La espantosa tormenta que hubo en Cuauhtemallán, donde murió doña Beatriz de la Cueva
Hizo doña Beatriz de la Cueva grandes extremos, y aun dijo cosas de loca, cuando supo la muerte de su marido. Tiñó de negro su casa por dentro y fuera. Lloraba mucho; no comía, no dormía, no quería consuelo ninguno; y así, dizque respondía a quien la consolaba, que ya Dios no tenía mal que hacerle; palabra de blasfemia, y creo que dicha sin corazón ni sentido; mas pareció muy mal a todos, como era razón. Hizo las honras pomposamente y con grandes llantos y lutos. Empero, en medio de aquella tristeza y extremos entró en regimiento y se hizo jurar por gobernadora: desvarío y presunción de mujer y cosa nueva entre los españoles de Indias. Comenzó a llover día de Nuestra Señora de Setiembre, y llovió reciamente aquel y otros dos días siguientes; después de los cuales bajó del volcán, a dos horas de media noche, una avenida de agua tan grande y furiosa, que derribó muchas casas de la ciudad, y la del adelantado la primera. Levantóse al ruido la doña Beatriz, y por devoción y miedo entróse a un oratorio suyo con once criadas. Subióse encima del altar y abrazóse con una imagen, encomendándose a Dios. Cargó la fuerza del agua y derrocó aquella cámara y capilla, como a otras muchas de la casa, y ahogólas; fue muy gran desdicha, porque si ella estuviera queda en la cámara donde dormía no muriera, ca no se hundió, por tener mejores cimientos que las otras; y en quedar en pie aquello se tuvo a milagro por lo que había dicho y hecho. Todos son secretos de nuestro gran Dios, y dicen nuestras lenguas lo que sienten nuestros juicios. Unos escapan por huir del peligro, y otros mueren, como hizo esta señora. Murieron seiscientas personas en la ciudad de aquella tormenta, y casa hubo en que se ahogaron cuarenta, y muchas que muy gran trecho se las llevaba enteras y en peso la corriente. Llevó también algunas personas de una casa a otra, y como venía muy crecida y con ímpetu, traía piedras y peñas tamañas como grandes cubas y como carabelas, que derribaban cuanto encontraban; las cuales quedaron allí para testimonio de tanto estrago. Vieron andar en la plaza y calles una vaca por medio del agua, con un cuerno quebrado y en el otro una soga rastrando, que arremetía a los que iban a socorrer la casa de doña Beatriz, y a un español que porfiaba lo atropelló dos veces, y no pensó escapar de sus pies y del cieno. Estaba otro español caído en tierra con su mujer y encima una gran viga; pasó por allí un negro no conocido; rogáronle que les quitase la viga y ayudase a levantar. El negro preguntó si era Morales el caído, y como le dijo que sí, alzó la viga, sacó al marido, dejó ahogar la mujer y fuése corriendo por el agua y lodo. También cuentan que vieron por el aire y oyeron cosas de gran espanto. Pudo ser; empero con el miedo todo se mira y piensa al revés. Tuvieron creído muchos que aquel negro era diablo, y la vaca, una Agustina, mujer del capitán [302] Francisco Cava, hija de una que por alcahueta y hechicera azotaron en Córdoba; la cual había hechizado y muerto allí en Cuauhtemallán a don Pedro Portocarrero porque la dejaba, siendo su amiga; y el don Pedro traía siempre a cuestas o en ancas, cuando iba cabalgando, una mujer, y decía que no se podía valer de aquella carga y fantasma; y estando malo para morir porfiaba que sanaría si Agustina lo viese; mas nunca ella lo quiso hacer, por enojo que de él tenía o por deshacer aquella ruin fama.