan. Fueron gran remedio para el hambre y falta de pan que llevaban. Cayóles un día por aquel llano mucha piedra como naranjas, y hubo harta lágrimas, flaqueza y votos. Llegaron, en fin, a Quivira, y hallaron al Tatarrax que buscaban, hombre ya cano, desnudo y con una joya de cobre al cuello, que era toda su riqueza. Vista por los españoles la burla de tan famosa riqueza, se volvieron a Tiguex sin ver cruz ni rastro de cristiandad, y de allí a México, en fin de marzo del año de 42. Cayó en Tiguex del caballo Francisco Vázquez, y con el golpe salió de sentido y devaneaba, lo cual unos tuvieron por dolor y otros por fingido, ca estaban mal con él porque no poblaba. Está Quivira en cuarenta grados: es tierra templada, de buenas aguas, de muchas yerbas, ciruelas, moras, nueces, melones y uvas, que maduran bien. No hay algodón, y visten cueros de vacas y venados. Vieron por la costa naos que traían arcatraces de oro y plata en las proas, con mercaderías, y pensaron ser del Catayo y China, porque señalaban haber navegado treinta días. Fray Juan [306] de Padilla se quedó en Tiguex con otro fraile francisco, y tornó a Quivira con hasta doce indios de Mechuacán, y con Andrés Docampo, portugués, hortelano de Francisco de Solís. Llevó cabalgaduras y acémilas con provisión; llevó ovejas y gallinas de Castilla, y ornamentos para decir misa. Los de Quivira mataron a los frailes, y escapóse el portugués con algunos mechuacanes, el cual, aunque se libró entonces de la muerte, no se libró de cautiverio, porque luego le prendieron. Mas de allí a diez meses que fue esclavo, huyó con dos perros. Santiguaba por el camino con una cruz, a que le ofrecían mucho, y doquiera que llegaba le daban limosna, albergue y de comer. Vino a tierra de Chichimecas, y aportó a Panuco. Cuando llegó a México traía el cabello muy largo y la barba trenzada, y contaba extrañezas de las tierras, ríos y montañas que atravesó. Mucho pesó a don Antonio de Mendoza que se volviesen, porque había gastado más de sesenta mil pesos de oro en la empresa, y aun debía muchos de ellos, y no traían cosa ninguna de allá, ni muestra de plata ni de oro ni de otra riqueza. Muchos quisieron quedarse allá; mas Francisco Vázquez de Coronado, que rico y recién casado era con hermosa mujer, no quiso, diciendo no se podrían sustentar ni defender en tan pobre tierra y tan lejos del socorro. Caminaron más de novecientas leguas de largo esta jornada.